Ha sido la sensación bloguera en Estados Unidos la semana pasada. En su edición del mes de julio, la revista Rolling Stone recoge una pieza absolutamente demoledora acerca del papel jugado por Goldman Sachs en la formación y posterior estallido de las distintas burbujas que se han producido en los mercados a lo largo del […]
Ha sido la sensación bloguera en Estados Unidos la semana pasada. En su edición del mes de julio, la revista Rolling Stone recoge una pieza absolutamente demoledora acerca del papel jugado por Goldman Sachs en la formación y posterior estallido de las distintas burbujas que se han producido en los mercados a lo largo del último siglo, desde la Gran Depresión a nuestros días. Y no sólo eso. El artículo, firmado por Matt Taibbi y que se ha filtrado antes de su publicación, constata el poder acumulado con el paso del tiempo por los distintos banqueros de la Casa, estratégicamente situados hoy día en puestos de influencia financiera alrededor del Planeta; ahonda en el aprovechamiento en interés propio de los sucesivos fenómenos de pánico y euforia, a cuya gestación el banco de inversión habría decididamente contribuido; y alimenta las sospechas acerca del protagonismo que está jugando la entidad en la gestación del siguiente gran descalabro… para todos menos para ella.
El documento es extraordinario y no deja lugar a dudas de su posicionamiento desde el primer párrafo, donde califica a la firma de vampiro que clava sus colmillos allá donde hay un dólar que ganar. Se extiende a lo largo de doce páginas, que no tienen desperdicio. Así, el autor no duda en afirmar que mientras América da vueltas alrededor del sumidero, Goldman Sachs ha encontrado el camino para ser él mismo ese sumidero: un desafortunado agujero en el sistema capitalista democrático occidental que nunca imaginó que, en una sociedad pasivamente gobernada por la libertad de mercado y de elección, la ambición organizada siempre prevalece sobre la democracia desorganizada. Un análisis interesante que pudiera parecer reduccionista, toda vez que carga las tintas sobre la desmedida avaricia de los banqueros y se olvida de otros responsables de la situación actual como políticos, reguladores, agencias de rating, banqueros centrales e, incluso, los propios ciudadanos. No es de extrañar cuando se considera a gran parte de tales actores como parte del universo Goldman.
Su crítica no queda ahí, sino que aterriza desde lo genérico en lo específico: todo el dinero que usted pierde va a algún sitio y, tanto en sentido literal como figurativo, se puede decir que el destinatario es Goldman. El banco se ha convertido en una gigantesca y sofisticada máquina de convertir la riqueza de la sociedad en beneficio para sus arcas (…) La fórmula es relativamente simple: el banco de inversión se posiciona en mitad de una burbuja especulativa, y vende productos que sabe que son basura. Con la ayuda de una Administración adecuadamente engrasada con sus donativos, consigue cantidades ingentes de dinero de los incautos inversores. Cuando estalla la situación se presenta como aquel benefactor que puede aliviar la difícil situación de los sufridos ciudadanos. Quizá esta es la parte más lírica y menos justificada del argumentario. De ahí que sea relevante lo que viene a continuación.
Así, Taibbi enumera hasta cinco ocasiones en las que la actuación de Goldman habría sido, cuando menos, cuestionable… para lucro de sus directivos y/o empleados. Hoy nos centraremos en las cuatro primeras y dejaremos para mañana la más reciente de ellas (¿más todavía?) y la que, a juicio del comentarista, está por llegar. En primer lugar, el reportero habla de la participación de Goldman en los Investment Trust que tan de moda estuvieron en los felices años 20 y cuyo colapso acentuó la caída bursátil de finales de la década. 475.000 millones de agujero a valor de hoy. Tras un impasse de cerca de 70 años, en los que la entidad adopta un modelo de banca a largo plazo, es con la llegada de su empleado Robert Rubin a la Casa Blanca, y con el cambio que impulsa de las reglas que hasta entonces regían los mercados financieros, que Goldman vuelve a orientarse hacia el pan para hoy, con independencia de lo que traiga el mañana. Una tarea a la que contribuyeron otros reputados miembros de la firma, citados adecuadamente a lo largo del texto.
A partir de ese momento el banco vive sus momentos de mayor esplendor, según el autor (que imagino tendrá buena cobertura legal): manipulando valoraciones y precios en las OPVs de los años dorados de las compañías de Internet (cinco billones de dólares de riqueza evaporada sólo en el Nasdaq), gracias a la violación de la norma no escrita que limitaba las salidas a bolsa a empresas rentables; fomentando la titulización y aseguramiento de hipotecas de baja calidad con el despegue del mercado inmobiliario, a la vez que apostaba por su hundimiento hasta el punto de ser de las pocas sociedades que se beneficiaron con su caída mediante la utilización de instrumentos derivados; alentando la inversión financiera en materias primas como el petróleo -cuyo precio se disparó hasta cerca de los 150 dólares gracias a que un barril se negociaba en 2008 hasta 27 veces, de media, antes de que fuera entregado y consumido- que tomaban como referencia índices creados por la propia Goldman, actividad que explotó igualmente gracias a un cambio normativo.
Una panoplia de actuaciones que pondrían de manifiesto el poder oculto de Goldman y su influencia en la construcción de la peor cara del capitalismo financiero, rostro sobre el que ahora se quiere verter una pesada capa de maquillaje de carácter social y de adecuación a su fundamento originario que es la economía productiva. Grave responsabilidad que, sin embargo, no le ha hecho perder ni un ápice de su relevancia. Mañana desarrollaremos con Taibbi lo relativo tanto al lugar que Goldman ha ocupado dentro del Plan de Rescate auspiciado por la Administración norteamericana, por una parte, como a la renovada apuesta de la entidad por el siguiente negocio susceptible de convertirse en burbuja: el cambio climático y los derechos de emisión de CO2, donde ya ha tomado posiciones. Casi nada. Con todo esto, ¿a alguien le extraña la inversión de Buffett en la compañía? Es fácil comprender, a la luz de esta lectura, de qué va este negocio, condición primera y principal impuesta por el Oráculo de Omaha para cometer cualquier inversión. Y en finanzas, Goldman es y ¿será? la apuesta ganadora.
II
Nos hacíamos eco ayer de la repercusión que está teniendo, en el mundo financiero estadounidense, el artículo que Matt Taibbi firma en la edición de Rolling Stone del mes de julio bajo el aparatoso titular de The Great American Bubble Machine o La Gran Fábrica Americana de Burbujas, que es la forma en que el autor bautiza al banco de inversión Goldman Sachs. Un alegato demoledor que pone en tela de juicio las prácticas llevadas a cabo por la entidad a lo largo del último siglo de actividad financiera y que cuestiona el enorme poder acumulado por la firma con el paso del tiempo y, en especial, desde la incorporación de su directivo Robert Rubin a la Administración Clinton en la década de los 90. Se trata de un documento extraordinario que se desarrolla a lo largo de doce páginas, de fácil lectura, y que, para su exposición, hemos dividido en dos grandes partes: el cuestionable papel desempeñado por el banco de inversión en el pasado, que fue el grueso principal de nuestro Valor Añadido de hace 24 horas, y la importancia actual de Goldman en la gestión de la crisis y en la, a juicio de Taibbi, siguiente burbuja que está por llegar y que ya se está gestando. Un modo de actuación que define de modo brillante Simon Johnson, al que cita Taibbi, en The Atlantic como El Golpe de Estado Silencioso, análisis éste de imprescindible lectura.
En efecto, señala el reportero que, tras crear y beneficiarse del esplendor y el colapso tanto de los Investment Trust en la década de los 30, como de las acciones de Internet, las hipotecas basura y el precio del crudo a finales de siglo XX y principios del XXI, Goldman ha alcanzado el cénit de su influencia de la mano del que fuera su presidente Hank Paulson, a la sazón Secretario de Tesoro norteamericano hasta el desembarco de Tim Geithner como parte del equipo de Obama. Tras el colapso financiero, el dinero parecía haberse evaporado. La cacería de Goldman necesitaba nuevas piezas que abatir. Y sólo las podía encontrar allá donde seguro había capital del que alimentarse: las arcas públicas. Es en el mayor rescate de la Historia donde la entidad va a hacer patente su influencia. De hecho, no sólo consiguió posicionar a uno de sus chicos en la gestión del Fondo de Rescate sino que se benefició de una serie de decisiones que le han permitido salir casi de rositas de la coyuntura actual. Como entendió perfectamente en su momento Warren Buffett, verdaderamente Goldman is too big to fail. No es de extrañar que haya sido su principal apuesta bancaria en la crisis.
Maquillaje de resultados gracias al aparcamiento de pérdidas en meses fantasma, por cambio de calendario de publicación, como diciembre de 2008; conversión en banca comercial que les permite recalar bajo la supervisión de otro ex Goldman, Stephen Friedman; beneficios extra derivados del rescate de AIG que evita que tenga que provisionar sus contrapartidas, mientras que se deja morir a un competidor directo como Lehman; sospechas de información privilegiada en relación con los stress tests; uso de tasas impositivas sorprendentemente bajas, etcétera, son la pléyade de acusaciones documentadas que el texto recoge y que evocan, a juicio de distintos agentes del mercado consultados por Taibbi, que se ha perdido el pudor y se ha pasado de una ayuda implícita comúnmente aceptada, y derivada de la incorporación del talento creado en el seno de la entidad a las finanzas públicas, a otra explícita que tiene por objeto consolidar la posición del banco de inversión y conservar su capacidad de maniobra.
Pero Goldman no duerme. No puede hacerlo, concluye el autor. Así, sus empleados se convirtieron en los principales donantes privados de la campaña electoral a la presidencia de Estados Unidos de Obama con cerca de un millón de dólares. Tras haber atravesado el campo de minas del rescate bancario de manera exitosa, Goldman ha vuelto una vez más a sus viejos hábitos y trata de colocar a sus peones dentro de la Administración a fin de beneficiarse de los agujeros que, en la renovada actividad pública, se puedan vislumbrar (…) Y la nueva apuesta de la entidad se llama derechos de emisión o carbon credits, un mercado de un billón de dólares que apenas existe a día de hoy pero que forma parte principal de la Ley Energética aprobada por el Congreso el pasado viernes. Con una particularidad, señala: el hecho de que el límite de derechos a subastar fijado por el Gobierno caiga anualmente implica que Goldman ni siquiera se va a tener que pringar en hacer que los precios suban.
De momento, de acuerdo con Taibbi, la firma financiera habría ido engrasando la maquinaria con las oportunas contribuciones a los diferentes lobbies, la inversión directa en compañías productoras de energías renovables, la adquisición del 10% del Mercado de Chicago en el que los derechos se van a negociar, la compra de un pequeño trader que se dedica ya a tal actividad y así sucesivamente. Cualquiera podría afirmar que se trata de un ejercicio de buena gestión, de anticipación de cara al futuro, como probaría el dramático alegato de Krugman de esta semana, pero a estas alturas de la película el autor ya no concede a la entidad el beneficio de la duda. Puede incluso que al final la actividad real, como ocurre en Europa, sea mucho menos que la inicialmente predicada y que los precios se mantengan bajo mínimos. No importa, de lo que se trata es de denunciar el papel del banco y añadir argumentos a su condena. Su conclusión, de hecho, no admite dudas: Así es como funcionan las cosas. Este es el mundo en que vivimos, donde algunos tenemos que respetar las reglas mientras que otros no sólo se ven excusados de ajustarse a ellas sino que reciben dinero por hacerlo. Un esquema mafioso en el que uno no se puede fiar de los precios y donde hay peajes ocultos en cada dólar de impuestos que pagas. Quizá no podamos pararlo pero, al menos, tenemos la obligación de denunciarlo.
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