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Golpe de Estado suave

Fuentes: Rebelión

Una vez más la élite venezolana, apoyada, entrenada y financiada por Washington, arremete en contra del gobierno democráticamente electo. Los cabecillas de la trama en Venezuela son Henrique Capriles, Leopoldo López, María Corina y Antonio Ledezma. Tres playboys y un representante de Acción Democrática. Su cálculo fácil apunta que Nicolás Maduro no tendría la misma […]


Una vez más la élite venezolana, apoyada, entrenada y financiada por Washington, arremete en contra del gobierno democráticamente electo. Los cabecillas de la trama en Venezuela son Henrique Capriles, Leopoldo López, María Corina y Antonio Ledezma. Tres playboys y un representante de Acción Democrática. Su cálculo fácil apunta que Nicolás Maduro no tendría la misma capacidad de resistencia que Chávez ante un golpe. Pero 2014 no es 2002.

La profunda crisis de los últimos años del siglo XX abrió cauce a nuevos intentos de proyectos autónomos para la solución de los problemas nacionales en América Latina. En un escenario de repudio a los programas del FMI y el Banco Mundial, en diciembre de 1998 los venezolanos apoyaron la candidatura de Hugo Chávez.

La elección presidencial representó nada más que el resultado de un proceso histórico, que desde la perforación de los primeros yacimientos petroleros había beneficiado a las compañías petroleras y a una muy reducida élite local, en detrimento de la inmensa mayoría de la población. Resurgió, otra vez en Venezuela, un movimiento continental en defensa de la independencia económica, la soberanía, la autodeterminación y la integración latinoamericana caribeña.

Para hacer tortilla hay que quebrar los huevos

Las principales medidas del nuevo gobierno, tanto en el campo económico como en el social, han sido en el sentido de corregir las históricas distorsiones estructurales y refundar el país. Siguiendo por ese camino habrá, como efectivamente ha habido desde 1999, enfrentamientos frontales e irremediables con los sectores y los intereses más privilegiados. Cualquier cambio para mejor pasa, obligatoriamente, por la ruptura con el injusto estado de cosas. Por ese motivo, desde la toma de posesión, el gobierno bolivariano ha enfrentado situaciones políticas y económicas muy desfavorables, generadas por la alianza entre los intereses internacionales -sobre todo estadounidenses- y la oligarquía criolla.

Frente a los actuales escenarios, recordamos los acontecimientos de hace 12 años. En aquel momento, las acciones interventoras del gobierno provocaron una dura batalla que duró casi dos años. Entre diciembre de 2001 y febrero de 2003, Venezuela vivió su más compleja crisis política y económica. A la cabeza de la campaña opositora estaban la Embajada de Estados Unidos en Caracas, la alta gerencia de PDVSA, la Fedecámaras, la Central de Trabajadores de Venezuela (CTV), la Iglesia Católica Apostólica Romana y los demás sectores oligárquicos y conservadores comprometidos con los intereses extranjeros.

Los preparativos para el golpe de Estado fueron apoyados por los grandes medios privados de comunicación. El 11 de abril, francotiradores a mando de la oposición dispararon desde diversos puntos del centro de la ciudad sobre manifestantes que marchaban tanto en apoyo al gobierno como en su contra. Los canales privados de televisión, cumpliendo su función en un show ingeniado muchas semanas antes, distorsionaron los hechos y acusaron al gobierno por los asesinatos. Previo al desenlace de los lamentables acontecimientos, los militares golpistas ya habían grabado un video en el cual condenaban las muertes y declaraban su desobediencia.

De vuelta al pasado

En una ceremonia sombría en el Palacio de Miraflores, el autoproclamado presidente Pedro Carmona tardó pocos minutos para disolver la Asamblea Nacional elegida por el pueblo; anular las Leyes de Hidrocarburos, de Tierras y otras 47 normas jurídicas; revocar la Constitución de 1999, la única aprobada por un referéndum popular; suspender las exportaciones de petróleo para Cuba; ordenar la persecución a ministros, diputados y autoridades de distintos poderes; eliminar el complemento «Bolivariana» del nombre oficial de Venezuela; delinear que el país saliese de la OPEP, entre otras medidas. Como se sabe, el pueblo alzado y las Fuerzas Armadas fieles al proceso de cambios garantizaron el regreso de Chávez al día siguiente.

A fines de 2002, hubo una nueva ofensiva golpista. Con el decidido apoyo de los grandes medios, algunas entidades convocaron paralizaciones nacionales y se declararon en «desobediencia civil». El movimiento que caminó hacia una «huelga general» fue impulsado esencialmente por la clase patronal. Su objetivo supremo era que Chávez renunciara. No tardó mucho para que la gerencia de PDVSA, ideológicamente sometida a los intereses foráneos, asumiera su rol. Durante el momento más tenso del conflicto -que duró hasta enero de 2003- fueron destruidos equipos, maquinarias, computadoras y estructuras físicas de plantas y refinerías; secuestradas embarcaciones petroleras y suspendidas las exportaciones; explotados oleoductos y derramado petróleo. Venezuela conoció por primera vez un racionamiento de combustibles. Los ciudadanos formaron colas quilométricas para comprar agua, alimentos, gas o nafta.

El PIB desmoronó un 8,9% en el año 2002. El sector industrial quedó prácticamente paralizado: había caído un 13,1% en 2002 y bajó un 6,8% en 2003. La actividad manufacturera venía encogiendo desde los años noventa pero los años 2002-2003 representaron el fondo del pozo. La conspiración manejada desde Washington tumbó la producción petrolera de tres millones de barriles diarios para menos de 200 mil, frenando el aparato productivo e induciendo el cierre de centenares de empresas. Al borde del colapso económico, en enero de 2003 el país fue obligado a importar petróleo. Los productos básicos desaparecieron y los precios saltaron barreras inimaginables. La situación de insuficiencia extrema demostró claramente la dependencia venezolana de diversos bienes, estimulando al gobierno a empujar proyectos relacionados con la «soberanía alimentaria». La inflación, que había presentado tendencia decreciente, explotó otra vez. El escenario para el nuevo golpe de Estado iba ganando cuerpo.

Los números del Banco Central de Venezuela señalan que durante el primer y el segundo trimestres de 2003, el PIB cayó un 15,8% y 26,7%, respectivamente. En el mismo período, el PIB petrolero desmoronó un 25,9% y 39,5%. En total, fueron siete trimestres consecutivos de caída de la economía, casi dos años de graves tensiones. Bajaron bruscamente el PIB per cápita, las reservas internacionales y la tasa de inversión como proporción del PIB. Se expandió el desempleo a un 20,7%, la inflación a un 32,4% y las tasas de interés. La caída de la economía en 2003 fue de 7,7%. En términos reales, tocó un nivel inferior al del año 1991. Esa guerra económica fue parte de la estrategia para tumbar a Chávez.

El que tenga ojos que vea

Una de las deformaciones heredadas del período neoliberal es el desprecio por el proceso histórico. La visión de corto plazo, la razón del sistema financiero y de los modelitos microeconómicos: virtual, atemporal, despegada de la realidad, ficticia. Esta podría ser una de las explicaciones para que «analistas» ortodoxos consideren al gobierno como el responsable por el cierre de empresas, el crecimiento del desempleo, la caída de la renta, el aumento de la inflación, es decir, por los resultados negativos de la economía entre 1999 y 2003. A ese período han tratado incluso de rotular como el «quinquenio perdido».

Frente a eso, es oportuno recordar que Hugo Chávez ganó las elecciones presidenciales de diciembre de 1998 porque Venezuela enfrentaba su más catastrófica crisis económica, política, social, institucional y moral, después de cuarenta años del pacto de Punto Fijo. El país literalmente agonizaba como reflejo de la plena sumisión de la vida nacional a las transnacionales. El asalto extranjero era custodiado internamente por la nata de la sociedad venezolana sumergida en un perverso festín oligárquico-petrolero.

Un análisis serio -sea académico o informativo- puede constatar que, pese a los eventuales problemas y a todas las dificultades que surgen sobre la marcha, el actual gobierno no es el creador de los complejos problemas estructurales. Al contrario, el actual gobierno trata exactamente de corregir esas distorsiones generadas durante las últimas décadas. Por fin, parece evidente que ésta es la interpretación de la mayoría de los venezolanos que votan seguidamente por la continuidad de la Revolución Bolivariana.

Los piratas vuelven a la carga

Los golpistas juegan a la desestabilización política, con actos de vandalismo. Pero lo que denuncian sus periódicos, pagados por las grandes corporaciones, es una supuesta violencia represiva del Estado. Los golpistas apuestan en el acaparamiento de bienes de primera necesidad, esconden y queman productos para tensionar la insatisfacción y la explosión de los precios. Pero lo que sus periódicos denuncian es la inflación más alta de América Latina. Adoptan la «fórmula para el caos», tratando de desestabilizar la economía y la sociedad con atentados, acaparamientos y especulación.

En ese momento, una vez más la élite venezolana, apoyada, entrenada y financiada por Washington y la Embajada americana en Caracas, arremete en contra del gobierno democráticamente electo. Los cabecillas de la trama en Venezuela son Henrique Capriles Radonski, Leopoldo López Mendoza, María Corina Machado y Antonio Ledezma. Son tres playboys oriundos de familias privilegiadas y un representante del deteriorado partido Acción Democrática (AD). ¿Por qué nutren tanto odio? Porque fueron históricamente beneficiados por el Puntofijismo, sea por medio de empleos en la antigua PDVSA o vía empresas contratistas. Hoy por hoy, su cálculo fácil apunta que Nicolás Maduro no tendría la misma capacidad de resistencia que Chávez ante un golpe suave, de duración mediana. Incluso, hay que estar atento para la posibilidad de que los yanquis asesinen a alguno de esos «líderes», profundizando el escenario de tensión interna y la presión internacional.

» Vendrán más Chávez»

Sin embargo, vale recordar que la situación no es la misma de 2002. Aunque físicamente no esté Chávez, las fuerzas bolivarianas parecen estar mucho más consolidadas. Pese a las dificultades y errores, el campo nacionalista y revolucionario controla la renta petrolera obtenida por PDVSA. Además, controla las Fuerzas Armadas y el acceso a las divisas internacionales. También tiene mucho más presencia en el campo productivo y en los medios de comunicación.

No obstante, lo más importante de todo quizá ni sea eso. El elemento principal es que en esos 12 años el pueblo venezolano ganó mucha conciencia política y no parece estar dispuesto a permitir una vuelta al pasado. Millones de hombres y mujeres que renacieron, y tuvieron su dignidad y orgullo rescatados, no admitirán el regreso de la creciente exclusión social, la abisal desigualdad económica y la sumisión del país al extranjero.

Haciendo esas reflexiones, uno se acuerda de dos frases. La primera es de Chávez, de 2004. Afirmó desde el Balcón del Pueblo, celebrando la victoria en el referéndum ratificatorio de 15 de agosto que «Venezuela cambió para siempre». La otra frase es de Maduro. En abril de 2013, conmemorando la victoria en las elecciones presidenciales, sentenció: «Vendrán más Chávez». Todo apoyo al pueblo venezolano y su presidente.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.