La situación británica sigue marcada por seis rasgos notables. Recordemos o señalemos los cinco primeros: una inflación galopante que continúa y agrava unos recortes salariales ya sin precedentes, así como una situación social notoriamente degradada para millones de personas; la entrada en recesión de la economía británica desde el pasado mes de diciembre y el anuncio de una nueva fase de austeridad (presupuesto presentado a mediados de noviembre de 2022); una intensa movilización sindical que no se había visto desde hace decenios; en cuarto lugar, una sucesión de beneficios récord, sobre todo en el sector energético; y, en quinto lugar, la impopularidad del gobierno conservador, que hasta ahora no parece que vaya a recuperarse de los daños causados por la breve etapa de Liz Truss como Primera Ministra durante sólo unas semanas el pasado otoño.
La recuperación colectiva de la confianza de una gran parte del mundo sindical y la intensificación de la lucha de clases constituyen el elemento clave, decisivo, de esta coyuntura y de las bifurcaciones que podría provocar. Resumiendo, en marzo de 2023 el movimiento social y sindical que comenzó en junio de 2022, diez meses antes, sigue teniendo una fuerza, un alcance y una diversidad intactos. La afiliación del Sindicato de Trabajadores de las Comunicaciones (CWU), eje central de la movilización desde hace meses, volvió a votar a favor de la huelga por un 96%, con una participación del 77%; el Sindicato de Trabajadores del Transporte (RMT), otro actor clave, rechazó la oferta salarial de Network Rail y de las compañías ferroviarias y siguió convocando jornadas de huelga los días 16, 17, 18, 30 de marzo y 1 de abril 1. En el FBU (bomberos), la huelga fue votada por el 88% con una participación del 73%. La afiliación del sindicato Unite en la central eléctrica de Drax convocó nueve días de huelga en febrero, marzo y abril.
Pero en enero y febrero también entraron en acción nuevos sectores. La huelga del sindicato de enfermeras (RCN), la primera de su historia, tuvo cierta resonancia, comprensible dado el tamaño de la organización y su carácter simbólico, sobre todo teniendo en cuenta la situación [degradada] del servicio sanitario británico y tras dos años de pandemia. Pero también pensamos en la Sociedad de Fisioterapeutas Colegiados, en el personal de la Agencia de Medio Ambiente, en los profesores de Escocia, en los trabajadores de Amazon afiliados al GMB en Coventry y en los limpiadores de la central nuclear de Sellafield (en el noroeste de Inglaterra), empleados por la empresa de subcontratación Mitie. Y el 15 de marzo, un gran día, confluyeron las y los 133.000 trabajadores de los servicios gubernamentales afiliados al PCS, los profesores del NEU y los interinos de los hospitales.
En este frente, la situación sigue siendo excepcional, con un nivel de combatividad que no se veía desde los años ochenta. Además, como colofón a este movimiento general reivindicativo de salarios, Shell anunció sus mayores beneficios (del 2022) en sus 115 años de historia: 32.000 millones de libras (36.500 millones de €), es decir, el doble de los resultados de 2021, y un reparto de dividendos de 5.000 millones de libras. Lo mismo puede decirse de BP, con 23.000 millones de libras (26.000 millones de €) para el año (récord) 2022: sin duda, una forma involuntaria de BP, antigua Anglo-Persian Oil Company, de celebrar el 70 aniversario del golpe anglo-estadounidense de 1953 contra Mohamed Mossadegh, el primer ministro elegido democráticamente en Irán, que decidió nacionalizar los recursos petrolíferos de Irán en manos británicas. No es de extrañar que, en este ambiente de euforia, BP haya optado por rebajar sus objetivos de reducir las emisiones de CO2 y tenga previsto aumentar sus inversiones en la extracción de petróleo y gas 2.
Pero Shell y BP, para cuyo negocio resulta muy productiva la guerra rusa en Ucrania, son sólo los aerosoles más destacados en los grandes fuegos artificiales de los superbeneficios de los dos últimos años de catástrofe sanitaria 3.
Queda, pues, el sexto elemento de esta coyuntura de polarización social y política, o lo que es lo mismo, de guerra de clases abierta: el Partido Laborista dirigido por Keir Starmer. Situado prácticamente en la insignificancia política tras dos años sin capacidad de presentar un proyecto político, la situación de los laboristas se ha vuelto muy favorable, al menos por cuatro razones. Para empezar, los conservadores en el poder todavía se están recuperando del breve paso por el gobierno de Truss (septiembre-octubre de 2022). Además, este episodio no hizo sino completar el desastre gubernamental marcado por la incompetencia de Boris Johnson. Como muestran claramente las encuestas de Yougov 4, la popularidad de Keir Starmer, que era baja o muy baja desde el principio de su mandato como líder del partido, a pesar de la gran benevolencia de los principales medios de comunicación, debe su repentina mejora a principios de octubre (+16%) a las pocas semanas de Liz Truss en el cargo. Esta mejora es más importante para el partido en general 5. Pero ninguno de las dos partes parece deber su mejora en las encuestas a otra cosa que no sea la intervención milagrosa de Santa Elisabeth. Así las cosas, para mucha gente, parece asegurada una victoria electoral laborista en las próximas elecciones parlamentarias. Pero aún no hemos llegado a ese punto.
El segundo factor es que la opinión pública británica está cada vez más a favor del principio de nacionalizar toda una serie de sectores de la economía: transporte, agua, energía, sanidad… Esto es así desde hace mucho tiempo. Sin embargo, los efectos acumulativos de la pandemia y el colapso acelerado del Servicio Nacional de Salud y la explosión de la inflación, sobre todo cuando se combinan con la enormidad de los beneficios del sector energético, han hecho mucho para consolidar esta opción incluso entre una gran parte del propio electorado conservador.
En tercer lugar, está la actualidad sin precedentes, ya mencionada aquí, de las luchas de los sindicatos y del mundo del trabajo, con un apoyo relativo, pero muy real, de la opinión pública que también hay que señalar: las huelgas de las enfermeras por unos salarios más altos y una mejora de la calidad en los cuidados recibieron el apoyo inmediato de más del 70% de la población 6. Por otra parte, las huelgas en el transporte, mucho más sometidas a la retórica política y mediática contraria a las huelgas, también consiguieron un inusitado apoyo de la opinión pública: apoyo mayoritario en junio-julio de 2022 y muy significativo a principios de 2023 7.
Frente a las grandes dificultades del gobierno conservador, en el contexto de una violenta crisis social y de la consolidación del consenso sobre las cuestiones de propiedad pública, y con el apoyo potencial de un movimiento sindical y social de nuevo combativo en todo el país, el laborismo dispone ahora de importantes palancas para desarrollar y popularizar un conjunto de opciones y orientaciones que deberían permitirle responder a la trayectoria política literalmente mortífera [del país] 8 en los últimos años, que la pandemia no ha hecho sino agravar: extremismo oligárquico, beneficios masivos por doquier (con los megacontaminadores a la cabeza), pobreza y precariedad social, profesional, alimentaria, energética omnipresentes, naufragio de los servicios sanitarios…
Pero las prioridades de los dirigentes laboristas están en otra parte. La primera, seguir eliminando o neutralizando a todos los componentes de izquierda dentro del partido y acabar así, al menos temporalmente, con el laborismo como gran iglesia que acoge a toda una diversidad de componentes activos a su izquierda y que garantiza los vínculos con el movimiento social en distintos momentos de su historia. Las expulsiones de Jeremy Corbyn o de Ken Loach son sólo los ejemplos más notorios de lo que ahora aparece como una auténtica purga política: exclusión de organizaciones enteras y suspensiones arbitrarias de candidatos indeseables para las elecciones o para formar parte de los órganos del partido… 9. La lista sería aquí demasiado larga, sobre todo porque habría que añadirle las 200.000 (¡doscientas mil!) personas (militantes y miembros) que abandonaron el partido sólo entre abril de 2020 (la elección de K. Starmer como líder del partido) y enero de 2022. Sin embargo, para la ministra de Finanzas en la sombra, Rachel Reeves, este desánimo generalizado tras el abandono de todos los compromisos programáticos del periodo de Corbyn –en base a los que fue elegido K. Starmer–, es “algo bueno”.
La segunda prioridad, estrechamente vinculada a la primera y siempre muy bien encarnada por Reeves, es situar al laborismo como un partido pro-empresarial, fiscalmente responsable. La inestabilidad y las fuertes sospechas de incompetencia provocadas por los errores del gobierno tory han allanado el camino a un partido laborista ansioso por ganarse la confianza de la comunidad empresarial. Después de haber renunciado a cualquier compromiso sobre la fiscalidad de las empresas, a cualquier proyecto de renacionalización, después de haberse distanciado claramente del movimiento huelguístico al no expresar ningún apoyo a las reivindicaciones salariales y de haber llegado, incluso, a prohibir a los miembros del gabinete [en la sombra] que se presentaran en los piquetes, la misión parece cumplida. Hay muchos indicios de ello. El más oficial, por así decirlo, procede del ex presidente de la Confederación de la Industria Británica (CBI) y presidente de la Cámara de Comercio Internacional, Paul Drechsler, quien afirma que “Sir Keir Starmer” ha conseguido que el Partido Laborista “vuelva a sus cabales” tras Corbyn y el giro a la izquierda; “la sensación de un cambio profundo domina en los despachos de dirección y en los pasillos del poder. Las grandes empresas empiezan a hablar de los laboristas con calidez e incluso optimismo”. Para Drechsler, como para “muchas personas que importan en el mundo empresarial”, es principalmente Reeves la responsable de este renacimiento. Sin embargo, afirma: “Keir me parece una persona totalmente capaz de infundir un sentimiento de confianza en los líderes empresariales. Necesitamos estabilidad. Y necesitamos algo nuevo” 10. ¿200.000 cuotas de afiliación perdidas? En la actualidad, el partido laborista está recaudando cientos de miles de libras de ricos empresarios donantes: 100.000 libras del jefe de River Island, Clives Lewis, en agosto de 2022; otras 100.000 libras del jefe inmobiliario Fred Story en septiembre; otras 100.000 libras del multimillonario y ahora ex conservador Gareth Quarry en octubre…
La tercera opción preferida es la de una reorientación patriótica y nacionalista firme. Es cierto que esta posición ya tiene una historia dentro del laborismo. Se remonta al giro nacionalista y antiinmigración de la segunda mitad de la década de 2000, que cerró la secuencia multiculturalista del primer blairismo y su apoyo voluntario a la ampliación de la UE hacia Europa del Este. Los temas de la britanidad y la identidad nacional, aquello de empleos británicos para el trabajador británico y el vínculo entre delincuencia e inmigración ocuparon un lugar destacado en el programa electoral laborista de 2010. Sin embargo, para la actual dirección laborista es urgente corregir las expresiones de solidaridad del periodo 2015-2020. De ahí el espíritu de sobrepuja [en el panorama político inglés] bien claro y asumido: una posición dura contra la inmigración y las y los refugiados para hacer frente a la pérdida de circunscripciones tradicionalmente laboristas en antiguas regiones industriales durante las elecciones generales de diciembre de 2019. Starmer podría haber optado por poner en cuestión el embrutecimiento que la austeridad y la pauperización sin fin han infligido a regiones ya duramente golpeadas desde la década de 1980. Esta orientación había logrado atraer a una gran parte del público laborista en las elecciones de 2017 y, además, desde junio de 2022 [con las movilizaciones en curso], el partido dispone evidentemente de una inmensa reserva de energía movilizadora que debería permitirle reafirmar este tipo de proyecto y hacerlo oír a gran escala. Sin embargo, ha preferido volver al giro que dio una década antes, que dio carta de naturaleza a la política racista de entorno hostil aplicada por Theresa May (entonces ministra del Interior de David Cameron) a partir de 2013 y al tinte xenófobo del debate público en torno al Brexit.
De ese modo, la oposición laborista no plantea ninguna puesta en cuestión, ni política ni ética, a una acción gubernamental que se ha beneficiado ampliamente del consenso que le ofrece el laborismo desde los años de Brown y Miliband. En el extremo opuesto a la solidaridad de clase, para Starmer o Reeves, el problema de la política migratoria del gobierno de Sunak no es su batería de medidas racistas cada vez más fanáticas; muy al contrario: es que no está deportando lo suficiente, ni lo suficientemente rápido. En octubre de 2022, mientras los conservadores anunciaban un nuevo endurecimiento de las leyes antiinmigración, Rachel Reeves ya explicaba que era hora de que los conservadores en el poder se pusieran las pilas y aceleraran el ritmo de las deportaciones de las personas extranjeras 11. En el discurso laborista, la clase sólo se ha redescubierto en la medida en que pretende proteger a una clase trabajadora blanca de la desleal competencia extranjera –que no está documentada en ninguna parte– que le impondrían diversos registros del cosmopolitismo.
Justo en las antípodas de esta normalización racista del trabajo, veintiuna organizaciones sindicales expresaron, en una declaración conjunta, su solidaridad de clase internacionalista y antirracista contra otro proyecto de ley antirrefugiados 12: el compromiso de seguir siendo solidarios con todos los trabajadores y trabajadoras extranjeras, de luchar contra el racismo gubernamental, en particular mediante la sindicalización, la defensa de los derechos de las y los trabajadores sin papeles, contra los visados temporales y los controles policiales en los centros de trabajo. Así pues, las luchas de los últimos meses también son portadoras de esa reafirmación de la conciencia de clase, en un antagonismo entre partido y sindicatos que hace cada vez más irrelevante su vínculo histórico, del que, es verdad, se abusa tan a menudo.
Por tanto, para la derecha laborista, la ventaja lograda en los sondeos puede servir para confirmar la línea seguida desde hace casi tres años, a la espera de los efectos del desgaste de los conservadores en el poder desde 2010. “Ya lo dijimos: ¡el proyecto de la izquierda nos lleva al desastre; la orientación a la derecha nos promete la victoria!” Desde este punto de vista, las luchas de las y los trabajadores son mucho más un incordio que otra cosa y, como para eliminar cualquier posible ambigüedad, en un nuevo gesto para marcar distancias, Wes Streeting, responsable de sanidad en el gabinete en la sombra del partido, llegó a defender la utilidad y la eficacia del sector privado en la sanidad. En medio de una huelga histórica de los trabajadores sanitarios, ampliamente respaldada por la opinión pública, y de una crisis generalizada de los servicios sometidos a una privatización rastrera (en particular, la trampa de las omnipresentes asociaciones público-privadas) y denostados casi universalmente, los comentarios de Streeting eran o incoherentes… o provocadores, sin más.
Pero, ¿durante cuánto tiempo más podremos contar con los efectos del milagro de Santa Elisabeth?
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Como acabamos de recordar, la prioridad política inicial de la dirección laborista no era oponerse al Gobierno –la unidad nacional estaba a la orden del día durante la crisis sanitaria–; la prioridad era, y sigue siendo, la eliminación de la izquierda dentro del partido, utilizando todos los resortes disponibles, aunque ello signifique pisotear sus normas internas. Probablemente a nadie se le habrá escapado que la bandera y el arma elegida en esta empresa ha sido la lucha contra el antisemitismo. Starmer y su entorno no dudaron en hacer de esta cuestión el requisito previo para cualquier viabilidad y credibilidad futuras del partido. Probablemente, la violencia entre facciones que sobrevino no tenga parangón en la historia del laborismo y, como tal, delata la urgencia reaccionaria post-Corbyn que se apoderó de la nueva dirección: la posibilidad de un partido conquistado por su izquierda (hasta entonces bastante útilmente periférica) no debe repetirse jamás. De ahí la eliminación y los asesinatos simbólicos, en lugar de la domesticación, de ahora en adelante.
Sin detenernos mucho en ello, vale la pena recordar el papel muy notable y preocupante desempeñado por Starmer en esta transición: desde abril de 2020, el líder laborista llevó a cabo su campaña de liderazgo en línea con las grandes orientaciones izquierdistas construidas durante los años anteriores [los años Corbyn]. Entre otros, Starmer había apoyado los proyectos de renacionalización, o había defendido a Corbyn frente a las acusaciones de antisemitismo. Una vez elegido, él mismo tuvo que explicar que no estaba a favor de las nacionalizaciones y que la exclusión de Corbyn del grupo parlamentario era una necesidad imperiosa (tras el simple recordatorio de Corbyn de que el problema del antisemitismo, aunque real, se había exagerado mucho en cuanto a su realidad dentro del partido). En general, esta ofensiva dentro del partido, la falta de respeto a los procedimientos internos y el aumento de las intervenciones burocráticas arbitrarias en la actividad de las federaciones, no pueden augurar nada bueno de lo que la actual dirección laborista hará en la práctica, en términos de democracia en el sentido más convencional, una vez en el poder.
En la campaña contra la izquierda antirracista e internacionalista, el uso incesante de la infamante/descalificadora acusación de antisemitismo ha tenido, por tanto, una importancia táctica crucial en la reconfiguración ideológica del laborismo. A la vista de todo lo anterior, propongamos simplemente lo siguiente: esta campaña tenía por objeto, entre otras cosas, exhibir la credibilidad antirracista y antiexcluyente que procede de la noble herencia de la larga tradición antifascista que ha contribuido a definir a la izquierda en su historia. Con esta inmunidad autoadministrada, ha sido posible entregarse a todas las formas habituales de demagogia racista e islamófoba, al tiempo que se culpaba del racismo a los antirracistas.
Intentemos resumir los principales gestos de esta prestidigitación: (1) contra el pánico islamófobo, los antirracistas se solidarizan con los musulmanes sospechosos de ser irreductiblemente antisemitas, por lo tanto, los antirracistas son antisemitas por asociación y complicidad; de ahí (2) la seguridad con la que ahora es posible afirmar que la izquierda antirracista –incluidos muchos activistas judíos– que condena el apartheid israelí se limita a ocultar su antisemitismo tras sus críticas al Estado de Israel. Además, (3) la izquierda antirracista e internacionalista (antisemita), que niega la evidencia del problema de la inmigración, es ajena a las preocupaciones de la clase trabajadora, cuyo empobrecimiento continuo es, según se dice, consecuencia de la insoportable presión migratoria sobre los servicios sanitarios, la educación, la vivienda y los salarios. Por tanto, la izquierda antirracista (políticamente correcta, boba, multiculturalista y ahora woke) es antiobrera, al traicionar un elitismo social de jóvenes licenciados urbanos, desconectados de las duras y profundas realidades de un mundo obrero que nunca se ha recuperado de la desindustrialización. Asimismo (4), al negarse a ver la inmigración como un problema presuntamente responsable de la inseguridad social cada vez mayor de los medios blancos más modestos y vulnerables, la izquierda antirracista es por tanto responsable del racismo por reacción que alimenta. Por último (5), esta negativa a ver el problema es una cuestión de ceguera voluntaria y de negación de la realidad: tal incapacidad para reconocer la inmigración como un problema, es decir, los hechos, es, sin duda, muestra de una actitud irracional. De ahí la intolerancia extremista (y abolicionista) de la izquierda antirracista: pensar que la reducción de la inmigración a un problema podría, en sí mismo, tanto traicionar como validar un conjunto de presupuestos xenófobos y racistas, debe ser el signo inequívoco de un dogmatismo abolicionista.
Nos acercamos así a una especie de pequeña gramática del pánico anti-woke y de toda la euforia político-editorial en reacción a la intolerancia de la cultura de la abolición que se supone resulta de ello (una intolerancia que se entiende generalmente como un síntoma tardío de la mentalidad intrínsecamente totalitaria de la izquierda no derechista). Aquí nos encontramos en un mundo al revés en el que los antirracistas están en el origen del racismo y son cómplices del antisemitismo, cuando no –tanto las y los no judíos como, en gran número de casos, judíos– no son mas que pura y simplemente antisemitas encubiertos. En cambio, aceptar el problema de la inmigración sería la posición siempre razonable, y plenamente compasiva, hacia una clase obrera finalmente redescubierta, pero bajo el disfraz de una minoría étnica blanca, o de una clase raza, en nombre de la cual podemos seguir defendiendo nuestros valores: un socialismo de Estado nacional-social, la defensa de los servicios públicos y de los salarios fatalmente degradados por la presencia, en cifras incontroladas, de extranjeras y extranjeros que imponen una competencia desleal. Conclusión: ¿queremos luchar por la redistribución social y contra el racismo? Muy bien: cerremos nuestras fronteras y enviemos a los extranjeros a casa; así se pondrá fin tanto a la insoportable presión sobre nuestros servicios públicos como al racismo, que entonces será irrelevante, entendiendo que es la propia presencia de las y los inmigrantes y extranjeros la responsable del racismo: sin extranjeros no hay racismo. Vemos así discursos y políticas racistas puestos al servicio de la causa antirracista, contra el racismo de los antirracistas… Reencantamiento del mundo según los dirigentes laboristas y todo el pánico antiwoke del momento.
El contorsionismo hipócrita de los dirigentes laboristas representa una contribución notoria a la conversión de todo el universo mental de la derecha y de la extrema derecha en sentido común. En este sentido: la negación de todo principio de solidaridad de clase internacionalista; la negativa subsiguiente a cuestionar toda lógica de racialización de los trabajadores y trabajadoras extranjeras; la presuposición de un mercado laboral congelado en parámetros inmutables y de una escasez permanente de recursos sociales que hay que preservar en beneficio de los nacionales, entre otros. También, y quizás sobre todo, el rechazo previo de todas las investigaciones, estudios y encuestas académicas, asociativas y sindicales, que establecen que la mano de obra extranjera no es responsable del deterioro de los salarios, no pesa sobre los gastos de la Seguridad Social o, incluso, que su contribución es excedentaria, y que esta mano de obra resulta indispensable para la actividad de amplios sectores de la vida británica, ya hablemos de los servicios sanitarios, las universidades o la horticultura. Como tal, el laborismo actual es una poderosa máquina de producir ignorancia y olvido al servicio de un conformismo reaccionario desprovisto de la más mínima imaginación, cuando el blairismo original podía presumir, al menos durante un tiempo, de haber conseguido cierto séquito intelectual en los años noventa.
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En el caso del laborismo, el término polémico extremo centro puede estar bien elegido si por extremo centro entendemos una forma de adhesión estricta a un conjunto de normas, parámetros y expectativas dominantes o, en otras palabras, un conformismo tan rígido como senil. Este conformismo (que merecería la pluma de Patrick Hamilton de Impromptu en Moribundia) responde y propugna al menos cuatro mandatos interdependientes e imperiosos: el que procede de un campo mediático muy claramente concentrado en el nivel capitalista y que produce un consenso reaccionario y racista, rígido y duradero; el de una racionalidad económica y fiscal cuya dimensión responsable se mide por el grado de devoción al capital; el de un sistema electoral (“first past the post”) que comprime la vida política en un bipartidismo hostil a toda diversidad y que genera cada vez más abstención; y el de una santa comunión neo-nostálgica-imperialista transparente y globalmente intacta.
El corbynismo, aunque él mismo era expresión de nuevas y viejas expectativas ampliamente compartidas en la sociedad británica, fue visto como una amenaza inminente y sin precedentes para esta particular configuración histórica del poder capitalista en el Reino Unido. Por supuesto, se trataba de una sobreestimación de sus propias fuerzas e intenciones. Sin embargo, la sola idea de una izquierda gobernante que reconociera los crímenes imperialistas cometidos desde Irlanda hasta Iraq, para empezar, y que considerara únicamente esa posibilidad, implicaba un alejamiento fatal del edificio estatal e ideológico nacional histórico. Si a esto añadimos el proyecto de nuevas formas de apropiación social, empezaba a ganar consistencia y credibilidad la posibilidad de una salida de la barbarie capitalista. Una verdadera catástrofe.
La coyuntura configurada por las luchas en curso hace nacer una esperanza ciertamente frágil, pero pensable y en cualquier caso necesaria. El laborismo actual, no sólo derechista, sino, sobre todo, estrictamente reaccionario –en reacción al peligro de una reorientación izquierdista del partido– por toda su mecánica autoritaria y burocrática de manipulación, marginación y exclusión, a una escala sin precedentes, y también por su desprecio abierto y duradero a todas las reivindicaciones sindicales y populares expresadas en este prolongado momento de crisis y de lucha, crea las nuevas condiciones materiales y morales para una emancipación sindical y política de las corrientes y fuerzas que hasta ahora han consentido, año tras año, su hegemonía durante más de un siglo. Es un hecho innegable que los intentos anteriores en este sentido han sido un fracaso y que el marco institucional-electoral británico ejerce una poderosa y permanente coacción. Pero también es cierto que el propio laborismo fue una expresión de esa emancipación a principios del siglo XX de la tutela y la asfixia del Partido Liberal. Y queda el precedente de la elección intempestiva del propio Corbyn, este Mossadegh inglés; y queda ahora, ante nuestros ojos, el carácter hasta ahora inimaginable del prolongado movimiento huelguístico en marcha cuando todo el marco legislativo antisindical de cuarenta años parecía condenar de antemano tal eventualidad. Queda la bifurcación imprevista; queda la política y, como decía tan bien Daniel Bensaïd, su orden profano.
Thierry Labica es profesor de estudios británicos en la Universidad de Nanterre y miembro del Nuevo Partido Anticapitalista de Francia
Notas
1 Que finalmente se han suspendido mientras se reanudan las negociaciones sobre una nueva oferta.
2 “BP Slows Transition to Renewable Energy as Oil Bonanza Continues”, Wall Street Journal, 7/2/2023, https://www.wsj.com/articles/bp-q4-earnings-report-20221167575543
4 https://yougov.co.uk/topics/politics/trackers/keir-starmer-approval-rating
5 https://yougov.co.uk/topics/politics/articles-reports/2023/02/28/voting-intention-con-23-labour-46
7 https://yougov.co.uk/topics/politics/articles-reports/2023/01/31/what-affects-support-strikes
8 Según una reciente investigación realizada por la Universidad de Glasgow y el Centro de Salud de la Población de Glasgow (un estudio que confirma y amplía trabajos anteriores), las políticas de austeridad aplicadas desde 2010 contribuyeron a 335.000 muertes suplementarias entre 2012 y 2019. https://medicalxpress.com/news/2022-10-excess-deaths-great-britain-attributed.html
9 Sobre este tema, los recientes episodios de la investigación documental realizada por el canal al-Jazeera, “The Labour Files”, son indispensables.
11Reeves ya se había distinguido en 2013 al afirmar que los laboristas (entonces liderados en la oposición por Ed Miliband) serían más duros que los conservadores en materia de gasto social y que “no somos el partido que representa a los que no trabajan”.
12 Este “Proyecto de ley sobre la inmigración ilegal” se presentó en el Parlamento el martes 7 de marzo y, según Naciones Unidas, contraviene el derecho internacional, en particular la Convención de 1951 sobre la acogida y el asilo de los refugiados. 12/
Fuente: https://vientosur.info/gran-bretana-critica-de-la-razon-laborista-en-2023-reaccion-y-esperanza/