«El poder constituye un tremendo estigma, una especie de orgullo humano que necesita controlar la personalidad de otros. Es una condición antilógica que produce una sociedad enferma. La represión siempre produce el contragolpe de la rebelión. Desde que era niño sentí la necesidad de oponerme al poder, al bárbaro castigo por cosas sin importancia, cuyas […]
«El poder constituye un tremendo estigma, una especie de orgullo humano que necesita controlar la personalidad de otros. Es una condición antilógica que produce una sociedad enferma. La represión siempre produce el contragolpe de la rebelión. Desde que era niño sentí la necesidad de oponerme al poder, al bárbaro castigo por cosas sin importancia, cuyas razones nunca se manifiestan.»
Augusto Roa Bastos
I.- POR UNA REVOLUCION DEMOCRATICA PERMANENTE:
Se viene hablando mucho de «3R al cuadrado» (primero: revisión, rectificación, reimpulso; ahora: re-polarización, re-politización y re-unificación) y de las líneas estratégicas de acción política del PSUV. Uno espera que la sensatez para una profunda rectificación y para la renovación radical de las prácticas y los discursos socialistas del siglo XXI, se eleven al cuadrado también. La creación del «intelectual colectivo» es un reto pendiente del proceso revolucionario bolivariano.
Hasta ahora domina un «régimen de signos», con una fuerte afinidad con la tradición del Socialismo Burocrático del siglo XIX-XX: con sus fórmulas ideológicas, con sus marcos de sentido, sus guiones (scripts) discursivos, repitiendo sus agenciamientos de enunciación.
La «tradición de los muertos» sigue aprisionando como una pesadilla el cerebro de generaciones vivas, justamente como Marx hablaba en el 18 brumario de Luis Bonaparte, tomando prestado los trajes viejos. El «trabajo intelectual muerto» sigue dominando como poder independiente y cosificado al «trabajo intelectual vivo». Trabajo vivo, existencia concreta, son las posiciones de enunciación contra una alienación histórica. Pues no solo se trata de liberar la existencia material, sino además la existencia espiritual.
Sin reforma intelectual y moral, sin pensamiento insurgente, sin renovación y descolonización del pensamiento crítico socialista, será muy dificil escapar del marxismo burocrático del siglo XX, del estatismo, de la moralina compulsiva, del colectivismo despótico que se generalizó en nombre de la emancipación y el socialismo revolucionario.
Por otra parte, pocos se atreven a decir a viva voz, que la manida «radicalización» no consiste en desempolvar los manuales de un dudoso pensamiento marxiano elaborado desde la extinta Academia de Ciencias de la URSS, sino que consiste en la radicalización democrática del socialismo, en la construcción de la democracia participativa y socialista para el siglo XXI.
La clave de la renovación es incluso una viaje de retorno creativo al espíritu de la democracia radical, que será apropiado y metabolizado por el propio pensamiento marxiano, pero que pertenece a la memoria de luchas de las clases populares y los sectores subalternos.
No se trata entonces de etapismos (primero la revolución democrática, lugo la revolución socialista), sino que la revolución democrática y la revolución socialista son dos aspectos de un mismo proceso de revolución constituyente permanente. Por tanto, la vieja historia de algunos nostálgicos de las ideas de los «bolcheviques jacobinos», de suponer que la democracia es solo forma política y el socialismo es el contenido social es una farsa; pues justamente allí se incuba el flagelo del despotismo burocrático prototípico de los «socialismos realmente inexistentes».
Por ahora, hay mucho imaginario «jacobino-blanquista» disfrazado de «marxismo vulgarizado», de receta «marxista-leninista»; es decir, de fórmulas estalinistas crudas combinadas con mucho «cesarismo-bonapartismo» que desembocan en el «culto al jefe» y a los «reinos celestes» de viejos espantapájaros como Weitling o Lasalle.
Lo que es aún ausente, es la apropiación y fecundación del pensamiento crítico, revolucionario y abierto de Marx cuando se referia, por ejemplo, a Flora Tristán: la «auto-emancipación de los trabajadores como obra de los trabajadores mismos», ó al Marx de la «democracia radical» (movimiento autónomo de la inmensa mayoría por el interés de la mayoría inmensa), al Marx de la «lucha sin cuartel contra todas las formas de alienación material y espiritual» que colocan a los seres humanos en un estado de desposesión, cosificación, humillación y sojuzgamiento.
El problema es que la izquierda revolucionaria pragmática supone que la teoría revolucionaria ya ha sido «construida» y que lo que resta es «aplicarla». Para ésta, el socialismo realmente inexistente del siglo XX fue un problema de «aplicación» y no un problema de «concepción», de «fundamentos», de rectificaciones históricas en el diálogo permanente entre «teoría» y «praxis».
Marx no sería para estos marxistas vulgares un «perro muerto», sino un «perro prostituido» al mejor postor. Pero no hay peor venganza de la historia, que la de usurpar sus ideas críticas vigentes, pues «la carga del tiempo histórico» desenmascara todas las imposturas.
Algún día podrán distinguir entre lo que hay de Marx en Lenin, por una parte, y lo que en Lenin desfigura paso a paso todo aquello que hace gigante y vigente al espíritu revolucionario de Marx. Pues entre el pensamiento crítico, abierto e inconcluso «marxiano» hay un abismo con relación al doctrinarismo marxista-leninista que se ha hecho sistema dogmático, cerrado y esclerosado, en manos de todos los apologistas del socialismo burocrático. El «calco y copia», entonces, no puede confundirse con las tareas políticas del trabajo intelectual vivo, de la creación, con las tareas de repensar críticamente, paso a paso, los conceptos y categorias heredadas.
Desde aquel impulso llamado «proyecto de reforma constitucional», fácticamente fallida en el año 2007, puede observarse un extravío ideológico-político que ha tenido graves consecuencias para la conducción del proceso venezolano: perdida significativa de respaldo político de la revolución bolivariana en sectores popular-urbanos, en franjas importantes de los sectores medios, en pequeños y medianos empresarios que no forman parte ni del gran capital, ni del poder trans-nacional ni de la gran burguesía de Estado. La forma y contenido del mensaje del proyecto de la reforma constitucional era en términos generales una restauración de las concepciones del estatismo autoritario y del marxismo soviético del siglo XX. El método era además algo distinto a una iniciativa constituyente desde abajo. El socialismo no cae del cielo, ciertamente, y tampoco del poder constituido.
Pero lo más grave de los efectos de aquella coyuntura se cocinan aún abajo, en el desencanto y desencuentro del discurso oficial sobre el «Socialismo Bolivariano» frente a la interpelación y demandas de los «condenados de la tierra». La esperanza popular por la transformación sustantiva de las condiciones materiales y espirituales, no puede ser desafiada con estafas propagandísticas de bajo vuelo, con una psicología política de masas de corte reaccionario. No puede confundirse con una concepción bancaria, vertical y autoritaria de la política, de la comunicación, de la educación, de la organización de un modo de producción asociativo.
El humus popular se mueve y no cree en contrabandos ideológicos que nos retrotraen a una suerte de estalinismo de pulperia. El asunto es que la caja de herramientas ideológicas y teóricas con las cuales trabaja la burocracia del Estado y del Partido, siguen estando atadas al «trabajo intelectual muerto»; es decir, que quienes presuntamente luchan contra la alienación, la cosificación, la reificación, la enajenación del metabolismo del Capital, son victimas de un profundo proceso de paralización del pensamiento crítico y revolucionario. El doble problema es que se plantea transformar la sociedad con las armas melladas y podridas del capitalismo y del socialismo burocrático.
II.- SOCIALISMO BOLIVARIANO: ¿CUAL CREACIÓN HERÓICA?
La retórica ultraizquierdista y filo-estalinista (sectarismo y dogmatismo) combinada con prácticas efectivas de la vieja subcultura de la adequidad descarnada (populismo adeco-copeyano), del añejo capitalismo de Estado venezolano (con su patético clientelismo, la pillería, las prebendas y el oportunismo) generan las más visibles inconsistencias entre lo que se predica y los que se hace cotidianamente.
Las referencias ideológicas manifiestas siguen estando amarradas a la agitación y propaganda de la vieja izquierda bolchevique ó a los formulismos ideológicos de Fidel y el Che, ambos comprometidos con el espiritu de su tiempo, en la creencia de la identidad entre el pensamiento marxiano (el de Marx) y el dictat marxista-leninista (la construcción estalinista de la dudosa equivalencia entre Marx y Lenin).
Hoy sabemos que fueron Bujarin y Stalin, quienes comenzaron a hablar del «marxismo-leninismo», pués ni siquiera fueron honestos en hablar del marxismo de Marx y del leninismo de Lenin, como pensamientos con «semejanzas» y «diferencias»; incluso en algunos aspectos, con profundas contradicciones entre estos. Ni siquiera el descongelamiento de Kruschev y aquella idea de volver al «leninismo auténtico» en pleno custionamiento del estalinismo, permitió al «guerrilero heroico», el Che Guevara, desprenderse de la matriz ideológica del «marxismo-leninismo» heredada. Incluso hoy, Fidel se define como «marxista-leninista» y «martiano».
La vieja izquierda aún supone que derrumbado el Socialismo Burocrático del siglo XX, puede conservarse en pie el «marxismo sovietico», como referente ideológico y teórico que no ha vivido ni una crisis de sustentación, ni de consistencia ni de legitimación política. ¡Que viva el dogma, carajo!
De nuevo, el trabajo intelectual muerto, no permite una renovación de las prácticas políticas ni intelectuales para un socialismo radicalmente democrático. Este pesado lastre ideológico adquiere mayor viscosidad y gravidez en la izquierda pragmática del siglo XXI al combinarse con la inercia histórica de populismo cesarista, lo que algunas vez fue llamado: «bonapartismo progresivo» (Trotsky dixit). El pueblo, como quiera que se defina a gusto de los apparatchiki del momento; sin embargo, intuye, huele, escucha y observa. Sabe distinguir, comprende y expresa sus malestares, sus «ruidos de calle», aunque traga piedras apoyando hasta la muerte una revolución devorada en parte por la viveza y vileza de un nuevo cogollo cuya composición social dominante sigue marcada por la presencia de burócratas profesionales y de cleptocratas arrimados al mana de las cuentas públicas (esta es vieja historia de continuidad desde los viejos caudillos y «notables» del siglo XIX hasta la «derecha endógena» de hoy).
No hay que vivir preñado de ilusiones. Las contradicciones frente a la oposición de derecha siguen siendo tan antagónicas como las contradicciones en el seno del campo bolivariano. Mientras no se despeje el camino frente a los obstáculos del subterfugio estalinista y la boliburguesía enquistada en muchas de las palancas de poder del proceso, la revolución bolivariana seguirá su desaceleración y su reflujo revolucionario. El saqueo y el botín político del presupuesto «de todos y todas», ha sido el crudo esperpento de la politiquería a la carta de este país llamado «Venezuela».
Esto tiene que ver con la inercia de la vieja cultura política rentista, con la trama densa de las prácticas de acumulación delictiva del capital (nuestra permanente Acumulación Originaria de la lumpeburguesía parásita). Pero por si fuera poco, a este grave mal se le ha sumado el desvarío de apelar a guiones de «calco y copia» propios de las experiencias del Socialismo Realmente Inexistente.
Las contradicciones, entonces, ni son simples ni remiten al binarismo de «dos polos», a un maniqueismo para consumo de masas. Las pulsiones de la subversión radical todavía tienen que despejar una complicada madeja de conflictos y complicidades. La revolución democrática y socialista sigue gateando, aún recibe el látigo de la derecha de siempre, y de los nuevos amos, la «nueva clase político-ecoonómica» hegemónica del proceso de conducción de la revolución bolivariana.
III.- DEMOLER LOS DOGMAS:
Por eso, pareciera ser un anatema plantear la urgencia de repensar nuevas figuras de socialismo radicalmente democráticas, la actualidad de la democracia participativa (aún carente de instituciones efectivas) para el siglo XXI. El hecho que apelar a la «democracia participativa» sea interpretado por los capataces estalinistas como un signo subversivo, es un indicador de lo que falta aún por recorrer para transformar la arquitectónica de las relaciones de fuerzas en la sociedad venezolana.
El ahora «boom» del «buen vivir», extrapolado del mundo andino hacia las geografias de la experiencia urbana, mestiza y caribeña (con afinidades a la «plena existencia humana» marxiana), pudiera terminar siendo una nueva cobertura ideológica y etno-cultural, si no se asumen sus profundas implicaciones para la puesta al día de una ecología política radical y para la descolonización de nuestros modos producir y reproducir la vida.
A las tareas de des-dogmatización del pensamiento revolucionario, aun esclerosado, conviene articular las tareas de la des-colonización y de la ecosofía, pues el universalismo abstracto, eurocéntrico, cargado de la racionalidad instrumental, sigue haciendo estragos en quienes hablan de «pensamiento revolucionario universal». Esto tiene implicaciones prácticas evidentes, no son disquiciones de algunos escribas miembros de la «Ciudad Letrada».
El caso de la criminalización del Lider indígena Yupka de la sierra de Perijá, Sabino Romero, muestra en que puede desembocar una caricatura del indo-socialismo, cuando la propia Ley Orgánica de Pueblos Indígenas ni se aplica ni se cumple; es decir, que la materia concreta de la demarcación de las tierras indígenas es asunto de «crimen y castigo», muchas veces obstaculizada por los propios terratenientes, la complicidad de funcionarios militares y policiales y los intereses de la explotación de materias primas como el carbón.
Algunos nuevo-socialistas del siglo XXI omiten recordar como la Revolución Mexicana hablaba de «Tierra y Libertad». Obviamente, estos nuevo-socialistas se parecen más a los personajes de la dictadura perfecta del burocrático PRI (institucionalizar la revolución es la muerte de la revolución) que al Zapatismo rebelde. También nuestro Ezequiel Zamora decía mucho antes lo mismo: «Tierra y Hombres Libres. Horror a la Oligarquía». Asì mismo. José Carlos Mariátegui señalaba que no se puede abordar el problema indígena sin resolver el problema de la tierra. Los sobrevivientes del mundo indígena y campesino muestran la contra-cara oprimida, sometida al coloniaje y el racismo del «país oficial», a los pillos financieros, acumuladores y rentistas urbanos, con su modelo cultural de referencia: el consumismo, el nuevo-riquismo y el despilfarro capitalista.
Un país de graves fracturas y dislocaciones, solo puede esperar en cualquier momento un terremoto social. En la América Profunda, los sismografos sociales apuntan a un magma de exclusiones y negaciones culturales de larga data, a violencias estructurales que no son enfrentadas desde meras retóricas de redistribución populistas.
La revolución bolivariana, si de veras es anti-imperialista y anti-colonialista, no merece un campo de izquierdas tuteladas, un movimiento popular administrado, sin posibilidad de interpelar con eficacia política las estructuras de dirección política de abajo hacia arriba, sin posibilidad de que la contraloría social sea eje de la «democracia protagónica revolucionaria». Sin «democracia protagónica revolucionaria» se apaga la llama de la revolución democrática permanente. El nuevo socialismo para el siglo XXI requiere avivar la llama constituyente de la democracia radical, sin la cual la participación y la movilización del pueblo organizado, terminan encuadradas en un panóptico de dispositivos corporativos-clientelares que encapsulan la emancipación social, política y cultural.
IV.- EL MÉTODO OLIGÁRQUICO DE LA COOPTACIÓN:
Algunos aliados políticos del capitalismo de estado, de la cleptocracia y de la acumulación delictiva de capital, pretenden institucionalizar la fórmula cuartelaria de la «línea y cadena de mando» para clausurar el barullo popular. Habría que subvertir la fórmula: ¡Con Chávez manda el pueblo!, y comenzar a gritar en todas las esquinas: ¡Sin pueblo protagonista, manda la burocracia, la derecha endógena y el Capital!
Ahora los voceros de la nomenclatura tratan de minimizar el papel de la burocracia de partido y de la derecha endógena en el control de las palancas efectivas de poder (los centros estrategicos de poder), y han hecho un llamado a confundir los métodos de democracia interna haciendo una apología de un procedimiento típico de cualquier oligarquia (de cualquier cogollo, como decimos aquí) llamando a la «Cooptación». No es casual que entre los «desvarios ideológicos» de cierta oposición, ciertas prácticas del «oficialismo» huelan a dosis bién administradas de rasgos fascistoides y corporativos.
El asunto, sin embargo, nos lleva directamente al grano: al cesarismo populista de algunos leales cuadros del «oficialismo», cuya formación política presenta una aversión profunda por los decibeles de la democracia deliberativa y participativa. Uno sabe cual es la diferencia entre cooptación y democracia participativa…¿Pero les interesa a ellos? ¿Que diría Alfredo Maneiro de semejante impostura?
La democracia radical podra ser decretada «desde arriba» cosa de «métodos burgueses», opción enarbolada por «pequeños burgueses». Sin embargo, la multitud popular se mueve… Esta «nomenclatura» muestra simple ignorancia transformada en arrogancia mediática, está nerviosa y juega al cinismo. Lo que no se quiere reconocer es que con las prácticas habituales del partido-maquinaria-aparato, del cogollito de siempre, no habrá victoria electoral en el 2012 ni avance revolucionario. ¿Quienes conspiran entonces para acelerar la derrota del pueblo trabajador y bolivariano?
El tiempo de las fintas se ha acabado. Desde algunos circulos de poder se proponen algo muy distinto a «mandar obedeciendo al pueblo», se propone nada mas y nada menos que «mandar obedeciendo al cogollo». La corrupción de la política, según Enrique Dussel. No es extraño entonces que el rumor de calle diga: ¡solo el pueblo salva al pueblo!
V.- LA ALIANZA ENTRE DERECHA ENDOGENA Y ULTRA-IZQUIERDA RETÓRICA. ¿QUE (NO) HACER?
Consideramos que el estancamiento, bloqueo histórico y reflujo político de la revolución bolivariana presenta causas y condiciones distintas a la unilateral atribución a un factor de «hegemonía pequeño-burguesa» en la dirección ideológica y política del proceso.
No es un asunto de «reformismo», sino mas bién de corrupción de la política, corrupción encarnada por la derecha endógena, por la «Burguesía de Estado», que mueve sus piezas políticas. En Venezuela, Luis Vitale nos enseñó a desconfiar tanto del gran capital privado aliado al poder imperialista, como de la «Burguesía de Estado», alimentada sobremanera por la renta petrolera y por las «comisiones» de su esquema de contrataciones de grandes obras públicas con nacionales y extranjeros.
La «mordida» a la venezolana también construye meteóricas fortunas y una «red de testaferros». Sergio Bagú nos enseñaba a mirar la economía sumergida, no la que aparece en las estadisticas oficiales. También se dice que el procer socialdemocrata venezolano Carlos Andrés Pérez murió pobretón, ciertamente menos afortunado que la red tejida por Leonardo Sucre Figarella desde la Corporación Venezolana de Guayana. La historia mantiene los trajes y parecen cambiar los cuerpos. Los llamados «doce apostoles» de la llamada «Gran Venezuela» pueden resurgir en algunos clanes de la boli-burguesía. No podemos olvidar este pequeño detalle histórico.
Por tanto, h ay graves errores de derecha en el seno de la revolución (el reformismo, el capitalismo desde el estado y el burocratismo), pero no están desconectados de un reverdecer de las «mascaradas de ultra-izquierda» (el sectarismo y el dogmatismo). Aquí hay que hilar mucho más fino. Hay conexiones ocultas entre fracciones de la derecha endógena y cierto uso como «masa de maniobra» de factores que se presentan como representantes del ultra-izquierdismo retórico. Allí está la clave de la «radicalización» verbal de agunos, pero en el marco de prácticas económicas y políticas «reaccionarias».
Mientras se desea a toda costa conservar espacios de poder y controlar palancas económicas, se induce a cierto ultra-izquierdismo para abortar lo que seria un trabajo político consistente de rearme político-ideológico y autónomo del pueblo trabajador. Una mezcla de «cogollo» con «plebe de choque» intenta evitar la revolución de abajo hacia arriba, rompiendo con base a la cooptación con todo lo que se parezca a movimiento desde abajo. La cooptación huele a lo que Gramsci llamó transformismo y «revolución pasiva».
Lo paradójico de la situación es que los actores más representativos de las prácticas de derecha (de la burocracia, del capitalismo desde el Estado, de la acumulación delictiva de capital, del estalinismo, del cogollo bolivariano) se disfrazan de retórica ultra-izquierdista. ¡Algo huele mal en Dinamarca! ¿Es posible defender pudriciones éticas en nombre del Che, por ejemplo? ¡Aunque usted no lo crea! No es cuestión exclusiva de una «ideología incorrecta», sino de la confluencia de determinaciones y mediaciones históricas que afectan la praxis transformadora en las condiciones particulares del siglo XXI. Usted puede recitar de memoria frases de Lenin, Fidel Castro, Guevara, Mao, pero estimados, el asunto es su práctica cotidiana, su modo de existencia material, sus triquiñuelas, su modo de gestionar las relaciones de poder, de asumir la transformación de una institucionalidad de cabo a rabo capitalista, de concebir su estatus y roles de «dirigente» del «partido más democrático de nuestra historia».
Hay una lucha entre el partido-maquinaria y el partido-movimiento. Con la cooptación, el partido-maquinaria ha logrado el primer «Nocaut» (knock-out) contra el partido-movimiento. Las líneas estratégicas del PSUV son un cuadrilatero de luchas entre la lógica del «PRI a la venezolana» y las «lógicas constituyentes» de las corrientes radicales. Y cuando decimos «PRI a la Venezolana» solo tenemos que recordar en que se parecian AD y el MVR.
Sencillamente lo que usted: «boliburgués y pumarrosa» dice «ultra-izquierdistamente» entra en cortocircuito con lo que usted hace, dispone y ejecuta cotidianamente como «cultura política capitalista» cotidiana. Esa es la impostura que cualquier mortal reconoce tras tanta verborrea de revoluciones «bonitas» y «rojo-rojitas».
VI.- DEMOLER EL SOCIALISMO BUROCRÁTICO:
Desde el año 2007 se viene imponiendo subrepticiamente un doctrinarismo ideológico típico de una izquierda despótica (bloqueando en la mayoría de los casos, las voces y los liderazgos de base de los colectivos, grupos y sectores populares) que insiste en «calcar y copiar» modelos de socialismo indeseables para grandes segmentos de la población.
El sistema de deformación socialista ejecuta una programación ideológica para imponer, claro sutílmente, lo más vetusto del socialismo burocrático del siglo XX. Pareciera que una «fracción económico-política dominante» nacida al calor del arribismo en la revolución (la «nomenclatura pumarrosa») ha encontrado a los «capataces» perfectos para ejercer el «comisariato político», el control, la disciplina y vigilancia de la crítica radical, la administración desde arriba del movimiento popular y de los movimientos sociales: los cultores del estalinismo tropical, nuestros «apparatchiki», tanto de ahora como de otrora.
Capataces bien pagados pretenden darle rienda suelta a su doble condición de opresores/oprimidos, usar su látigo ideológico y las presiones más ruines para apagar cualquier barullo crítico del movimiento popular. Los nombres irreverentes de Simón Rodríguez, Simón Bolívar y Ezequiel Zamora son burlados y pisoteados.
Escúchese bien, desde el viejo socialismo burocrático no habrá revolución democrática y socialista alguna, tampoco podrán abordarse las cuestiones más novedosas de las coordenadas del tiempo histórico presente: ni la cuestión ecológica podrá interpretarse desde el productivismo y el consumismo que caracterizan al canon de la teoría revolucionaria bajo el dogma de la neutralidad ideológica del desarrollo de las fuerzas productivas, ni la cuestión transmoderna y la descolonización, producto de una crítica radical a la visión euro-céntrica y colonial del «marxismo burocrático», ni la cuestión de «género», ni las diversidades sexuales, ni los movimientos anti-institucionales, ni anti-burocráticos. La vieja izquierda de aparato impone el «trabajo muerto intelectual»: el dogma.
En todos estos terrenos, aplicar la «teoría revolucionaria heredada» (la receta ABC del «manual de términos revolucionarios para la ejecución de prácticas reaccionarias») conduce sin más a un catálogo de «prácticas despóticas».
VII.- DEMOLER EL MITO CESARISTA
La evaluación histórica y teórico-crítica de las experiencias del socialismo real, plantea la incompetencia evidente en materia de alternativas democráticas radicales de la vieja izquierda, de todo aquello que se produjo desde el seno de las codificaciones del «marxismo soviético»: culto a la personalidad, partido-único/Estado, burocratismo y sectarismo, comisariato político, moralina coactiva y compulsiva, han sido elementos que entrabaron sobremanera los proyectos históricos de emancipación radical, no solo en el terreno de la liberación política y social, sino en el propio terreno de los espacios singulares de libertad y de la vida cotidiana.
Cuando la libertad no es sólo un privilegio económico (capitalismo liberal) sino un privilegio político de la «nueva clase» (socialismo burocrático) no hay realización efectiva de un proyecto de emancipación. Habría que recordar la intervención del enragé Jacques Roux, cuando éste puso el dedo en la llaga:
«La libertad no es otra cosa que un fantasma inútil, cuando una clase de hombres puede reducir al hambre impunemente a la otra. La igualdad no es otra cosa que un fantasma inútil, cuando el rico, mediante el monopolio, ejerce el derecho de vida y muerte sobre sus semejantes. La República es un fantasma inútil, cuando la contrarrevolución se asienta día a día en el precio de los productos que las tres cuartas partes de los ciudadanos no pueden conseguir sin derramar lágrimas.»
La democracia es un fantasma, una farsa, cuando el representante existe gracias a que el representado sólo puede emplear su esfuerzo y tiempo en procurar la subsistencia. La deriva del liderazgo revolucionario no es asumida ni siquiera en clave de Simón Rodríguez (¿repite usted aquello del socialismo utópico?) cuya máquina de enunciados estuvo destinada al aprendizaje del autogobierno popular (en fin, una educación política para la libertad, la igualdad y la ciudadanía republicana).
El mito cesarista (bonapartista) no es una fatalidad de la historia, está directamente articulado a las limitaciones concretas para el despliegue de la democracia participativa por parte de las direcciones realmente existentes de los llamados «partidos revolucionarios», muchos de ellos todavía inoculados con la «verdad suprema» del «leninismo de partido único» (son «partidos del orden»).
Solo una pequeña orientación bibliográfica; revise página a página la investigación sobre la teoría de la revolución en el joven Marx (Michael Löwy. Editorial Siglo XXI) y se dará cuenta del antagonismo entre la auto-liberación de los trabajadores y trabajadoras, liberación de su alienación política en cualquier figura del «imaginario jacobino-beauvista» o del «culto a la personalidad».
No hay Bonapartes ni «partidos-maquinarias-únicos» que le hagan las tareas revolucionarias al pueblo trabajador ni a la multitud constituyente. No se trata de querencias ni de buenas intenciones de nadie. El asunto es que la maquina institucional como lo son los partidos-aparatos, requieren de sus engranajes bien aceitados, sus apparatchiki, pues es el ritual ideológico, sus liturgias, las que enmarcan los habitus, la fraseología y voluntades que allí habitan como «peces en el agua». Hasta ahora el «príncipe moderno» no ha parido un «partido democrático y revolucionario de masas» (la ilusión naciente del PSUV) que efectivamente ejerza la democracia radical interna, que exprese en un centro de dirección colectiva la voluntad mayoritaria no solo de una militancia, sino del bloque social de los explotados y oprimidos. Con el pretexto de los «cuadros bien formados» sabemos que estamos ante engranajes «bien disciplinados y sumisos».
Por tanto, lo más elemental es aprender una lección de la historia: un partido-único dominado por el «centralismo burocrático», por la cultura del cogollo y del aparato electoral prefiguran desde siempre la maquinaria institucional del Estado despótico.
VIII.- EL PROYECTO POLÍTICO-ECONÓMICO-SOCIAL DEL GOBIERNO:
Por otra parte, la ineficacia e ineficiencia de la política social depende de su escasa vinculación con el empoderamiento popular (el protagonismo del poder popular), transformándola en viejas fórmulas clientelares (las misiones presentan un grave deterioro, no hay una nueva institucionalidad revolucionaria junto a los programas sociales con eficacia, eficiencia y alto impacto).
El bloqueo y cooptación desde arriba del empoderamiento autónomo de los movimientos sociales y populares muestra un esquema de poder más interesado en el control político que la redistribución intensiva y extensiva del poder. No se trata de transferirle poder desde arriba, sino de quitar las barreras para que el poder popular se exprese como dicta cualquier noción elemental de protagonismo y soberanía popular directa (Art. 5 CRBV).
Habrá que repetirlo hasta el cansancio: ¡Los órganos del Estado emanan de la soberanía popular y a ella están sometidos!
Las graves fallas de política económica muestran el camino a paso de «morrocoy mocho» de los intentos por romper con una economía rentista petrolera (como modelo extractivista de crecimiento económico), reproduciendo fallas en el modelo distributivo y redistributivo de la renta (el reparto del ingreso nacional sigue siendo desfavorable al «mundo de los asalariados» y favorable a las rentas, intereses y ganancias capitalistas).
No hay coeficiente de Gini que oculte que los capitalistas (que son pocos) ganan aún muchísimo más que los asalariados, explotados y dominados (que son muchos). Curiosee un poco como se inventó el manido coeficiente de desigualdad, para saber que intereses de clase estaban en juego. Detrás de todas las sofisticaciones matemáticas de Gini, no hay que olvidar que su autor, Corrado Gini fue un influyente ideólogo fascista (escribió nada mas y nada menos que «Las bases científicas del fascismo»-1927). La alternativa es más sencilla que un debate sobre cálculos matemáticos de desigualdad y concentración del ingreso, que ejercicios de normalización de medidas-promedio, pues cualquier coeficiente de desigualdad puede medir los «quintiles» o «deciles» más altos y más bajos de una pirámide de ingresos (de personas o de hogares), su proporción y distancia social.
Por otra parte, las remuneraciones al factor trabajo en el análisis del ingreso nacional, dan también cuenta de las remuneraciones al capital. Una pequeña relación numérica Capital/Trabajo que no es nada inocente. Ninguna afición a la tecnocracia está por encima de la sintomatología de la dinámica de la explotación capitalista.
Finalmente, en el plano teórico-crítico es palmaria la ausencia de instancias colectivas, creativas y libres de debate-encuentro entre fuerzas y movimientos de izquierda, para construir opciones sin caer en las descalificaciones, coacciones y violencias simbólicas tan características de la izquierda cavernaria, dogmática y sectaria. Un viejo cuadro militar-policial del extinto órgano de inteligencia venezolano solia decir en sus pocas intervenciones públicas que la izquierda venezolana vivía presa de la enfermedad endémica de la división. El sectarismo es pues la enfermedad de la izquierda venezolana, y es tan viejo como la imposibilidad de construir un «frente unico de izquierdas» luego de la coyuntura de 1936.
IX.- ¿VICTORIA EN EL 2012? LA RE-CONDUCCIÓN RADICALMENTE DEMOCRÁTICA QUE NO LLEGA:
Insistiremos. La revolución bolivariana ha tomado un rumbo equivocado. Requiere una reconducción radicalmente democrática del proceso popular constituyente que se inicio en 1998. La radicalización democrática es el eje de la rectificación y del reimpulso, para no calcar ni el viejo Socialismo ni perpetuar el Capitalismo rentista y monopólico de estado (CRME).
La reunificación de fuerzas no puede ser pretexto para caer en manos del esperpento estalinista convertido en «propaganda bancaria». La re-politización de la gestión pasa por una estrategia hegemónica de fuerzas popular-democráticas, para recuperar, reunificar y reagrupar actores, movimientos y fuerzas sociales que se han venido desactivando, distanciando y desagregando de la corriente histórica nacional-popular que amalgamó la revolución bolivariana en 1998.
Es en la conjunción entre socialismo y democracia donde puede avivarse la llama que fecunda la revolución bolivariana. No en su disyunción.
Hay muchos más aspectos a considerar, si se trata de hacer previsiones para el 2012. Incluso si Chávez gana mucho antes de lo que muchos suponen (¿Diciembre 2012?), con una votación que oscila entre 57% y 63% de los votos, la pregunta será: ¿Y ahora, que hacer?
Lo fundamental en un riguroso análisis de la correlación de fuerzas (internacionales, nacionales y en el seno del pueblo) para evitar la derrota estratégica de la revolución bolivariana, democrática y socialista, incluso no en manos de la oposición de derecha sino en manos de la alianza entre una nueva clase político-económica y sus capataces políticos estalinistas.
La crítica, por más desmesurada que sea, es un insumo de trabajo político. Para este elemental propósito, hay que corregir graves fallas en la definición del Proyecto Político de Gobierno y del proceso bolivariano.
El dilema de las llamadas corrientes radicales es captar si tienen vocación para transformar radicalmente las relaciones de poder, y colocar al bloque popular democrático-revolucionario en el control de las palancas de la revolución.
Si fuera así se habrá derrotado momentáneamente al imperialismo y sus lacayos explícitos, pero también habrá que analizar cuanto se ha avanzado en derrotar a la derecha rojita y a sus capataces estalinistas. Esto dependerá de la fuerza de renovación y recuperación del pueblo trabajador, unido y organizado, para una nueva fase de luchas. Contra el Capitalismo, la burocracia, la derecha endógena y el sectarismo. ¡Sólo el pueblo salva al pueblo!
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.