Sherlock Holmes, la creación literaria de Arthur Conan Doyle, resolvió una vez un caso de asesinato tras observar que el perro no había ladrado. No se necesita la perspicacia de Holmes para ver claramente que el plan ofrecido a Gracia es un paquete de rescates que no rescata nada. Es el desayuno del perro. En […]
Sherlock Holmes, la creación literaria de Arthur Conan Doyle, resolvió una vez un caso de asesinato tras observar que el perro no había ladrado. No se necesita la perspicacia de Holmes para ver claramente que el plan ofrecido a Gracia es un paquete de rescates que no rescata nada. Es el desayuno del perro.
En efecto, lo que se ha ofrecido a Grecia es un paquete de ayuda financiera en torno a los 22 mil millones de euros, pero no habrá financiación hasta que el país fracase en su búsqueda de financiación alternativa, lo que viene a ser lo mismo que ignorar la necesidad del rescate. Grecia, como todos quienes toman prestado, lo que hace simplemente es ofrecer títulos de crédito a tipos más y más altos hasta que encuentre los compradores que necesita. En la teoría económica el fracaso se define como la tendencia de los tipos al infinito, sin compradores. Llegados a este punto, los miembros del euro entrarían en acción con una oferta de préstamo a un tipo no concesivo que, presumiblemente, se acercaría al infinito. Como ha observado George Friedman, de Stratfor, «eso equivale a ofrecer a un propietario de vivienda incapaz de seguir pagando su hipoteca una oferta de refinanciación que igualara o aun incrementara sus tasas hipotecarias por encima de las tasas que ya no puede pagar».
Es un sinsentido, huelga decirlo. En realidad, lo que viene es a confirmar que Grecia está abandonada a sí misma. Significa que los países que componen la Unión Monetaria Europea se mantendrán al margen, sin acción ninguna de su parte, como puros observadores del proceso en curso en los mercados de quiebra de los tipos de financiación de Grecia, que llegarán a alcanzar doble y aun triple dígito, como les ocurre a todos los prestatarios de divisas exteriores, incluidas las naciones con tasas de cambio fijas.
Hasta aquí la solidaridad europea. Peor aún: la Canciller alemana Angela Merkel ha conseguido el apoyo de Francia a su propuesta de un paquete de ayuda de los países de la eurozona, de consuno con el FMI y bilateral, en el caso de que Grecia precise ayuda. Es una vergüenza, si se tienen en cuenta las recientes declaraciones de la ministra francesa de economía, Christine Lagarde, sugiriendo que París entendía mejor la naturaleza de la presente crisis.
Una cuestión interesante, que hasta ahora no ha merecido la atención de los principales medios de comunicación: ¿por qué la ha tenido la crisis de la deuda griega una subitánea erupción de tal virulencia precisamente ahora, en el último mes? Como han subrayado distintos observadores, si los países como Grecia tuvieran su propia moneda nacional, podrían dejar flotar su moneda, lo que generaría potencialmente algún tipo de estímulo a través del sector exterior. Más importante aún, esos países se ven privados de la posibilidad servirse de políticas fiscales expansivas, a fin de sacara a sus economías de la recesión. Ni que decir tiene, la aplicación selectiva de las reglas en la Unión Monetaria Europea ha hecho más patente que lo que está ocurriendo no es sino un gambito liquidacionista concebido por Berlín, y ahora, y a lo que parece, por París.
Un gambito liquidacionista es la remoción, mediante un ejercicio de poder, del gobierno de una sociedad. La liquidación se da, cuando la sociedad en cuestión ha dejado de ser un centro de poder y se ha convertido en un centro de debilidad, más vulnerable a las prácticas predatorias de las grandes corporaciones empresariales. No significa eso que el gobierno sea más pequeño o menos intrusivo, sino que el papel tradicional del gobierno como movilizador de recursos para fines públicos más amplios está gravemente dañado. He aquí algunos de los instrumentos característicos de los gambitos de liquidación:
1. Saqueo
2. Corporatización y cartelización
3. Intimidación (el interés de la sociedad por encima del interés propio, el poder como poder, cooptación y traición), señaladamente a través de quiebras inducidas
4. Falsedades y fraudes contables
Lo inaceptable del juego de poder franco-alemán se puso de manifiesto la semana pasada: el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Jean-Claude Trichet, se vio obligado a quitar un poco de presión a Grecia ampliando el plazo de vigencia de las reglas de empréstitos de emergencia y declarando que los títulos de deuda griegos no se desvincularían de las operaciones de refinanciación del BCE el próximo año, aun cuando el servicio de inversores de Moody’s rebajara su calificación a un nivel comparable con otras compañías. Evidentemente, eso sólo ocurrió luego de que los griegos dieran el grito de socorro.
¿Por qué se había amagado con empezar a levantar esas reglas de emergencia? Nunca se ha entrado en esto de manera adecuada. Las declaraciones de Trichet significaban un punto de inflexión para el BCE, que todavía en enero decía que no aflojaría su política de colateralización por mor de un solo país. El BCE pretendía regresar a las reglas pre-crisis a fines de 2010.
En lo substancial, se confirman mis primeras sospechas de que toda esta crisis ha sido desencadenada por el BCE a instancias de los alemanes. El BCE cerró el mecanismo de préstamos a Grecia, un mecanismo que, sometido a las restricciones operativas de la UME, actuaba por la vía de comprar deuda pública griega, colocarla como reporto en el BCE, para, luego, haciéndose con las reservas dimanantes de eso, comprar más deuda pública. Sin duda, los alemanes se sentían molestos por ello, pues desde su paranoica perspectiva, se trataba de un Weimar 2.0. Irlanda ha venido sirviéndose también de ese resquicio legal. Claro es que el hecho de que Alemania y Francia hayan transgredido una y otra vez las restricciones impuestas por la UME (al incurrir cuando les venía en gana en déficits presupuestarios superiores al 3% del PIB) nunca pareció alarmar en un grado parecido al presidente del BCE.
Dado que Grecia había perdido su independencia en la función de crear moneda, el mecanismo de reporto era verosímilmente la única manera de inyectar «dinero vertical» en Grecia, una vez que el BCE frenó la expansión de su balance general a medida que se desaceleraba la crisis. Así, varios banqueros centrales europeos empezaron a decir a micrófono abierto que la suspensión temporal de las reglas del BCE se levantaría a fin de año (apuntando al mecanismo que permite al BCE la tenencia y el reporto de deuda pública mal calificada de la zona euro). Y subitáneamente, hete aquí que surge una crisis en toda regla en Grecia.
¡Y qué oportuna! Especialmente porque venía a dar finalmente a Berlín la palanca para imponer totalmente su versión penitencial de la teoría económica a los pretendidamente indolentes gorrones meridionales del Mediterráneo. Lo que se calla convenencieramente es la idea de que, cuanto mayor sea el lapso de tiempo en que los PIIGS (Portugal, Italia, Irlanda, España y Grecia) se vean forzados a trastabillear por un sendero de crecimiento estancado, tanto más persistirán los déficits presupuestarios y tanto mayor será la deuda pública en relación al PIB, es decir, tanto mayores serán los problemas por los que ahora se pretende castigarles. Es como si alguien tuviera mucha fiebre a causa de la gripe y, por eso mismo, se le negaran los medicamentos. Emprenderla contra los estabilizadores automáticos con programas de austeridad es empresa fútil, a menos que se empiece por desmantelar buena parte de la capacidad automática que está en el origen de esos estabilizadores.
Y eso es exactamente lo que está pasando ahora. Como ha observado Bill Mitchell:
«Los países europeos tienen estabilizadores automáticos más robustos que la inmensa mayoría de las demás naciones, porque históricamente han ofrecido mayor y mejor protección a sus trabajadores, a sus jubilados, etc. La presión a favor de la austeridad lo que busca es socavar parcialmente esas medidas de protección, y en mi opinión, ésta es una de las agendas ocultas que hay detrás de todo ello.»
Coincidimos con Mitchell en eso, y aun habría que ir más lejos y destacar la naturaleza hipócrita de los recortes exigidos. Como en el caso de los EEUU, la austeridad fiscal sólo parece valer para el gasto social «despilfarrador», porque, al tiempo que Francia y Alemania imponen durísimas condiciones de austeridad a los griegos a cambio de su «apoyo», lo cierto es que Berlín y París están sirviéndose de la palanca creada por la crisis de la deuda para obligar a Atenas a comprar su armamento y sus aeronaves de guerra sin dejar de conminar a los «derrochadores» griegos a recortar el gasto público y enderezar el déficit presupuestario. Francia presiona para vender 6 fragatas, 15 helicópteros y hasta 40 aviones de caza Rafale, equipados con tecnología puntera. Funcionarios griegos y franceses han dejado dicho que el presidente Nicholas Sarkozy estaba personalmente comprometido en esta operación y que habría abordado el asunto cuando Papandreu estuvo en París el pasado mes buscando apoyos financieros, según informa The Economic Times. ¡Para que se diga luego que la diplomacia de las cañoneras está pasada de moda!
Los alemanes tienden a sostener que naciones como Grecia, Portugal, España, Italia e Irlanda desaprovecharon la oportunidad que les ofrecían unos tipos de interés convergentes a la baja para incrementar su productividad laboral con nuevas inversiones. A ojos de Berlín, es culpa suya el no haber prestado la debida Achtung [atención; T.] al bebé y puesto en vereda a sus indolentes trabajadores, rebajando los costes laborales por unidad como sí supieron hacer, en cambio, los alemanes tras 7 años de poner por obra políticas deflacionarias en su propio país aprovechando el proceso de la reunificación (oportunamente, claro, antes de que se cerrara el Pacto de Estabilidad y Crecimiento europeo).
¿Y no había un camino mejor? En vez de la ducha fría de la austeridad para romper la columna vertebral del mundo del trabajo, en vez de inducir una deflación del ingreso privado mediante una deflación de deuda de tipo fisheriano [1], ¿no sería harto mejor para el balance por cuenta corriente de los países la reinversión de los excedentes en las naciones deficitarias en forma de inversión exterior directa; o la emisión, por parte de los PIIGS, de títulos de deuda pública dirigidos únicamente a una inversión pública que mejorara la productividad en la periferia y tuviera efectos de contagio en la inversión privada; o la canalización de esa inversión a través del Banco Europeo de Inversiones?
O mejor aún, la creación de una autoridad supranacional, pero no una autoridad que remedara el éthos de austeridad incorporado en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, sino una autoridad empeñada en la defensa del principio, según el cual la única política fiscal sostenible es la que promueve el pleno empleo. Como hemos dejado dicho ya en ocasiones anteriores, eso podría hacerse mediante un Programa Público de Garantía del Empleo. Precisaríamos a este efecto de una autoridad supranacional orientada al objetivo del pleno empleo. Un programa así resultaría todavía más atractivo en Europa, en donde los salarios mínimos y los paquetes de ayuda a los ingresos son harto más generosos que en los EEUU, dejando, así pues, menos margen para usar bastardamente esos programas públicos de garantía del empleo como instrumento para substituir las prestaciones del Estado de Bienestar por una suerte de esclavización por deudas, algo, esto último, que podría estar empezando a desarrollarse potencialmente en los EEUU.
Teniendo en cuenta que los políticos del capitalismo de amiguetes son tan proclives a apoyar la actividad predatoria de las grandes corporaciones empresariales y a derrochar dinero público y a ofrecer onerosos obsequios a quienes contribuyen a sus campañas electorales, un verdadero Programa de Garantía Pública del Empleo que se ajustara automáticamente para garantizar que el sector privado pueda lograr realmente el ahorro neto que necesita liberaría por mucho al sistema de parásitos políticos, al tiempo que incrementaría la libertad del sector privado para perseguir sus objetivos. Y sería congruente con la idea de reestructurar el empleo del país a través, pongamos por caso, de iniciativas de tecnología verde.
Si el eje franco-germano se muestra reluctante a esta idea, tal vez haya llegado la hora de que griegos, portugueses, italianos, españoles, irlandeses, etc. envíen un mensaje muy distinto a la Canciller Angela Merkel. Para citar a los famosos filósofos políticos Keith Richards y Mick Jagger, «Angie… ¿no es la hora del adiós?».
Salir de la eurozona crearía, desde luego, un problema a corto plazo, porque los países PIIGS que quisieran salir tendrían que responder de su deuda con moneda extranjera. No está claro cómo las retrotransferencias del BCE al sistema de bancos centrales a que antes hemos aludido servirían para desactivar la «exposición al euro» tras la salida. Y también es probable que se produjeran daños colaterales que afectaran a los sistemas bancarios de las naciones que se mantuvieran en la UME, dado el monto de los títulos de deuda de los PIIGS de que seguramente son tenedores. Pero, a fin de cuentas, y como parte de un proceso de ajuste, lo que podría ocurrir es que la o las naciones en cuestión se declararan en quiebra, lo que podría traducirse en un acuerdo negociado por el que los acreedores aceptaran la moneda local (o nada). Sería penoso y complicado. Pero la alternativa sería un proceso largo y asfixiante de recortes salariales, y eso significaría un período de ajuste de cuando menos una década. En otras palabras, mucho más costoso y a largo plazo. Y como Keynes observara en su día con singular perspicacia, a largo plazo todo estaremos muertos
NOTA T.: [1] Por Irving Fisher, el en su día famoso economista matemático norteamericano que en 1929, en vísperas del gran crash bursátil con que se originó la Gran Depresión, declaró que las cotizaciones en el mercado de valores habían alcanzado «su nivel de máxima estabilidad», lo que le hizo perder todo crédito científico, además de su fortuna personal.
Marshall Auerback, uno de los analistas económicos más respetados de los EEUU, es miembro consejero del Instituto Franklin y Eleanor Roosevelt, en donde colabora con el proyecto de política económica alternativa new deal. 2.0.
Traducción para www.sinpermiso,info: Casiopea Altisench