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Guerra contra la mesa de las familias venezolanas

Fuentes: Caja de Respuestas

La especulación como arma de guerra y de desgaste Si damos por ciertos los aforismos de Clausewitz de que «la guerra es la continuación de la política por otros medios» y que «la guerra es un acto de violencia que intenta obligar al enemigo a someterse a nuestra voluntad», podemos tomar su idea como base […]

La especulación como arma de guerra y de desgaste

Si damos por ciertos los aforismos de Clausewitz de que «la guerra es la continuación de la política por otros medios» y que «la guerra es un acto de violencia que intenta obligar al enemigo a someterse a nuestra voluntad», podemos tomar su idea como base para afirmar que la especulación se convierte en la forma normal de la economía en tiempos de guerra.

En tanto la guerra busca forzar a X a aceptar las imposiciones de Y, y, si se utiliza la economía al mismo tiempo como escenario y como arma en esa guerra, aun cuando el actor económico sea parte del conjunto X, si aplica herramientas de guerra que interesan a Y, terminará actuando como su agente.

Este galimatías pretende señalar que, en escenarios bélicos, como el que Estados Unidos busca imponer a Venezuela para torcer el rumbo adoptado por su pueblo y su Gobierno, los actores económicos (particularmente los comerciantes) utilizan la especulación como el único mecanismo que entienden apto para sobrevivir, lo que convierte al pueblo venezolano en víctima de un arma de guerra que se mete en su propio territorio, en sus bolsillos y en su mesa.

Mediciones llevadas a cabo en las últimas semanas en los mercados mayoristas de frutas y hortalizas en las principales ciudades de Venezuela permiten verificar una inflación semanal cercana al 100%. Sí, así como leyó, los precios de estos productos se duplicaron de una semana a la otra. Distintos reportes permiten saber que en otros rubros de los artículos de primera necesidad ha habido aumentos similares.

Esto no quiere decir que el Índice de Precios al Consumo (IPC) se haya elevado de manera similar, dado que rubros como electricidad, telecomunicaciones, gas, combustibles y el costo de la vivienda, entre otros, bajo control del Estado (como los sistemas de transporte masivo) se mantienen incambiados o a precios fuertemente subsidiados.

Pero claro, usted no come kilovatios y los venezolanos tampoco. Ahora bien, ¿qué explica este aumento de precios en esos rubros? ¿Serán los costos de la energía? ¿El aumento del costo de la mano de obra? ¿Los productores rurales están cobrando más? ¿Quizás la devaluación de la moneda ante el dólar? ¿El control de cambio, acaso?

Pues todo no, como veíamos antes la energía está fuertemente subsidiada, los salarios (a pesar de los importantes aumentos que se han dado para contrarrestar la especulación económica) van muy por debajo de la inflación, los productores de estos rubros cobran en general precios que se ajustan a la condición de la mayoría de los venezolanos y la brecha dólar oficial-paralelo se cerró y su evolución se ha estabilizado, mientras que en este período el acceso a las divisas se ha liberado en los últimos meses.

¿Cuál es entonces la causa? Especulación pura y dura, el miedo a lo que pueda pasar, la esgrimida necesidad de cubrirme «por si acaso», la voluntad de algunos de enriquecerse en el camino, incluso la decisión de utilizar mi negocio como arma contra «los chavistas», como si no fuera todo el pueblo el que se ve afectado por este tipo de acciones.

Esta debacle en la capacidad de compra de productos de la cestas básica por parte de las familias venezolanas se ve compensada (al menos en parte) por el acceso al abastecimiento de lo surtidos de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP), así como otras redes de abastecimiento de productos a precios subsidiados y mecanismos de autoorganización comunitaria que se desarrollan para abastecerse de alimentos a través de la autoproducción, las compras colectivas, el consumo organizado y otros mecanismos.

Pero la apuesta de los sectores que especulan con un área tan sensible de la economía está basada en que «la casa siempre gana». En algún momento, todos tenemos que ir al almacén de la esquina y allí ya ni etiqueta les ponen a los productos, porque los suben todos los días. La culpa o la explicación de este fenómeno siempre corresponderá a otros: del productor, del mayorista, del distribuidor, del flete, del Gobierno. «Yo no cierro para no perjudicar a los vecinos», dice el comerciante mientras vende a escondidas el azúcar, la harina y la leche a una panadería cercana, la que a su vez no produce pan (cuyo precio está regulado), sino solamente tortas, bollos dulces y otros productos que puede vender al precio que se le antoje.

El mismo panadero que recibe la harina importada por el Gobierno y distribuida a precios subsidiados y en bolívares, pero que la acapara para esperar que aumente y de esa manera maximizar la ganancia al punto de pagar todo el salario mensual de su personal vendiendo solamente un pastel (sí, como me leyó).

El especulador se convierte entonces en un soldado fundamental de la guerra económica a la que se ve sometido el pueblo venezolano y, por tanto, en un actor político al que además le ha tocado participar (de forma entusiasta o a veces no tanto) en acciones directas de desestabilización golpista, como ocurrió durante las guarimbas, en las que los comerciantes sostenían económicamente y con vituallas a los grupos de choque fascistas que mantuvieron en vilo durante casi cuatro meses a la sociedad venezolana.

Esta participación en la guerra económica del mediano y gran capital venezolano (fundamentalmente de las grandes superficies comerciales) ya no tiene como objeto servir a la derecha venezolana. No se trata de Guaidó, al que hace unos meses no conocían ni sus correligionarios y que es el suplente del suplente del suplente del líder de uno de los partidos más pequeños de la oposición venezolana. La guerra económica es directamente del imperialismo norteamericano y sus aliados, que ya actúa de manera desembozada, robando activos venezolanos en el extranjero a cara descubierta y diciendo claramente que sabe que quien sufre es el pueblo venezolano, pero que no importa con tal de sacar a Maduro.

Por eso en el diálogo que inició en Oslo bajo los auspicios del Gobierno noruego, uno de los temas que el Gobierno lleva a la mesa es el de la economía, buscando poner fin al bloqueo y guerra económica y financiera que el imperialismo pretende imponer a Venezuela.

Las primeras rondas de conversaciones terminaron sin acuerdos, pero con el compromiso de volver a encontrarse. Que ese encuentro se haya dado, es ganancia para el pueblo, ya que permite avizorar respiros. Una cosa es ir por allí a los tiros y grabar videos convocando militares a dar golpes y otra cosa es sentarse a conversar en una mesa.

Aunque las jugadas no le hayan salido bien al imperialismo y a sus actores políticos, militares y económicos, quienes pagan las consecuencias de este tipo de situaciones son los sectores más vulnerables de la población, esos a los que el chavismo sacó de la anomia, de la más abyectas pobreza e indigencia.

El pueblo ha resistido, sí, pero a qué costo. Las cifras de los que han salido del país para poder buscar mejores condiciones de vida para sí y sus familias se cuentan por millones. Las condiciones de vida de las personas se han deteriorado enormemente. Todas las estructuras sociales se han resentido. Los servicios públicos se han deteriorado al límite.

El imperialismo se rompió los dientes, sí. Creían que tomar Venezuela era pan comido. Pero el pueblo bolivariano, que busca forjar su destino por el camino de la construcción del socialismo y la soberanía, tiene heridas cuya sanación requiere poder contar con los recursos que el mismo imperio ha robado. Es hora de que todo el planeta exija que termine esta agresión.

Fuente: https://cajaderespuestas.blogspot.com/2019/06/guerra-contra-la-mesa-de-las-familias.html

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.