Los biocombustibles están de moda. En todo el mundo -desde Estados Unidos hasta Indonesia- se sustituyen campos de cultivo de alimentos por ‘desiertos verdes’. Pequeños cultivos y bosques por extensos monocultivos de oleaginosas para producir bioetanol y biodiesel biocombustible. Una alternativa rentable tanto al declive de la producción de petróleo como a la creciente inseguridad […]
Los biocombustibles están de moda. En todo el mundo -desde Estados Unidos hasta Indonesia- se sustituyen campos de cultivo de alimentos por ‘desiertos verdes’. Pequeños cultivos y bosques por extensos monocultivos de oleaginosas para producir bioetanol y biodiesel biocombustible. Una alternativa rentable tanto al declive de la producción de petróleo como a la creciente inseguridad energética y al inminente cambio climático global. Todo parecen ventajas.
Sin embargo ese mercado de biocombustibles en vertiginoso ascenso está afectando la vieja necesidad de alimentarse de los más pobres. Lo hemos visto últimamente en las manifestaciones de México después que la principal comercializadora de grano del mundo, la norteamericana Cargill, hubiera preferido vender el maíz a las compañías energéticas norteamericanas a futuro que a los tortillerías mexicanas al presente. En México, cuna de este cereal, la tortilla dobló automáticamente su precio. Este fenómeno se está reproduciendo en muchos otros lugares. Así nuestro voraz consumo energético en el Norte se enfrenta hoy a la seguridad alimentaria del Sur. Se confrontan derechos de distinta naturaleza entre personas muy alejadas entre sí. Derecho, por ejemplo, a utilizar aires acondicionados o manejar automóbiles 4×4 en España, frente al derecho a alimentarse con tortillas de maíz (lo más barato de comer en América Latina) de los que están en la retaguardia de la globalización. Una nueva interferencia peligrosa y de moda que debemos tener muy en cuenta.
Un segundo impacto en el Sur surge de la necesidad urgente de tierras cultivables y la «molestia» que supondrán pequeños campesinos, selvas, bosques o grupos locales que se opongan a su avance. Sólo en el caso europeo, las metas planteadas en el seno de la Comisión Europea de llegar para el 2010 a un 5’75% de biocombustibles en el cóctel energético que consumimos los europeos, supone la necesidad imperiosa de robarle tierras al Sur para dedicarlas a la UE[1]. Para sustituir 1.7% del consumo energético europeo (y de emisiones de CO2) se debería usar el 18% del suelo agrícola europeo. El resto se deberá encontrar en Colombia, Brasil, Argentina, Nigeria, etc[2]. ¿Pero cómo se vivirá ese proceso de anexión masiva de tierras para uso de los países altamente consumidores de energía? La experiencia con países que se entregan a los monocultivos intensivos destinados a la exportación, puede ser buena para algunas grandes familias locales o para comercializadoras como Carrefour, pero no para el campesinado local. Mediante distintos mecanismos el pequeño campesino se ve obligado a vender sus tierras o a trabajarlas en las condiciones que marca la gran distribución. El resultado grosso modo es un vaciado del campo y el engorde de las ciudades de pobres ex-campesinos. Quienes se queden en el campo, tendrán que subordinarse sin ayuda alguna al mercado internacional, a sus ataques de dúmping y a sus oscilaciones.
Una tercera familia de impactos completarían la ‘impactología’ de los biocombustibles. Nos referimos a los estrictamente ambientales. Los cultivos energéticos no sólo exigen substituir campos de cultivos de alimentos por energéticos; o la deforestación de zonas boscosas tropicales[3]; también requieren cantidades de agroquímicos (petróleo derivado), cantidades de agua, y por qué no, de especies mejoradas genéticamente bajo pago de royalties a las propietarias de las patentes. Contaminación transgénica contra biodiversidad. ¿Para que llamarles entonces «BIOcombustibles» en lugar de «agrocombustibles»?
Los tres conjuntos de impactos -inseguridad alimentaria, expulsión del campesinado y deforestación/contaminación transgénica- contrastan con los supuestos beneficios de la introducción masiva de los biocombustibles. Ni son neutrales desde el punto de vista de la emisión de CO2 y otros gases como se aduce mediáticamente, ni su producción está exenta de la necesidad de utilizar hidrocarburos, justo el commoditie al que pretende sustituir. Los estudios de ciclo completo más optimistas, afirman que por cada parte de biocombustible es necesaria al menos 0’4 de petróleo (en forma de agroquímicos, cambio del uso de la tierra, refino,..). Por lo tanto, cada litro de biocombustible supone el equivalente a 400 ml de petróleo. El rendimiento es aún peor si como parece los biocombustibles tendrán que ser transportados miles de quilómetros hasta su destino de consumo. Finalmente, el único argumento que aún se sostiene, es el de mantener la población campesina en el campo.
Entonces ¿Por qué tanto interés? No sólo hay motivos geoestratégicos para para lo que algunos ya denominan ‘colonialismo verde’. También presupone para algunos grupos de interés enormes posibilidades de negocio. Estos grupos van desde la industria automotriz que prefiere que el problema del calentamiento global se concentre en los carburantes que a reducir la potencia de los motores, como sugiere Daimler-Chrisler. Incluye a las comercializadoras de grano transnacionales como la Bunge, o a las industrias biotecnológicas como Monsanto o Novartis, las petroleras como Repsol-YPF o las empresas multiservicios como Abengoa o Acciona. Lo peor de todo, es que tanto organizaciones ecologistas, de cooperación al desarrollo, como el campesinado del Norte y el Sur, se confundan y opten por apoyar su poco agorera difusión. Diversas campañas (como www.notecomaselmundo.org) y organizaciones como el ODG, todavía muy pocas, empiezan a destinar hoy sus esfuerzos a plantear esta paradoja a la opinión pública. Para saber más, recomendamos la lectura de O.Carpintero. Biocombustibles y uso energético de la biomasa: un análisis crítico. Revista Ecologista. No50. 2007 [4]
David Llistar i Bosch, abril 2007.
Coordinador del Observatorio de la Deuda en la Globalización (www.debtwatch.org)
Càtedra UNESCO de Sostenibilitat de la Universitat Politècnica de Catalunya
[1] La Directiva Europea 2003/30/EC : establece que el 2 y 5,75 % de la gasolina y gasoil usados para transporte se constituya de biocarburantes dentro del 2005 y 2010. La nueva Estrategia Europea sube el objetivo al 10% dentro del 2020.
[2]«La productividad de la biomasa es más alta en los ambientes tropicales y los costes de producción de los biocombustibles son comparativamente menores en un gran número de países en desarrollo. […] Países en desarrollo como Malasia, Indonesia y Filipinas, que producen actualmente biodiesel para sus mercados domésticos, podrían bien desarrollar un potencial de exportación«. Biomass Action Plan, COM/2005/628 final.
[3]Se estima que entre 1985-2000 Malasia perdió un 87% de su masa forestal por el fenómeno de los cultivos energéticos como la Palma Africana.