Traducido para Rebelión por Sinfo Fernández
Introducción
La cuestión sobre la guerra y la paz evoca muchas respuestas contradictorias. Para los ideólogos y militaristas civiles en Washington, la ‘paz’ se puede asegurar mediante la consolidación de un imperio mundial que a su vez conlleva… la perpetuación de la guerra por todo el planeta. Para los ideólogos y portavoces políticos de las corporaciones multinacionales (CMNs), el funcionamiento del libre mercado, combinado con el uso selectivo de la fuerza imperial en determinadas circunstancias «estratégicas», puede asegurar la paz y la prosperidad. Para los pueblos y naciones oprimidos del Tercer Mundo, la paz sólo puede ser consecuencia de la autodeterminación y de la ‘justicia social’ – la eliminación de la explotación y de la intervención imperial y el establecimiento de democracias participativas basadas en la igualdad social. Para muchas de las fuerzas progresistas en Europa y EEUU, un sistema de instituciones y leyes internacionales, obligatorio para todas las naciones, podría fortalecer la resolución pacífica de conflictos, controlar la conducta de las CMNs y defender la autodeterminación de los pueblos.
Cada una de esas perspectivas tiene serias deficiencias. Se ha demostrado que la doctrina militarista de la paz alcanzada mediante el imperio ha sido la receta ideal para la guerra durante los tres últimos milenios y especialmente durante el período contemporáneo, de lo que dan prueba las sublevaciones anticoloniales y guerras populistas del pasado y del presente por toda Asia, Africa y Latinoamérica. La idea de combinar el poder del mercado y la fuerza selectiva para asegurar la paz ha engañado a pocos, y menos aún a los pueblos del Tercer Mundo: En Latinoamérica, durante las últimas dos décadas, las sublevaciones populares encaminadas a derrocar a los clientes del ‘libre mercado electoralista’ del imperio euro-estadounidense nos dan testimonio de su constante vulnerabilidad.
En los lugares donde han conseguido triunfar, los movimientos anti-imperialistas han reemplazado una forma de imperialismo (gobierno directo) para caer víctimas de otra basada en las ‘fuerzas de mercado’. Por otra parte, en las naciones post-coloniales, las guerras étnicas y de clase aparecieron bajo el auspicio de revolucionarios ‘nacionalistas’ y socialistas que después se convirtieron en las nuevas elites privilegiadas.
Finalmente, el camino institucional-legalista para la paz ha sufrido un gran desgaste al reproducir las desigualdades globales en cuanto a poder político-social en las instituciones ‘internacionales’ y en su personal judicial. Así, en cuanto a la forma, proporcionan un marco ‘internacional’, en cuanto a la sustancia, sus normas de procedimiento, omisiones y selecciones, tanto de actos como de actores criminales, no hacen sino reflejar el interés político de los poderes imperiales. Lo que estoy sugiriendo es que necesitamos avanzar más allá del anti-imperialismo para que las luchas por la auto-determinación recojan también la emancipación de clase. Tenemos que argumentar y luchar para que haya una nueva correlación de fuerzas socio-políticas que proporcione a las instituciones internacionales y al personal que las sirve una perspectiva de clase que favorezca a las naciones oprimidas y a las clases explotadas. Esto significa apoyar las tendencias democráticas, laicas y socialistas dentro de los movimientos anti-imperialistas: apoyando estructuras institucionales internacionales pero enfatizando, de forma profunda y permanente, su contenido nacional y de clase. Finalmente, aunque es necesario por objetivos tácticos reconocer los conflictos y divisiones potenciales entre militares y imperialistas de mercado (y alianzas momentáneas), es importante no perder de vista sus objetivos estratégicos comunes (construcción del imperio) aunque puedan diferir acerca de los medios.
Controversias contemporáneas: Paz y Guerra
Académicos, activistas contra la guerra, políticos y periodistas han señalado un conjunto reducido de circunstancias y procesos a la hora de analizar las perspectivas para la guerra y para la paz. En este documento nos centraremos en cuatro importantes tesis y en sus implicaciones.
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El ‘poder en decadencia’ de EEUU y las nuevas guerras
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Derrotas imperiales y nuevas guerras
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Interdependencia económica y amenazas militares
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Nuevas configuraciones del poder y conflictos y convergencias anti-imperialistas
Las teorías que se decantan a favor de la tesis de que el imperialismo estadounidense es un ‘poder en decadencia’ son parciales, engañosas y pueden llevar a cometer errores políticos graves. Aunque es verdad que la economía doméstica de EEUU (lo que yo llamo la «República») enfrenta serios problemas estructurales (déficits presupuestario y comercial crecientes, endeudamiento excesivo, caída de la industria manufacturera y crecimiento de una economía especulativa), el ‘Imperio’ -las operaciones exteriores de las CMNs, bancos y bases militares- se extiende. No están en ‘decadencia’. Muy al contrario, uno podría argumentar que es la expansión exterior económica la que engendra el aumento de las intervenciones militares. EEUU todavía lidera el porcentaje de CMNs, entre las 500 más importantes (casi el 50%), comparado con Europa, Asia y el resto del mundo; y, en varios sectores importantes como la tecnología de la información, las finanzas y la industria manufacturera (aeronáutica), EEUU es el poder dominante. EEUU dirige el mundo en inversión, investigación y desarrollo (I y D) y registra un alto crecimiento en productividad. El volumen de las ganancias en I y D se destina sin embargo a las operaciones de las CMNs en sus filiales en el exterior, mientras que las ganancias y beneficios de la productividad se transfieren a la economía financiera doméstica y a la manufactura exterior. El problema no es una decadencia absoluta de EEUU sino el desigual desarrollo entre el ‘Imperio’ y la ‘República’. Más específicamente, mientras el Imperio crece, la República disminuye. La economía doméstica y la sociedad asumen los costes de financiación, subvencionando y proporcionando soldados para el imperio. Esta es la causa de que las costosas y prolongadas guerras imperiales hayan provocado enfrentamientos y oposición masivos recientemente. A diferencia de tiempos pasados, en los que el imperio creó una ‘aristocracia obrera’, hoy en día el imperialismo va acompañado del empobrecimiento de la fuerza de trabajo, la reducción del gasto social y la creación de una fuerza laboral precaria.
Frente a la expansión interna y la descomposición doméstica, emergen al menos dos importantes políticas imperiales: una aboga por crear nuevas ‘crisis’, con una escalada del militarismo que ‘distraiga’ la oposición interna con llamamientos chauvinistas y tratando de imbuir miedo a las amenazas externas a fin de crear ‘cohesión’ tras el imperio. La segunda teoría argumenta que nuevas guerras exacerbarán la oposición doméstica, que la propagando ‘chauvinista’ y del ‘miedo’ en aras de la guerra ha perdido su eficacia en vista de las pérdidas materiales experimentadas por las masas, y que es hora de dedicarse a la diplomacia (para captar competidores imperiales), disminuir el ejército colonial e incrementar el papel de los cipayos locales. Según esta teoría, esto supondría reducir los déficits presupuestarios y concentrar los recursos estatales en promover el libre mercado, el comercio y los acuerdos de inversión internacionales.
Derrotas imperiales y nuevas guerras
Los poderes imperiales que en su camino hacia el imperio sufren derrotas militares, diplomáticas y políticas pueden responder de forma contradictoria dependiendo de la profundidad y alcance de la derrota y de las consecuencias políticas resultantes.
Fundamentalmente, los poderes imperialistas responden ante las derrotas militares de dos formas:
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Buscando nuevos caminos que resulten más fáciles (al menos a los ojos de los consejeros políticos) para ganar guerras que logren distraer a la gente de su derrota, que refuerce la moral entre los militares y que tranquilice a aliados y clientes sobre de su continuada capacidad para proyectar poder;
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Retirándose del campo de batalla, reduciendo su perfil militar para neutralizar la oposición interna a la construcción del imperio, disminuir el aislamiento político internacional y reasignar recursos políticos, económicos y militares a defender el sistema como un todo.
La administración Bush ha adoptado la estrategia de nuevas guerras -amenazas de invasión, ataques militares, sanciones económicas y golpes de estado («cambio de régimen»)- contra Siria, Irán y Venezuela, a pesar de estar teniendo que enfrentarse a la derrota en su guerra en Iraq y al aumento de la insurgencia en Afganistán. Incluso aunque los militaristas civiles de la guerra en Iraq encuentren la oposición de una mayoría de sus ciudadanos y se vean abandonados por un número cada vez mayor de sus ‘socios en la coalición’, siguen lanzando nuevas campañas de propaganda en los medios de comunicación, satanizando a los países que les da la gana y creando ‘tensión internacional’ con la esperanza de recuperar la cohesión interna y lograr nuevos ‘socios de coalición’ más allá del mundo anglo-sajón.
Cuando se enfrentan a importantes derrotas militares, los consejeros políticos del imperio estadounidense recurren con frecuencia a invasiones «exitosas» de países pequeños y débiles para vencer el anti-militarismo civil. Por ejemplo, tras la derrota en Vietnam, EEUU invadió la pequeña isla caribeña de Granada y después Panamá. Partiendo de estas conquistas imperiales, Washington volvió con éxito a las guerras aéreas contra Yugoslavia e Iraq (la primera Guerra del Golfo), creando la mística doméstica de un ejército «invencible y honesto» preparado y dispuesto para invadir Iraq. En el curso de los tres años de firme e interminable resistencia y de 15.000 soldados muertos y heridos y con un coste de 300.000 millones de dólares, la mística se ha evaporado y ha sido sustituida por desencanto y oposición.
La segunda respuesta imperial ante la derrota militar es cortar las pérdidas, reducir las confrontaciones domésticas y canalizar de forma temporal la construcción del imperio por otras vías: a saber, alquiler de guerras, operaciones secretas llevadas a cabo por unidades de operaciones especiales e intensificación de la competencia económica en los mercados de acciones. Se ha comprobado que ese giro, de guerra a gran escala a guerra de baja intensidad y construcción del imperio dirigida por el mercado, constituye sólo una pausa temporal entre las guerras imperiales.
Tras la guerra de Vietnam, EEUU cambió al sistema de operaciones secretas cuando se propuso derrocar el gobierno socialista democrático de Chile, financió fuerzas mercenarias en Angola, Mozambique, Nicaragua, Afganistán e impuso con éxito regímenes neo-liberales para abrir nuevos mercados y oportunidades de inversión por todo el Tercer Mundo y la extinta Unión Soviética.
En resumen, las derrotas imperiales provocadas por movimientos de liberación nacional consiguen cambiar las políticas del imperio en algunos casos, pero no afectan a las instituciones subyacentes y fuerzas socio-económicas que dirigen las guerras imperiales.
Está aún sin verificar la doctrina de las guerras múltiples ante las derrotas pero entra dentro de lo posible que, en las actuales condiciones económicas y militares, el gobierno de EEUU logre exacerbar la oposición interna y hacer que se extienda y profundice la resistencia armada, particularmente en el mundo musulmán, Oriente Medio y Latinoamérica, si se decide a atacar al gobierno electo de Venezuela.
Por desgracia, en las circunstancias presentes, las instituciones políticas y legales internacionales han fracasado a la hora de hacer cumplir las convenciones y los códigos legales. Bajo el secretariado de Kofi Annan, las Naciones Unidas han ayudado e instigado agresiones estadounidenses contra Afganistán; han proporcionado cobertura legal a la ocupación colonial estadounidense de Iraq al reconocer a su gobierno títere, y han rechazado condenar el uso sistemático de la tortura por parte de Washington y la detención ilegal e indefinida de sospechosos. La investigación que una comisión de NNUU llevó a cabo sobre el asesinato del político multimillonario libanés, Hariri, acabó haciendo acusaciones contra el gobierno sirio basándose en testigos dudosos y en evidencias circunstanciales que ningún tribunal independiente de justicia aceptaría. El Tribunal Internacional para Yugoslavia, subvencionado por NNUU, ha rechazado considerar los crímenes de guerra de EEUU, del Reino Unido y de Kosovo – incluidos el bombardeo feroz de ciudades, la limpieza étnica de los serbios y la ocupación y fragmentación del territorio serbio. En una palabra, el derecho internacional debe intentar buscar un orden institucional internacional que, para que pueda ser realmente efectivo, se mantenga independiente del control y manipulación europeo-estadounidense.
Interdependencia Económica y Envolvimiento Militar
Para poder evitar las guerras es necesario prevenir aquellas situaciones que son fuente de conflictos y de potenciales confrontaciones militares. Las crecientes amenazas de EEUU a poderes económicos en ascenso como es por ejemplo el caso de la República Popular de China, están encendiendo las señales de aviso sobre un posible conflicto militar.
Durante los últimos años, pero aún más intensamente a lo largo de 2005, Washington se ha metido de lleno en una rabiosa campaña de propaganda para satanizar a China – en gran parte orquestada a base de enormes falsedades y distorsiones. La relativa decadencia de EEUU frente al rápido crecimiento chino ha provocado dos respuestas por parte de EEUU. Por una parte, las CMNs estadounidenses han trasladado muchas de sus instalaciones de su industria manufacturera a China, han aumentado sus inversiones y comercio, y han tratado de controlar una serie de firmas potencialmente lucrativas. Por otra parte, un paquete de sectores atrasados de la economía estadounidense, apoyados por numerosos congresistas y militaristas civiles neo-conservadores, ha conseguido desarrollar una política agresiva proteccionista en el interior del país y el envolvimiento de China en el exterior. A pesar de la creciente «interdependencia» entre EEUU y China -China financia el déficit exterior estadounidense comprando miles de millones de dólares en bonos del Tesoro de EEUU y China acumula un importante superávit comercial con EEUU-, la facción militarista ha firmado un pacto militar con Japón y con la India dirigido contra China; construye bases militares en el Suroeste Asiático; cultiva la puesta en práctica de ejercicios militares con su cliente, Mongolia; y vende miles de millones de dólares en armamento militar a Taiwan, armamento que apunta hacia las ciudades chinas. EEUU critica los gastos militares chinos de 30.000 millones de dólares, afirmando que se han triplicado, aunque olvidando convenientemente que los gastos militares estadounidenses superaron los 430.000 millones de dólares, entre cinco y quince veces más que los de China (dependiendo de la estimación que uno acepte). En respuesta al envolvimiento estadounidense, China ha entrado en un pacto defensivo con Rusia y varios de los anteriores estados que integraban la URSS.
Hay un conflicto claro entre los sectores ‘militaristas’ y los sectores económicos de las elites estadounidenses sobre la forma mejor para extender el imperio. Ambos sectores se muestran activos a la hora de perseguir los objetivos imperiales, uno a través del envolvimiento militar, el otro vía penetración de mercados, con aquél impidiendo las ventas de tecnología, de compañías petrolíferas y de otros productos denominados ‘estratégicos’.
Antes que aceptar una reducción del poder hegemónico en Asia, donde EEUU compite económicamente con China, los sectores dominantes militaristas intentan compensar la relativa decadencia económica mediante un incremento de la agresión militar.
En otras palabras, la «interdependencia económica» no es una condición suficiente para contener la propensión de EEUU a desencadenar agresiones militares contra los poderes económicos emergentes. Los intentos de EEUU de bloquear la aparición de China como poder regional sigue un plan estratégico diseñado por Paul Wolfowitz en 1992, que exigía la implementación de una serie de políticas económicas, diplomáticas y militares para establecer un mundo unipolar. A menos que se revaloricen las capacidades y limitaciones económicas de EEUU, es probable que el previsible crecimiento de China provoque nuevas confrontaciones militares ofensiva, bien animando el separatismo a nivel provincial (Taiwan, Tibet y las provincias musulmanas del oeste), o bien motivando un conflicto territorial en alta mar o en el espacio aéreo, o alegando ‘intervencionismo en nombre de los derechos humanos’ o promoviendo una nueva guerra comercial sobre la energía y las materias primas.
La Guerra y el Nuevo Bloque de Poder: Militaristas Civiles versus Clase Gobernante Tradicional
Con la elección del Presidente Bush, un nuevo bloque de poder se ha apoderado de los principales centros de toma de decisiones en el estado imperial; los militaristas civiles han despreciado a las tradicionales agencias militar y de inteligencia en favor de sus propios ‘órganos de inteligencia’ y ‘formaciones militares especiales’. El Departamento de Estado se ha visto eclipsado por los neo-conservadores sionistas (Zioncons) en el Consejo de Seguridad Nacional, el Pentágono, los influyentes y derechistas «think tank» (núcleos de expertos) y la oficina vicepresidencial – entre otros centros de poder.
Los Zioncons y las principales organizaciones sionistas en la sociedad civil fueron los arquitectos y propagandistas principales de la guerra de Iraq y continúan siendo actualmente los impulsores fundamentales de la guerra contra Siria e Irán. Paul Wolfowitz y Douglas Feith, anteriormente números dos y tres del Pentágono, Irving Libby, principal asesor del Vicepresidente Cheney, Richard Perle, principal asesor del Secretario de Defensa Rumsfeld, y Elliot Abrams, miembro del Consejo de Seguridad Nacional para asuntos de Oriente Medio, tienen lazos orgánicos con el régimen que gobierna en Israel y han sido sionistas fanáticos durante décadas.
El plan de guerra contra Iraq que propusieron y llevaron a cabo con el apoyo de los militaristas civiles (Rumsfeld, Cheney, Bush y otros) trataba de destruir a cualquier adversario de Israel en Oriente Medio y promover una esfera de «prosperidad común» Israel-EEUU en aquella región. Todas las organizaciones sionistas principales son políticamente influyentes dentro y fuera del gobierno y, con alguna rara excepción, son sencillamente correas de transmisión de la política israelí. Israel exige un cambio de régimen en Siria e, inmediatamente, las principales organizaciones sionistas se dedican a apalancar a toda su sucursal de clientes en el Congreso y en el Ejecutivo para que repitan la voz de su amo. Israel exige guerra contra Iraq porque apoyó a los palestinos y se opone activamente a la ocupación israelí de Cisjordania, y los intelectuales sionistas y los funcionarios del gobierno, en colaboración con sus correligionarios en los medios de comunicación, se ponen a ondear cientos de artículos de opinión invocando una misión militar estadounidense para «democratizar» Oriente Medio.
Quienes elaboran la política imperialista no son homogéneos y no comparten siempre los mismos puntos de vista y prioridades ideológicas. La elite gobernante tradicional no rechazó el uso de la fuerza ni la satanización de las víctimas ni el intervencionismo para provocar «cambios de régimen». Lo que les diferencia en la configuración contemporánea del poder es: 1) la postura altamente militarista, postulando permanentemente guerras «preventivas» ofensivas en cualquier lugar del mundo; 2) la asunción de los intereses estatales israelíes sobre los intereses económicos de EEUU a la hora de dar forma a la estrategia imperial estadounidense; 3) la hostilidad hacia los sectores tradicionales del Estado y los intentos de crear centros de poder paralelos; 4) las medidas para reemplazar el orden constitucional con un ‘nuevo orden’ centrado en el ejecutivo con poderes plenipotenciarios para arrestar, encarcelar y prohibir cualquier oposición política a sus planes de guerra, al Estado israelí, a la vez que eliminan la división de poderes.
Como resultado, los Zioncons y los militaristas civiles se enfrentan a un doble conflicto: 1) entre sociedad civil y ‘su estado’ y 2) a una lucha intra-institucional entre militares profesionales y la CIA y el FBI, por un lado, y los Zioncons y los militaristas civiles que encabezan la rama del ejecutivo y sus nombramientos en estas institucionales, por otro.
Las presiones y conflictos, tanto fuera como dentro del aparato estatal y en la sociedad civil, pueden tener determinadas consecuencias dependiendo de quien consiga la carta más alta y de cómo reaccione el bloque de poder Zioncon frente a las amenazas que pongan en riesgo su total dominio del gobierno.
La derrota de los militaristas civiles mediante la oposición de masas, junto al procesamiento federal de miembros clave del ejecutivo que no termine en fracaso, pueden socavar la política militarista y dar como resultado un calendario de retirada. Por otra parte, esa derrota puede llevar a los militaristas civiles a tomar medidas desesperadas, una especie de trama del ’11-S’ para imponer la ley marcial y ‘unificar el país’ tras una política de guerra militarista/antiterrorismo.
Conclusión
A pesar de la decadencia relativa del poder de EEUU tanto en términos militares como económicos, en gran parte como resultado de la resistencia popular en Iraq y Venezuela y el poder creciente de China, la amenaza de nuevas guerras no ha disminuido. En gran parte porque en Washington tenemos un régimen extremista dominado por militaristas civiles ‘voluntaristas’, que creen en la voluntad política frente a las realidades y los límites objetivos. Esto crea una enorme cantidad de incertidumbres y peligros. Por desgracia, esta amenaza de ‘nuevas guerras’ está siendo acompasada por varios líderes europeos, como Blair, Chirac y Merkel, que se han unido al coro Zioncon para desestabilizar a Siria y amenazar a Irán. Por ello, necesitamos profundizar en nuestras críticas sobre la invención de ‘evidencias’ de amenazas nucleares y la satanización de estados. Hay necesidad de ir más allá mediante foros sociales de masas donde se puedan discutir e intercambiar ideas para integrar una participación internacional que se oponga a las guerras imperialistas, a los estados coloniales y a las estructuras económicas que los sustentan. Sin cambios estructurales profundos, los derechos humanos universales recogidos en el derecho internacional y en la Carta de Naciones Unidas se convertirán en papel mojado. Debemos desechar las herejías que postulan que no hay alternativas a las guerras imperiales, que vivimos en un ‘mundo unipolar’, que el ‘realismo’ dicta acomodarse al cabildeo militarista con Washington. En lugar de eso, debemos afirmar estas verdades: 1) que fuera de las cenizas de las ocupaciones coloniales, los pueblos de Oriente Medio están forjando su propio destino; 2) que vivimos en un mundo multipolar, situado en los centros de la resistencia popular de masas; 3) que la supervivencia de nuestro planeta depende de un nuevo realismo basado en la libertad, la autodeterminación y, como el Presidente Chavez afirma de forma elocuente, en el socialismo del siglo veintiuno.