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Costa Rica

Habemus TLC

Fuentes: Argenpress

El 1º de enero entró en vigencia el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, República Dominicana y los otros países de Centroamérica. Habemus TLC. No hubo humo blanco como en el Vaticano cuando se elige un nuevo Papa. Tampoco celebraciones públicas que hicieran noticia. Ni fiestas privadas de las que tengamos conocimiento. Se publicó […]

El 1º de enero entró en vigencia el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, República Dominicana y los otros países de Centroamérica. Habemus TLC.

No hubo humo blanco como en el Vaticano cuando se elige un nuevo Papa. Tampoco celebraciones públicas que hicieran noticia. Ni fiestas privadas de las que tengamos conocimiento.

Se publicó un breve comunicado anunciando que el presidente Bush había firmado la «proclama» oficial en la que certificaba que Costa Rica había cumplido todas las exigencias de Estados Unidos para implementar el acuerdo, y se produjo un intercambio oficial de notas diplomáticas en una cafetería del Departamento de Estado el día antes de Nochebuena, en la que no estuvo presente el embajador costarricense en Washington, ni asistió ningún funcionario estadounidense de mediano o alto rango.

Después de seis años de negociaciones (?), traducciones y firmas, comisión de notables, artículo 41 bis, referendo, memorando, comités patrióticos, mayoría de 38 (¿39?), leyes y reglamentos de implementación, prórrogas de plazos impostergables y enmiendas a textos escritos en piedra (cláusula 22.5), estrenamos 2009 con el TLC.

Habemus TLC después de un proceso de aprobación que produjo heridas lacerantes en la sociedad costarricense, difíciles de cicatrizar, y huellas profundas por una forma de ejercer el poder que será mácula imborrable en nuestro devenir republicano.

Habemus TLC pero el costo democrático del atropello institucional, del doblegar y manipular voluntades, forzar decisiones que debieron tomarse sin que mediara temor o amenaza, y aprobar convenios, leyes y reglamentos cuyas consecuencias nocivas las conoceremos en breve, rebasa cualquier cálculo.

Habemus TLC y habrá unos pocos ganadores que se sentirán satisfechos. Los dueños de ingenios azucareros que ampliarán su cuota, un par de enlatadoras de atún, corporaciones transnacionales de medicamentos y agroquímicos que extenderán sus patentes, inversionistas extranjeros que podrán demandar al Estado costarricense en tribunales internacionales, y los importadores de bienes de consumo que no pagarán aranceles porque su poder oligopólico los eximirá de reducir los precios al consumidor.

Habemus TLC, aunque los textileros, para desdicha de los miles de hombres y mujeres que trabajan en la confección de prendas de vestir, no se verán beneficiados. A pesar de que algunos dirigentes empresariales de este sector han sido acérrimos defensores del Tratado, lo cierto es que la maquila textil constituye una actividad en extinción en un país que aún conserva vestigios de seguridad social y que no puede competir con los menores costos y salarios de China.

Habemus TLC y eso nos liga, sin término ni plazo, a la economía y la política de Estados Unidos, lo cual ocurre en momentos en los que ese país vive una recesión que apenas está en sus albores y que algunos predicen tan dramática como la Depresión de los años treinta.

Habemus TLC y seguimos abriendo el mercado interno cuando los otros países buscan proteger sus empleos y nuestro déficit comercial sobrepasa los cinco mil millones de dólares, casi un 60% del total de las exportaciones nacionales. Inquietante augurio para los trabajadores y el tipo de cambio.

Habemus TLC, triste legado de un gobernante que ambicionaba mayores glorias y honores, pero al que le faltó visión y dignidad de estadista para escoger un camino propio y para soñar con las generaciones futuras. La Historia Patria no le será indulgente.