Difícil se hace pensar que una paz verdadera y definitiva reine hoy entre Israel e Irán, y en el convulso Oriente Medio, cuando ha sido el embustero presidente de EE.UU., Donald Trump, quien “decretó” un cese de las hostilidades en la llamada guerra de los 12 días para autoproclamarse vencedor sin serlo.
No debemos olvidar que fue Washington el anunciador del alto el fuego entre Tel Aviv y Teherán, después de inmiscuirse directamente en un conflicto que siempre ha alentado en beneficio de sus intereses económicos y de dominación global.
Recordemos también que la nueva y peligrosa doctrina de la Casa Blanca, repetida por Trump y sus más cercanos colaboradores, consiste en “imponer la paz con el uso de la fuerza”.
Y así lo hizo cuando aviones estadounidenses B-2. bombardearon tres instalaciones nucleares de la nación persa, una grave acción castrense condenada por la comunidad internacional.
Analistas políticos son de la opinión que Washington continuará con sus ataques contra aquellos que considere sus adversarios, y Teherán es uno de ellos, y el principal en la región.
Los expertos coinciden en que la frágil tregua que reina en estos momentos tiene el propósito de ganar tiempo y permitir la recuperación de Israel, golpeado fuertemente por Irán, a pesar de que no lo reconozcan los agresores.
Añaden al respecto que Trump observó una posible derrota del sionismo, lo que significaría al mismo tiempo un revés para el imperio de Washington y para el repitente inquilino de la Casa Blanca.
Pero además cómo puede haber una paz duradera en el Oriente Medio con la continuación del genocidio del régimen fascista de Tel Aviv en Palestina.
El cese definitivo de la guerra en esa región pasa por el fin de la matanza sin precedentes contra el pueblo palestino, y el reconocimiento de su derecho a sus tierras como estado independiente y soberano.
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