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Hacer lo que criticamos

Fuentes: elestimulo.com

Es una tendencia humana el deseo de superar permanente la tensión sobre las contradicciones que existen entre el discurso y la acción, pero en especial en el «qué hacer» político es además relevante y un atributo del político ser lo menos contradictorio o aparentarlo. En este sentido, la madurez de los pueblos por poder decifrar […]

Es una tendencia humana el deseo de superar permanente la tensión sobre las contradicciones que existen entre el discurso y la acción, pero en especial en el «qué hacer» político es además relevante y un atributo del político ser lo menos contradictorio o aparentarlo.

En este sentido, la madurez de los pueblos por poder decifrar «el ser» de la apariencia, sumado a toda la tecnología de marketing político que existe y asume que el político y la política es un producto que se le pone etiqueta, empaque y fecha de vencimiento y se le coloca atributos que no tiene para hacerlo atractivo al «cosumidor» o votante, es un reto permanente de desafío, pero aún más importante es la adecuada interpretación de los símbolos y significados que comunica un político que es capaz de dejar de ser lo que socialmente es, sólo por la obtención de más poder.

En especial por estos días, que la crítica se ha convertido en un referente indiscutible dentro de la política venezolana, para despreciarla, para usarla de manera controlada y conveniente, para aplicarla con todo el peso de un pueblo contralor o para pretender destruir un legado político indiscutible, en general el gran reto de los políticos venezolanos es no terminar haciendo lo que se critican.

Queriendo aparentar lo que no son, o cometiendo errores a pesar de lo que se desea ser, la opulencia, la utilización de recursos públicos para el beneficio personal, el abuso de poder entre otros elementos, termina comprobando cotidianamente que existen muchos políticos y funcionarios públicos que no más ayer se quejaban de las «colitas de Pdvsa» o del abuso de políticos corruptos con patente de corso, y hoy son permanente objeto de cuestionamiento por la acumulación de riqueza e incluso por el cambio del tipo de relaciones humanas.

En estos días me enteré que un alto funcionario, decidió no cambiarse de despacho porque en su nueva oficina el ascensor era público, y él necesitaba un elevador privado por cuestiones de seguridad, la pregunta es ¿Existen ciudadanos de primera y segundo? Basta con ver en algunos sectores de la ciudad como en las mañanas salen algunos funcionarios de su hogar, con escoltas que abren el paso del lujoso vehículo blindado, haciendo que el resto de los ciudadanos tengan que detenerse ante un semáforo en verde, para permitir que otro ciudadano en «igualdad de condiciones» pase primero, haciendo lo que seguramente en algún momento criticó.

Pero, ¿En qué momento se deformó aquel que criticaba el abuso y la corrupción y hoy es su principal protagonista?, sencillo, en el momento que se rodeó de aduladores y se convención que su nuevo estilo de vida era un privilegio por su superioridad, cuando asumió que la ley es para los pendejos, y que su condición privilegia es un legado divino, cuando dejó de ser pueblo para ser un «político» de status quo.

Hoy el gran reto es, más que regodearnos de la preocupación por lo que pasa, es no tolerar estos abusos, es hacer consciente que esto no es lo normal, no es lo correcto, y que la impunidad en estos casos está en la medida que cada uno de nosotros no proteste en contra de estos excesos porque quizá, al final soñamos algún día con disfrutar de los mismos, como consecuencia de la llamada «diosa fortuna».

Este artículo, fue publicado originalmente en www.elestimulo.com