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Hacer que las mujeres trabajen para el desarrollo… otra vez

Fuentes: OpenDemocracy

Traducido por Atenea Acevedo

La forma en que las políticas y el discurso para el desarrollo se alejan de la igualdad de género y se acercan al crecimiento dirigido por el mercado constituye una regresión que nos plantea nuevos desafíos

Hace una generación, a principios de la década de 1980, el personal progresista de las instituciones para el desarrollo internacional argumentaba que tanto las mujeres como los hombres habrían de beneficiarse del desarrollo. Los economistas varones partidarios acérrimos del neoliberalismo interpretaron tal argumento en formas que veían a las mujeres como consumidoras, no como productoras de riqueza. Al pensar en las mujeres, las vieron como una categoría poblacional con necesidades específicas, como la necesidad de tener agua y leña (parece que los hombres nunca tienen sed ni requieren de alimento). Las mujeres tenían bebés; consumían riqueza, no la producían.

En 1986, el Ministro de Ayuda de Gran Bretaña (oficina entonces denominada «administración para el desarrollo exterior» [ODA]) preparó su primera declaración de políticas públicas sobre «mujeres en el desarrollo» en la que advertía que solo sería posible mejorar la situación de las mujeres en un entorno de mayor prosperidad para toda la población. En otras palabras, los hombres tenían que impulsar el crecimiento económico para que las mujeres, consumidoras, cosecharan los beneficios. Hacia fines de esa década se introdujo un nuevo argumento, un argumento que en su momento pareció un viraje radical y audaz en el discurso: las mujeres no solo eran posibles beneficiarias potenciales del desarrollo, sino también agentes potenciales del desarrollo. Empezó entonces la era de la propugnación instrumentista para convencer a los varones responsables de la toma de decisiones de invertir en las mujeres a fin de asegurar un desarrollo más rápido.

En 1989, el viraje se manifestó como una nueva declaración de políticas públicas sobre las mujeres por parte de la ODA. Según el documento, incluir a las mujeres en los proyectos de desarrollo incrementaría la eficiencia y la efectividad: «Si están saludables e informadas, si tienen mayor acceso a los conocimientos, desarrollan sus aptitudes y gozan de credibilidad, serán más productivas desde un punto de vista económico».

Después, a principios de la década de 1990, vino otro cambio radical. La Conferencia de las Naciones sobre los Derechos Humanos fue un parteaguas al reconocer que los derechos de las mujeres son derechos humanos. La agenda instrumentista pasó a la sombra al tiempo que los preparativos para la Conferencia Mundial sobre la Mujer a celebrarse en Beijing en 1995 desarrollaron una visión de transformación social a escala mundial. Amartya Sen señaló que el desarrollo era libertad y las mujeres lo exigían.

El punto de inflexión

La idea desapareció en los primeros años después del cambio de siglo. La igualdad de género se mostró de capa caída. Los compromisos de ayuda internacional para apoyar los derechos de las mujeres casi cayeron en el olvido y diversas organizaciones de base alrededor del mundo advirtieron que ya a nadie le interesaba apoyarlas. Los organismos multilaterales, los ministerios de ayuda, las grandes ONG internacionales… todos los actores habían perdido el entusiasmo por la igualdad de género. Era de dar pena: había que hacer algo al respecto. El personal especializado en temas de género dentro de las organizaciones empezó a diseñar estrategias para convencer a sus superiores del carácter fundamental de la igualdad de género para las políticas de desarrollo internacional. Al hacerlo, decidieron calladamente olvidar la idea de la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres como factor de transformación social.

En 2006 a la oficina de género del Banco Mundial se le ocurrió un lema pegajoso: «Igualdad de género significa economía inteligente». Robert Zoellick, Presidente del Banco Mundial se hizo eco de la frase en abril de 2008, cuando dijo que una de las motivaciones para el empoderamiento de las mujeres es la equidad básica y la dignidad: «Las niñas deben de gozar exactamente de las mismas oportunidades que los niños para tener una vida plena y productiva… el empoderamiento de las mujeres es economía inteligentes… las investigaciones demuestran que las inversiones en mujeres tienen importantes rendimientos sociales y económicos». El discurso se acompaña de un video promocional que muestra una gráfica con la correlación econométrica positiva entre el aumento en el ingreso de una madre y el aumento en la estatura de su retoño.

Los ministerios de ayuda internacional y los organismos de las Naciones Unidas están adoptando el argumento del Banco Mundial. En un mensaje con motivo del Día Internacional de la Mujer 2008, Koichiro Matsuura, Director General de la Unesco, escribió: «La igualdad de género significa economía inteligente y justa por muchas razones de peso. Puede ser motor del desarrollo económico y de la mejora en la calidad de vida de toda la sociedad» (la última línea, «toda la sociedad», quiere decir «también es positiva para los hombres»).

La Ministra de Ayuda danesa, Ulla Tornaes, presentó en marzo de 2008 una campaña destinada a reavivar los trabajos para el cumplimiento de las Metas de Desarrollo del Milenio (MDM) en el rubro de la igualdad de género. Durante el acto, señaló: «Es necesario mejorar considerablemente las oportunidades para que las mujeres contribuyan al desarrollo de las sociedades. De no hacerlo, se limitará el crecimiento económico de los países en desarrollo y se reducirá su capacidad de proteger al medio ambiente».

El aparente triunfo de la década de 1990 radicó en ver a la justicia social como razón suficiente para ocuparse de asegurar la igualdad de género. El bienestar de las mujeres y las niñas apareció como un fin en sí mismo. Hoy, si bien no se ha perdido del todo el argumento en favor de la igualdad a partir de la justicia y la equidad, en los últimos años hemos atestiguado un significativo retroceso a los argumentos de principios de la década de 1980. Esta tendencia indica un mayor desplazamiento de las políticas para el desarrollo del ideal de justicia social mundial conforme su expresión en las pomposas conferencias de las Naciones Unidas en la década de 1990 hacia un renovado interés en la idea del papel fundamental del crecimiento dirigido por el mercado como motor del desarrollo.

Así, el marco para el empoderamiento económico de las mujeres según el Banco Mundial tiene que ver con «hacer que los mercados trabajen para las mujeres» y «empoderar a las mujeres para que compitan en los mercados». Se espera que las mujeres incrementen el PIB de los países mientras los actores vinculados a las políticas de desarrollo pasan por alto la desigualdad de género relacionada con el trabajo doméstico y los cuidados prodigados a otros seres humanos, actividades no remuneradas pero que sostienen la economía de mercado. ¿Qué está detrás del cambio?

La Declaración de París sobre la Eficacia de la Ayuda al Desarrollo acordada en marzo de 2005 (y el proceso que ésta implica) ya está haciendo patente su éxito en cuanto a su primer y más importante principio: la apropiación de los países receptores (al menos si dicho principio se define en los términos de la apropiación del gobierno). Los países de la OCDE están respondiendo a las opiniones de las dirigencias gubernamentales de los países receptores, sobre todo los que se encuentran en el África subsahariana, región dependiente de la ayuda, menos interesada en las Metas de Desarrollo del Milenio y más interesada en el desarrollo de infraestructura económica, la ampliación del sector privado y el fomento de la inversión extranjera directa (IED). Uno de los factores que más impulsa el resurgimiento de la agenda del desarrollo es la llegada de China a países dependientes de ayuda como importante donadora de apoyos para la inversión económica que forman parte de acuerdos comerciales no condicionados a cuestiones de igualdad o derechos humanos.

El eslabón perdido

La tendencia del crecimiento fomenta y es resultado del resurgimiento de un lenguaje tradicionalmente enraizado en el centro discursivo del pensamiento positivista de los economistas de la ayuda internacional. Subraya la gestión basada en resultados, otro elemento de la Declaración de París que alienta los análisis de regresiones a través de un país para apoyar los argumentos instrumentistas que muestran cómo invertir en mujeres produce resultados para cualquier objetivo de desarrollo propuesto. En 2007, el Departamento para el Desarrollo Internacional de Gran Bretaña publicó una nueva política sobre igualdad de género. Destacó que está demostrado que contrarrestar la desigualdad de género en el acceso a los servicios y recursos incrementa la productividad femenina y disminuye la pobreza y el hambre. Las mujeres económicamente empoderadas desempeñan un papel más activo en la toma de decisiones dentro del hogar y tienen mayor capacidad de negociación para incrementar el gasto en educación y salud. Las niñas y mujeres educadas tienen mejores oportunidades de iniciar un negocio propio y ganar más dinero, lo que les permite salir y sacar a sus familias de la pobreza.

El documento del Departamento para el Desarrollo Internacional comenta además que el incumplimiento del objetivo de las MDM sobre la igualdad de género «podría bajar el crecimiento anual per cápita del país en cuestión en 0.1 – 0.3 puntos porcentuales». Hasta ahora, hay pocas pruebas de que estos argumentos instrumentistas tengan gran impacto en el amplio entorno de las políticas de alcance mundial. Por ejemplo, el plan de acción orientado al género del Banco Mundial enfatiza la importancia del acceso de las mujeres a la tierra, pero el resumen del más reciente Informe de Desarrollo de la misma institución, dedicado específicamente a la agricultura, no hace mención alguna a la desigualdad que enfrentan las mujeres en el rubro del acceso a la tierra.

Además, llama la atención que muchas declaraciones y discursos gubernamentales de hoy apenas se refieran o ni siquiera menciona en el vínculo entre el crecimiento y la igualdad de género. En los dos discursos sobre políticas públicas en torno al papel fundamental del crecimiento para el desarrollo, pronunciados en 2007 por la Ministra del Departamento para el Desarrollo Internacional, Shriti Vadera, solo se mencionó el tema de las mujeres y el género en una ocasión; el largo discurso del Ministro de Finanzas de Ghana, Kwadwo Baah-Wiredu, pronunciado en Francfort en diciembre de 2007 a fin de señalar todos los retos de desarrollo de su país, no incluyó el tema; lo mismo sucedió con dos discursos recientemente pronunciados por presidentes de países del África subsahariana frente a públicos provenientes del norte. El riesgo es caer en un doble mensaje: decir que se está desechando la agenda de la transformación social en tanto la estrategia instrumental no ha conseguido mejorar en nada las condiciones de las mujeres.

El vínculo crecimiento/género que tiene su origen en las décadas de 1970 y 1980 bien podría resultar ser una vía que no conduce a nada para quienes buscan reavivar las medidas de política pública en favor de los derechos de las mujeres. Lo que propicia el cambio en las políticas públicas es la presión política, no los argumentos técnicos, aun cuando éstos se formulen como un lema pegajoso. Decir que invertir en mujeres genera más riqueza difícilmente constituye una entusiasta invitación para que la sociedad civil actúe. Se ha criticado a las ONG internacionales porque al adherirse a las Metas de Desarrollo del Milenio (MDM) fueron cooptadas por el sistema de la ayuda internacional. Al tiempo que las MDM se pierden en el olvido, puede surgir una distinción discursiva más aguda entre las agencias oficiales de ayuda y las ONG: se abre entonces la posibilidad de reactivar una visión más transformadora del desarrollo internacional.

Rosalind Eyben es doctora en antropología social y organiza la convocatoria de un programa sobre políticas mundiales dentro del colectivo Pathways of Women’s Empowerment en el Instituto de Estudios del Desarrollo. Este artículo está fundamentado en la investigación realizada por la autora con Rebecca Napier-Moore acerca de la forma en que las organizaciones internacionales para el desarrollo conceptualizan el empoderamiento de las mujeres.

Atenea Acevedo pertenece a los colectivos de Rebelión y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, a la traductora y la fuente.

Original publicado en inglés en OpenDemocracy el 29 de mayo de 2008.