En enero de 1973 Pablo Neruda publicó un pequeño libro de poemas titulado Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena . En él hace un repaso de los avatares del Chile gobernado por la Unidad Popular y presidido por Salvador Allende, donde las conquistas políticas y sociales se ven oscurecidas por el sombra […]
En enero de 1973 Pablo Neruda publicó un pequeño libro de poemas titulado Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena . En él hace un repaso de los avatares del Chile gobernado por la Unidad Popular y presidido por Salvador Allende, donde las conquistas políticas y sociales se ven oscurecidas por el sombra del imperio y sus cómplices, la reacción chilena a la que el poeta llama los momios. Es un libro de coyuntura, pero profundamente de realismo. Alterna un lenguaje entre la dureza y el sarcasmo, que dirige contra los verdugos, y la ternura, que dedica a su gente.
En el poema «A verso limpio» nos descubre la munición que quiere utilizar para hacer efectiva su incitación. Nada de balas, de bombas y de sangre. Sólo la poesía, como munición limpia, pero cargada de gran significado:
Horademos a Nixon, el furioso,
a verso limpio y corazón certero.
Así pues, decidí que falleciera
Nixon, con un disparo justiciero:
puse tercetos en mi cartuchera.
Y por los tribunales venideros,
abriendo puertas, cruzando fronteras,
recluté hombres callados y severos,
caídos en sangrientas primaveras.
Por aquel entonces EEUU estaba en el momento culminante de la guerra contra Vietnam y con ella la destrucción de vidas, infraestructuras y cosechas. El napalm se había convertido en la llama de un infierno construido para inocentes, como lo fue la niña Kim Phuc que la cámara fotográfica inmortalizó huyendo despavorida. Neruda se refiere en «Me despido de otros temas» a las razones que le impulsan a juzgar, condenar y matar a Nixon con «tercetos» y «verso a verso»:
Se trata aquí de ser o de no ser:
si dejamos vivir al delincuente
los pueblos seguirán su padecer
y el crimen seguirá de Presidente
robando a Chile el cobre en las Aduanas,
destripando en Vietnam los inocentes.
No estaba errado el poeta. En «Victoria» desgrana lo que empezó a padecer su pueblo y su gobierno tras la victoria electoral de 1970, algo que no admitieron ni perdonaron quienes habían mandado durante siglos en Chile:
Honor a la victoria apetecida,
honor al pueblo que llegó a la hora
a establecer su derecho a la vida!
Pero el ratón acostumbrado al queso,
Nixon, entristecido de perder,
se despidió de Eduardo con un beso.
Cambió de embajador, cambió de espías
y decidió cercarnos con alambre:
no nos vendieron más mercaderías
para que Chile se muriera de hambre.
Cuando la Braden les movió la cola
los momios ayudaron la tarea
gritando «Libertad y cacerolas»,
mientras que los parrones victimarios
pintaban de bondad sus caras feas
y disfrazándose de proletarios
decretaban la huelga de señores
recibiendo de Nixon los dineros:
treinta monedas para los traidores.
Neruda y su gente sabían, por intuición, por constatación de hechos y, sobre todo, por lo que iban averiguando, lo que el imperio y los momios estaban tramando. Hoy sabemos muchas cosas más. Las cintas y los papeles que se están desclasificando son más pruebas de la ignominia y la traición. No son todas, faltan muchas, pero sirven para ir constatando que lo ocurrido fue una obra planificada y finalmente ejecutada. «Le recomiendo oponernos a Allende con toda nuestra fuerza y hacer todo lo posible para impedir que se consolide en el poder, teniendo cuidado de que aparentemos estar reaccionando a sus movimientos», escribió Kissinger el 5 de noviembre de 1970 en un informe dirigido a Nixon, dos días antes de la sesión del Congreso que debía elegir al nuevo presidente. Allende, después de haber sido el candidato más votado en las elecciones de septiembre, fue el elegido el 7 de noviembre gracias al apoyo prestado por el ala izquierdista de la Democracia Cristiana que encabezaba Radomiro Tomic. Sin embargo, el embajador Edward Korry, por las palabras de Nixon, no supo cumplir con su deber de servir al imperio: «el hijo puta falló», le dijo un año y medio después a su jefe de prensa.
En los versos Neruda se refiere a la Braden, la compañía que había explotado el cobre chileno hasta que el gobierno de la Unidad Popular dijo basta. También lo hace al cambio de embajador, porque «el hijo puta falló». No faltan las huelgas patronales y las manifestaciones con cacerolas de las damas de la burguesía para desgastar al gobierno, usurpando así las formas, que no el alma, del arma más preciada de la clase obrera. Y detrás de todo estaba la CIA, la ITT, los militares golpistas dirigidos por Roberto Viaux, los grupos fascistas como Patria y Libertad, los fantasmagóricos grupos de ultraizquierda… toda una amalgama de grupos y gentes que Neruda retrató en «Reviven los gusanos»:
Luego llegó la dura condición
y los gusanos en su rebelión
en el estiércol de la oposición
rodearon a sus turbios candidatos
de mentidores y de mentecatos,
de lenguaraces y de asesinatos,
descubriendo una táctica «imprevista»:
«En Chile hay un peligro comunista! «.
E intercambiando besos espantosos
momiocristianos y momios furiosos:
con la publicidad y la pistola,
contra Allende y el pueblo congregado,
llevan la sedición ola por ola
momios tibios y momios congelados.
La figura del militar honrado cobra vida en el general Schneider, el jefe de las fuerzas armadas que en octubre de 1970 fue, primero, víctima de un intento de secuestro, y, finalmente, asesinado. Fue el militar que en mayo ya dejó las cosas claras ante el temor que aumentaba por una previsible victoria de Allende: «El ejército es garantía de una elección normal, de que asuma la presidencia de la República quien sea elegido por el pueblo, en mayoría absoluta, o por el Congreso Pleno, en caso de que ninguno de los candidatos obtenga más del 50 por ciento de los votos». El 22 de octubre Schneider cayó en la emboscada que se trazó dentro de la trama urdida contra la victoria popular. Para él salen muchos versos y dos poemas. Uno, «El gran silencio»:
Es tarde ya. Se han ido los malvados.
Schneider, desangrado y malherido,
ha muerto, el crimen está consumado.
Un gran silencio cubre nuestras vidas:
El estupor de un pueblo deshonrado,
el clamor de la Patria estremecida.
Cien hombres contra un solo soldado:
fueron cien los cobardes forajidos
contra mi general asesinado,
El espionaje norteamericano
ordenó a un renegado y sus hampones.
Y Caín otra vez mató a su hermano.
Sangre, dolor, coronas y crespones!
En el alma de Chile sepultado,
despedido por nuestros corazones,
quedó mi general asesinado.
No dudó Neruda en señalar a los culpables. Sin escrúpulos el propio Nixon le había dicho por entonces a Kissinger que «Todo vale en Chile. Golpeen sus traseros, ¿ok?». Kissinger lo reconoció meses después del asesinato de Schneider cuando departía con el presidente de EEUU acerca de otra acción: «Cuando trataron [la CIA] de asesinar a alguien tomó tres intentos y después de eso vivió tres semanas». No fueron tres las semanas de agonía del general, fueron tres días. Pero el resultado fue el mismo, como lo dice Neruda en el comienzo del segundo de esos poemas, «Mi general, adiós»:
Desde entonces tu sangre ha separado
dos zonas hasta ahora divididas:
el rencor que amenaza por un lado
y el pueblo que acompaña tus heridas.
Y hasta ahora tu estirpe de soldado
cerca de Allende, claro presidente,
defiende al pueblo y a su nuevo Estado
(como si aún tu mano militante,
aún después de ser martirizado,
cumpliera su deber de comandante).
Adiós, mi general asesinado!
Vivirá tu recuerdo de diamante
en lo más alto de la cordillera.
La Patria va contigo en cada instante
por el camino de la primavera.
En esos momentos de incertidumbre de una revolución pacífica, pero asediada, el poema «Aquí me quedo» refleja mejor como nadie los anhelos y los temores que, en boca de Neruda, lo son de su pueblo. Un poema que acabó musicado por Víctor Jara, otra que hubo de ser una más de las futuras víctimas:
Yo no quiero la Patria dividida
ni por siete cuchillos desangrada:
quiero la luz de Chile enarbolada
sobre la nueva casa construida:
cabemos todos en la tierra mía.
Y que los que se creen prisioneros
se vayan lejos con su melodía:
siempre los ricos fueron extranjeros.
Que se vayan a Miami con sus tías!
Yo me quedo a cantar con los obreros
en esta nueva historia y geografía.
Ni fue Chile una tragedia ni hemos de resignarnos al destino ciego que nos dicen que está marcado. Ni fueron los dioses de los que hablaban los griegos ni se hizo en nombre de los dioses que nos nombran los sumos sacerdotes de lo que llaman libertad. Llevamos décadas oyendo las mismas palabras y viendo los mismos gestos en las homilías de los parlamentos, las cumbres internacionales y las televisiones. Nada de lo que dicen públicamente tiene que ver con lo que ocultan en las bambalinas y las cloacas: «No hay nada más que derechos humanos. El Departamento de Estado está compuesto por personas que tienen vocación para el celibato. (…) Vinieron a trabajar al Departamento de Estado porque no había suficientes iglesias para ellos». Eso fue lo que dijo, de lo que se quejaba, en 1975 Kissinger cuando se reunió con el ministro de Exteriores de Chile acerca de los documentos que le habían presentado sus funcionarios. Pura fachada, pura apariencia.
Para esta gente la libertad, la democracia y los derechos humanos son sólo la excusa. No existe más que un dios y es el dinero, que es su dinero. «La elección de Allende representa para nosotros uno de los desafíos más serios jamás afrontados en este hemisferio», dijo Nixon por entonces. Temían de Chile lo mismo que de Cuba ( Pienso también en Cuba venerada, / la que alzó su cabeza independiente ), como hoy temen de Venezuela y Bolivia… Lo mismo que de otros países, condenados a la guerra o amenazados por ella, que sufren los designios de los poderes que controlan el mundo.
Y es que no soportan que se puedan cumplir los versos del poeta:
Hacia los pueblos alzo nuestro vino
con la copa a la altura del destino.
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