Un diputado ha escrito un artículo en El País a favor del proyecto de ley de patada en el router del gobierno español. Un ciudadano, en un blog, ha publicado una pequeña crítica de ese artículo. Ese ciudadano había regalado un blog al diputado. El blog, que se actualizaba de pascuas a ramos, se ha […]
Un diputado ha escrito un artículo en El País a favor del proyecto de ley de patada en el router del gobierno español. Un ciudadano, en un blog, ha publicado una pequeña crítica de ese artículo. Ese ciudadano había regalado un blog al diputado. El blog, que se actualizaba de pascuas a ramos, se ha caído por problemas del servidor, como ocurre a diario en multitud de servidores y de páginas. Al diputado no se le ha ocurrido llamar al ciudadano y preguntarle qué estaba pasando, no. Lo primero que ha hecho el pobre diputado que dispone de El País y de multitud de «contactos» ha sido utilizar a estos contactos para que difundan la idea de que ha sido el ciudadano que se ha atrevido a discrepar de su artículo en un mini-post, quien le ha privado de su blog. Y después los medios han empezado a difundir la versión de que el blog del diputado había sido hackeado.
Todo esto no es más que la repetida historia de quienes terminan por creer que ellos son la medida de todas las cosas, si no fuera por los ecos que primero ven hackers donde no los hay y después quizá vean terroristas. Más les valdría preguntarse por qué muchas personas, a quienes lo último que les preocupa en este momento son las películas y las canciones, «robarían un bolso», «robarían un coche» y robarían un banco.
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa de la autora, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.