Happiness nació de madrugada dentro de una patera, en el mar de Alborán, en la costa granadina. Su madre, Judith, de origen nigeriano, dio a luz entre cordilleras de olas, encaramada en un sueño, ayudada por sus compañeras de viaje. Con el nombre de su hija -en inglés happiness significa felicidad- quiso evocar la alegría […]
Happiness nació de madrugada dentro de una patera, en el mar de Alborán, en la costa granadina. Su madre, Judith, de origen nigeriano, dio a luz entre cordilleras de olas, encaramada en un sueño, ayudada por sus compañeras de viaje. Con el nombre de su hija -en inglés happiness significa felicidad- quiso evocar la alegría de regalar la vida. En la misma embarcación viajaban otras siete mujeres embarazadas y cinco niños de corta edad de Nigeria, Ghana y Camerún, que tuvieron la fortuna de no morir ahogados; otros tantos se hunden cada año: sus huesos sirven de alimento para peces; lágrimas que se diluyen en la fosa oceánica. La niña Happiness fue rescatada por la Guardia Civil y para ser resguardada del frío fue envuelta en papel aislante del mismo color de plata con que nuestros niños imitan los ríos de los belenes navideños. Relata uno de sus salvadores que le tranquilizaba oír llorar a la niña, ya que en sus primeros minutos de vida Happiness apenas se movía; debilitada como su madre; extenuada tras su heroica travesía; quizás reservabas fuerzas para poder sobrevivir en el mundo inhóspito al que llega con tres estigmas: su color, su sexo y su pobreza; a pesar de haber sido engendrada en una tierra rica en recursos naturales, como petróleo (Nigeria es el octavo productor mundial) o gas.
Porque los habitantes de Nigeria, uno de los países más grandes de África, retroceden en calidad de vida cada año; y sus niños se mueren de hambre mientras su Producto Interior Bruto crece alegremente un tres por ciento anual. La esperanza de vida es de 47 años y el setenta por ciento de sus 150 millones de habitantes es pobre. La riqueza no revierte en la población, no se redistribuye; la mitad de los ciudadanos no dispone de luz eléctrica, y el 80% de su petróleo se exporta. Doscientos cincuenta grupos étnicos enzarzados en conflictos que alientan las multinacionales petrolíferas, en un Estado profundamente corrompido y al servicio de los intereses crematísticos de los países occidentales y de sus empresas, a las que eximen prácticamente del pago de impuestos o les malvenden su territorio; los mismos países desarrollados que luego no dudan en cerrar las puertas del bienestar a emigrantes forzosas como Judit y su hija.
El último índice global de hambre de la ONU revela que África está estancada en el cumplimiento del objetivo mundial de reducir a la mitad la desnutrición infantil para el 2015 (en América Latina sólo Cuba la ha erradicado, según Unicef). El hambre crece en nueve países del mundo, casi todos del África subsahariana. La mala nutrición debilita al niño y provoca enfermedades contra las que un cuerpo sano sí podría defenderse, como neumonía o diarrea. Además, los efectos de la malnutrición en los primeros años de vida son irreversibles: el hambre daña para siempre el desarrollo físico y cognitivo de los niños que la padecen.
La apuesta de Judit y de sus compañeras de viaje es rotunda. Después del mar no hay otra orilla que no sea la ilusión de futuro o la muerte anticipada. Happiness refleja en cada letra de su nombre el legítimo derecho que asiste y mueve a todas las madres del mundo: ver crecer sanos y felices a sus hijos.
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