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Harriet Tubman, la lucha por la libertad

Fuentes: Rebelión

En 1820 la población de los Estados Unidos de América rozaba los diez millones de personas. Pero para 1.8 millones la frase de la Declaración de Independencia de su país, casi con toda seguridad el documento más importante de la historia americana, “que todos nacemos iguales”, carecía por completo de significado. Eran negros y eran, prácticamente todos ellos, esclavos. Muchos habían sido secuestrados en algún punto de la costa occidental de África, en sus lugares de nacimiento, y transportados a la fuerza y en las peores condiciones que podamos imaginar por los comerciantes de esclavos al territorio americano. Otros habían nacido, hijos de esclavos, en América. Harriet Tubman pertenecía al segundo grupo. Esta es su historia.

No se puede determinar con exactitud la fecha de nacimiento de esta extraordinaria mujer. Algunos historiadores piensan que fue en 1820, aunque otros hablan del año siguiente. Lo que sí se sabe con exactitud matemática es que cuando Harriet Tubman nació en una plantación de algodón del este de Maryland, tanto ella como los demás miembros de su familia, eran esclavos. De ahí que no se pueda determinar con precisión la fecha de su nacimiento, pues no era común entre los propietarios de esclavos llevar un registro con las fechas de nacimiento de los esclavos nacidos en sus plantaciones. Otro dato que sabemos con exactitud es que al nacer la llamaron Araminta Roos, aunque nadie en realidad la llamaba por este nombre, sino por su apodo: Minty. No obstante,  a la edad de trece años, se cambió su nombre por el de Harriet, en honor a su madre, que se llamaba así.

La vida de esta mujer fue, simplemente, terrible. Por mucho que intentemos comprender el horror al que fue sometida, nunca conseguiremos abarcarlo en toda su extensión. Su infancia, por ejemplo, fue algo muy parecido al infierno. De niña compartía una cabaña de una sola estancia con sus diez hermanos, su madre y su padre. A los seis años de edad, fue vendida por su propietario a otra granja, donde tenía que trabajar cuidando a un bebé. Imaginemos por un instante a una niña de seis años haciendo este tipo de trabajo. En aquella casa, la pequeña Araminta era golpeada a la menor de cambio, con una violencia extrema, sin que importara lo más mínimo si lloraba, sangraba o sufría cualquier tipo de lesión. Además, sólo comía los restos de la comida que les sobraba a los blancos. Pero la pequeña era una ferviente creyente y esto le sirvió de una gran ayuda en los peores momentos. Estaba segura de que su Dios no podía dejarla sola ante tanta maldad y salvajismo.

Conforme fue haciéndose mayor, su trabajo en la plantación también fue haciéndose más y más duro: arando la tierra, cortando troncos y tirando de los bueyes en las faenas del campo.

A la edad de trece años, un accidente va a tener una trascendencia importantísima en la vida de la joven esclava. En una visita a la ciudad, le parten la cabeza con un trozo de hierro que un blanco borracho le lanza a su esclavo, con tan mala fortuna que va a parar al cráneo de la chica. No la mata, pero a punto está. Desde aquel día y hasta su muerte, la mujer sufrirá terribles dolores de cabeza, así como mareos y ataques epilépticos.

En el año 1849, Harriet decide que no va a vivir más siendo una esclava y pone en marcha un plan para poder escapar a alguno de los estados del norte, donde la esclavitud es ilegal. Por aquella época, se puso en funcionamiento una red de ayuda a los esclavos que intentaban alcanzar el norte para ser libres. Se llamó el “Ferrocarril Subterráneo”. Pero ni había un tren ni mucho menos era subterráneo. El historiador Bryn O’Callagham lo explica de esta manera en su libro An Illustrated History of the USA (Longman, 1990):

Se planificaba la ruta (de escape) y se llevaba a esclavos fugitivos de un lugar secreto a otro. La meta final de estas huidas era Canadá, donde los fugitivos no podían ser perseguidos ni por las leyes estadounidenses ni por los cazadores de recompensas. 

Debido a que el ferrocarril era el medio más moderno de transporte de la época, a este sistema perfectamente organizado se le llamó “Ferrocarril Subterráneo”. A las personas que lo financiaban económicamente, se les llamaba “accionistas”. A los guías que ayudaban a los fugitivos a alcanzar la libertad se les llamaba “conductores”, y a los lugares donde se escondían se les llamaba “estaciones”. Todas estas palabras eran términos usados en la jerga de los ferrocarriles.

Muchos conductores del Ferrocarril Subterráneo habían sido esclavos previamente. A menudo viajaban a los estados esclavistas para contactar con los que estaban dispuestos a huir. Esto era algo muy peligroso, ya que si un conductor era capturado, podía ser devuelto a sus antiguos amos y acabar de nuevo siendo esclavo, o incluso peor, muerto.

Harriet Tubman fue una de las personas que consiguió llegar al norte gracias a la ayuda solidaria del Ferrocarril Subterráneo. Así lo cuenta Manuel López Poy en su libro Todo blues (Redbook Ediciones, 2018):

En 1849, cuando iba a ser llevada a una nueva hacienda de Carolina a la que había sido vendida, se escapó junto a sus hermanos Ben y Harry en dirección a Filadelfia (…) En su vejez, Tubman contaba que la víspera de la fuga se despidió de su madre cantándole una estrofa en la que decía “Vendré y te encontraré en la mañana”, que encerraba una promesa en clave de volver a rescatarla.


A partir de 1850, Harriet decide que va a ayudar a todo el que pueda a conseguir su libertad, de la misma manera que la ayudaron a ella. Pero ya no servía de nada llegar a los estados del norte, ahora había que ir hasta Canadá, pues aquel mismo año fue aprobada la Ley del Esclavo Fugitivo, que permitía devolver a sus propietarios a los esclavos que habían conseguido fugarse. En los años siguientes, esta mujer valiente y decidida, dirigió diecinueve viajes desde las plantaciones del sur hasta la libertad que suponía el norte para los seres humanos de piel negra. En estos diecinueve viajes liberó a más de 300 esclavos, hombres, mujeres y niños, incluidos muchos de su propia familia, como su hermana Kessiah, a la que arrancó de las garras de la esclavitud justo cuando iba a ser vendida, junto con sus dos hijos pequeños. Por todo ello, se ganó el apelativo de Moisés, pues como el personaje bíblico, dirigió a su pueblo hacia la ansiada libertad. Tal era su éxito liberando esclavos, que un grupo de hacendados puso precio a su cabeza: cuarenta mil dólares a quien consiguiera capturarla. Afortunadamente, nadie lo consiguió. Bryn O’Callagham escribe sobre ella: “Aunque no sabía ni leer ni escribir, Harriet Tubman tenía una extraordinaria habilidad como organizadora.”

Durante la Guerra de Secesión, Harriet  también participó activamente en la contienda americana. Como ocurrió con el poeta Walt Whitman, trabajó como enfermera, cocinera y lavandera. Pero además, también llevó a cabo una importante labor como espía para el ejército del Norte, y continuó con su labor de rescate de esclavos. Al finalizar la guerra, Harriet regresó a la pequeña población de Auburn, en el estado de Nueva York, donde se había instalado al poco de conseguir su libertad. Allí compró una casa para sus padres y se dedicó por completo a ayudar a todo aquel que lo necesitaba: enfermos, personas sin hogar, sin trabajo, etc. Al mismo tiempo, empezó una lucha denodada por la igualdad entre hombres y mujeres, siendo considerada una pionera en la lucha feminista norteamericana, cuando ni siquiera se había inventado el término feminismo.

Durante su vida, Harriet se casó dos veces. La primera cuando aún era una esclava, en 1844, con un tal John Tubman, que era un hombre negro libre. En aquella época las parejas formadas por una mujer esclava y un hombre negro libre eran mucho más frecuentes de lo que podemos pensar hoy. Pero como señala Manuel López Poy, esas uniones suponían poco más que un desahogo sexual para el hombre. En 1869 se volvió a casar, esta vez con Nelson Davis, con quien tuvo varios hijos, que le dieron muchos nietos y muchos bisnietos. Harriet murió el diez de marzo de 1913, a los 97 años de edad, rodeada de su numerosa familia, feliz por haber hecho lo que debía durante toda su vida, pero sin conseguir hacer realidad la frase de la Declaración de Independencia: que todos nacemos iguales, ya que, hasta 1920, las mujeres no tuvieron derecho al voto en los Estados Unidos.

Desde entonces, han sido numerosos los libros que se han escrito sobre esta extraordinaria mujer. En 2019, la directora de cine Kasi Lemmons, dirigió una película donde narraba algunos de los acontecimientos más destacados de su vida, titulada Harriet, en la que la actriz afroamericana Cynthia Erivo interpretó a la activista negra más importante de la historia de los Estados Unidos.

Hoy en día Harriet Tubman es una leyenda para miles de personas, y no sólo afroamericanos, que la veneran como a la gran heroína que fue, y como a la gran precursora de la igualdad tanto de raza como de género.–


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