La semana comenzó con una rotunda derrota del presidente brasileño tras la renuncia de su canciller, el más ultra de sus ministros. Pero el epicentro de la crisis se trasladó enseguida al campo militar.
«El cerco del Congreso, los tribunales superiores, los diplomáticos, los médicos, los enfermeros, los ambientalistas, los economistas, los abogados, los banqueros y los grandes empresarios, generó un grito unánime en Brasilia: ¡Basta! Basta de desgobierno, basta de delirios ideológicos y amenazas golpistas, basta de hundir a Brasil en el escenario internacional», escribió este martes la columnista especializada en asuntos castrenses Eliane Cantanhêde en el diario más conservador del país (O Estado de São Paulo, 30-III-21). Todos los analistas coinciden en que el presidente Jair Bolsonaro intentó subordinar a las Fuerzas Armadas a una iniciativa propia en contra del orden constitucional. Incluso el general Sérgio Etchegoyen, jefe del Gabinete de Seguridad Institucional en el gobierno de Michel Temer, fue enfático en distanciarse del oficialismo en una entrevista a Radio Gaúcha, este martes, en la que declaró que «las Fuerzas Armadas están maduras y no serán un factor de inestabilidad».
Según la columnista Thais Oyama, «lo que hizo al presidente Bolsonaro pedir la cabeza del comandante del Ejército, Edson Pujol, fue la negativa del general a manifestarse contra la decisión judicial que anuló las condenas del expresidente Lula a principios de mes» (UOL, 30-III-21). El excapitán y actual mandatario exigía, de ese modo, una iniciativa militar similar a la que tuvo el comandante del Ejército Eduardo Villas Boas en 2018, cuando, en vísperas del pronunciamiento del Supremo Tribunal Federal sobre un habeas corpus que podía haber habilitado a Lula a presentarse a las elecciones, tuiteó que el Ejército «repudiaba la impunidad», en una presión castrense a la Justicia para que vetara al dirigente del Partido de los Trabajadores.
En la ocasión actual, el general Fernando Azevedo e Silva, ministro de Defensa hasta este lunes, se negó a seguir el libreto de Bolsonaro y alinear a sus pares, incluido Pujol, detrás de los designios del presidente. El problema, como señala Cantanhêde, es «la manía de Bolsonaro de exigir sometimiento incondicional» a sus ministros y cargos de gobierno, que ahora parece haber encontrado un límite preciso.
Rechazo militar
Azevedo insiste en su carta de despedida: «Durante este período [al frente de la cartera de Defensa] preservé a las Fuerzas Armadas como instituciones del Estado». Es un mensaje indirecto a lo que no habría hecho el presidente al querer usarlas para su proyecto político personal. De hecho, en la mañana del martes 30, los tres jefes de las Fuerzas Armadas entregaron su dimisión al nuevo ministro de Defensa, el general Walter Braga Netto. Según afirma O Globo, con base en fuentes castrenses, se trata de un mensaje del alto mando militar de que «no cederá al golpismo» (O Globo, 30-III-21). Para la columnista Cantanhêde, Braga Netto «encuentra el ambiente militar contaminado por la política, dividido y polarizado». Pero la duda mayor, estima, radica en saber si el general (que se desempeñaba hasta ahora como jefe de gabinete de Bolsonaro) asume el cargo «para hacer el juego sucio que su predecesor tuvo la dignidad de rechazar».
Lo cierto es que al presidente la soledad lo llevó a buscar apoyos donde no debía hacerlo. No ha tenido otro camino que aceptar la reforma ministerial que abre aún más las puertas de su gobierno al centrão (formalmente, el centro político del Parlamento, pero, realmente, lo que los brasileños llaman «diputados de alquiler», que se prestan a cualquier alianza con tal de asegurar sus cargos). Dos de los nuevos ministros vienen directamente de ese sector, pero al menos cinco de los seis recambios ministeriales de esta semana forman parte de una necesaria conciliación de un presidente que asumió cargando contra la vieja política, pero que a mitad de su mandato debió rendirse a ella. «La reforma ministerial refleja el debilitamiento político del presidente Bolsonaro, que aumenta la dependencia del centrão y pierde el apoyo militar», estima el analista Kennedy Alencar (Folha de São Paulo, 30-III-21).
Algunos estiman que esta crisis representa el fin del gobierno de Bolsonaro, ya que no podría lidiar con tantos adversarios al mismo tiempo, en particular con los militares. La renuncia simultánea de los tres comandantes no tiene precedentes en Brasil, lo que refleja la profundidad de los desacuerdos. Divergencias que, en rigor, se arrastran desde noviembre, cuando una reunión de los ministros militares con el vicepresidente Hamilton Mourão provocó la ira del presidente.
Enemigo de las cuarentenas generales, Bolsonaro afirmó el 19 de marzo: «Mi Ejército no va a cumplir el lockdown ni por orden del papa». Fue cuando se lo consultó sobre la posibilidad de que la tropa auxiliara a los gobernadores y alcaldes para reforzar las medidas sanitarias de restricción de la movilidad (El País, 30-III-21). Ahora, los uniformados decidieron bajarle el pulgar.
China, empresarios y sociedad
«A los chinos no les interesa que los países mantengan su libertad, ya que no la tienen allí», espetó hace dos años el canciller Ernesto Araújo en una entrevista para la revista Piauí. Durante su gestión al frente de Itamaraty, mantendría esa retórica anti-Beijing. Pero el ministro más ideológico del gabinete de Bolsonaro debió renunciar el lunes 29 ante la presión del Parlamento y, sobre todo, de representantes del poder económico, lo que muestra los nuevos vientos que soplan en Brasil y en todo el mundo.
Según la edición brasileña de El País de Madrid, Araújo es un «fervoroso anticomunista y trumpista, considerado el mayor responsable de que el país no haya conseguido comprar dosis suficientes para una vacunación en masa que permita vislumbrar un horizonte para una recuperación económica» (El País, 29-III-21). A la crisis causada por el desborde de los hospitales y las salas de urgencia se sumó la pasada semana que diez senadores pidieron su renuncia y que el fin de semana circuló una carta apoyada por 300 diplomáticos de carrera que pedían su dimisión.
Araújo no actuaba como canciller, sino como propagandista, como estiman buena parte de los analistas brasileños. Su rechazo a China llegó al extremo de denominar el coronavirus como «comunavirus», en la misma sintonía con que Donald Trump lo llamaba «virus chino». Dado que China es el principal mercado de las exportaciones de Brasil y su principal socio comercial desde 2013, la ideología de Araújo se convirtió en un obstáculo para la economía brasileña. La presión empresarial resultó ser la más pesada para su sobrevivencia. El 21 de marzo se difundió una carta firmada por más de 1.500 economistas, líderes empresariales y banqueros que señala que es ilusorio imaginar una economía en auge con la pandemia fuera de control. La misiva fue decisiva para la renuncia de Araújo.
La carta exige respeto por la ciencia y una adecuada gestión gubernamental, sugiere un cierre de la actividad no esencial y el paso a una toma de decisiones coordinada «para poner fin al deterioro que está experimentando la nación» (El País, 21-III-21). El punto central del documento es el rechazo al dilema entre el cierre y el mantenimiento de la actividad económica: «De hecho, los datos preliminares sobre muertes y desempeño económico sugieren que los países con el peor desempeño económico tuvieron más muertes por covid-19. La experiencia ha demostrado que incluso los países que inicialmente optaron por evitar el bloqueo terminaron adoptándolo, de diversas formas, ante el agravamiento de la pandemia», señalan –citando el caso de Reino Unido– los líderes empresariales y economistas afines.