Un aviso para quienes ya andan festejando el fin del capitalismo salvaje: lo primero que hicieron los más altos ejecutivos de la aseguradora AIG después de hundir la compañía fue gastarse 450.000 dólares en un resort de lujo en California para celebrar que el Tesoro de EEUU acababa de apoquinar 85.000 millones de dólares con […]
Un aviso para quienes ya andan festejando el fin del capitalismo salvaje: lo primero que hicieron los más altos ejecutivos de la aseguradora AIG después de hundir la compañía fue gastarse 450.000 dólares en un resort de lujo en California para celebrar que el Tesoro de EEUU acababa de apoquinar 85.000 millones de dólares con los que tapar el agujero. «Es una práctica común en esta industria premiar a los mejores directivos por su trabajo», explicó el portavoz de AIG. ¡Con un par! De bonus. A este lado del charco, ayer mismo organizaba un almuerzo para 50 invitados en el mejor restaurante de Mónaco el desaparecido banco Fortis, cuyos restos han sido engullidos a precio de saldo por BNP Paribas después de un buen empujón de ayuda pública. Factura: 150.000 euros.
El ciudadano perplejo contiene su indignación bajo los efectos ansiolíticos de un mensaje letal: el Estado no tiene más remedio que acudir al rescate de los bancos en quiebra para evitar que todo el sistema financiero se estrelle. Dicho de otro modo: si no se ayuda a los multimillonarios, la clase media perderá sus ahorros. Y en esta atmósfera cortada a cuchillo por un negro presagio cada media hora, ciertas voces empiezan a preguntarse: ¿hay alguien ahí? ¿A qué se ha dedicado la izquierda intelectual y política durante esta década prodigiosa? ¿Es que no disponía de un solo sismógrafo que vaticinara el terremoto?
Sostiene José Saramago en su blog personal que «la izquierda ni piensa ni actúa ni arriesga una pizca; asiste impávida en su cobardía a la burla cancerígena de las hipotecas de Estados Unidos». El Premio Nobel portugués recupera su polémica sentencia de que «la izquierda no tiene ni puta idea del mundo en el que vive». A la hora de hacer autocrítica, desde luego, no se conoce pensador neocon capaz de azotar con esta saña a su propia ideología.
El largo silencio
Resulta demasiado simple reprochar a la izquierda europea o a los liberales norteamericanos que se hayan instalado en el silencio de los corderos mientras el neoliberalismo galopaba felizmente sobre la grupa de la globalización. El proceso ha sido un poquito más complejo. Primero fue el rechazo al marxismo a finales de los setenta; diez años después cayó el Muro de Berlín y la derecha se hizo dueña y señora de las banderas de la libertad y del progreso. Cualquier advertencia sobre los peligros que acarreaba la denigración absoluta del Estado era percibida como «conservadora y trasnochada», simples palos en las ruedas de un proceso que nos llevaba en volandas al mundo feliz del éxito urgente, el coche de importación, el chalé adosado, el colegio de pago y las vacaciones caribeñas.
Para imponer las reglas de juego del libre mercado, la desregulación casi total y el individualismo a ultranza, a la derecha siempre le ha sobrado lo que le ha faltado a la izquierda: unidad de acción y recursos casi ilimitados de proselitismo. Los think tank de los neocon en Estados Unidos manejan unos fondos dinerarios que las fundaciones progresistas europeas no llegarán a oler en su vida. En revistas políticas, universitarias, en libros de tirada reducida y en un puñado de cabeceras periodísticas claro que han aparecido en estos años centenares de ensayos en los que se advertían los peligros del capitalismo salvaje, la globalización financiera o el fusilamiento de papá Estado. Y hasta se proponían alternativas que alejaban a la izquierda tanto del colectivismo fracasado como de una indigestión de liberalismo. Pero esos mensajes no podían calar en una red mediática también globalizada y manejada precisamente por los mismos que participan de la financiación de los grandes tanques del pensamiento neocon. Aznar, con su inglés chusco y su megalomanía, lo supo ver en tres patadas y montó aquí su macrofundación FAES antes de abandonar la Moncloa. Zapatero también lo ha visto, y ha encargado a Jesús Caldera organizar el carajal de pequeños centros de pensamiento en los que la izquierda de por aquí pierde más tiempo en puñaladas dialécticas que en armar un discurso progresista de futuro. La derecha tiene un carrefour de las ideas mientras la izquierda sobrevive con sus tiendas de la esquina. Las propuestas que giran en torno a conceptos como ciudadanía, republicanismo, no dominación, bienestar, Estado social… se quedan en tertulias de café sin una plataforma potente de comunicación.
A la defensiva
Así que no es que la izquierda intelectual se quedara muda, sino que no había forma de escucharla. No ha estado muda, pero sí a la defensiva. Y acomplejada. Lo explica muy bien Tony Judt, catedrático y director del Instituto Remarque: «Mientras la izquierda europea no reconozca su antigua tendencia a preferir el poder a la libertad, a ver algo bueno en todo lo que hacía una autoridad central progresista, dará la espalda al futuro abochornada: defendiendo al Estado y disculpándose por ello al mismo tiempo». Algunos sectores de la izquierda se han prestado incluso (inocente o interesadamente) a ejercer de filtro ético para los pilares de la misión neoliberal. Por ahí siguen danzando intelectuales progresistas que justificaron la Guerra Global contra el Terror y que ahora culpan a Bush no por haberla inventado, sino por haberla ejecutado mal.
Es imposible calcular las consecuencias que el cataclismo financiero tendrá sobre los cimientos ideológicos del siglo XXI, a derecha e izquierda, en EE UU y en Europa. Pero no es arriesgado aventurar que el neoliberalismo intentará reconstruir su Monopoly como ya hizo tras el estallido de burbujas anteriores. Lo importante es saber si la izquierda ha aprendido la lección y destierra los complejos o una vez más se limita a colaborar en la recogida de los escombros. ¿Pagar con dinero público las juergas de Fortis o de AIG? ¡Pero qué broma es esta!