Casimira Rodríguez Romero, hija única de una familia pobre, comenzó a trabajar a los trece años como empleada doméstica. En 2001, esta mujer quechua de 39 años, que ha experimentado en primera persona la situación de alrededor de 11 millones de trabajadores domésticos en América Latina, se convirtió en la secretaria general de la Confederación […]
Casimira Rodríguez Romero, hija única de una familia pobre, comenzó a trabajar a los trece años como empleada doméstica. En 2001, esta mujer quechua de 39 años, que ha experimentado en primera persona la situación de alrededor de 11 millones de trabajadores domésticos en América Latina, se convirtió en la secretaria general de la Confederación Latinoamericana y del Caribe de Trabajadoras del Hogar (CONLACTRAHO).
En diciembre de 2005, Rodríguez Romero y otros representantes de los trabajadores domésticos y de los sindicatos participaron en un seminario de la OIT en Montevideo.
En la actualidad, Rodríguez Romero es Ministra de la Justica y Derechos Humanos de su país. Y además ha propuesto una iniciativa legislativa para regular el trabajo doméstico. La ley fue aprobada por el Congreso boliviano, pero no ha sido aplicada cabalmente. «La ley no es suficiente», dijo la ministra. «La sociedad debe comprenderla y asimilarla como un acto de justicia».
Según el nuevo estudio de la OIT, el servicio doméstico, que representa 15,5 por ciento del total del empleo femenino del subcontinente, está en expansión. «La segregación laboral que confina a las mujeres en los niveles menos privilegiados continúa existiendo», dijo Maria Elena Valenzuela, coautora del estudio.
Pero el estudio identifica también tendencias positivas en el mercado laboral de América Latina. Las mujeres representan ahora cerca de 40 por ciento de la población activa de las áreas urbanas. La tasa de la participación de las mujeres creció de 39 por ciento en 1990 a 44,7 por ciento en 2002, mientras que la tasa masculina permaneció más o menos estable, cerca de 74 por ciento.
«Por otro lado, la tasas de participación femenina en América Latina continúan siendo muy bajas comparadas con la de los países de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) donde, en 2001, fue de 62,1 por ciento en Francia y de 72,5 por ciento en Estados Unidos», comentó Valenzuela. «Estas tasas varían mucho de país en país en América Latina, entre 42 por ciento en Chile y 58 en Guatemala», agregó.
Además, el desempleo es más alto entre las mujeres que entre los hombres. En 2004, cerca de 9,4 millones de mujeres de las áreas urbanas estaban desempleadas, 6,8 millones más que en 1990. Si bien el desempleo afectó ambos sexos, el aumento fue mucho mayor entre la fuerza laboral femenina: entre 1990 y 2004 la tasa de empleo masculina aumentó de 5,3 a 9,1 por ciento, mientras que la tasa femenina registró un incremento de 6,5 a 13 por ciento.
El estudio atribuye el auge de la participación de las mujeres en el mercado del trabajo a la mejor escolarización, al crecimiento urbano, a la disminución de la tasa de fertilidad y a los nuevos patrones culturales que favorecen su autonomía. Un aumento substancial del número de hogares encabezados por mujeres, que varía de 19 a 31 por ciento, también tuvo un papel importante.
La privatización de los servicios públicos y nuevos patrones de consumo han ocasionado la necesidad de mayores ingresos y el aumento del número de «contribuyentes» en cada hogar. Las crisis económicas acentúan esta tendencia como opción para compensar el incremento del desempleo masculino y la caída de los ingresos reales.
Además de las nuevas oportunidades de trabajo en las zonas donde se fabrican bienes de exportación y en la economía informal, la mayor parte del crecimiento del empleo femenino es generado por el rápido incremento de trabajo en muchas de las áreas en las cuales las mujeres ya trabajan, sobre todo en el sector de los servicios.
«Las mujeres tienen los peores trabajos en el sector informal»
Como resultado de la crisis económica en América Latina, un gran número de mujeres pobres se ha integrado al mercado del trabajo y la brecha en la participación laboral entre las mujeres pobres y el resto de la población femenina es menos evidente. En 1990 la cifra para las mujeres pobres era de tan solo 28,7 por ciento, mientras que la de las mujeres con altos ingresos era de 50,7 por ciento. La distancia se redujo de manera considerable en 2000 cuando 39,3 por ciento de las mujeres pobres y 54,6 por ciento de las mujeres con altos ingresos tenían empleo.
Pero las mujeres de hogares con bajos ingresos tienen aún un largo camino por recorrer antes de ser consideradas completamente integradas al mercado laboral. «Una de las razones por las cuales tantas mujeres trabajan en el servicio doméstico se debe a que muchas mujeres de hogares con medios y altos ingresos entraron a formar parte del mercado del trabajo. En otras palabras, muchas mujeres pobres encuentran empleo remunerado trabajando para las que tienen mayores ingresos», explicó Valenzuela.
En 2003 cerca de la mitad de las mujeres con empleo en América Latina trabajaban en el sector informal. Desigualdad de género agravada por discriminación étnica: un gran número de mujeres provenientes de grupos indígenas y de origen africano enfrentan desventajas y varias formas de segregación en el mercado laboral.
En Brasil, por ejemplo, 71 por ciento de las mujeres negras trabajan en el sector informal, una proporción mayor que los hombres negros (65 por ciento), las mujeres blancas (61 por ciento) y los hombres blancos (48 por ciento). En Guatemala, sólo 10,6 por ciento de la población indígena con alguna forma de empleo trabaja en el sector formal de la economía, comparado con 31,8 por ciento de los trabajadores no indígenas.
«Las mujeres tienen los peores trabajos en el sector informal. Trabajan en empresas de baja productividad que operan a niveles de sobrevivencia», dijo Valenzuela.
La diferencia de ingresos entre hombres y mujeres es particularmente evidente en el sector informal, donde las mujeres ganan poco más de la mitad del salario de los hombres. Pero también en la economía formal el ingreso mensual de las mujeres ha alcanzado sólo el 75 por ciento del salario de los hombres, explica el estudio. La diferencia de ingresos entre sexos en América Latina es mayor que en cualquier otra región del mundo.
El estudio confirma también que las mujeres continúan en desventaja en lo que se refiere a la protección social. La mayoría de las mujeres de America Latina con más de 65 años no recibe jubilación ni ninguna otra forma de pensión porque pasaron toda su vida adulta haciendo trabajo doméstico no remunerado y labores del hogar.
«Es necesario un enfoque completamente nuevo para enfrentar el reto de crear trabajos de calidad, que identifiquen el tipo de oportunidades de empleo que pueden beneficiar a las mujeres, sobre todo en el sector de los servicios donde se encuentra la mayor parte de la fuerza laboral femenina», concluyó Valenzuela.
Nota 1 – Tasas de participación de la fuerza laboral femenina en América Latina, por Laís Abramo y María Elena Valenzuela, en Revista Internacional del Trabajo, número epecial sobre «Integración laboral de la mujer», vol. 144, No. 4, Oficina Internacional del Trabajo, Ginebra 2005.