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Entrevista a Lula

Hemos liberado más dinero que nunca para la agricultura familiar

Fuentes: El País

Brasil se ve distinto con ojos de sindicalista que con ojos de presidente. Luiz Inácio Lula da Silva es el único brasileño que ha tenido las dos miradas. El antiguo obrero metalúrgico y fundador del Partido de los Trabajadores (PT), el mayor partido de izquierda de América Latina, ha descubierto en 17 meses las enormes […]

Brasil se ve distinto con ojos de sindicalista que con ojos de presidente. Luiz Inácio Lula da Silva es el único brasileño que ha tenido las dos miradas. El antiguo obrero metalúrgico y fundador del Partido de los Trabajadores (PT), el mayor partido de izquierda de América Latina, ha descubierto en 17 meses las enormes dificultades de gobernar y la distancia abismal entre las promesas electorales y el ejercicio del poder. De 58 años, autodidacta, ha hecho una cura acelerada de pragmatismo que transmite en grandes dosis en esta entrevista. El presidente, con traje color beis, recibe a EL PAÍS en el despacho oficial en el palacio de Planalto, que combina luminosidad con una vista espectacular de la laguna artificial Paranuá. El edificio, como tantos otros en Brasilia, fue diseñado por Oscar Niemeyer.

Lula da muestras de su sentido del humor, y transmite calidez, optimismo, tranquilidad y convencimiento de que cumplirá lo prometido. «Me quedan otros dos años y medio, trabajo en la elaboración del segundo presupuesto, el primero totalmente mío, y la tendencia natural es que cada año las cosas mejoren, y mucho».

En medio de la entrevista, entra en el despacho la esposa del presidente, Marisa Leticia, que se acomoda con sigilo en un sofá alejado. Todo transcurre con exquisita normalidad en palacio.

Pregunta. Su llegada al Gobierno despertó la esperanza de millones de desamparados, no sólo en Brasil, sino en toda América Latina. ¿Siente que en alguna medida ha satisfecho esta esperanza?

Respuesta. No hemos tenido tiempo para eso. Estoy convencido de la expectativa que creamos en la sociedad brasileña y de los compromisos históricos con los más pobres. Al mismo tiempo, soy consciente de la realidad que encontré al llegar al Gobierno. Sólo podré llevar a cabo mi proyecto con una economía en crecimiento y el dinero para hacer las inversiones necesarias. En nuestro primer año hemos procurado dar estabilidad a la economía para poder invertir más en el futuro. Estoy tranquilo. Cumpliré los compromisos que asumí, pero todavía no hemos conseguido hacer mucho de lo que pretendemos lograr en distribución de renta. No repararemos en cuatro años los errores de 500 años en Brasil.

P. ¿Cuál ha sido la sorpresa más desagradable que encontró al llegar al Gobierno?

R. Conocía bastante bien la realidad brasileña, pero no tenía noción del desastre administrativo. La máquina pública estaba totalmente desestructurada. La segunda decepción fue la situación económica, más grave de lo que imaginaba. Brasil tiene una acumulación histórica de deudas sociales y todo precisa ser reconstruido. Desde las Fuerzas Armadas hasta ministerios de planificación o empresas de procesamiento. Además, el Gobierno anterior dejó muchas deudas. Recortamos el presupuesto en 14.000 millones de reales, casi 5.000 millones de dólares. Siempre trabajé con optimismo porque tengo la siguiente premisa: si Brasil estuviera en buen estado, yo no habría ganado las elecciones. Gané porque Brasil estaba en una situación tan delicada que el pueblo entendió que yo podría reparar lo que otros no lograron.

P. ¿Cuál es el balance de su primer año y medio de gestión?

R. Decidimos hacer lo que debíamos y creo que hasta ahora hemos tenido un éxito relativo. No hemos avanzado tan rápido como me hubiera gustado, pero por primera vez tenemos un crecimiento económico sostenible con una estabilidad económica razonable. Nuestro plan es en primer lugar seriedad, gastar lo que tenemos en las áreas que consideramos prioritarias, y cumplir los compromisos que Brasil adquirió en el pasado, porque eso es lo que nos da credibilidad. Hemos liberado más dinero que en cualquier época de Brasil para la agricultura familiar. Hemos firmado acuerdos con trabajadores y banqueros para que aquéllos puedan acceder a préstamos a intereses más bajos que se descuentan de su salario. Hemos asumido un compromiso con los sin tierra de asentar a 480.000 familias hasta final de nuestro Gobierno, y regularizar títulos de propiedad de 130.000 familias.

P. Pero ahora le aplauden más los mercados financieros que los sectores populares que le votaron.

R. Tenemos la decisión de honrar los compromisos adquiridos. El año pasado tuvimos que pagar 140.000 millones de reales (47.900 millones de dólares) en intereses de deuda. Logramos un superávit fiscal del 4,25% del PIB y con ello sólo conseguimos pagar 62.000 millones de reales; el resto tuvimos que reprogramarlo. Es decir, el superávit no alcanza para pagar los enormes intereses ¿Por qué estos intereses monstruosos? Porque el 70% de nuestra deuda es con pequeños inversores brasileños. Si no asumiera el compromiso de cumplir con el pago de estos intereses, no estimularía a extranjeros y brasileños a invertir en nuestro país.

P. La lucha contra el hambre ha estado presente en toda su vida. ¿Ha dado resultados la campaña Hambre Cero?

R. Tengo el compromiso de que los proyectos Hambre Cero y Bolsa Familia beneficien en 2006 a 11 millones de familias, lo que significa atender a 44 millones de personas. Es perfectamente posible. Ahora atendemos a cuatro millones y en diciembre llegaremos a los seis millones y medio. Cumpliré el compromiso de que los brasileños desayunen, almuercen y cenen todos los días. Pero esta política de subsidios no es un fin en sí mismo; es una política de emergencia. Queremos crear las condiciones para que la economía se fortalezca y permita generar empleo. No queremos altibajos en el crecimiento, que un año crezca el 4% y el siguiente caiga en recesión. Prefiero crecer un 3% anual de manera sostenida que esas oscilaciones. Podremos llegar al 4% y superar esta cifra a partir del año próximo.

P. ¿Se puede ganar la batalla contra el hambre?

R. Estoy convocando para el 20 de septiembre a todos los jefes de Estado o de Gobierno para discutir la creación de un fondo contra el hambre en el mundo. Confío en que esa lógica sensibilice corazones y mentes de otros gobernantes. Para mi felicidad, el compañero Zapatero ya asumió el compromiso de participar con nosotros en este proyecto en la ONU, junto a Chirac, Lagos y espero que otros muchos presidentes.

P. Hacer las cosas con tranquilidad, ¿ no le está costando una pérdida de popularidad que, según las encuestas, ha caído 20 puntos?

R. Mi cabeza no funciona por una cuestión de popularidad. Si cuando me acuesto tengo la conciencia tranquila de que estoy haciendo lo que conviene, estoy satisfecho. Uno de los grandes defectos en Brasil, incluso en el periodo de 1930 a 1980, cuando la economía creció a índices del 7% anual, es que no conseguimos pensar en el país a 30 años vista. Sólo pensamos en Brasil cuando llega la campaña electoral. Así no puede haber ninguna política consistente, porque sólo se trabaja para el mandato y el Gobierno propio, pensando en las elecciones y no en el pueblo. Hay que pensar en el Brasil de los próximos 15 o 20 años y crear una base sólida para los gobiernos que vengan en el futuro.

P. De las reformas impulsadas por su Gobierno, ¿ cuál le dio mayores dolores de cabeza?

R. La de la Seguridad Social. Tuve que discutir con mis amigos sindicalistas, pero la gente tiene que entender que alguna vez hay que reformarla. Es una realidad en todo el mundo, porque la perspectiva de vida es mayor. En Brasil la longevidad media es de 71 años. Cuando se creó la Seguridad Social, era de poco más de 50. La nueva realidad reclamaba un ajuste en las prestaciones. Los que se benefician de la Seguridad Social no quieren cambios, pero yo no pienso sólo en ellos, sino en nuestros hijos y en nuestros nietos. Si no ajustamos lo que tenemos ahora, ellos no tendrán acceso a nada.

P. ¿Es democrático expulsar del partido a quienes no aceptan la línea oficial, como ha ocurrido con los cuatro congresistas del PT que se opusieron a la reforma de la Seguridad Social y tributaria?

R. Si usted decide entrar en un partido, tiene que aceptar las reglas. La democracia no significa que el poder de la minoría prevalece sobre los intereses de la mayoría. La democracia implica garantizar el debate de todos los sectores, pero cuando se vota una decisión, todos tienen que acatarla. Si una persona no está de acuerdo y no se quiere someter a ninguna decisión de las instancias del partido, es saludable que salga. En Brasil, para ser elegido en un Estado como São Paulo, se necesita un mínimo de 300.000 votos. Nadie que vaya por libre consigue esta cifra. Ningún diputado puede decir que es dueño de sus votos porque no fue elegido solo. Debe los votos al partido. Esto es democracia.

P. La oposición presenta las municipales de octubre como el primer examen de su gestión. Si el PT pierde el Ayuntamiento de São Paulo, el más importante del país, ¿asumirá usted el resultado como una derrota personal?

R. No hay relación directa. Cuando los ciudadanos votan a un alcalde, lo hacen por quien creen que asume el mejor compromiso con su ciudad, no por cuestiones nacionales, sino por las locales.

P. Pero el PT se empleará a fondo para respaldar la candidatura de Marta Suplicy a la reelección.

R. Probablemente, yo no participaré en la campaña porque formo parte de una coalición de partidos que tienen sus candidatos en los distintos municipios. No debo participar en una campaña que vaya en contra de quienes me apoyan en la coalición. Ciertamente, el PT tiene gente muy buena, ministros, diputados, que sin duda intervendrán activamente en la campaña.

P. ¿Está satisfecho de cómo funciona la coalición gubernamental a pesar de que uno de sus integrantes, el PMDB, actúa cada vez más por su cuenta, como se ha comprobado en la reciente votación del salario mínimo en el Senado que el Ejecutivo perdió?

R. No conozco en el mundo a nadie que integre una alianza política y que no tenga sistemáticamente problemas. Creo que la base aliada que sostiene al Gobierno ha hecho contribuciones enormes para el país y para el Gobierno. Hay que dialogar mucho. Eso es hacer política.

P. ¿Es una alianza sólida?

R. Hasta ahora ha sido sólida. En los asuntos más difíciles votó de manera coordinada.

P. ¿Brasil aspira al papel de líder de América Latina?

R. El liderazgo no se produce por sí solo, sino en función de la capacidad de trabajo. Yo ya estoy muy contento con ser líder de Brasil. Lo que me gustaría para América del Sur es poner en pie una política basada en una relación de confianza entre países y gobernantes. Estamos viviendo una etapa excepcional en nuestra relación con Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Colombia, Perú, Venezuela… Tratamos de demostrar que, o nos juntamos y establecemos políticas de complementariedad y hacemos acuerdos entre nosotros, construimos un mínimo de infraestructura necesaria para nuestro crecimiento, o no dejaremos de ser países en vías de desarrollo.

P. ¿Cómo contempla la relación con potencias comerciales como EE UU y la Unión Europea?

R. El 26% del comercio exterior de Brasil es con Estados Unidos. Otro 26% es con la Unión Europea. En la medida que un país tiene una relación comercial muy fuerte, disminuye el campo de acción y la posibilidad de ampliación. No tenemos la igualdad tecnológica ni el nivel de la UE. ¿Tenemos que pasarnos la vida suplicando a los europeos que reduzcan los subsidios a su agricultura? No. Tenemos que buscar otros socios similares a nosotros y que puedan tener una política de complementariedad. Por ejemplo, China tiene una buena política de lanzamiento de satélites y Brasil construye buenos aviones. Podemos intercambiar tecnología. ¿Qué políticas complementarias pueden tener Brasil y Argentina? ¿Y Brasil y África del Sur?

P. ¿Cuál es la apuesta de su Gobierno en las relaciones comerciales internacionales?

R. La novedad es establecer complementariedad entre naciones en desarrollo. Hemos creado el G-20, que es un bloque capaz de llegar a la Organización Mundial de Comercio (OMC) con más fuerza. Cuando propongo crear una nueva geografía comercial en el mundo es porque tenemos que aprovechar el potencial de otros países. De lo contrario, todos somos dependientes de Estados Unidos y de la UE. El mundo es mucho más amplio y tenemos que buscar otros espacios. Quiero una relación de paz y amor con Estados Unidos y la UE, pero quiero defender para mí lo que defienden para ellos. No me puedo conformar con ser pobre. Tengo que luchar para salir de esa situación. Por eso tenemos que ser osados en política internacional.

P. La dimisión forzada de varios presidentes latinoamericanos en los últimos tiempos, ¿muestra que la consolidación de la democracia en la región está lejos de ser una realidad?

R. Creo que la democracia se está consolidando rápidamente en América Latina. Hay que entender que, hace 20 años, en muchos países de la región mucha gente creía que la única salida era la revolución, la lucha armada. Hoy todos estos grupos están disputando elecciones democráticas. Ha habido un avance general. América del Sur nunca había tenido un auge democrático tan grande como el actual, con el pueblo eligiendo a gobernantes progresistas y con más compromiso social.

P. ¿Cree que mejorará la relación con España después de la llegada al Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero?

R. Tengo que decir que la relación con José María Aznar, de Estado a Estado, no en el ámbito personal, fue excepcional. Firmamos un acuerdo de relación privilegiada, estratégica entre España y Brasil. Esa relación mejorará, ya lo he conversado con José Luis Rodríguez Zapatero, y la perspectiva es perfeccionar lo que hemos hecho hasta ahora. Tenemos una relación histórica con el PSOE y una afinidad ideológica que nos debería permitir profundizar nuestra relación.

La frustración del salario mínimo

El episodio más amargo que ha vivido Luiz Inácio Lula da Silva desde que juró como presidente se produjo en el despacho donde se realiza esta entrevista. «Fue el día que constaté que no tenía cómo dar más de 260 reales de salario mínimo», recuerda. «Tuve tres reuniones con varios ministros para ver qué posibilidades había de aumentarlo. No teníamos ninguna. Sentí la misma tristeza que cuando mi hijo me pedía para fin de año un regalo y yo no podía satisfacerlo. Es muy duro».

Pocas horas después de terminar la entrevista, el Gobierno sufrió un serio revés en el Senado al ser derrotada su propuesta de mantener el salario mínimo en 260 reales, frente a la iniciativa de la oposición de aumentarlo hasta 275. Lula da Silva perdió más que una votación. Llegó a presentar el voto de sus aliados de la coalición gubernamental como cuestión de confianza en el presidente. Ni por ésas. Senadores del PMDB y del mismo PT rompieron la disciplina de la coalición y votaron contra el Gobierno, que encajó la tercera derrota en el Congreso.

«Estoy convencido de que un salario mínimo de 260 reales es bajo, y también de 270, 300 ó 400», dice. «El salario mínimo es muy bajo en Brasil. El desafío que tenemos no es discutir el 10%, sino encontrar una política de salario mínimo capaz de permitir que las personas vivan como establece la Constitución. Y ésa no es una tarea del presidente de la República ni del Congreso sino de todo el pueblo brasileño».

«Lamentablemente», prosigue el presidente, «en Brasil nunca conseguimos, desde 1985, en la época de la Constituyente, separar el salario mínimo de la Seguridad Social. Porque aquí no discutimos salario mínimo, sino Seguridad Social. Tenemos casi 20 millones de jubilados, de los cuales 16 millones perciben un salario mínimo. Cada 10 reales de aumento eleva las cuentas de la Seguridad Social hasta un absurdo, porque la mayoría gana un salario mínimo. Resulta que la Seguridad Social tiene un déficit de 31.000 millones de reales. Por eso queremos la reforma. Este déficit se corregirá con el tiempo, pero no en un año.