En mi adolescencia los clásicos de aventuras eran mis preferidos. No me perdía el cine de este imprescindible género cinematográfico. «Los tres mosqueteros» de Alejandro Dumas, «El zorro» de Johnston McCulley, «El Conde de Montecristo» de Alejandro Dumas (Padre), «Las aventuras de Tom Sawyer» de Mark Twain y toda la antología del gran Julio Verne, […]
En mi adolescencia los clásicos de aventuras eran mis preferidos. No me perdía el cine de este imprescindible género cinematográfico. «Los tres mosqueteros» de Alejandro Dumas, «El zorro» de Johnston McCulley, «El Conde de Montecristo» de Alejandro Dumas (Padre), «Las aventuras de Tom Sawyer» de Mark Twain y toda la antología del gran Julio Verne, eran parte de mis favoritos. Desde la literatura los revisité más de una vez.
Estos personajes antológicos cimentaron en mi generación, valores donde ricos y pobres o buenos y malos no eran tópicos. Más bien referencias ante la obvia seducción de personajes e historias construidos por sus autores, desde la universalidad de los tiempos.
El cine trasmite esa fascinación de la realidad y ese construir de héroes que han de ser humanos. Su arte nos permite estar o formar parte de los hechos y apreciar las caracterizaciones de héroes referenciales.
Lo genuinamente cinematográfico, estimula a meditar sobre temas o subtemas que el autor fílmico nos quiere hacer ver. Obviamente disfruto del despiece de la composición audiovisual. Pero el sabor definitivo sigue siendo el arte final en su conjunto. Esa cualidad es única pues nos permite estar más allá de la ilusoria pantalla.
Me deslumbró Chaplin que supo afinar humor, sátira y discurso. Su genialidad, su certera crítica hacia los desmanes de su tiempo y su aguda sensibilidad lo hicieron parte de mis pilares humanos. Era una época en la que capitalismo sembraba cimientos.
Lennon arremetía contra la guerra convirtiéndose en icono de millones de hombres y mujeres del mundo. Entendió lo que estaba en juego en aquella convulsa década, cuyo punto crítico fue la invasión de las tropas norteamericanas contra el heroico pueblo de Vietnam.
El Che, Ernesto Guevara de la Serna, -argentino de nacimiento, cubano de adopción- encumbró el ideal de ser humano. Se unió a Fidel y sus compañeros para derrocar a una de las dictaduras más «ejemplares» de los años cincuenta en América Latina.
Fulgencio Batista fue un general subordinado al gobierno y a la mafia norteamericana, que quería convertir a Cuba en un gran burdel. El archipiélago cubano era la «tierra prometida» para que los gringos saciaran sus apetencias sexuales. Sus frustraciones y sus vicios mediocres, propios de una mentalidad decadente y simplista de aquella retorcida década del «American way of life». Batista desató una de las dictaduras más sangrientas de la época en el corazón del Caribe.
El Che, supo del dolor y la miseria que padecía América Latina cuando trazó -junto con su amigo Alberto Granado- aquella fantástica aventura en motocicleta. La Revolución Cubana crecía ejemplar y viril de la que el Comandante Guevara formó parte esencial y protagónica. Partió a dignificar a otros pueblos de la ignominia de dictaduras y gobiernos espurios. De su entereza aprendimos el sentido del sacrificio. El valor y la urgencia de la entrega por la humanidad.
Fidel materializó toda una obra revolucionaria y humanista bajo el legado y la honra de José Martí. Su práctica era estar en la primera línea de combate. En el lugar más arriesgado. O junto al pueblo en los momentos más difíciles de la historia de un país, que sigue empeñado en encumbrar a los hombres y mujeres de una nación digna y solidaria.
Los valores son esenciales para la formación y el crecimiento humano. De este impostergable capítulo dependerá el futuro de este planeta trastocado, herido y en cerco. Urge rescatar a la humanidad de los que se empeñan en desarmarlo de sus raíces. La tierra agoniza lentamente de dolor y la fatiga le corroe los cimientos.
Hoy andan desfigurados de lo que antaño era universal. O lo que al menos ha de ser la utopía, el civismo y la fuerza de la humanidad. Se ha de retomar los derroteros de la equidad, el respeto a la diferencia o el sentido del deber, que estos y otros personajes de la historia nos legaron para la posteridad.
Los «héroes» hoy se exhiben de pasarela haciéndose la foto en nombre de una nación o varias. Visten de monarcas, reyes o princesas, -o al menos no los presentan como tales-, gastando el erario público en banquetes, viajes, premios y otras banales estupideces. Nos venden sus bondades y sus gestos profanos como el altar de los sueños. El ensueño de una elite glamorosa que en verdad está decadente.
Jefes de estado y políticos, -en nombre de la comunidad internacional- matan o hieren a civiles inocentes para seguir robando petróleo o gas. Estos se han convertido en el oro que en tiempos de la colonia española, fue el objeto de una guerra fratricida gestada contra los indoamericanos.
Barack Obama se le ha otorgado el Premio Nobel de la Paz. Por impulsar y ejecutar una carrera armamentística contra pueblos enteros. Irak, Afganistán, Libia y Siria, son los blancos de su «guerra civilizatoria». La muerte de cientos de civiles inocentes es la clara burla hacia los valores fundamentales del planeta tierra. Otras naciones del mundo son blanco de sus amenazas y clasificaciones imperiales, desconociendo la historia, las culturas, las tradiciones y las voluntades de pueblos enteros.
El «honorable» premio se le ha otorgado también a la Unión Europea. Este héroe global arremete contra su propio pueblo. El desahucio, la marginación, el desempleo, la privatización de la educación y la salud; o el retroceso de los logros sociales, son parte de las nuevas victorias de una Europa decadente subordinada a los designios del capital.
La venta de armas a los mercenarios y gobiernos de clara vocación guerrera, son los cauces «modélicos» de una mancomunidad ancestral que ha tomado lo peor de su historia antigua. En esta cruzada los héroes son los bancos y las entidades financieras, que han recibido el premio por su ejemplar labor de robo en traje blanco.
Otros «héroes» de origen parásito se siguen fecundando en medio del debacle de los valores. Personajillos de los medios de comunicación son vendidos como referenciales figuras de éxito. Toreros que ejecutan un espectáculo sangriento e infernal, son santificados por los gobiernos como patrimonio cultural. El cotilleo, la mediocridad humana, el servilismo, la incultura y el show sin sentido, es puesto ante la sociedad como parte fundamental de nuestras vidas.
La impunidad es el signo de estos tiempos. Los valores de la solidaridad, el respeto a la diferencia y el diálogo como única «arma» posible, son engavetados en los anaqueles de la desmemoria. La historia se descafeína para hacernos olvidar de nuestro pasado referencial. De nuestros héroes que la literatura y el cine han hecho fundamentales en nuestras vidas.
Hemos de retomar los pilares de la vida. La tierra está permeada de dolor y lucha por sobrevivir al horror de estos tiempos. Somos responsables de esta inaceptable realidad. Son tiempos donde se necesitan que los héroes se multipliquen. Cada hombre y mujer -desde el espíritu y la enseñanza de sus héroes-, ha de hacer la obra mayor: salvar a la humanidad.
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