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Reseña del libro “El hilo rojo. Historia de dos familias obreras”, de Mario Amorós, que incluye un documental del autor y Javier Couso

Historia de carne y hueso

Fuentes: Rebelión

«Sin el heroísmo de los viejos militantes obreros y las nuevas promociones de estos, que se jugaban la vida o largos años de prisión, no habríamos podido llegar al nuevo movimiento obrero». Tal vez sea suficiente esta reflexión de Marcelino Camacho para reseñar el libro de Mario Amorós, «El hilo rojo. Historia de dos familias […]

«Sin el heroísmo de los viejos militantes obreros y las nuevas promociones de estos, que se jugaban la vida o largos años de prisión, no habríamos podido llegar al nuevo movimiento obrero». Tal vez sea suficiente esta reflexión de Marcelino Camacho para reseñar el libro de Mario Amorós, «El hilo rojo. Historia de dos familias obreras», que incluye además un documental con el mismo título realizado por Javier Couso y Mario Amorós.

Porque el libro es mucho más que la mera biografía de dos familias obreras (los Montalbán Gámez y los Moya Sánchez), desde su infancia en Alcolea (Córdoba) a la transición y la democracia, con un hilo rojo que enhebra la represión de la guardia civil, la inmigración a Valencia, el ingreso en el Partido Comunista de España, la construcción de las Comisiones Obreras, el paso por los calabozos del franquismo y las batallas en el sector de la madera.

El libro, así pues, trasciende el anecdotario familiar y se convierte en un libro de historia. De historia del movimiento obrero. Pero una historia de carne y hueso, no hecha de estructuras y abstracciones. Donde cada testimonio se convierte en una pequeña lección de historia contemporánea. Retazos biográficos de dos familias proletarias, que podrían serlo de otras muchas con cuya sangre se alcanzaron derechos sociales hoy seriamente amenazados.

Las palabras de Rosa Moya evocan las penosas condiciones laborales de los jornaleros andaluces: «Hacía un calor tan fuerte y no teníamos agua…Era durísimo, no se podía aguantar. ¡Lo que trabajábamos y lo poco que nos pagaban! ¡La sed que pasé en Andalucía! Y había que seguir trabajando, porque habitualmente tenías al manijero detrás gritando desde su caballo». Pero la solidaridad entre la clase trabajadora era muy grande: «En el barrio, la gente no pedía permiso para construir las casas porque, si lo pedían, no se lo daban…Pero si alzabas las cuatro paredes y las techabas, ya no te expulsaban. En una sola noche hacíamos esto, con la participación de albañiles profesionales y de mucha gente que no cobraba nada. Había una solidaridad muy grande», recuerda Juan Moya. Eran los años de la posguerra.

De los tiempos en la pedanía cordobesa de Alcolea, hay un vívido recuerdo de cómo la guardia civil se encarnizaba con los obreros agrícolas. Relata Antonio Montalbán que, en ocasiones, la guardia civil «pillaba a una cuadrilla de veinte personas, en las que había mujeres y niños, rebuscando patatas o remolacha y les llamaban. Sin bajarse del caballo, cogían a un niño del pelo o de la oreja y tiraban de él y, sin sacar el pie del estribo, le daban una patada y le quitaban lo que había estado rebuscando».

Ya en Valencia, donde llegó con su familia huyendo de la represión franquista, Juan Montalbán recuerda su primera huelga en otoño de 1963. Fue en Mocholí, una gran fábrica de muebles que empleaba a unos 500 obreros. «Lo primero que nos dijo el delegado de Trabajo fue: «Nosotros ganamos la guerra y, si os ponéis tontos, planto aquí una ametralladora y os barremos a todos».

Las familias Montalbán y Moya sufrieron la represión y las torturas durante toda la dictadura. A pesar de los malos tratos que padeció en las celdas de la Jefatura Superior de la Policía de Valencia, Antonio Moya no cantó. Confiesa que llevaba aprendido un documento que circulaba por el partido y que se titulaba El comportamiento de un comunista frente a la policía. «De hecho, en uno de los interrogatorios un agente se levantó y me dijo: «Eres un hijo de puta, están siguiendo al pie de la letra el librito».

Con una metodología a caballo entre el periodismo y la historiografía, que combina la agilidad narrativa y el mimo por el detalle, Amorós se apunta a la mejor tradición de la Historia Oral (de trabajos como «Recuérdalo tú y recuérdalo a otros», de Ronald Fraser) y a una forma de historiar que parte de la experiencia y las vivencias en primera persona. Una fórmula historiográfica que tiene grandes maestros entre el marxismo británico, como E.P.Thompson. Esto se completa con una buena introducción, a modo de contexto histórico, para cada capítulo; un oportuno apéndice con nueve documentos y cuidadas notas a pie de página.

Pero la historia, el hilo rojo con el que se teje el libro, se construye fundamentalmente con testimonios. Es la argamasa que utiliza Mario Amorós. Porque los recuerdos -muchas veces desnudos, sin más explicaciones- se elevan por sí mismos a categoría histórica. Las firmes convicciones y la militancia de la clase obrera del tardofranquismo se expresa, de modo muy elocuente, cuando Antonio Montalbán rechaza los intentos de cooptación por parte de los patrones de Muebles Mocholí, la empresa donde trabajaba. Le despiden (un despido «político», asegura) tras rechazar un ascenso de categoría y el incremento salarial. Se le consideraba un «agitador».

Durante los 40 años de franquismo, la gente que se oponía a la dictadura vivía con el miedo en el cuerpo y la sombra de la represión al acecho. Conviene recordárselo a una sociedad desmemoriada y que vive instalada en el presentismo. Según Antonio Montalbán, «nos sentíamos permanentemente vigilados…y es que lo estábamos. Es una sensación que vives con ella y sientes que en cualquier momento vas a caer. Esa tensión formaba parte de tu vida, seguías adelante con ella, la asumías y te mantenía en un estado de actividad permanente, no teníamos horas…».

Otro acierto del trabajo de Amorós es que, mediante el hilo rojo, tiende un puente entre el pasado y el presente. De hecho, poco sentido tiene la historia si no responde a preguntas o inquietudes de hoy. Los personajes de carne y hueso entrevistados en el libro exponen vivencias imprescindibles para entender la actualidad. Una noche de marzo de 1969 «vinieron a casa varios agentes de la Brigada Política-Social a las dos de la madrugada: Ángel, Manuel Ballesteros, Benjamín Solsona…toda esa gentuza. Nos llevaron a mi hermano Antonio y a mí, nos tuvieron varios días en la comisaría dándonos palizas para ver si delatábamos a otra gente», afirma Antonio Montalbán.

Además de recordar la brutalidad en la que se fundamentó la dictadura, el testimonio de Antonio Montalbán da muchas pistas de lo que resultó la transición y la vigente democracia. En una nota a pie de página, Amorós recuerda que el inspector Manuel Ballesteros hizo una notable carrera dentro del cuerpo de policía ya en la época democrática como «experto antiterrorista». Con motivo de su fallecimiento en 2008, El País le dedicó un obituario en el que se omitía su perfil de torturador. Para desmontar los mitos de la transición, el autor recurre otras veces a rigurosos trabajos historiográficos, como el de José Babiano, quien recuerda que en 1976 se produjeron en España 40.179 conflictos, con más de dos millones de trabajadores que participaron en huelgas y más de 106 millones de horas de trabajo «perdidas». Muchas familias obreras, como los Montalbán-Moya, cardaron la lana, mientras que el rey y los prohombres de la transición se llevaron la pana.

Por lo demás, el libro ha sido coeditado por el Institut d’Estudis Polítics (la Fundación d’Esquerra Unida, presidida por Glòria Marcos) y Publicaciones de la Universidad de Valencia (en su excelente colección de Historia y Memoria del Franquismo), y puede solicitarse en cualquier librería de España.

Si se hace balance de la lucha, 37 años después de la muerte del dictador, la gradación tiende cada vez más a los tonos oscuros. Con los derechos y libertades en almoneda, y con una ofensiva cada vez más fuerte del capitalismo especulativo, ¿sirvieron para algo los años de clandestinidad y de sacrificio por conquistar la democracia? Según Encarna Moya, «no me arrepiento de aquella forma de vida…En mi caso, la lucha en la asociación de vecinos me supuso infinidad de horas y de renuncias a lo largo de quince años». Sobre la alternativa, dedicarse a una misma, opina: «tampoco me quejo, porque hemos llegado donde hemos llegado gracias a la lucha de mucha gente, de la gente trabajadora». Una sabia reflexión para no caer en el desencanto.

El hilo rojo: http://puv.uv.es/product_info.php?products_id=24772&language=es&osCsid=717bfb50dff790752d11d2409b739e42

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