«Danza morisca». Dibujo de Christoph Weiditz (1529) El zorro es un animal que, con su aguda inteligencia, es capaz de optar por varias estrategias de supervivencia, adaptándolas siempre a lo que sucede: no es especialista en nada, y sabe de todo; por otro lado, el erizo es un animal que, ante la adversidad, solo […]
«Danza morisca». Dibujo de Christoph Weiditz (1529)
El zorro es un animal que, con su aguda inteligencia, es capaz de optar por varias estrategias de supervivencia, adaptándolas siempre a lo que sucede: no es especialista en nada, y sabe de todo; por otro lado, el erizo es un animal que, ante la adversidad, solo tiene un camino: enrollarse sobre sí mismo y confiar en la protección que le ofrecen sus púas. Es experto en protección, pero no sabe hacer nada más. Stephen Jay Gould expresaba con esta metáfora en su «Érase una vez el zorro y el erizo» las diferencias entre humanidades y la ciencia, respectivamente. Recientemente Javier Sampedro, el veterano divulgador científico del diario El País, publicó un artículo titulado «Historiadores contra genetistas«.
LA CONTROVERSIA
La tesis principal del artículo podría resumirse en la siguiente afirmación: cuando los datos genéticos y los historiográficos son contradictorios, mandan los datos genéticos. ¿Argumentos a favor de dicha afirmación? Ninguno, solamente un leve aroma a falacia de autoridad. Pero lo más grave no es la falta de argumento, sino el desconocimiento absoluto sobre lo que dice la historiografía. La finalidad última del autor, como en otros tantos momentos de la historia, y como excelentemente explica Gould en su libro, parece ser la de crear un enemigo donde no lo hay. Crear un hombre de paja al que golpear más fácil. Dividir y vencer.
Vayamos por partes. La polémica ha surgido a raíz de un reciente artículo realizado por María Saiz, del laboratorio de identificación genética de la Universidad de Granada, y publicado en Nature, en el cual se analizan 146 muestras de ADN de personas oriundas de Almería, Málaga y Granada y donde se muestra la escasa relación entre este material genético y los de las poblaciones del norte de África. De hecho, y esto es lo que le parece realmente llamativo a los autores del trabajo y al propio Javier Sampedro, el genoma de los habitantes del sur de la península ibérica parecen tener una menor influencia africana que los del norte (este dato, concretamente, es citado por los autores y fue obtenido por D. Rey-González y sus compañeros de la Universidad de Santiago de Compostela en un estudio que salió a la luz en 2017).
En otro estudio realizado por Clare Bycroft y sus colegas de la Universidad de Oxford descubrieron que, además de esa diferencia entre norte y sur en cuanto a su relación genética con el norte de África, existe un gradiente mucho más acusado Oeste-Este, donde las poblaciones del Oeste peninsular tienen una mayor similitud con las norteafricanas que las del Este. Hasta aquí lo que nos dice la genética. ¿Podemos concluir, como hace Javier Sampedro (y de forma mucho más cautelosa los autores de los artículos anteriormente citados), que la península ibérica no ha recibido influencia genética norteafricana y/o arábiga?
La respuesta necesita conocer los factores históricos. Es ineludible. La genética puede informarnos, con datos, sobre la mixtura entre poblaciones, pero no puede informarnos sobre deportaciones, repoblaciones, aislamiento reproductivo entre poblaciones o cambios culturales. En este terreno, solo puede elaborar hipótesis que expliquen los resultados. Y necesitará de historiadores que los corroboren.
Sigamos con este tema. Los resultados genéticos, como hemos visto, indican que los habitantes de la península del Sur y del Este son los menos emparentados con los norteafricanos. ¿Por qué? ¿Cual es la razón última de esta aparente contradicción que tanto ha sorprendido a algunos? Aquí es donde entran los historiadores.
HABLA LA HISTORIOGRAFÍA
Por ejemplo, en el libro del historiador Míkel de Epalza titulado «Los moriscos antes y después de la expulsión» podemos leer la «endogamia era la consecuencia de la vida familiar de los moriscos, para mantener su identidad islámica, aunque razones diversas podían recomendar muchas veces el matrimonio -especialmente de los hombres- con mujeres cristianas. La endogamia de los musulmanes viene favorecida por la costumbre islámica del primer matrimonio entre primos carnales, en la adolescencia temprana.» El famoso historiador francés Bernard Vincent dijo exactamente lo mismo hace más de 40 años.
Por su parte, el historiador Henri Lapeyre en 1959 estudió la documentación oficial de la expulsión de los moriscos de la corona de Aragón y de Castilla. En su «Geografía de la España morisca» podemos leer las cifras de expulsados: en total casi 300.000 personas fueron expulsadas, 135.000 en el Reino de Valencia, 61.000 en el Reino de Aragón y 30.000 en el Sur. Respectivamente esto supuso ⅓ de la población del Reino de Valencia, 1/6 de la población del Reino de Aragón y aproximadamente el 10% de la población del territorio correspondiente a la actual Andalucía. En total, con respecto a todo el territorio actual del Estado español, se expulsó al 4% de la población. Reconozcámoslo: este tipo de conocimiento jamás podrá ser otorgado por los genetistas.
La historiografía está hablando. No hay que olvidar que estos trabajos son muy anteriores al estudio de María Saiz y sus colegas de la Universidad de Granada. Los moriscos eran bastante endogámicos (en tasas no inferiores al 90% según el historiador de la Universidad de Sevilla Eduardo Corona Pérez). Además, fueron expulsados hace 400 años. Los historiadores tienen claro que la mixtura poblacional fue escasa. Ojo, no solo entre peninsulares y moriscos de origen norteafricano, sino que los judíos peninsulares también eran endogámicos, cuestión que hace posible seguir hoy en día el linaje sefardí tras más de 500 años de su expulsión de la península. Esto, también demostrado por la historiografía y, confirmado después, por la genética.
Pero este no es el final de la historia. En la cabeza de algunos lectores seguro que ya ha aparecido la sombra de la duda.Un gradiente este que, además, es contraintuitivo con respecto a la historia de la evolución de los distintos reinos y territorios de la península ibérica. La hipótesis es la siguiente: el estudio de María Saiz y colaboradores estaría demostrando, de hecho, que la presencia arábiga y norteafricana en la península ibérica dejó huella. En Portugal no se llevó a cabo expulsión de moriscos. En ambas castillas, la expulsión fue, en relación a su población, poco importante. Además, tanto en Castilla como en Galicia y el norte peninsular (menos en Euskal Herria) los moriscos fueron mucho menos endogámicos y, en muchas localidades si hubo una completa mixtura de poblaciones, hecho que hizo imposible su expulsión. Por contra, como hemos visto, el grueso de expulsados ocurrió en el Este y sur peninsular, justo aquellos lugares con una menor relación genética con el norte de África.
La genética puede sospechar que hubo una invasión poblacional de Europa por parte de pueblos con origen en las estepas rusas hace 4500 años, como de hecho parecen mostrar los trabajos capitaneados por David Reich, genetista de la Universidad de Harvard, pero no hay que olvidar que las relaciones genéticas que se obtienen en este tipo de análisis no son más que hipótesis. Las hipótesis necesitan ser corroboradas. En este caso, el hallazgo de la Tumba del Bonete en Ciudad Real con dos individuos, una mujer con genoma similar a otros analizados en la península ibérica hace 3800 años y un hombre con un genoma similar a los encontrados en la misma época, pero en las estepas rusas, es una evidencia en favor de la hipótesis (no definitiva porque, según parece la pareja era de las élites del poblado, por la forma del enterramiento y el estudio dirigido por Reich solamente se realizó sobre 271 cuerpos, 176 de los cuales tienen 4000 años de antigüedad o menos. Sigue pudiendo ser un evento limitado a las élites a falta de nuevos análisis o hallazgos arqueológicos).
Javier Sampedro termina su artículo afirmando que «Hay un problema entre genetistas e historiadores» y se pregunta «¿Dónde pondrías tu dinero?». Desde luego no en aquellos proyectos que se planteen el conocimiento como una cuestión de suma cero: todo lo que yo descubra, deja de ser válido en tu campo de conocimiento. No en aquellos que se planteen de forma autoritaria. Sí que lo pondría, desde luego, a proyectos que busquen la cooperación entre diferentes disciplinas y formas racionales de conocer el mundo. Es evidente, como decía Gould, que el zorro y el erizo nunca serán la misma especie, pero no es menos cierto, podríamos decir, que tanto los insumos como los productos de ambos van y vienen del mismo sitio, la naturaleza. Es decir, la sociedad. Busquemos el bien común.
Álvaro G. Molinero, biólogo especialista en evolución y en la biología de los hidrozoos antárticos. @KIMERAGUPTA
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/paradoja-jevons-ciencia-poder/historiadores-contra-genetistas