La globalización de las corporaciones transnacionales se encuentra amenazada. En Hong Kong está por definirse el futuro de las negociaciones multilaterales que tanto las han beneficiado, y las perspectivas no son halagüeñas. Ayer se inauguró la sexta conferencia ministerial de la Organización Mundial de Comercio (OMC) en la ciudad china con el mandato de dar […]
La globalización de las corporaciones transnacionales se encuentra amenazada. En Hong Kong está por definirse el futuro de las negociaciones multilaterales que tanto las han beneficiado, y las perspectivas no son halagüeñas. Ayer se inauguró la sexta conferencia ministerial de la Organización Mundial de Comercio (OMC) en la ciudad china con el mandato de dar impulso a las negociaciones de la llamada Ronda Doha para el desarrollo.
Los países ricos, los países de las corporaciones trasnacionales, no pueden darse el lujo de un fracaso tipo Seattle (1999) o Cancún (2003). La OMC les ha servido bien, la quieren conservar y sacarle todo el jugo posible. Un fracaso en Hong Kong, en cambio, podría ser la llamada de atención más severa de que la globalización avanzó en la dirección equivocada, aniquilando formas sociales, destruyendo ramas y sectores económicos en países pobres y contribuyendo a depredar el medio ambiente y la base de recursos naturales.
Muchos piensan que de fracasar la reunión de Hong Kong, los países en vías de desarrollo (PVD) serían los primeros en sufrir los costos. En realidad, un «fracaso» en Hong Kong podría proporcionar la oportunidad para repensar el sentido de la globalización y, más aún, las perspectivas de una genuina solidaridad internacionalista que permitiera franquear el abismo que separa los países ricos y los países subdesarrollados.
La verdad es que las naciones en vías de desarrollo han sido traicionadas varias veces en el proceso de las negociaciones promovidas por la OMC. La duplicidad más clara se encuentra en el pacto básico del Acuerdo de Marrakech (que desembocó en la creación de la OMC). Durante 40 años, los estados ricos habían burlado las reglas del GATT, y en Marrakech se pensó que con el Acuerdo sobre Agricultura de la Ronda Uruguay (AARU) se lograría disciplinarlos y corregir las distorsiones en materia agrícola. A cambio de ello, los PVD aceptaron firmar el acuerdo sobre propiedad intelectual (TRIP), el acuerdo sobre inversiones (TRIM) y llevar a la mesa de negociaciones el sector servicios (a través del acuerdo GATS).
Desgraciadamente, los países ricos no han estado a la altura de los compromisos adquiridos en Marrakech. Ni se redujeron los subsidios ni se amplió el acceso a esos mercados para los productos de los países en desarrollo. En contraste, los PVD tuvieron que absorber los costos de los acuerdos sobre propiedad intelectual, inversiones y, ahora queda más claro, en materia de servicios. El TRIP y el TRIM son dos poderosos obstáculos a una política industrial en los PVD y tuvieron costos inmediatos en términos de regalías y transferencias de rentabilidad de las subsidiarias a las matrices de las trasnacionales.
Los países subdesarrollados han sido traicionados en la OMC. En la reunión ministerial de Doha hace cuatro años se lanzó una nueva ronda para abrir más los mercados de los países en desarrollo. Pero la presión de este grupo hizo que el organismo tuviera que maquillar el objetivo verdadero de la nueva ronda, bautizándola como «Ronda del desarrollo». Se le presentó como una negociación multilateral diseñada para dar prioridad a los problemas de estos países. A cuatro años de distancia, ninguna de sus metas ha sido cumplida y, de cara a la reunión de Hong Kong, nadie cree que se trata efectivamente de colocar las preocupaciones del desarrollo en el centro de las negociaciones.
El 26 de noviembre el director general de la OMC, Pascal Lamy, dio a conocer el borrador de declaración final para Hong Kong. (El documento puede consultarse en la página de la OMC: www.omc.org). Lamy hizo hincapié en el proceso democrático en la preparación del texto. Pero en esa reunión varios países señalaron que había partes que no habían sido objeto de consenso. Los menos desarrollados manifestaron una profunda preocupación porque varios anexos no habían pasado por el proceso de consultas requerido en la OMC. En especial, hay tres temas en ese borrador sobre los que se va a centrar la atención en Hong Kong.
NAMA
El anexo B se refiere al acceso a mercados de productos no agrícolas (NAMA, por sus siglas en inglés). No es un texto de consenso y, sin embargo, el responsable de esa mesa lo presenta como la referencia para la negociación final. El documento es un llamado en favor de los que proponen una reducción radical de los aranceles de los PVD y hace a un lado las críticas a ese enfoque. Lo peor es que se empuja el uso de la llamada «fórmula Suiza» para reducción de aranceles (los aranceles más altos son los que se reducen más) como si ya hubiera un consenso en este terreno.
La Unión Europea (UE) tomó la iniciativa proponiendo el empleo de un coeficiente de reducción común muy elevado aplicable a todos los países. Eso implica que la flexibilidad para que los PVD escojan el ritmo de la desgravación se pierda. Los PVD son los que resienten más el costo porque sus aranceles son, por lo general, más altos. El impacto para la industria y el empleo en los países subdesarrollados será desastroso.
Servicios
El párrafo 9 del borrador señala que los «ministros están determinados a intensificar las negociaciones de acuerdo al Anexo C». Pero esa redacción es engañosa porque dicho anexo no resultó de un acuerdo general. Es un texto escrito por el responsable del comité y no representa el punto de vista de los miembros de la OMC ni tampoco es resultado de un consenso. En Hong Kong ese documento no debe ser una guía para la toma de decisiones.
Es cierto que elimina el compromiso de metas cuantitativas que se había introducido en versiones anteriores. Eso podría interpretarse como un signo positivo, pero la oposición era generalizada e insistir en eso hubiera generado una batalla sangrienta en Hong Kong. La OMC no puede darse el lujo de ese tipo de enfrentamientos, pero algunos países de la UE han anunciado que intentarán reintroducir el tema en el texto final de la reunión.
Lo peor del Anexo C sobre servicios es que se destruye la poca flexibilidad que originalmente se buscó otorgar a los PVD. Ese grado de flexibilidad permitía a los países en desarrollo escoger su propio ritmo para la apertura en servicios, de acuerdo con sus políticas y prioridades. Pero ahora dicho anexo establece referencias cualitativas que, de hecho, imponen compromisos vinculantes a los PVD. Si eso se aprueba en Hong Kong, los subdesarrollados verán amenazados sus sectores de servicios profesionales, financieros, de distribución, comunicaciones y de energía.
Agricultura
Integrantes del organismo Oxfam participan también en las protestas contra la OMC FOTO Reuters
En este sector, Estados Unidos, la UE y Japón han arrastrado los pies desde hace diez años. El AARU estableció las bases para imprimir orden en el mercado mundial de productos agrícolas, pero los países ricos se han negado a reducir los subsidios que les permiten seguir inundando el mercado mundial con productos a precios de dumping. En lugar de aceptar los compromisos adquiridos en Marrakech, esos países han seguido condicionando su cumplimiento a nuevas concesiones de los PVD. Realmente han sido muy hábiles para sacarle tres veces jugo a la misma naranja. Y ahora para Hong Kong se busca sacar más kilometraje a los compromisos incumplidos de Marrakech.
La UE propuso en octubre un programa de reducción de subsidios en agricultura, pero condicionado a recibir nuevas concesiones en contrapartida. Por eso vinculó su propuesta a concesiones adicionales en materia de mercados no agrícolas y en el sector servicios. En realidad, esa pretensión maximalista es tan absurda que se puede pensar que los europeos buscan una excusa para no introducir las reformas que debieron hacer hace una década en materia de subsidios agrícolas. Por su parte, Estados Unidos se presenta como dispuesto a adoptar una posición más constructiva porque sabe que, al final del día, los acuerdos serán frenados y los europeos cargarán con el costo político del fracaso.
La Ronda Doha puede sobrevivir a Hong Kong, pero no escapará al fracaso. En lugar de avanzar por el sendero de negociaciones realmente comprometidas con el desarrollo y la eliminación de reglas injustas en el comercio internacional, la OMC seguirá comprometida con los países poderosos y sus corporaciones.
La mayor apertura comercial no necesariamente permite acceder al desarrollo económico y social. Por el contrario, en muchas instancias se observan efectos negativos y un atraso para los países subdesarrollados. El desmantelamiento de formas de vida y sistemas de producción, la pérdida de empleos, el deterioro en los términos de intercambio y la disminución de la capacidad para utilizar los instrumentos de política económica que usaron los países ricos en su momento, todo eso es el saldo negativo de diez años de vida de la OMC. La Ronda Doha no va a cambiar este estado de cosas. Pero en Hong Kong todavía será presentada como la ronda del desarrollo para llevar a su última expresión el engaño de Doha.