Traducido del inglés para Rebelión por Christine Lewis Carroll y revisado por Caty R.
Si 2011 en ocasiones fue edificante, 2012 promete atemorizar. ¿Están a la altura de este desafío las formas emergentes de resistencia?
Los medios de comunicación aclamaron el año pasado como de protesta en lo abstracto, pero fue más desafiante y preciso que eso. Desafiando la sabiduría política heredada, las protestas masivas en las calles volvieron con un impacto innegable. Las contiendas para hacerse con el espacio y el dominio público se convirtieron en vehículos para la afirmación de alternativas radicales que de esta manera se introdujeron en los debates restringidos durante demasiado tiempo a un consenso limitado.
En Europa y Estados Unidos esta insurgencia democrática buscó liberar a la misma democracia de la camisa de fuerza impuesta por el neoliberalismo que ha profundizado la tendencia histórica del capitalismo de confinar la política a la esfera no económica. Levantando la bandera del 99%, el movimiento Occupy (junto a otros asociados) se abrió paso después de 30 años de hegemonía ideológica neoliberal con el fin de que el propio sistema -y los intereses que lo dirigen- sea el sujeto del debate.
En consecuencia, la percepción de lo posible se ha vuelto a definir y los horizontes se han ampliado. No tenemos que ser esclavos del sector financiero ni víctimas de sacrificios que aplaquen la ira de los dioses fiscales. Al menos este desafío sistémico significa que las luchas de los años venideros se realizarán en terreno distinto.
Un ‘No’ impenitente
En contra de la alegación de que el movimiento Occupy no ha presentado exigencias específicas está la realidad de que lo ha hecho en abundancia: respecto a la justicia fiscal, las instituciones financieras, la sostenibilidad ambiental, etc. Éstas requieren detallarse, enriquecerse y difundirse, hecho que se está produciendo. Pero el punto de partida debe seguir siendo (por lo menos) un gigantesco «No» incondicional e impenitente al neoliberalismo.
Con respecto a este tema, sería una pena que la gente del movimiento y próxima a él se confundiera (por ejemplo con ideas de ‘diálogo’ con los banqueros). Debemos pegarnos a nuestro ‘No’ inicial y trascendental (y desarrollarlo), soldarnos al rechazo del sistema económico vigente y su funesta política.
Este sistema es la gran negación de la solidaridad, de la interdependencia, de la responsabilidad de la situación en que se encuentra el medio ambiente, de un vasto reino de posibilidad humana y de incontables vidas humanas. El nihilismo de nuestros tiempos reside en el sometimiento de toda la sociedad y la cultura a los estrechos imperativos de la acumulación del capital. Es por esto que necesitamos una ‘negación de la negación para redimir a los contrarios’ como reclamaba Blake en anticipación de Marx hace 200 años. Pero aunque hacemos este admirable ‘No’ nuestro punto de partida, debemos recordar que lo que va a determinar el futuro será la acción o inacción de la mayoría de personas que (todavía) no comparte este punto de partida.
En cuanto al asunto largamente debatido del ‘proceso’, la adopción de un modelo horizontal y consensual, dadas las experiencias negativas de otros modelos, ha sentado las bases de la confianza mutua. Está claro que este modelo no se creó espontáneamente. Se ha gestado durante años mediante campañas y luchas. Lo impulsa un admirable espíritu no jerárquico, junto con una profunda desconfianza, comprensible pero no libre de problemas, de cualquier tipo de ‘representación’.
Experiencias previas de modelos no jerárquicos sugieren que llevan inherentes peligros propios. El movimiento puede ocuparse en demasía de sus propios procesos, identidad y pureza. En ausencia de estructuras representativas, es fácil tanto para los individuos como para las camarillas declararse portavoces y para los medios escoger a quién o a quiénes conceden la tribuna. Es más, si la gente vive el proceso, por muy abierto e inclusivo que sea, como improductivo y sin resultados en el mundo real, se desilusionará. Al fin y al cabo la democracia no trata sólo de cómo tomamos las decisiones, sino también de nuestra capacidad de implementar esas decisiones.
Nada de esto implica que los experimentos democráticos deban restringirse. Al contrario, deben continuar y extenderse. Pero deben ser abiertos de miras, deben pretender intervenir, movilizar y no contentarse con el mantenimiento de un espacio separado. Tanto los métodos nuevos como los viejos deben adaptarse a las prioridades cambiantes y a los diversos colectivos políticos. El vínculo entre el núcleo activista y la periferia, mucho más amplia, debe fortalecerse.
Los desafíos son inmensos. Si 2011 en ocasiones fue edificante, 2012 promete atemorizar. En Gran Bretaña los recortes de los servicios públicos se juntarán con la recesión para sumir a millones de personas en la pobreza y la precariedad crónica. La extensión y el alcance de los ataques dificultan la supervivencias, cuanto menos consolidar y unificar [luchas]. Además, habrá distracciones poderosas, tales como el jubileo real y la Olimpiada, que se utilizarán para fomentar la unidad y el orgullo nacionales.
Convergencia
Uno de los acontecimientos alentadores de 2011 fue la convergencia del movimiento sindical con la insurgencia no institucional asociada con Occupy (lo que incluye, en este país, las campañas contra los recortes, UK Uncut). Esto tuvo un aspecto más dramático en Estados Unidos, con la intervención de los trabajadores de la construcción y el transporte en apoyo de Occupy Wall Street, y en Oakland, donde los estibadores y sus aliados se enfrentaron a la policía. Pero en Gran Bretaña también hemos visto a Unite, PCS y otros sindicatos asociarse con las nuevas fuerzas y formas de resistencia.
El movimiento Occupy, y lo que surja del mismo, también necesita relacionar la fuerza del trabajo con el capital, de manera que el movimiento sindical sea central en su análisis y estrategia. Si el movimiento entiende esto puede jugar un papel fundamental en la creación de las condiciones (cambios en el clima del debate y la conciencia popular) que permitan que los trabajadores emprendan acciones con más confianza.
A pesar de los cambios en los lugares de trabajo, en la tecnología y en el mundo laboral global (donde los trabajadores están abrumadoramente en desventaja), la relación entre la fuerza de trabajo y el capital sigue siendo esencial para la acumulación del capital, y es explotadora por naturaleza. También es una relación, una división o una experiencia más extendida hoy que nunca, a medida que los imperativos del mercado se han impuesto en los países en vías de desarrollo y se han extendido en el mundo desarrollado. (En cierta medida es el carácter de explotado lo que define al 99%.)
La fuerza de trabajo organizada está enraizada en la colectividad, que es la fuente de su poder e identidad, y en este contexto los sindicatos, por muy domesticados que estén políticamente, han sido durante mucho tiempo al menos la semilla de una alternativa al individualismo capitalista. A pesar de sus defectos, siguen siendo las instituciones más democráticas y las que más cuentas rinden de nuestra sociedad, sobre todo en comparación con las corporaciones, los medios de comunicación, el Parlamento, las universidades, las organizaciones benéficas y los organismos de control. El mundo compartido del trabajo, aunque altamente fragmentado, que modula la vida diaria de billones de personas, donde se genera y se apropia el valor y donde la sociedad se reproduce, debe ser el principal escenario de protesta de cualquier movimiento que busque el cambio social radical (o la sostenibilidad ecológica).
Es a consecuencia de esta base en el mundo compartido del trabajo que los sindicatos en Europa han emprendido la lucha contra las medidas de austeridad que sus otrora aliados socialdemócratas han repudiado en su mayor parte. Aquí, en Gran Bretaña, el Partido Laborista, forjado por los sindicatos hace 100 años, está en este momento demasiado casado con el neoliberalismo y demasiado divorciado de cualquier movimiento de masas para ofrecer una resistencia real. Ha habido acontecimientos, como el desgaste del poder de los afiliados o el asalto al partido del equipo de profesionales encadenados a la lógica de ‘presentación’, que lo han dejado incapaz de imaginar o articular una alternativa. Acontecimientos parecidos en Europa han ocasionado que los condicionamientos ‘posmodernos’ crearan los partidos ‘pos-socialdemócratas’. Al final la retirada de la izquierda dominante contribuyó tanto como el colapso del comunismo a la erosión de la fe en las alternativas.
Una brecha enorme
Esto ha dejado una brecha enorme que las fuerzas del movimiento Occupy no pueden rellenar, aunque pueden forjar el camino hacia adelante. En algún momento, si hemos de vencer las medidas de austeridad, necesitamos derribar al gobierno. ¿Y qué ocurre entonces? Puede ocurrir que sacudamos el árbol, los políticos laboristas recojan la fruta y nuestro mundo siga bajo la gestión neoliberal.
En América Latina los movimientos sociales supieron encontrar o crear vehículos políticos que les proporcionaron el poder para separarse del neoliberalismo, lo que a su vez ha reducido notablemente la pobreza de la zona en la última década. Necesitamos un movimiento latinoamericano en Europa, un régimen y una población dispuestos a desafiar las demandas del capital global.
Mientras tanto, la agenda de este año en Gran Bretaña debe intensificarse: un aumento en el tempo, en la escala, en la diversidad y una participación pública general de resistencia. Tenemos que elevar los costes sociales y políticos de las medidas de austeridad para la elite gobernante. Si somos capaces de repeler al menos uno de los principales ataques nos fortaleceremos sobremanera. Las personas que critican el sistema deberán convertir las ideas radicales y las energías que éstas desencadenen en batallas inmediatas y luchar para ganar.
Mark Markusee escribe regularmente en Red Pepper y es autor de libros sobre cultura y política.
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