I El presidente Chávez tiene un brote de células cancerosas en su cuerpo. Por lo que se sabe, le fue extraída una formación morbosa, presuntamente completa, y él se recupera. Pero, ya sabemos, es el cáncer, correoso y traicionero, como es el ser de la enfermedad. Los brotes pueden desplazarse y generar nuevas formaciones en […]
I
El presidente Chávez tiene un brote de células cancerosas en su cuerpo. Por lo que se sabe, le fue extraída una formación morbosa, presuntamente completa, y él se recupera. Pero, ya sabemos, es el cáncer, correoso y traicionero, como es el ser de la enfermedad. Los brotes pueden desplazarse y generar nuevas formaciones en otros sitios, según el cáncer es guabinoso. En una fase final, digamos de sentencia, ocurre lo que se conoce como una metástasis, lo que no es más que el riego del semillero enfermizo en el cuerpo.
II
Como quiera que sea un líder, con amor mayoritario de su pueblo y apoyo de un aparato de Estado que se defiende a sí mismo salvaguardando su institucionalidad y funciones, sabemos que la enfermedad no respeta y no hace distingos de amores u odios. Simplemente ataca, a pequeños y grandes, a anónimos o famosos, a amados u odiados, como dije. Y nada de la grandeza humana podría ─ en teoría ─ revertir el destino. «El papa, el rey y el duque están sujetos a morir, como lo está el pordiosero». El presidente Chávez es un mortal sencillo, a fin de cuentas, aquejado por una humana enfermedad. Se di ce que el amor, el apoyo familiar y la oración ayudan, y sobran testimonios de personas que han logrado devolver la rueda del infortunio con el apoyo moral de sus seres allegados y amados. Aparte su familia, el presidente Chávez tiene el amor de un mayoritario sector de Venezuela y su lucha es lucha de muchos. Y cuando hablo de amor, hablo de amor sincero, en cualquiera de sus expresiones: paternalista, fraterno, de protección, hasta político, que ya es decir bastante.
III
Las imágenes lo han mostrado significativamente afectado: con menos peso, con mucho dolor espiritual, con la ropa fofa, colgante, sin el acostumbrado ahínco y viveza del hombre que conocemos. No es para menos: el hombre tiene brotes de unas semillas que pueden ser mortales. Sin duda, le llegó una hora difícil, de reflexión, de tentador cambio. La familia, lo amado, las pasiones y ansias de la vida pasan a la balanza. El proyecto de país, del cual es líder, también está enfrente de él, a su consideración. El hombre duro y antiimperialista, el que le dijo «mierda» a la mayor potencia del mundo, admirado y emulado por muchos líderes continentales, corre el riesgo de mostrar debilidad ante la eventual inminencia de la muerte, miedo que presuntamente debe de sentir todo lo que es vivo.
IV
Vive su hora amarga, su toque espiritual que seguramente le reza «cambia de vida». A lo que él le responde, con seguridad, «No, es un descanso. Volveré al curarme». La angustia por dejar esta vida (no el miedo a la muerte) acucia, con toda certeza. Tiene alta responsabilidad. Es un hombre de Estado, del pueblo, con un deber y una obligación de conclusión para aquellos que empezaron a soñar. Me topé en el camino con un hombre damnificado y me dijo que, si el presidente moría, él lo más seguro, junto a su familia, rodaría con las aguas de la incertidumbre. Otra, representante de la otra Venezuela ─ que lo odia ─ , me contó que le entraba un «fresquito» porque el hombre estuviera enfermo. Pero el presidente Chávez tiene una responsabilidad, co mo es todo en él, dedicación completa, sin tomar en cuenta odios o amores. Es un presidente para todos, que simplemente trabaja por el mandato humanístico de transformar la vida y sus condiciones.
V
«Moriré en la lucha», bien podría murmurar. «Me iré a elecciones así mismo en el 2.012, con los brotes morbosos internos. Un pueblo cree en mí, me necesita y, sobremanera, estima que no tengo sucesor». Gran problema ése, por cierto. No hay más Chávez más allá, o en el más allá. Sería una fuerza moral, como la de Bolívar mismo, pero ello no serviría para completar el proyecto vivo de país socialista, para ponerle freno a la tenacidad imperial de someter a Venezuela a patio eterno trasero, para impedir que las hienas del pasado político conservador vuelvan a su banquete de sangre y privilegios en Venezuela. El hombre se requiere vivo y en acción para comandar, cual Cid Campeador, el resurgimiento de una nación.
VI
Sobre la mesa corren los dados. El presidente, como todo hombre humano al fin, podría tener una duda, un dilema. Descansar o no descansar, cosa que podría dar la impresión de un cambio de timonel, de revolución inconclusa bajo el mando de un hombre debilitado. Un respiro podría ser una gran bocanada de energía para las hienas, extranjeras o perros nacionales. No hay remedio, ni vuelta atrás, según pintan las circunstancias. Ser o no ser. Vivir mansamente, en el descanso retirado, mientras la revolución marcha al frente de otro guía, pero naturalmente bajo su guía moral. O seguir trabajando, como lo ha hecho, al frente de la guerra ideológica de todos los días, viviendo para su pueblo mientras dure o recuperándose mientras trabaje o muriendo poco a poco por dentro, pero al frente de la batalla, otra vez como el Cid Campeador, que luchó hasta hecho cadáver sobre su montura, poniendo en fuga a enemigos hasta en medio de esa condición. Genio y figura hasta la sepultura.
VII
La historia y los mitos podría recorrer su mente, ejemplarizándole. Cuando el mítico guerrero griego, Aquiles, escogió un destino, se decidió por una vida gloriosa pero corta, en contraposición a una vida larga como labriego, pero sin gloria. Ulises luego lo encontraría en su paso por el Hades y oiría de él que sufría enormemente el tedio en las sombras, arrepentido por no haber escogido en vida ser un hombre sin complicaciones, sencillo aún vivo quizás, con sangre circulando por sus venas. La amada y tibia vida, ajena a él en el inframundo. El presidente Chávez ha hecho de Simón Bolívar, El Libertador, su icono vital, su figura, su amor, su ideal, y él es su émulo. Bolívar murió en medio de la lucha política, después de haber concretado la lucha armada, vestido con las ropas de un amigo , sin un penique y en soledad. No tenía nada más que el nombre, como el antiguo Aquiles tenía gloria, gloria eterna. Así, pues, seguir o no seguir. Descansar o morir en medio del fragor de la lucha eterna por cambiar la vida. He allí el dilema. Por un lado la tibia vida, la familia, el amor sincero de los allegados, con prolongada existencia física sobre la faz de la tierra; por el otro, la hosquedad de la lucha política, el enfrentamiento, el amor y odio de muchos, la barahúnda, el fragor de la batalla y la gloria, pero breve la vida, sin reposo ni convalecencia. Serena vida o gloriosa muerte.
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