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Hugo Chávez, la rebelión de los desheredados

Fuentes: Rebelión

Introducción En una ocasión leí un artículo sobre el hambre y la escasez de combustible en Nigeria, uno de los mayores exportadores de petróleo del mundo. Luego visité una gasolinera y pensé: ¿cuáles son los yacimientos petrolíferos del Estado español? ¿Y de Europa? Esta paradoja, por sí sola, hace evidente una verdad que, además, es […]

Introducción

En una ocasión leí un artículo sobre el hambre y la escasez de combustible en Nigeria, uno de los mayores exportadores de petróleo del mundo. Luego visité una gasolinera y pensé: ¿cuáles son los yacimientos petrolíferos del Estado español? ¿Y de Europa? Esta paradoja, por sí sola, hace evidente una verdad que, además, es la más tozudamente ocultada por nuestros sistemas políticos y sus medios «de comunicación»: la explotación del Primer Mundo al Tercero.

Nuestra realidad política misma se asienta sobre la premisa de que las pocas veces que debatamos o discutamos modelos sociales, haremos como si este determinante hecho no existiera. Así, es habitual, como argumento en favor de los modelos políticos y económicos europeos y norteamericanos, la alusión al nivel de vida que se disfruta en estos territorios (sin entrar tampoco en la existencia de atroces bolsas de pobreza). En la siguiente dirección, http://www.footprintnetwork.org/newsletters/gfn_blast_0610.html, puede descargarse en lengua castellana un estudio del Global Footprint Network (California). Este estudio analiza la Huella Ecológica del ser humano, concluyendo que el nivel de consumo por habitante promedio de Estados Unidos y Europa es imposible de generalizar a toda la población del planeta, porque serían necesarios, respectivamente, 5’3 (EE UU) y 3 (UE) planetas Tierra para ello.

Por tanto, dado que sólo disponemos de un planeta Tierra, el nivel de vida del Primer Mundo es un privilegio, atendiendo a la definición misma de la palabra privilegio. Esta afirmación, además, tiene la característica de no ser ninguna «opinión». Lo que expresa es un hecho objetivo, demostrado matemáticamente, de igual modo que el profesor que escribe que 2 más 2 son 4 no está diciendo que su opinión sea que 2 más 2 son 4, sino que, independientemente de su manera de ver las cosas, lo son. Los datos no pueden refutarse; sólo se pueden ocultar. Por lo tanto, el debate político, al aludir a este nivel de vida privilegiado, está dando la razón a quienes, a lo largo y ancho del mundo, subrayan (subrayamos) la imperiosa necesidad una organización de la economía diametralmente opuesta a la actual, que desde nuestra tradición política llamamos socialismo. Asimismo, tal vez el verdadero debate no sea si el sistema vigente, en abstracto, es mejor o peor. Sino si en la praxis real tenemos o no derecho (¿tal vez divino o racial?) a vivir indefinidamente muy por encima del resto del mundo, y si tiene, a su vez, la clase dominante derecho a explotar la fuerza de trabajo, también en el propio Primer Mundo, para apropiarse de un beneficio generando una desigualdad cada vez mayor.

El capitalismo, como todo sistema, tiende a reproducirse ideológicamente y a presentarse como exitoso. Pero mientras tanto, 1.500 millones de seres humanos sufren hambre y desnutrición. 24.000 (y en su inmensa mayoría niños) mueren cada día de hambre o causas relacionadas con el hambre: uno cada 3’6 segundos. Sin embargo, según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), el planeta tiene recursos de sobra para abastecer a toda su población. Así pues, ¿cuáles son los logros del modelo capitalista? Con estos molestos datos en la mano, la voluntad de establecer otra organización económica, basada en el reparto y en la titularidad colectiva de los medios fundamentales de producción, no es ya una cuestión ideológica, sino un fenómeno de conciencia elemental, y sólo un cómplice del genocidio económico podría defender otra cosa.

Los orígenes de la supremacía del Primer Mundo

El catedrático norteamericano Jared Diamond ganó en 1998 el premio Pulitzer por su obra Armas, Gérmenes y Acero. En este libro, en el que materializó decenios de investigación, Diamond contesta a una sencilla pregunta: ¿por qué Castilla conquistó a América y no América a Castilla? Hace unos 14.000 años, la humanidad, proveniente del centro de África, penetró en América a través del Estrecho de Bering, que, debido a la glaciación, era transitable a pie. Al derretirse los glaciares, subió el nivel del mar y América y su masa de población quedaron aislados de Eurasia. El reencuentro se produciría 14.000 años después, en 1492. Pero entonces, la población de Eurasia contaba con una superioridad tecnológica (y, como veremos, también viral) que le permitió aniquilar a los americanos, someterlos y robarles todas sus riquezas, abriendo, como diría Eduardo Galeano, las venas de América Latina (mientras la Iglesia, como es habitual en ella, se saltaba el quinto mandamiento… y el séptimo y el décimo).

¿Por qué? Según Diamond, todo se debe a una determinación geográfico-climática. Eurasia, con su mayor extensión, contenía la mayor proporción de especies vegetales y animales susceptibles de ser domesticadas. En Eurasia, además, existen pocas barreras geográficas como montañas o desiertos, lo que permitió una rápida expansión de la agricultura. Esto dio una ventaja inicial a sus pobladores. Además, esta enorme masa de tierra pudo socializar sus hallazgos científicos (sin ir más lejos, la pólvora con la que los europeos arrasaron América provenía de China), mientras que la civilización americana se hallaba aislada de los progresos de otros pueblos. No contaba con el acero, ni tenía caballos, ni disponía de la rueda. Al ser cazadores-recolectores, no domesticaron animales; al no convivir con animales, sus cuerpos no se inmunizaron contra virus como la viruela, el sarampión o la gripe, por lo que a partir de 1492 murieron en masa, sin saber por qué, mientras veían impotentes que a los europeos eso no les afectaba.

A partir de aquí, todos sabemos el resto. Consta en el Archivo de Indias: sólo entre 1503 y 1660 llegaron a Sanlúcar de Barrameda 185.000 kilos de oro y 16 millones de kilos de plata provenientes de América. Como se puede consultar en cualquier libro de historia, los barcos europeos iban a África vacíos, secuestraban y cazaban negros y los llevaban a trabajar como esclavos a América. Hacinados en las oscuras bodegas, las condiciones del viaje eran tan deplorables que muchos se lanzaban al mar para morir ahogados. Según Howard Zinn, un tercio de estos hombres moría antes de llegar a América; el hecho de que sólo sobrevivieran y procrearan los más fuertes explica la enorme fortaleza corporal de los negros americanos hoy día. Entre los esclavizados y los asesinados, África pudo perder unos 50 millones de seres humanos en esos siglos tan determinantes. La situación actual es heredera de este marco, y además con idénticos actores.

Mecanismos actuales de explotación al Tercer Mundo

El imperialismo, en la acepción moderna de la palabra, desarrollada por Lenin y actualizada por Samir Amin o Arrighi Emmanuel, es el mecanismo actual de dominación y explotación del Tercer Mundo por parte de las élites del Primero.

La configuración actual del imperialismo está determinada por el hecho de que el Primer Mundo, para seguir siéndolo, necesita controlar el petróleo, el gas, el carbón y otros minerales estratégicos que, en su inmensa mayoría, se encuentran en el Tercer Mundo. Además, busca mano de obra intensiva y barata para sus maquiladoras y, por último, nuevos consumidores. La batalla por el petróleo no se debe sólo al deseo de combustible, sino a los innumerables compuestos derivados de esta sustancia, como el plástico, el caucho o el detergente. Asimismo, el 15% más privilegiado de la población mundial consume la inmensa mayoría de los metales. Algunos, como el coltán, sólo se hallan en África (un 80% en el Congo). La mitad de los diamantes del mundo están en África. Mientras tanto, Reino Unido importa el 95% de la fruta y la mitad de los vegetales que consume.

En este contexto, se produce un intercambio desigual, cuyos términos empeoran progresivamente para los países del sur, que exportan cada vez más barato e importan cada vez más caro. Esto se debe a la asimetría de poder entre las regiones o, mejor dicho, entre las distintas burguesías nacionales. Para concretar, describiremos una serie de mecanismos de explotación del Tercer Mundo:

  1. La fuga de capitales y los depósitos en bancos extranjeros. Para empezar, buena parte de la industria de los países ricos se está «deslocalizando» (los capitalistas cierran las fábricas de los países del norte para trasladarlas al Tercer Mundo, donde pueden pagar salarios de miseria, al no existir legislación sindical ni respeto alguno por los derechos humanos, como ha documentado Naomi Klein). Esto da una idea de la cantidad de dinero que se esquilma a la clase trabajadora de estos países empobrecidos. Las multinacionales se extienden al Tercer Mundo y luego repatrían los beneficios de sus negocios. Además, existen inmensas concentraciones de tierra en manos de grandes familias o compañías extranjeras, como Fruit Company o Dole. Por último, las élites de estos países también suelen colocar su dinero en bancos europeos, que pueden así reinvertir esos capitales y extraer más beneficios. David Llistar, catedrático de la Universitat Politècnica de Catalunya, estima que estas élites tienen en Europa suficiente dinero para pagar la deuda externa.

  1. La deuda externa como aspiradora de capital. Por ejemplo, en el año 2000, la Ayuda Oficial al Desarrollo (en realidad préstamos con intereses y frecuentemente condicionados a que el dinero se invierta en productos del norte, en muchas ocasiones fabricados por las multinacionales) fue de 53.000 millones de dólares, mientras que el cobro de la deuda ascendió a… 330.000 millones. Así, no es de extrañar que la deuda externa haya pasado de 62.000 millones de dólares en 1970 a 2 billones de dólares, en el año 2000. Si el Tercer Mundo da seis veces más de lo que recibe, ¿cómo saldrá de su subdesarrollo? Si la mitad de su dinero público se volatiliza hacia el exterior, ¿cómo vivirá su población?

  1. La deuda externa como extorsión geopolítica. Los países pobres se ven obligados a negociar préstamos del FMI. Aparte de los brutales tipos de interés, el FMI condiciona su dinero a la aceptación por parte del país receptor de un PAE (Plan de Ajuste Estructural). Éste consiste en liberalizar la economía (en la práctica, privatizar los servicios públicos y entregárselos a las multinacionales extranjeras, como hizo catastróficamente la Argentina de Menem) y reducir la inflación (lo cual sólo puede hacerse reduciendo a su vez los salarios y las pensiones) y el déficit presupuestario (lo cual sólo puede hacerse disminuyendo las prestaciones sociales). Esto no es de extrañar si tenemos en cuenta la composición del FMI y el BM, que pese a autodenominarse «internacionales» y «mundial» están sometidos a unos cuantos países imperialistas, hasta el punto de que existe una cuota de votos mediante la cual los siete países más poderosos (G-7) cuentan con más votos que los 170 países restantes juntos. Idénticos objetivos y condiciones tienen los Tratados de Libre Comercio (TLC), como el ALCA, la NAFTA o el MERCOSUR.

  1. Las patentes y los derechos de propiedad intelectual, que pueden durar entre 15 y 20 años. Una invención no puede ser utilizada sin pagar el debido impuesto al titular de la patente. Entre 1990 y 1995 se otorgaron 25.000 patentes biotecnológicas, y el 93% de ellas estaban domiciliadas en EE UU, Japón y la UE. Por tanto, que el sur acepte los derechos de propiedad intelectual equivale a establecer un impuesto general que ha de pagarle al norte. Es conocido el caso de las patentes de productos farmacéuticos. Por ejemplo, el tratamiento antirretroviral, que como genérico costaría 136 dólares al año por paciente, pasa a costar 10 .000 dólares al año por paciente, gracias a las leyes de propiedad intelectual. Pero más determinantes aún son las patentes de la maquinaria y las nuevas tecnologías, que impiden la consolidación de una industria propia en estos países, los cuales, sin estos avances, no pueden ser competitivos a nivel internacional.

Como dice el economista Diego Guerrero, «un sistema basado en la libre competencia y en la empresa privada no puede resolver la creciente desigualdad mundial. Al contrario: la crea y recrea permanentemente, y además cada vez con más fuerza». Según los cálculos de Emilio José Chaves, cada año la periferia pierde un 22% de su producto bruto, que va a parar directamente a los países ricos del Norte (es decir, al 15% de la población mundial). Y la continuación de semejante negocio global depende de que las antiguas colonias no efectúen una segunda independencia (económica). Esto es algo que los países imperialistas han comprendido a la perfección: a lo largo y ancho del mundo, han financiado y organizado todo tipo de invasiones o golpes de Estado cada vez que un gobierno amenazaba con acometer un auténtico plan de desarrollo endógeno, tratando de construir una industria propia para no depender de las multinacionales y del capital extranjero. Desde Chile hasta Venezuela, desde España hasta Argentina, desde Indonesia hasta Guatemala, desde Irán hasta Haití, desde Nicaragua hasta Colombia, podría seguir enumerando casos de lo que Santiago Alba Rico denomina «la pedagogía del millón de muertos». Hasta el punto de que no existe un solo caso en la historia en el que un gobierno haya actuado de manera lesiva para los intereses de las multinacionales, los banqueros y los oligarcas y no haya sido víctima de un golpe de Estado. Eso por no hablar de cuando invaden un país, como Iraq o Afganistán, para sencilla y llanamente robarle el petróleo o el gas.

¿Somos cómplices del saqueo?

Franz Fanon llegó a decir que el Tercer Mundo era el nuevo proletariado global y el Primer Mundo la nueva burguesía. Como metáfora, la frase tiene validez. Pero no se puede olvidar que en el Tercer Mundo hay gente muy rica y en el Primero gente muy pobre. La explotación es una cuestión de clase, pero la clase social es un fenómeno complejo que no atañe únicamente a esferas económicas, como bien han comprendido el feminismo socialista o los movimientos de liberación nacional. Me gustaría recordar las palabras del Che Guevara, en un breve paréntesis de su fenomenal artículo El socialismo y el hombre en Cuba: «Cabría aquí la disquisición sobre cómo en los países imperialistas los obreros van perdiendo su espíritu internacional de clase al influjo de una cierta complicidad en la explotación de los países dependientes y cómo este hecho, al mismo tiempo, lima el espíritu de lucha de las masas en el propio país, pero ese es un tema que sale de la intención de estas notas».

Hay que recordar que, según un estudio realizado por la Fundación de Estudios Sociológicos en 2005, en el Estado español existen nueve millones de habitantes que tienen una parte de sus ahorros invertidos en bolsa, por ejemplo en acciones Repsol o en fondos de inversión. Además, una nacionalización del petróleo controlado por esta multinacional en algún remoto país latinoamericano conllevaría un aumento de la inflación aquí en la metrópoli.

Hace unos años, el historiador alemán Götz Aly desmintió la imagen rutinaria de un pueblo alemán dormido, ignorante de los crímenes monstruosos de los nazis, o cautivado ideológicamente por las proclamas racistas de sus líderes. Demostró que, muy al contrario, hubo una gran complicidad entre los alemanes, que se beneficiaban económicamente de la mano de obra esclava, de las riquezas saqueadas en los países conquistados y hasta de pequeñas ventajas estéticas (como muebles de casas francesas u holandesas bombardeadas y repartidos entre soldados y civiles alemanes). Algo similar sucede en el Primer Mundo actual. Por eso la gente apoya las leyes de extranjería o los asesinatos en las fronteras de Ceuta y Melilla. Como escribió el filósofo Carlos Fernández Liria, los ministros de economía europeos proponen «que nos encerremos en fortalezas, protegidos por vallas cada vez más altas, donde poder literalmente devorar el planeta sin que nadie nos moleste ni nos imite. Es nuestra solución final, un nuevo Auschwitz invertido en el que en lugar de encerrar a las víctimas, nos encerramos nosotros a salvo del arma de destrucción masiva más potente de la historia: el sistema económico internacional».

Sin embargo, en este planeta existe esperanza. Volviendo a los datos del Global Footprint Network, observamos una gráfica donde se establecen dos ejes, uno de los cuales sería la Huella Ecológica y el otro el Índice de Desarrollo Humano, según los estándares de la ONU. Los países norteamericanos o europeos tienen un Índice de Desarrollo Humano aceptable, pero su Huella Ecológica es insostenible. Los países africanos y latinoamericanos, en cambio, consumen una cantidad sostenible de recursos, pero suspenden en desarrollo. Siguiendo los parámetros de Naciones Unidas, existe un solo país en el mundo sostenible y desarrollado. Y es Cuba. Así pues, el único modelo económico que cabe defender sin estar defendiendo privilegios es el socialismo cubano. Se piense lo que se piense de su modelo político, lo que acabo de decir es irrefutable, por un motivo bastante sencillo: no es una opinión. Y no lo será hasta el día en que encontremos otro planeta con recursos similares a los de la Tierra, transportemos esos recursos a nuestro planeta y, más improbable todavía, los repartamos entre los pobres del mundo, en lugar de permitir que sean monopolizados por los más poderosos.

Hay, no obstante, al menos otro país que pugna por su soberanía, por desembarazarse de la opresión de estos mecanismos de explotación internacional. Un país que ha roto con el FMI y ha pagado completamente su deuda, por lo que es libre al fin para diseñar sus propias políticas económicas. Hablamos, naturalmente, de Venezuela.

Breve historia del proceso popular en Venezuela

El proceso revolucionario que sacude Venezuela tuvo su origen en el Caracazo de 1989. Miles de personas fueron asesinadas por la policía, después de echarse a la calle a saquear los supermercados a causa del hambre, tras el plan de ajuste neoliberal firmado entre Carlos Andrés Pérez y el FMI. En este contexto se produjo, en 1992, una insurrección de jóvenes militares bolivarianos, entre los que se encontraba Hugo Chávez. Esta rebelión le dio una popularidad que le permitió ganar las elecciones en 1998.

Siguiendo a Marta Harnecker, este proceso ha tenido cuatro etapas fundamentales:

  1. La primera sería la de crear las condiciones institucionales para la transformación socioeconómica. La prioridad del gobierno fue lanzar el proceso constituyente. Más tarde, se cambió la correlación de fuerzas en las instituciones, obteniendo electoralmente una mayoría abrumadora de diputados. Por último se elaboró una legislación revolucionaria, con leyes como la Ley de Tierras o la Ley de hidrocarburos. Se lanzó, por último, la iniciativa de los Círculos Bolivarianos: grupos de 7 a 11 personas para difundir la nueva Constitución, formar cooperativas, responder a las necesidades del barrio, etc.

  1. La segunda etapa sería una gran ofensiva opositora y los esfuerzos de supervivencia por parte del gobierno. La oligarquía se lanzó al ataque con el golpe de Estado militar de abril de 2002, que suspendió la Constitución, disolvió el Parlamento, secuestró al presidente elegido y colocó de presidente del gobierno golpista a Pedro Carmona, presidente de la patronal venezolana. Pero el pueblo se lanzó a la calle para que no se repitiera la derrota de Allende, y el golpe fracasó. Más tarde vino el paro petrolero, que duró dos meses y afectó duramente al país. Pero el pueblo resistió y, además, estas dos acciones ilegales dieron la posibilidad de depurar el ejército y de establecer un control definitivo de la industria petrolera por parte del Estado, desenmascarando a los actores del proceso (se visualizó con quién se podía contar y con quién no, tanto en el ejército como en la administración pública).

  1. La tercera etapa sería el arduo proceso refrendatario. En 2003 se lanzaron las Misiones, que analizaremos más adelante, con una calurosa acogida por parte de la población. En 2004, la oposición convocó un referéndum revocatorio del presidente (la legislación revolucionaria incluía la posibilidad de revocar todos los cargos públicos en cualquier momento, caso inédito en el mundo) y, por enésima vez, volvió a perder, quedando patente que el pueblo venezolano estaba realmente comprometido con el proceso.

  1. Por último, vendría una etapa de consolidación y profundización de la revolución. En esta etapa, el carácter socialista, nacionalista y de izquierdas del proceso se va enfatizando. También su carácter de masas: si en 1998 Chávez ganó las elecciones con 3,6 millones de votos, en 2006 las ganó con 7,3 millones, imponiéndose en el 92% de los municipios. En 2008, el gobierno revolucionario nacionaliza el Banco de Venezuela, filial del Banco Santander y tercer banco más importante del país. Se nacionalizan los enormes campos petrolíferos de la franja del Orinoco. Se expulsa a los embajadores de EEUU e Israel. Habría que hablar asimismo de la creación de los Consejos Comunales y de un partido de masas con millones de afiliados: el PSUV (Partido Socialista Unificado de Venezuela). También debemos incluir en esta etapa la derrota del gobierno en el referéndum para reformar la Constitución bolivariana, propuesto quizá sin el suficiente y necesario debate colectivo por parte de las masas.

Los logros del proceso bolivariano

La pobreza extrema pasó en Venezuela de un 70% en 1996 a un 23% en 2009. El país exhibe el índice de Gini, que mide la desigualdad, más bajo (0,39) de América Latina si exceptuamos a Cuba. La mortalidad infantil ha disminuido en al menos un 27% desde 1998. Venezuela tiene el salario mínimo más alto de América Latina, con 686 dólares mensuales, nada menos que el doble que el segundo más alto (Argentina, con 310 dólares). En 1998 era de menos de 50 dólares.

Antes del gobierno revolucionario, sólo 252.000 niños recibían alimentación en sus recintos escolares, mientras que en la actualidad más de 4 millones de niños reciben dos comidas diarias más merienda en las escuelas. La inversión social de Chávez ha alcanzado los 330.000 millones de dólares (de un 8% del PIB en 1998 a un 20% en la actualidad), aproximadamente el 60% de los ingresos fiscales obtenidos por el país. Se han creado cientos y cientos de escuelas.

Más de tres millones de hectáreas propiedad de la oligarquía han sido nacionalizadas y repartidas entre cientos de miles de familias y cooperativas campesinas (en contraste, la II República Española sólo pudo nacionalizar 150.000 hectáreas).

No es una opinión, sino un dato, que Chávez ha hecho disminuir la pobreza e incrementado los niveles de sanidad y educación de las masas populares. Una opinión, en todo caso, sería creer que, debido a ese dato, vale la pena defender a este revolucionario, aunque la contrapartida suponga un descenso en los astronómicos ingresos de determinado magnate.

Venezuela, además, ha sido la promotora del ALBA (Alternativa Bolivariana para las Américas), como alternativa al ALCA (Acuerdo de Libre Comercio para las Américas) que apadrinaban los EE UU. El ALCA impone que todas las transacciones se efectúen en términos monetarios y en dólares, lo que otorga a EE UU el control sobre el comercio de la región y obliga a esos países a tener sus reservas en esa divisa, asegurándose un flujo constante de capitales hacia EE UU. El ALBA, sin embargo, se basa en intercambios bilaterales que no tienen por qué ser en términos monetarios (por ejemplo, se están cambiando con Brasil pollos por petróleo). El ALBA supone un paso importantísimo hacia la soberanía alimentaria de Latinoamérica, y ya se han sumado la Bolivia de Evo Morales, el Ecuador de Rafael Correa y la Nicaragua de Daniel Ortega.

Con el dinero obtenido por el petróleo constitucionalmente re-nacionalizado y gracias a los precios competitivos obtenidos mediante el esfuerzo de Venezuela en el seno de la OPEP, el gobierno revolucionario lanzó sus Misiones Bolivarianas, de las que citaremos sólo las más relevantes:

  • Misión Barrio Adentro: creación de consultorios y clínicas populares en todos los barrios, con la ayuda de los médicos cubanos, para garantizar el acceso a la sanidad de los sectores hasta ahora excluidos.

  • Misión Hábitat: programa para la construcción de viviendas sociales.

  • Misión Mercal: creación de supermercados estatales con los productos básicos a precios protegidos y de comedores populares en los que se aseguran dos comidas diarias gratuitas a las familias con menos recursos.

  • Misión Miranda: entrenamiento de reservistas populares que podrían ser movilizados en caso de invasión o de un nuevo golpe de Estado. Esta revolución se caracteriza por ser pacífica pero armada.

  • Misión Robinson I y II: su finalidad era convertir Venezuela en territorio libre de analfabetismo, enseñando a leer y escribir a más de un millón de venezolanos. Lo consiguió.

  • Misión Sucre: para becar y garantizar el acceso a la universidad de los sectores populares.

  • Misión Vuelvan Caras: apoyo a la creación de cooperativas.

Por último, debe subrayarse la importancia que este proceso da a los conceptos del Poder Popular y la Democracia Protagónica y Participativa. Ya el Programa de la Unidad Popular de Salvador Allende (conformada por los partidos Comunista, Socialista, Radical y Socialdemócrata) hablaba del Poder Popular, anticipando «una nueva concepción en la que el pueblo adquiere una intervención real eficaz en los asuntos del Estado», de modo que «las organizaciones sociales y sindicales (…) serán llamadas a intervenir en el rango que les corresponda en las decisiones de los órganos de poder».

En Venezuela se está yendo más lejos, al revitalizar e impulsar el concepto de Poder Popular. El Ministerio del Poder Popular para las Comunicaciones y la Información ha distribuida cientos de miles de copias de un folleto que afirma: «Nosotros, el actual poder existente, debemos transferir progresivamente todo el poder, el poder político, social, económico y administrativo al Poder Comunal (…) de forma tal que apartemos las viejas estructuras del Estado burgués capitalista, que sólo sirve para detener el impulso revolucionario de las masas».

Se multiplican, paulatinamente, las empresas de producción social dirigidas por los trabajadores. Existen ya más de 300 en régimen de propiedad estatal, mixta o colectiva. Además, el gobierno ha estimulado los Consejos Comunales, empeñados en promover la participación popular de cada vecino. No pueden coexistir dos Consejos Comunales en una misma área. Están formados por entre 200 y 400 familias en zonas urbanas y por entre 10 y 20 en zonas rurales. Suponen una nueva geometría del poder: la planificación y ejecución de las políticas públicas desde las comunidades en beneficio de las propias comunidades, en una experiencia inédita de presupuestos participativos a gran escala.

Lo más interesante de Venezuela, pues, no es que se esté creando una infraestructura de servicios sociales básicos, sino el fenómeno del empoderamiento. A través de la movilización y de los recursos políticos estatales y regionales, se está generando un Poder Popular efectivo, que los desposeídos y los explotados sienten como suyo y del que se han apropiado, teniendo ahora un papel activo en los procesos sociales. Con ello se ha producido un enorme cambio en las relaciones de poder y de hegemonía política.

Los límites del proceso bolivariano

Sin embargo, este proceso también tiene unos límites muy claros. La deuda se pagó. Se han efectuado las nacionalizaciones comprando las empresas y pagando el monto correspondiente a las multinacionales, en lugar de expropiarlas sin compensación. La banca privada sigue controlando la economía venezolana. El capitalismo sigue siendo el modo de producción predominante dentro de la complejísima formación social de Venezuela; de hecho el capitalismo venezolano se ha consolidado. Ni siquiera ha podido alcanzarse la independencia económica. En 2009, se halló en Venezuela una de las mayores reservas gasísticas mundiales; las autoridades llegaron a un trato con Repsol, que explotaría el recurso a cambio de un 50% del yacimiento. Y es que, a pesar de sus esfuerzos, Venezuela sigue sin contar con la capacidad tecnológica necesaria para explotar determinadas reservas (en buena medida por culpa de las Leyes de Patente) y, sobre todo, no dispone de la suficiente capacidad de inversión (es lo que la economía burguesa llama un «mercado imperfecto»; hace falta tal cantidad de dinero que sólo una multinacional es capaz de aportarla).

Quizá por ello, este proceso nacionalista, de izquierdas y antiimperialista no ha sido bien entendido por determinados sectores de la izquierda. El exguerrillero venezolano Douglas Bravo ha afirmado que «el de Chávez es un régimen neoliberal y militarista», ya que «Chávez no tiene ni un pelo de socialista». Determinadas ortodoxias, en un alarde de surrealismo, llegan a calificar el régimen de Chávez como «bonapartismo sui generis» y piden el voto en contra de la Constitución.

En mi opinión, el principal problema de Latinoamérica es el hambre (consecuencia directa, como vimos, del capitalismo) y, de entrada, cualquier iniciativa progresista que (sin explotar a terceros) ayude a paliarla debe ser apoyada. Es muy importante que desde la izquierda, tan dada a la discusión escolástica, sepamos apreciar las mejoras en la vida real de tanta gente, mejoras de las que hemos aportado datos abrumadores: reducción del hambre, incremento de los salarios, erradicación del analfabetismo, sanidad pública para todos, nacionalización de tierras, del petróleo (la quinta reserva mundial, nada menos), de las siderúrgicas y de los sectores energéticos claves, e incluso ahora de una porción de la banca…

Una cosa es mantener una actitud crítica hacia y desde el proceso, participando desde dentro e impulsándolo hacia la izquierda, y otra muy distinta afirmar que Chávez es neoliberal o compararlo con Napoleón Bonaparte. Porque decir que Chávez y su gobierno apoyan a la gran burguesía y están frenando la revolución popular es, sencillamente, falsear todos los datos de los que disponemos. A diferencia de lo que hizo Nelson Mandela al salir de la cárcel, Chávez no llama a la conciliación entre las clases, sino a la rebelión de los pobres contra los ricos, poniendo al servicio de los primeros todos los instrumentos con los que cuenta su gobierno, como hemos visto al hablar del Poder Popular y de las Misiones.

Otro de los límites del proceso estaría marcado por su necesidad de alianzas estratégicas internacionales, que se establecen con los antiguos países socialistas, reconducidos ahora al capitalismo por sus propias nomenclaturas revisionistas (Rusia, China), o con un régimen tan dudoso como el de los Ayatolás iraníes, o con un gobierno que, como el indio, ilegaliza a las fuerzas revolucionarias. La mayor objeción es que algunos de estos países, aunque conformen un polo alternativo al imperialismo de EE UU, la UE y Japón, aspiran a la generación un nuevo polo imperialista.

Por último, hay que mencionar la burocracia corrupta y arribista que, al calor del proceso, ha ido surgiendo en Venezuela, como ha denunciado el antiguo viceministro de Planificación, Roland Denis.

Separar la paja del grano

En otro orden de cosas, no debemos simplificar, como suele hacerse, hablando de «Latinoamérica» como de un conjunto homogéneo. Debemos establecer una neta separación entre gobiernos de colaboración con el imperialismo (como los de Colombia, Brasil o Chile) y gobiernos de ruptura, aunque tímida en algunos casos (como los de Venezuela, Bolivia o Ecuador).

Mientras Lula aceptó desde antes de asumir la presidencia un préstamo de 30.000 millones de dólares del FMI, Chávez puso fin a la dependencia (si bien pagando la deuda) de dicha institución imperialista. Mientras que Lula se ha llenado la boca hablando de «Hambre Cero» sin acompañar con hechos sus palabras, en Venezuela se ha reducido a la mitad la mortalidad infantil, se ha erradicado el analfabetismo y se ha disparado el presupuesto educativo.

Mientras el Estado brasileño reprime y judicializa las protestas de los «Sin Tierra» y otras fuerzas populares, el gobierno bolivariano de Venezuela apoya política y materialmente la creación de comités de autodefensa de base (Frente Nacional Campesino Ezequiel Zamora, Frente Francisco de Miranda, etc.) y reconoce a las FARC colombianas como fuerza beligerante. Mientras Lula blinda la propiedad de la tierra, Chávez lleva colectivizadas millones de hectáreas.

Analizando el proceso desde las bases, las fuerzas revolucionarias encuentran en la actual coyuntura venezolana un espacio importante donde crecer, desarrollarse, acumular fuerzas y a la vez presionar «hacia arriba». Y las masas están yendo más allá de la inicial línea programática del Movimiento V República, condicionando la agenda política del ejecutivo.

Por lo demás, golpes de Estado como el vivido en Venezuela (o recientes movilizaciones fascistas de la oligarquía cruceña y sus grupos de choque en Bolivia) son indicadores de que no todo en Venezuela y Bolivia es moderación y conciliación de clases.

La extrema manipulación mediática-empresarial

Estas posiciones ultraortodoxas pueden, sin embargo, ser enormemente cómodas. Estar siempre en contra de todo es una cosa muy fácil. Lo difícil es enfrentarse a la apabullante -y en algunos casos obsesiva- manipulación mediática. El diario El País, particularmente, ha llegado a la ridiculez de dar a entender a sus lectores que Chávez iba a suprimir las elecciones para «perpetuarse en el poder», cuando lo único que se sometió a referéndum fue la posibilidad de que, en eso, Venezuela fuera como el Estado español, donde un candidato puede presentarse a la reelección cuantas veces desee, hasta morir de viejo si es necesario.

Ni corta ni perezosa, y como si España fuera el centro del universo, la prensa ha llegado a vincular a Chávez con ETA. Pero el más flagrante caso de manipulación mediática se dio en el caso de RCTV. Se dijo que Chávez había cerrado dicho canal de televisión, por criticarle. Nada más lejos de la realidad. RCTV debió ser cerrada en 2002, por apoyar el golpe de Estado (como también hizo, por cierto, El País en su editorial del 12/4/02, día después del golpe, que puede consultarse en cualquier hemeroteca). Sin embargo, el gobierno no cerró RCTV. Ya entonces acusaban a Chávez de dictador, pese a haber ganado más elecciones en menos tiempo que cualquier otro dirigente de la historia. También se hablaba del Aló Presidente y se acusaba a Chávez de dictadura mediática, desde la más profunda ignorancia, cuando todos los canales excepto el canal estatal estaban, en aquella época, en contra del gobierno chavista. El gobierno, simplemente, esperó a que se terminara la licencia contratada con RCTV y, después, no la renovó. Ningún gobierno tiene obligación de renovar sus compromisos con una empresa privada. Sobre todo, RCTV no fue cerrada; de hecho, siguió emitiendo por cable y en Internet, libremente. Simplemente, no se le concedió el espacio radioelectrónico público, que es un derecho de todo gobierno del mundo (y máxime si el canal incita al magnicidio o pide incluso una invasión extranjera).

Tanta y tan ridícula falsedad es, sin embargo, perfectamente lógica desde la perspectiva de que El País no es en realidad un medio de comunicación, sino una empresa, perteneciente al Grupo Prisa, que, a su vez, tiene estrechos vínculos empresariales con la familia Cisneros, quizá los mayores empresarios de Venezuela. ¿Por qué hablan sólo de los medios privados de la oligarquía, y en cambio no dicen nada acerca de los medios comunitarios fomentados en Venezuela, mediante los cuales los sectores obreros y populares tienen más posibilidades de expresión que nunca hasta ahora?

Entonces, ¿qué es Venezuela?

En 1897, el marxista e independentista irlandés James Conolly escribió: «Si mañana echáis al ejército inglés e izáis la bandera verde sobre el Castillo de Dublín, a menos que emprendáis la organización de una república socialista todos vuestros esfuerzos habrán sido en vano. Inglaterra todavía os dominará. Lo hará a través de sus capitalistas, sus terratenientes, a través de todo el conjunto de instituciones comerciales e individuales que ha implantado en este país y que están regadas con las lágrimas de nuestras madres y la sangre de nuestros mártires. Inglaterra os dominará hasta llevaros a la ruina, incluso mientras vuestros labios ofrezcan un homenaje hipócrita al santuario de esa Libertad cuya causa traicionasteis. Nacionalismo sin socialismo – sin una reorganización de la sociedad bajo una base de una forma más amplia y desarrollada de esa propiedad común que fue la base de la estructura social de la Antigua Erin- no es más que cobardía nacional».

Comprendiendo que la primera independencia de América fue simplemente formal, Hugo Chávez proclamó en 2008: «Nuevas campañas vienen, soldados. Preparemos el bastimento. El del alma, primero que nada, para seguir en marchas forzadas construyendo la patria que le dejaremos a nuestros hijos, construyendo la Revolución Socialista. Porque la patria o es socialista o no es patria. En el capitalismo no hay patria para nosotros: sólo colonia, lo que fuimos durante mucho tiempo. ¡Ya basta! Queremos ser independientes, y eso sólo se logra a través de una Revolución Socialista».

El hecho de que el movimiento nacional y popular venezolano haya comprendido esta premisa es un avance importantísimo. Sin embargo, no hay que olvidar una cosa: el objetivo de un socialista es el socialismo, pero el hecho de que en un país gobierne un Partido Socialista no implica el socialismo. Implica, si el partido es auténtico, una lucha por el socialismo, pero no que el socialismo se haya alcanzado ya.

Con todo, Venezuela es decididamente más que una simple democracia burguesa. En mi opinión el capitalismo se asienta sobre una premisa fundamental, que constituye su clave de bóveda: la existencia de una mayoría de la población que no tenga garantizada su propia subsistencia y que, para sobrevivir, se vea por tanto obligada a recurrir a un puesto de trabajo asalariado, en el cual todo el resultado de la producción será propiedad de la parte contratante. Este modo de producción necesita lo que los economistas neoclásicos llamaban una «tasa natural de desempleo», dada la cual siempre habrá alguien dispuesto a trabajar por menos dinero todavía, para que el contratante tienda a obtener beneficios en lugar de pérdidas.

Sin embargo, este mecanismo ha quedado gravemente dañado en Venezuela, porque se garantiza la subsistencia desde los poderes del Estado (Misión Mercal) y se lucha exitosamente contra el paro (Misión Vuelvan Caras). Por tanto, en función del grado de desarrollo que en Venezuela alcancen estos proyectos (lo cual vendrá determinado por la fuerza que alcance y la presión que ejerza el Poder Popular), el capitalismo podría recibir un golpe en su línea de flotación en Venezuela, aunque a día de hoy siga vigente y en pie. Esto no excluye, sin embargo, la posibilidad futura de una lucha violenta por el poder, que tantas veces en la historia se torna inevitable, eventualidad que también ha sido prevista por el gobierno revolucionario (Misión Miranda).

Conclusión

Cada país tiene su propia vía al socialismo y, por tanto, el proceso bolivariano no puede ni debe ser «modelo» a calcar o copiar en ninguna parte del mundo (ni siquiera en Latinoamérica, como demuestra el caso de Colombia, donde las posibilidades de militancia civil o sindical son muy reducidas, dada la situación, no admitida, de guerra civil).

Sin embargo, sí podemos analizar las tácticas empleadas en Venezuela por este exitoso proceso e intentar aprender de ellas; de una revolución que, como hemos visto, se inició por medio de un proceso constituyente, rompiendo con la constitución anterior y generando otra nueva, de carácter revolucionario.

En el Estado español, las fuerzas anticapitalistas, además de pequeñas, se hallan (nos hallamos) extraordinariamente dispersas. Hacer, por ejemplo, un frente contra la Constitución Española del 78 podría ser una consigna aglutinante que agrupara al fin a los pequeños grupos de la izquierda, facilitando asimismo, si no la unidad orgánica, sí al menos la coordinación con las fuerzas soberanistas e independentistas, enemigas juradas de una constitución que otorga al ejército el estatuto de «garante de la unidad de España».

Este frente supondría un importantísimo e ilusionante paso adelante, cada vez más demandado entre las gentes de izquierda por una cuestión mínima de sentido común. Ofrecería, asimismo, una alternativa política razonable a tantos militantes de base de la izquierda oficial que son conscientes de que su dirección ha sido cooptada por el sistema y no es recuperable. Cada grupo podría aportar su matiz, pero no para imponerlo sobre otros matices, sino viéndolos como complementarios, con el propósito de coexistir y construir algo distinto, nuevo y mejor.

Además, estoy convencido de que la Revolución Bolivariana es una de las causas más nobles de nuestro tiempo, y de que la izquierda debe apoyar los movimientos antiimperialistas que, en cualquier rincón del mundo, luchan por zafarse de la explotación de las élites de los países del norte. Fracasada la retórica tradicional y decimonónica, en esta tierra favorecida por un saqueo globalizado y a gran escala, el argumento moral se nos antoja la única opción para movilizar a una población cómplice, insensibilizada e hipnotizada por los grandes medios, para caminar en una perspectiva diferente, porque, como Miguel Hernández, no podemos entender la vida como un botín sangriento y, como Silvio Rodríguez, iremos matando canallas con nuestro cañón de futuro.

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