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La izquierda latinoamericana y la primavera árabe

Hugo Chávez y el «amigo» Gadafi

Fuentes: Pressegauche.org

Traducido para Rebelión por Caty R.

Defensa de la complejidad

Produce una sensación un tanto desconcertante ver a algunos de los líderes revolucionarios latinoamericanos más inspiradores del último decenio (Hugo Chávez, Evo Morales o Rafael Correa) encontrarse de repente desarmados por los acontecimiento que ocurren en el mundo árabe, y más en particular en Libia. Como si a pesar de los innegables avances sociales y políticos que dichos líderes encarnan en sus propios países tuviesen que afanarse para entender la complejidad de los acontecimientos, y sobre todo para ofrecernos auténticos puntos de referencia en la materia. Señal evidente de todas las dificultades en las que se debate en la actualidad la izquierda a escala mundial para volver a ser la «izquierda histórica y en marcha» que tanta falta hace. Porque hasta ahora está claro lo que han podido simbolizar la Venezuela de Hugo Chávez, la Bolivia de Evo Morales y el Ecuador de Rafael Correa: la esperanza de una izquierda que consigue responder de manera original a los desafíos actuales, realmente capaz de afrontar con pragmatismo la realidad concreta de las relaciones de fuerza que cruzan sus respectivos países y además proponiendo auténticos cambios económicos, sociales y políticos; cambios revolucionarios -en la estela de las grandes movilizaciones populares y del fortalecimiento de la democracia participativa- que consiguen oponerse cada vez más firmemente a los dictados neoliberales. En ese sentido se puede afirmar que esos países y sus dirigentes podrían, en Sudamérica, representar la esperanza de otro mundo posible, o dicho de otra forma una «utopía estratégica», es decir, de una utopía que dispone de los medios políticos de su realización. Por lo que podrían representar una especie de brújula para todos los que tienen el corazón a la izquierda y aspiran -en estos tiempos de asfixia neoliberal- a conocer un mundo diferente.

La cuestión de la tiranía

Sin embargo es como si los posicionamientos de esos dirigentes políticos frente a la primavera árabe provocaran brutalmente el desencanto, recordándonos que allí como en todas partes las cosas están muy lejos de estar tan claras como nos gustaría pensar. He ahí que en plena insurrección popular libia, Hugo Chávez recuerda a su «amigo» Gadafi e incluso parece asumir su defensa llamando «una mediación» en la que el presidente venezolano podría tomar parte. Y quién no recuerda sus primeros mensajes en Twitter: «¡Vamos, canciller Nicolás (Maduro, el ministro de Asuntos Exteriores de Venezuela): Dales otra lección a esa ultraderecha pitiyanqui! ¡Viva Libia y su independencia! ¡Gadafi enfrenta una guerra civil! (…) La línea política es la de no apoyar ninguna masacre. Pero en Libia asistimos a una campaña de mentiras similar a la que se lanzó contra Venezuela en 2002 (…) No voy a condenar (a Gadafi), sería un cobarde si condenase a quien ha sido mi amigo durante mucho tiempo sin saber qué pasa exactamente en Libia (…)».

Y en el punto de partida ni una palabra sobre el contexto de esta primavera árabe, sobre las gigantescas manifestaciones populares que la expresan (y no sólo en Libia, sino también en Túnez, en Egipto, en Siria, en Yemen, etc.). Ni una palabra tampoco sobre el impulso popular, sobre las aspiraciones generales de más democracia y más justicia, sobre la voluntad de acabar con la corrupción y el despotismo que se ejercen contra pueblos enteros. A lo sumo, más allá de argucias sobre las dificultades de estar bien informado, una extensa argumentación en torno al imperialismo occidental y sus intereses petroleros, o incluso en torno al papel conspirador de la CIA. Como si la cuestión de la tiranía, en sí misma, no debiera denunciarse, ¡sobre todo por un político como el presidente Chávez, que durante todos los años que lleva en el poder ha presidido nada menos que quince consultas electorales y se considera en su propio país el campeón de la democracia participativa y del poder popular!

Es cierto que esa posición más o menos pro Gadafi no sólo es suya, sino también de un buen número de jefes de Estado o personalidades del subcontinente como Fidel Castro, Evo Morales, Rafael Correa o Daniel ortega. ¿Cómo entenderlo?

Complejidad obliga

Por supuesto, y se puede reconocer con facilidad: hay que tener en cuenta una parte de los argumentos evocados por los líderes latinoamericanos. El imperialismo de los países occidentales, en este caso en particular el de Estados Unidos, Francia, Italia y Gran Bretaña, obviamente forman parte del telón de fondo de los acontecimientos. Y se puede pensar fácilmente que la CIA trabaja activamente para defender los intereses estadounidenses en la región. La intervención de la ONU, aunque probablemente ha impedido una masacre en Bengasi, no obedece únicamente a nobles aspiraciones humanitarias. No hay ninguna duda sobre eso, sobre todo sabiendo que Sarkozy y compañía no tienen la menor intención de ejercer con la misma firmeza su repentino celo democrático en Arabia Saudí o Barhéin, por ejemplo. Pero de ahí a pasar en silencio sobre todo lo demás hay un paso que puede acarrear graves consecuencias. ¿Por qué no se ha fijado, por ejemplo, en el potencial revolucionario y democrático de esos movimientos de rebelión popular dirigidos en todo el mundo árabe contra el despotismo y la falta de democracia? O incluso en Libia, ¿por qué se olvida de tener en cuenta las notables transformaciones del régimen de Gadafi que de líder nacionalista y progresista de finales de los 60 ha pasado en los años 2000 a aliado de Berlusconi y Sarkozy y ha monopolizado, con el paso de los años, el poder del Estado en torno a su familia jugando el juego del neoliberalismo sin matices y utilizando la represión indiscriminada contra su propio pueblo, por no hablar de la tortura y de la absoluta falta de derechos? Todo eso -complejidad obliga- también hay que ponerlo en la balanza para juzgar la situación y tomar una posición. Sobre todo si uno se reclama de una revolución -la Revolución Bolivariana- y del Socialismo del siglo XXI, en suma, de un socialismo que desearía romper claramente con los defectos propios del socialismo del siglo XX.

La «teoría del campismo»

Ahora bien, existe una teoría que desde hace mucho tiempo sirve de punto de referencia a una parte de la izquierda del siglo XX (especialmente a los partidos comunistas latinoamericanos) y que debido a las simplificaciones maniqueas que ha generado está precisamente en el origen de muchos de sus errores y sinsabores pasados, es la «teoría del campismo». Se trata de la defensa a ultranza del denominado «campo socialista», el objetivo final de la solidaridad de los pueblos y del internacionalismo proletario. Más simplemente, en América Latina esa teoría ha llegado a la consecuencia de imaginar -intereses inmediatos obligan- que desde el momento en que alguien es enemigo de mi enemigo (del imperialismo estadounidense, digamos), se convierte en amigo mío sean cuales sean las políticas que pueda practicar en relación con su propio pueblo. De ahí todos esos pasos en falso y alianzas improductivas entre gobiernos que tanto han parasitado la acción de ciertos partidos o movimientos de izquierda en el pasado. ¿No es hora, en este principio del siglo XXI, de romper con semejantes prácticas?

Y si se puede admitir fácilmente que un régimen como el de Hugo Chávez -para intentar romper el aislamiento que padece debido al ostracismo estadounidense- puede desarrollar relaciones comerciales con Libia o Irán y establecer relaciones diplomáticas con sus gobiernos, parece mucho más problemático alabar el régimen o las virtudes de sus dirigentes basándose únicamente en que ellos también se oponen a Estados Unidos. Sobre todo cuando se sabe que el pasado no es ninguna garantía del futuro, en particular en el mundo árabe donde, hay que reconocerlo, la mayoría de los regímenes contra los cuales se dirigen en la actualidad los pueblos del mundo árabe fueron (como el de Gadafi) regímenes progresistas en su origen (como el de Ben Alí en Túnez o el de Mubarak en Egipto), regímenes que en su punto de partida se reconocían en los valores de la izquierda (nacionalistas, anticolonialistas, laicos, etc.), antes convertirse con el paso de los años en auténticas tiranías. ¡También hay que tomar nota de esto!

¿La acción política siempre es maniquea?

Y si en la actualidad pueden ser muy inquietantes -con razón- las tremendas ambigüedades que esconde la intervención de la ONU (bajo mandato de la OTAN) en Libia, y se pueden y se deben denunciar los inevitables errores a los que se arriesgan y de los que obviamente serán responsables -desde lo alto de su tecnología sofisticada y de su supremacía aérea- los dirigentes de los países occidentales, tampoco podemos dejar de señalar la ausencia de fuerzas de izquierda independientes en la región capaces de apoyar -con eficacia- la lucha de esos pueblos en marcha y de organizar la solidaridad hacia ellos ¡Aunque sólo sea para protegerlos de una masacre anunciada! ¡Incluso la posibilidad de brigadas internacionales como en la época de la guerra de España! También se puede tomar nota de esto. No para que se entrometan -cuando se trata de la soberanía popular y la emancipación- las potencias occidentales, sino para medir el alcance de lo que falta por construir, por reconstruir. ¡Partiendo de los propios pueblos, de sus fuerzas vivas!

Fue André Malraux quien puso en boca de uno de uno de los héroes de su novela La Esperanza que «El gran intelectual es el hombre del matiz, de la gradación, de la calidad, de la verdad en sí, de la complejidad. Es por definición, por esencia, antimaniqueo. Ya que todos los medios de la acción son maniqueos porque cualquier acción es maniquea. En la etapa aguda, cuando afecta a las masas, pero incluso aunque no las afecte. Todos los auténticos revolucionarios son maniqueos. Y todos los políticos». Es precisamente con ese maniqueísmo de la acción (y todas sus pseudo justificaciones) con el que hay que atreverse, aprender a romper hoy. ¡Y argumentando contra viento y marea por la complejidad! Es en estas condiciones en las que la izquierda podrá, en este principio del siglo XXI, volver a ser sinónimo de transformación social liberadora. ¿No es lo que nos ha enseñado, a su manera, «el amigo Gadafi»?

Pierre Mouterde es el autor de La gauche en temps de crise, Contre-stratégies pour demain, Montreal, Lier, 2011.

Fuente: http://www.pressegauche.org/spip.php?article6956