Recomiendo:
0

Hugo Chávez y la carta a García

Fuentes: Rebelión

Si usted pasea estos días de lluvia y calor intermitentes por las zonas populares de Caracas, como el otrora flamante boulevard de Sabana Grande, o la Candelaria, donde todavía se puede encontrar comida española de buena calidad, le va a ser fácil ubicar en los tenderetes de libros de los vendedores ambulantes -popularmente conocidos como […]

Si usted pasea estos días de lluvia y calor intermitentes por las zonas populares de Caracas, como el otrora flamante boulevard de Sabana Grande, o la Candelaria, donde todavía se puede encontrar comida española de buena calidad, le va a ser fácil ubicar en los tenderetes de libros de los vendedores ambulantes -popularmente conocidos como buhoneros, aunque oficialmente se les denomine economía informal– una versión reducida de la Carta a García en una edición colombiana que la acompaña de decenas de parábolas e historias de las que se distribuyen habitualmente a través de envíos en cadena de correos electrónicos o en últimas páginas de los dominicales. Por el correspondiente en bolívares a dos o tres euros, dependiendo de su destreza, podrá adquirir un ejemplar de la Carta a García que reposa en las mesitas cubiertas por sombrillas o plásticos junto con Isabel Allende, Paulo Coelho, Dan Brown o ensayos varios sobre virtudes astrales. Los títulos se repiten por su éxito de ventas sin necesidad de márketing, porque el boca a boca funciona muy bien en Venezuela. Seguramente por esa razón nunca triunfó el golpe de Estado que convulsionó el país en aquel aciago mes de abril de 2002.

La Carta a García ha sido usada durante décadas como alegoría gerencial sobre lo importante que es encontrar a la persona que cumpla los objetivos que se le piden. El protagonista, que quizás nunca existió, se llamaba Rowan. Elbert Hubbard describió con poco detalle la hazaña de Rowan a través de las montañas cubanas durante la guerra de España con los Estados Unidos. Según cuenta Hubbard, era vital para Estados Unidos dar a conocer una información al general Calixto García, que se encontraba en algún lugar desconocido y supuestamente recóndito de la isla. ¿Quién sería capaz de tan entregada acción? Alguien se acordó de un tal Rowan, insistió en su capacidad para cumplir con tan complicada misión, y el Presidente McKinley le confió la misiva. Entréguesela a García, fue la instrucción del Presidente y Rowan, sin poner objeciones, cogió firmemente el despacho y se dirigió hacia la isla. Nadie sabe cómo hizo para encontrar al General, entregarle la carta y escapar de allí. Lo relevante es que García obtuvo su carta.

Entre los calores del trópico da gusto entretenerse con historias como la de Rowan y la carta para el General. Uno se imagina el rostro incólume y decidido del mensajero desembarcando durante la noche en algún lugar entre Trinidad y Bayamo, cruzando las ciénagas y colinas isleñas, soportando lagartos y mosquitos, sorteando las guarniciones españolas y preguntando a los rebeldes dónde se encontraba Calixto García, hasta el momento triunfal en que, cansado y con manos temblorosas, extrae de su pechera la carta y la entrega a García sin un suspiro. La moraleja la escribió el propio Hubbard: los hombres como Rowan son escasos. Lo habitual hubiera sido que McKinley, en el momento de entregar la carta, se hubiera enfrentado a los sempiternos problemas que traducen la falta de decisión -o, quizás, de capacitación- del comisionado: quién es García, dónde está, cómo lo encuentro, cuánto cobraré y quién me pagará mis dietas para el viaje que, además, haré únicamente en el caso de que encuentre vuelo directo.

Salvando las distancias, este es el tipo de problemas con el que en muchas ocasiones se enfrenta el Presidente Chávez a la hora de ordenar políticas y de tomar decisiones que en no pocos casos quebrantan el status quo del país para dar forma a lo que se ha denominado revolución bolivariana. Muchos se preguntan por qué esta revolución no ataja los problemas que se planteó desde un principio con pasos de gigante. Podríamos tratar largo y extenso este tema. Podríamos insistir en los obstáculos herederos de un sistema de cuatro décadas fundamentado en el turno de partidos y en la corrupción, mencionar las dificultades impuestas por las clases altas del país que prefirieron hundir la economía y aumentar el hambre y la pobreza antes que ceder ante la decisión democrática de un gobierno alternativo a los que ellos habían apoyado, o hacer mención de la política agresiva de Estados Unidos y de no pocos gobiernos y partidos políticos europeos que siguen calificando a Venezuela como un sistema autoritario, cuando difícilmente podremos encontrar en América Latina -y mucho menos en Estados Unidos o en Europa- un gobierno con más apoyo popular que el bolivariano y una Constitución más democrática que la que aprobó el pueblo venezolano en diciembre de 1999. Por no hablar, por supuesto, de los militares golpistas, de los medios de comunicación manipuladores o de cierta izquierda intelectual civilizada de varias partes del mundo, que le hace el juego a la derecha porque es incapaz de darse cuenta que sus viejos paradigmas ya no sirven y que lo que se está construyendo en Venezuela siembra de esperanza a unos pueblos que desde hace mucho tiempo no divisan una luz al fondo del túnel.

Todas estas razones son ciertas, pero no únicas. Públicamente el Presidente Chávez ha dicho que su gobierno no funciona como a él le gustaría, que sus órdenes no se cumplen con integridad y que, en definitiva, faltan mensajeros decididos como Rowan que sepan cuál es su función y, sin poner trabas, se pongan a cumplirla. El pueblo lo sabe. Sólo hay que pasearse por La Vega, bajar al Valle o subir a un taxi desvencijado de los que ruedan por el oeste de Caracas para escuchar hablar de la falta de confianza en la gente que rodea al Presidente. Todos, gobierno y oposición, partidos políticos y movimientos sociales, gobernadores y alcaldes, son conscientes de que la legitimidad por la que los chavistas consiguieron alrededor del 56% en las últimas elecciones locales, el pasado 7 de agosto, proviene directamente de su líder. Y que, seguramente, sin el visto bueno de Chávez finalizaría la carrera política de la gran mayoría de los cuadros de gobierno. Que se lo pregunten, si no, al exalcalde metropolitano Alfredo Peña, de paradero desconocido en estos momentos después de que le diese la espalda a Chávez hasta el punto de que, con las encuestas en la mano, decidió no presentarse ni a ese ni a otro cargo público. O a los mismos Tupamaros, de amplio apoyo y raigambre social, pero que en esas mismas elecciones tuvieron que encajar un inesperado fracaso electoral, a pesar de su condición de chavistas, porque no iban en las listas oficiales apoyadas por el Presidente.

Ahora bien, ¿están respondiendo convenientemente los cuadros de gobierno a lo que de ellos espera el pueblo venezolano y el propio Presidente? Cualquiera diría que, en muchos casos, no. El marco del gobierno venezolano está plagado de gente dedicada y capaz, pero faltan más. Muchos ministerios no han reestructurado su plantilla y en el perfil de importantes decisores públicos sigue prevaleciendo las opiniones de los tecnócratas frente a las prioridades sociales y políticas. La burocracia dificulta de manera notable que las decisiones más trascendentales tomadas por el gobierno se traduzcan de forma rápida y eficaz en beneficios sociales, en justicia, en mejora de las condiciones de vida de los más necesitados. Pese a todo, el pueblo confía, y el Presidente también, en que serán capaces de dar el salto adelante -como lo denominó el propio Presidente Chávez frente a sus cuadros de gobierno en noviembre de 2004, tras el referendo revocatorio y las elecciones regionales- y profundizar en la eficacia de sus políticas. Cuando ha sido necesario, han creado ministerios paralelos a aquellos que no funcionaban a través de las conocidas misiones, por medio de las cuales miles de personas aprendieron a escribir, las familias pobres compran más barato y comunidades enormes de desfavorecidos que nunca habían visto un médico en la vida real cuentan con módulos básicos de salud por el programa Barrio Adentro.

Los venezolanos confían en ver pronto más avances de las políticas sociales ejecutadas en los últimos años. Confían en que un ejército de mensajeros, como Rowan, sean capaces de cubrir las expectativas, de gobernar con eficacia, de avanzar en el salto adelante y aproximarlos a la luz, aún tenue, que divisan en la oscuridad. Aunque todavía no es general, en muchos lugares de la Administración pública venezolana se ven cambios liderados por incansables que, como Rowan, cumplirán su misión sin desfallecer. Los resultados deben verse en poco tiempo. Esperaremos pero, mientras tanto, acérquese cuando tenga oportunidad por Sabana Grande, disfrute del ambiente popular en el Gran Café y échele una ojeada a cualquier ejemplar que encuentre de la Carta a García.

Rubén Martínez Dalmau es profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Valencia

[email protected]