Hoy es diez de diciembre y los días como hoy, cuenta la ONU, son para la conmemoración mundial de los derechos humanos. Así las cosas, las noticias hablan de progresos y retrocesos, los colegios escriben carteleras y la vida sigue, como cualquier otro día. Pero en este día, yo quiero tomarme el tiempo no de […]
Hoy es diez de diciembre y los días como hoy, cuenta la ONU, son para la conmemoración mundial de los derechos humanos. Así las cosas, las noticias hablan de progresos y retrocesos, los colegios escriben carteleras y la vida sigue, como cualquier otro día. Pero en este día, yo quiero tomarme el tiempo no de hablarles desde un estrado, ni de un acto de conmemoración sino desde una América Latina que cuenta que sigue viva, desde la Venezuela de Chávez en esta hora maravillosamente dura.
Hablar de derechos humanos es citar al mismo tiempo la mitología y el sistema económico, la opresión discursiva, la exclusión estructural y la repartición de los roles en la Sociedad de las Naciones. Por eso, es hablar del África vergonzosamente pobre, de la América Latina con su humillación bananera y de una Europa, vieja y opulenta. Estos tres continentes, son hijos de la idea de que los derechos son porque alguien dijo que eran; que son producto de unos seres pensantes con una bondad sobrenatural, y, finalmente que los pueblos pueden hacer poco para garantizarse a ellos mismos el agua, la luz, la medicina o el pan.
Esa mentira, proyectada desde los satinados estrados de los cuerpos mundiales, desde el almanaque que copia la maestra y desde el periódico y la radio sometidos a la libertad de empresa, hoy debe denunciarse en todas las calles, en todas las bocas, en todas las manos de esta América nuestra.
Porque los derechos no son porque el pueblo los tenga sino porque el pueblo los hace. Todo sistema político ha tenido que conocer y reconocer un derecho cuando el movimiento social ha sabido imponerlo; así, el trabajo dejó de ser discursivamente tratado como una mercancía, o, la cárcel como una depositaria. Esos dos logros, relativamente antiguos, quizás, consolidados nos hablan de calles que se calentaron, de empresas que se cerraron, de pueblos que se insubordinaron.
Ese es el cuento del voto femenino, de la libertad de culto, de la igualdad racial, de la educación universitaria. Ese es el cuento que hoy viven, hacen y diseñan las calles de Caracas donde el conocimiento intuitivo de las personas, más allá de las leyes y sus tecnicismos saben que la progresividad es otro mito y que no se otorga por decreto.
¿Puede hoy Venezuela olvidar el régimen del cestaticket? ¿Puede olvidarse el derecho a las pensiones? ¿Puede silenciarse la voz de la comunidad que no entra a la radio por la vía del gran capital? Legislativamente todo puede ocurrir, tanto como la infamante pretensión de soplar sobre el tiempo y volver a 1989. ¡Volver, a la privatización del agua y de la luz! ¡Volver, a la PDVSA entreguista y entregada! ¡Volver, a las pensiones desmejoradas!, ¡Volver hasta ver todos los productos pudrirse en el anaquel! Pues todo es cuestión de retórica porque con el argumento de que lo social cuesta, cualquiera puede construir un discurso señalando que estos actos forman parte de la recuperación del derecho a la propiedad privada.
Recordemos que para la «democracia capitalista», no hay derecho más importante que la propiedad así como no hay ninguna manifestación de voluntad más que el sufragio que es el único instrumento de canalización de las voluntades. Por ello, la defensa de los derechos, tan simples como la tarjetita extra, constituye una pugna entre visiones y sistemas.
Con esta situación se devela que la estrategia continental utilizada para consolidar la Restauración Conservadora y Fascista trasciende lo económico porque a través de esto busca disparar al corazón de la idea de la participación de los que Galeano llamaba los nadies, los que hoy están llamados a la calle, al debate, a la idea, al 13 de abril.
El Estado de bienestar, que fue aquella forma de capitalismo desmovilizador, donde algún nivel de estabilidad y de acceso de las personas a las cosas buscaba impedir la revolución europea o americana, es hoy una cosa del pasado. Ese primer mundo, construido sobre la lógica de la colonización y el sometimiento del otro, avanzó hasta someter a su propia población y no ha habido reclamo, por legítimo que sea, que pueda recuperar un poco de aquello frente a la lealtad del capitalismo hacia sus actores.
Por ello, un francés o un alemán, un griego o un portugués tiene hoy menos posibilidades de empleo, menor nivel salarial, menor atención médica y menos oportunidad de convertirse en profesional que cualquiera de sus compatriotas hace veinte, diez o cinco años; tiene más posibilidades de ser desahuciado; de ser declarado en quiebra; de regresar al campo o de vivir en su vehículo que cualquiera hace un par de años.
Nuestramerica quizás víctima de la paradoja de la clase media, certeramente herida por la sociedad de la información, donde todo es verdad porque alguien lo dice, donde la gente pierde contacto con su historia más cotidiana ante la esclavitud a los medios, tiene que levantarse como bastión de la humanidad.
Quizás, por ello Einstein temió tanto esta hora donde la tecnología limita el contacto directo con otros humanos. Quizás por eso no vimos un solo afiche de la derecha en las calles de Caracas o en las playas de Falcón. Quizás por ello, Instagram y Twitter se inventaron los mensajes que nadie le pidió enviarnos. Quizás por ello, en el día de los derechos humanos nos hablen de Paris y no de Siria, de la guerra civil en África y no de los pipotes de basura encendidos que calientan al mendigo en Madrid, o, de la familia que naufraga a esta hora en el Mediterráneo.
La guerra ha llegado. Norte contra Sur, países centrales contra la periferia; trasnacionales contra las Naciones y la ONU no lo declara hoy el día de los niños ahogados, de las aguas contaminadas, de las madres venezolanas sin leche y sin pañales. No lo declara. Hoy, se juramentaba Macri en la Argentina y sus seguidores, le aplaudirían por el Twitter porque no llenaron ni una calle. Hoy sigue Venezuela organizándose, cabildeando, tocándose… Hoy seguimos apostando a recuperar la sonrisa, a politizar los derechos, a volver si quieren al 89 o al 98 porque en esos años nació este sueño. Hoy vuelve, el indomable grito del «por ahora» y nos toca soltar la caballería de la generación de oro. Nos toca la renuncia a la cobardía y la defensa de la alegría como una trinchera, como una Patria, como una resurrección.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.