¿Crisis? ¿Qué crisis? La crisis pasó, lo peor quedó atrás; estamos de nuevo en marcha. Tal es, desde hace semanas, la cantilena que reproducen todos los medios de comunicación. E inmediatamente antes de las elecciones federales alemanas, es, huelga decirlo, un mensaje reconfortante, sobre todo para la coalición de gobierno. Viene a dar lustre a […]
¿Crisis? ¿Qué crisis? La crisis pasó, lo peor quedó atrás; estamos de nuevo en marcha. Tal es, desde hace semanas, la cantilena que reproducen todos los medios de comunicación. E inmediatamente antes de las elecciones federales alemanas, es, huelga decirlo, un mensaje reconfortante, sobre todo para la coalición de gobierno. Viene a dar lustre a su pretendido éxito, y proclama: no os preocupéis, Merkel y el mercado lo han dispuesto, ahora estamos otra vez en marcha. No necesitamos ya más programas de coyuntura; no se hable más de los inmensos costes de las recientes acciones de rescate; cállese sobre la distribución de las cargas de la crisis. ¿O acaso no vamos todos, los ganadores de la crisis lo mismo que sus víctimas, en el mismo barco? El barco está de nuevo a flote; la consigna, como siempre, no puede ser otra que la del «crecimiento»; y del crecimiento oficialmente estimado en un 0,3% tiene que alegrarse todo el mundo.
Un populista es quien cuenta a las gentes lo que éstas quieren oír. Un populista es quien despierta falsas esperanzas y juega sin escrúpulos con los miedos de otros. Un bobo peligroso es quien cree en las propias mentiras y toma por remedios los ensalmos milagreros. Un aguafiestas es quien llama mentira a la mentira. Un buen ciudadano es quien no se deja tomar el pelo por la superioridad.
Cómo se miente con estadísticas
Cómo se miente con estadísticas: he aquí el título de un curso que, aunque debería ser obligatorio para los economistas, los científicos sociales y los periodistas, no se imparte en las universidades alemanas. Si no fuera por eso, podría suponerse con la mejor de las conciencias que nuestros gobernantes y sus portavoces mediáticos mienten a sabiendas. Las cifras que acaba de publicar la oficina federal alemana de estadística muestran lo que cualquier experto ya sabía o podía saber: no puede en absoluto hablarse de un final de la crisis. Por lo pronto, el famoso 0,3% con que el PIB alemán ha crecido estadísticamente en el segundo trimestre de 2009 resulta de una comparación con el trimestre anterior: si, en cambio, se compara con el trimestre del pasado año, el PIB ha seguido bajando. Y no poco: digamos que un 7,1% (descontando precios) o un 5,9% (descontando factores estacionales). En el primer trimestre de 2009, el retroceso en comparación con el trimestre del año anterior representó todavía un 6,4%. De modo que el desplome entre abril y junio se ha acelerado, más que ralentizado. Si la pretendida recuperación prosigue de esta guisa, a fin de año llegaremos a un menos 8%. Crecimiento negativo se llamaba antes a eso, sin sombra de ironía.
Otro fenómeno que merece atención: en comparación con el trimestre del año pasado, el llamado «tejido productivo» alemán ha experimentado en el segundo trimestre de 2009 una nueva caída de un 23,6%. La tendencia al derrumbe de la industria alemana no ha sido, pues, sanada, y sólo en Japón halamos un paralelo tan peligroso.
¡Pero si los pedidos crecen desde mayo, y hasta las exportaciones, inopinadamente, han vuelto a crecer! No es razón para ponerse a tirar cohetes: los pedidos y las exportaciones siguen un 25% por debajo del nivel del año pasado, y la ligerísima remontada de ninguna manera apunta a un auge incipiente, sino que se explica por una sencillísima razón: tras varios meses de crisis, en Alemania, como en tantos otros países industriales, las existencias se han agotado, y hay que volver a producir.
Don Mecreíque es pariente de Don Tonteque, y es tontería creer que, tras algunas «turbulencias», la crisis pasará. Como se ve, no se ha tocado todavía fondo: no se ha dejado atrás la erosión de la industria exportadora, ni la crisis bancaria, ni las crisis inmobiliarias, por no hablar de la crisis crediticia. Hay que hacerse a la idea de que nos hallamos ante la más grave crisis económica mundial de los últimos ochenta años.
La primera ronda
Por lo demás, el jueguecito con el pretendido crecimiento del 0,3% revela hasta qué punto resulta útil políticamente hablar cada vez más -o seguir haciéndolo- de recesión, y no de crisis: permite, con el auxilio de una convención estadística superlativamente cuestionable, esquivar cualquier análisis de la crisis.
Pues aun si estuviéramos en puertas de un fin de la recesión, ni de lejos significaría eso un fin de la crisis. En todas las grandes depresiones de la historia del capitalismo moderno hubo varias «recesiones» y pequeñas «fases de recuperación», también alguna vez un intermedio alto, y pequeñas o no tan pequeñas olas especulativas en los mercados financieros. Como hoy. Vale la regla: tras la recesión, se está en puertas de otra recesión. Presumiblemente, hemos dejado atrás la primera ronda de la gran crisis.
Todo indica que Alemania entrará en la próxima ronda de la crisis poco después de las elecciones del 27 de septiembre. ¿Qué hacen las empresas privadas ante tal pronóstico? Justificadamente, lo que hacen es ahorrar costes, racionalizar como alma que lleva el diablo, manejarse para, al menos, aplazar la quiebra. Se libran a una inclemente competición para desplazarse unas a otras de unos mercados que encogen a ojos vistas. La ola de quiebras e insolvencias en la industria y en el sector financiero está a los alcances. En 2010 podremos disfrutar de ella plenamente. Un buen tercio de los desvalorizados títulos en papel existentes en todo el mundo se hallan en los depósitos de los bancos alemanes. La única buena noticia: Alemania no dispone de un «sector financiero» tan desoladoramente sobredimensionado como la Gran Bretaña o Suiza.
En vez de perderlos en el «sector financiero», la gran masa de puestos de trabajo se perderá en Alemania en la industria. Si la economía encoge entre un 7 y un 8 por ciento, eso significa que sobrarán entre 2,8 y 3 millones de empleados. Ya hoy 1,2 millones trabajan menos tiempo: una «flexibilización» del mercado de trabajo generosamente alimentada por el contribuyente. Sin solución que alcance a la vista, la ola de despidos masivos avanzará imparable: en otoño, tras las elecciones. En apenas dos semanas, el artificial auge inducido por los incentivos públicos para substituir los coches viejos (Abwrackprämie) quedará atrás. Entonces comenzará la ola de quiebras en las casas de venta de automóviles, cuya caída, a su vez, repercutirá en la industria automotriz.
Bancos bunkerizados
Todas las industrias que llevan la batuta en el mercado mundial en todas las naciones industriales se hallan actualmente tocadas por la crisis: el sector informático, no menos que la industria automotriz, la fabricación de maquinaria y la industria del acero. Entre ocho y doce grandes compañías de alcance mundial están enfrascadas en una lucha a cara de perro. Los fieles del mercado en los gobiernos y en los medios de comunicación fantasean con que los primeros indicios de recuperación en los EEUU y en China vendrán otra vez al punto en auxilio de las exportaciones alemanas. Lo fían todo al éxito de los programas públicos de coyuntura de terceros, los cuales terceros, en efecto, han abandonado todo aquello en que hasta ahora ha confiado el gobierno federal alemán. Se olvida demasiado a la ligera que los más importantes mercados de salida para la economía exportadora alemana, antes como ahora, se hallan a la vuelta de la esquina, es decir, en los países del vecindario europeo. Allí va a aparar el 60% de las exportaciones. Y allí se desploman las inversiones, particularmente en el sector industrial, de una manera más dramática que nunca: en Gran Bretaña, cerca de un 25%. Puesto que el necio Tratado de Maastricht, forjado por los ideólogos del mercado, impide cualquier cooperación económica efectiva en la crisis, la salvación sólo cabe esperarla de un auge europeo conjunto.
Se congratulan los gobernantes porque, merced a unas cuantas fintas estadísticas, han logrado contabilizar hasta ahora una cifra inferior a los 4 millones de desempleados. Pero [el ministro federal de trabajo Olaf] Scholz y sus adláteres se hacen trampas jugando al solitario. La marca de los 5 millones de desempleados se alcanzará fácilmente, y aun se rebasará, en 2010/11. El desapoderado ataque a los salarios, a la protección frente al despido, a los restos subsistentes del Estado social, se mantendrá. Don’t waste a good crisis, no desperdiciemos una buena crisis, dicen los ingleses. Nuestras sedicentes elites no perderán ni un minuto, y aprovecharán la crisis para acabar de desarticular un maltrecho Estado social al que han conseguido llevar ya a una situación de crisis financiera duradera. Una creciente ola de subocupación y despidos masivos, así como el código de pauperización llamado Hartz IV (1) propiciado por el gobierno se encargarán de que el consumo privado caiga más rápida y ampliamente que en otros países.
¿Qué queda, pues? Según las encuestas, vuelve a aumentar la «confianza» de los círculos económicos, y eso es lo que permiten sospechar también los índices publicados. Buena cosa para los bolsistas, para los analistas, para los banqueros y para otros logreros de la crisis: las ayudas públicas han venido a parar, y por mucho, en las manos equivocadas. Una crisis de liquidez propiamente dicha no la tuvimos nunca, ni la tenemos. El dinero existe en abundancia, porque los bancos se han bunkerizado, prolongando mes tras mes el bloqueo crediticio. Tenemos ya los primeros indicios de un auge en los mercados de valores, las próximas burbujas especulativas serán hinchadas con ardiente celo, bombeando dinero a otras gentes. Lo que se ha cambiado es ínfimo. Los colocadores de dinero y los inversores, a quienes durante años se presentó como a semidioses y verdaderos genios, han aprendido que sólo puede ganar el especulador que se retira a tiempo. Así pues, se apean a las tres semanas para hacer caja. De aquí el sube y baja de los mercados de valores y la obscena alegría de los bolsistas.
NOTA T.: (1) «Hartz IV» es un programa de contrarreforma en sentido neoliberal del Estado social de la República Federal de Alemania. El programa recibe su nombre de Peter Hartz, un ejecutivo de la empresa automovilística Volkswagen, a quien el anterior gobierno federal rojiverde de Schroeder y Fischer encargó un estudio para un plan de «reformas». Entretanto, el señor Peter Hartz, símbolo del desmontaje del Estado social en Alemania, ha sido procesado y condenado por corrupción.
Michael R. Krätke, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, es profesor de política económica y derecho fiscal en la Universidad de Ámsterdam, investigador asociado al Instituto Internacional de Historia Social de esa misma ciudad y catedrático de economía política y director del Instituto de Estudios Superiores de la Universidad de Lancaster en el Reino Unido.
Traducción para www.sinpermiso.info: Amaranta Süss
http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2760