En la construcción de los bloques de poder, tanto los de las clases dominantes como los de las oprimidas, son fundamentales las narraciones e imágenes que permiten articular -como algo que compacta y unifica- las diversas subjetividades en torno a un mismo sentido común, podríamos decir, en torno a un mismo sentir y una misma […]
En la construcción de los bloques de poder, tanto los de las clases dominantes como los de las oprimidas, son fundamentales las narraciones e imágenes que permiten articular -como algo que compacta y unifica- las diversas subjetividades en torno a un mismo sentido común, podríamos decir, en torno a un mismo sentir y una misma razón de ser .
Estas narraciones e imágenes tienen diversos orígenes, como los discursos de líderes políticos, mitos o textos fundacionales (la biblia por ej.). También tienen diversos canales para su propagación, como las instituciones para la educación sistemática, la educación familiar o los medios de comunicaciones de masas. Igualmente, necesitan para su consolidación de una base material común que sirve, tanto para la solidaridad, por ej. entre clases trabajadoras; o para la dominación, por ejemplo la dominación de los dueños de los medios de producción (burgueses) sobre los trabajadores y las trabajadoras.
La identificación con una o varias narraciones e imágenes determinadas por parte de una comunidad puede generarse, o por distintas formas de consensos siempre racionales, por ejemplo la aceptación de valores determinados; o por distintas formas de coerción física y/o mental. En ambos casos siempre se establecerán determinadas relaciones de poder cuya mayor o menor estabilidad responderá en cada caso a los procesos históricos concretos.
Para Venezuela, desde el punto de vista de su formación socioeconómica, pero también se su configuración sociocultural, el principal factor -si bien no el único- que históricamente ha logrado unificar un mayor grado de voluntades bajo un proyecto político común han sido los líderes políticos. Sin entrar en la discusión de los «beneficios» o «dificultades» que ésta situación ha generado en la historia política de nuestro país, hay claras evidencias históricas que confirman esta situación. Como ya lo había establecido Laureano Vallenilla Lanz:
El verdadero carácter de la democracia venezolana ha sido desde el triunfo de la independencia, el predominio individual teniendo su origen y su fundamento en la voluntad colectiva, en el querer de la gran mayoría popular tácita o explícitamente expresada […] El César democrático […] es siempre el representante y el regulador de la soberanía popular […] el poder individual surgido del pueblo por encima de una gran igualdad colectiva […]
Si bien es cierto que la tesis de Vallenilla Lanz sirvió como justificación para el ascenso de
Juan Vicente Gómez, no es menos cierto que -como señala Mario Sanoja- tuvo una visión «profética» en base a su certera observación y conocimiento de la sociedad venezolana. Así, más allá de su uso ideológico, la tesis apunta a la importancia histórica que en el espacio político y las relaciones de poder conformadas en la sociedad venezolana, el líder (o los líderes) han jugado un papel relevante en la configuración del sentido común que liga las diversas partes a un mismo todo; a veces para tergiversar y lograr la dominación, u otras para alcanzar objetivos específicos de liberación. En el primer reglón no dudamos en colocar como ejemplo al primer Carlos Andrés Pérez; y en el segundo caso, el mejor ejemplo es nuestro Comandante Chávez.
La narrativa construida por el Comandante Chávez (principalmente a partir de sus intervenciones públicas y discursos políticos) tiene una complejidad que se remonta históricamente hasta el ideario de los héroes de la independencia (en especial Simón Bolívar, aunque no se restringe a él), pasando por las tradiciones más críticas de Nuestra América (como la que representa José Martí), recuperando el ideario heterodoxo de la izquierda continental (y mundial, como José Carlos Mariátegui o Itsván Mészáros) hasta llegar a un diálogo permanente con las más prominentes corrientes actuales del pensamiento crítico. Además, Chávez logró integrar el lenguaje de la cultura popular venezolana, sus símbolos, valores, usos y giros particulares, al lenguaje político -sin caer en el populismo histórico- y crear un mundo de sentido (razón y sentimiento común) que permitió orientar la efervescencia social acumulada durante décadas de lucha y resistencia, plateando un proyecto político de unión en la diversidad que aún hoy se mantiene. Dicha narrativa se sustenta sobre el fondo de una base material de explotación y exclusión vivida en carne propia por el Comandante Chávez como parte del pueblo venezolano; situación que lo proyecta como líder en el que convergen las diversas necesidades de transformación y liberación.
Luego de la siembra del Comandante Chávez, la narrativa por él construida -y cuando decimos «él» tenemos en cuenta al proceso social que le dio nacimiento-, perdió uno de sus principales dinamizadores. El segundo dinamizador, el pueblo venezolano, se encuentra en una construcción ardua que pasa por el dolor de la pérdida física de su principal líder, hasta las actuales coyunturas políticas y económicas a las que se está enfrentando la Revolución Bolivariana -tanto en el plano nacional como el internacional-. Este proceso de reconfiguración de las fuerzas políticas y las continuas y cada vez más fuertes embestidas de las clases dominantes han situado la identidad chavista en el centro de la lucha y las discusiones.
De un lado, tenemos a quienes pretenden desmarcarse de toda identidad con el «chavismo», identificando con éste únicamente a los sectores gubernamentales y algunas capas de las clases trabajadoras que no tendrían más conciencia que la inmediatez de satisfacción de sus dinámicas de consumo. De otro lado, encontramos posturas que quieren ver en el chavismo un todo homogéneo cuyo valor primordial es la lealtad , primero, con el Comandante Chávez aún luego de su muerte física, y segundo, con los sectores en el gobierno encargados de «continuar» -al menos a ese nivel- su obra política. Otras posturas proponen una visión más amplia de la diversidad de lo que constituye el chavismo, principalmente en las bases, para apostar por una práctica que desde abajo y con el apoyo del Estado siga en la construcción de espacios de poder -fundamentalmente comunitarios-. Entre una y otra se distinguen matices y grises de quienes en un momento pertenecieron -al menos de verbo- al bloque del chavismo y una vez agudizadas ciertas contradicciones, han optado -desde la crítica radical o el descontento- a la retirada, a veces abierta o a veces en silencio. También tenemos las posturas de las clases dominantes, quienes desde el comienzo despreciaron la creación de dicha identidad chavista; así como aquellas posturas que se identifican de manera retórica con el chavismo pero mantienen una práctica anti-revolucionaria (incluyendo personas en cargos medios y altos del Estado, así como de las mismas bases sociales).
Si bien éstas no son las únicas posturas, son de las principales y cada una utiliza los medios a su alcance para generar las condiciones necesarias para hacer valer ante las demás su visión sobre lo qué es el chavismo , buscando diversos obejtivos políticos no siempre claros y explícitos, pero tratando en todo momento de obtener el mayor apoyo posible para sus fines.
En la continuación de estas reflexiones intentaré analizar una de estas posturas, algunas de sus narrativas y de las imágenes que ha construido.
Fuente: http://humanidadenred.org.ve/categorias/columnadelarededh/ofensiva-intelectual/
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