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Imperialismo cultural: La perversión del lenguaje y el ofuscamiento del imperio

Fuentes: Rebelión

Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

Introducción

En el mundo actual, los propagandistas del imperio occidental -particularmente periodistas y editores de los medios de comunicación de masas- recurren sistemáticamente a la perversión de los conceptos cotidianos y del lenguaje de la política.

Se ha utilizado y abusado del lenguaje político para culpar a las víctimas y justificar las agresiones imperiales. Las consecuencias de esta manipulación son diversas y sirven tanto para legitimar crímenes de guerra y expolio económico como para neutralizar a la oposición interna.

En este artículo empezaremos identificando la terminología básica que sirve de apoyo a las agresiones imperiales para continuar describiendo los objetivos económicos y políticos del imperialismo lingüístico. Concluiremos examinando las alternativas políticas y culturales que se presentan.

Crítica de los conceptos: nacionalismo y populismo

En el léxico moderno del imperio, el concepto del que más se abusa con la pretensión de confundir es el de «populismo».

En su origen, el término «populismo» hacía referencia a los movimientos de masas de los obreros explotados. Los movimientos populares se enfrentaban a la oligarquía bancaria y a los magnates de la prensa.

En el periodo final del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, los populistas crearon movimientos y partidos políticos poderosos en Estados Unidos, Canadá, Rusia y Europa occidental.

Hacia la mitad del siglo XX, los movimientos y partidos populistas se multiplicaron y, en algunos casos, consiguieron el poder en Asia y América Latina. Dichos movimientos lograron el apoyo de las masas en Argentina, Brasil, Perú y México. En EE.UU. representaban a los granjeros que luchaban contra el monopolio del ferrocarril, los banqueros y los líderes políticos corruptos. Su objetivo era garantizar precios de mercado justos para el transporte, tipos de interés bancario moderados y elecciones limpias, sin la corrupción de los cabecillas políticos. Los populistas eligieron algunos gobernadores, decenas de alcaldes y varios congresistas.

En América Latina, partidos populistas peruanos (como el APRA) lucharon por los derechos de los indígenas, oponiéndose a los gobiernos oligarcas y neocoloniales. En Argentina, Brasil y México, partidos populistas dirigidos por Juan Domingo Perón, Getulio Vargas y Lázaro Cárdenas lucharon para garantizar los derechos de los trabajadores y la propiedad nacional de los recursos esenciales (especialmente los campos petroleros), además de emprender procesos de industrialización nacional exitosos.

En China, Filipinas, Indochina y la India tuvieron lugar procesos similares. El nacionalismo y el populismo fueron los motores gemelos de la independencia y la justicia social.

El nacionalismo se proponía el fin de la dominación imperial y la recuperación de los valores culturales nacionales, libres de imposiciones coloniales. Al inicio del siglo XXI, con el ascenso y progreso de regímenes poscoloniales, las potencias imperiales occidentales se propusieron denigrar a los movimientos y los partidos que cuestionaban su legitimidad.

Las potencias imperiales ya no podían confiar en el mito de los imperios benéficos («la carga del hombre blanco» *). Ni podían seguir afirmando que la explotación y el expolio llevados a cabo por el capital extranjero servían para «la construcción de la nación».

La ideología imperial recurrió entonces a distorsionar los conceptos positivos asociados con las luchas de liberación, asociando el populismo con las doctrinas autoritarias y los regímenes regresivos. Se vació al populismo de su contenido emancipatorio original y se le relacionó con una ideología reaccionaria, racista, xenófoba y fascista.

Todos y cada uno de los movimientos populares de masas, con independencia de su trasfondo socioeconómico, fueron considerados regresivos. De la misma manera, se asoció al nacionalismo con el neofascismo que quería expulsar a las minorías y los migrantes.

Como corolario, las ideologías imperialistas presentaron a los poderes imperiales de Estados Unidos y Europa como los únicos garantes de los valores democráticos, en lucha contra los «nacionalistas».

Uso y abuso del populismo y el nacionalismo

Los principales enemigos del «populismo» son las clases dominantes occidentales neoliberales y sus ponzoñosos escribas del Financial Times, New York Times, The Washington Post y el Wall Street Journal.

El antipopulismo que defiende los «valores democráticos occidentales» actúa como una propaganda progresista a favor del imperialismo. La retórica antipopulista amalgama a derechistas e izquierdistas, chovinistas y defensores de la independencia nacional.

El objetivo era justificar las múltiples guerras imperiales y los golpes de Estado por toda Asia, Oriente Próximo, norte y este de África y América Latina.

Al tiempo que condenaban a los populistas, los demagógicos y antinacionalistas medios de comunicación promovían y defendían las sanguinarias guerras occidentales y golpes de Estado en Irak, Afganistán, Egipto, Libia, Palestina, Siria, Líbano, Honduras, Somalia, Sudar del Sur, Venezuela y Ucrania.

El «antinacionalismo» sirve para desarmar a los críticos del imperialismo -favorables de la independencia- y para «legitimar» a los líderes occidentales. Los ideólogos de los medios de comunicación atacan a los nacionalistas de derechas contrarios a los inmigrantes pero ocultan el hecho de que esos mismos inmigrantes son víctimas de las invasiones militares occidentales.

Nacionalistas de derechas e imperialistas neoliberales son las dos caras de la misma moneda. Una provoca la pasión nacionalista de las masas y la otra procede a satisfacer el apetito voraz del capitalismo.

Antipopulismo y nacionalismo son el motor de las élites neoliberales que explotan la mano de obra interna y atacan los servicios sociales y la democracia en el lugar de trabajo. Estas élites retratan a los movimientos sociales populares como versiones del populismo que es preciso condenar por oponerse al libre mercado y a las elecciones libres.

Los nacionalistas que se oponen a las agresiones imperiales son denigrados como enemigos autoritarios de la seguridad occidental, de la globalización y de los valores democráticos.

Conclusión

El imperialismo de EE.UU. y de la UE se enfrenta a adversarios tanto dentro como fuera de sus fronteras. La oposición interna se ha volcado contra las costosas guerras y los beneficios que suponen para ciertas empresas y se ha manifestado a favor de un mayor bienestar.

Al verse desesperadamente obligados a encontrar argumentos ideológicos en su favor, las potencias occidentales han fabricado nuevos enemigos, a los que han colocado la etiqueta de «populistas», para disimular su apoyo a los oligarcas. Las élites occidentales pretenden debilitar a los antiimperialistas comparándolos con los nacionalistas de ultraderecha.

Pero los ideólogos del imperialismo occidental cuentan con otras herramientas propagandísticas. Equiparan a los militantes por la independencia nacional con «terroristas». Quienes defienden en Rusia la seguridad de las fronteras son descritos como expansionistas autoritarios. Las redes económicas internacionales chinas pasan a ser «recaudadores coloniales de deuda».

El repique de tambores de los medios de comunicación es imprescindible para ofuscar la realidad. Estados Unidos y la Unión Europea tienen cerca de 200 bases militares en el exterior, repartidas por todo el mundo. China posee una pequeña base en el este de África. EE.UU. tiene una cadena de bases militares rodeando a China. Pekín carece de base militar alguna cerca de Estados Unidos.

Mientras las élites occidentales coloniales y neocoloniales expolian Asia, África y América Latina, China financia infraestructuras, invierte en empresas productivas y no tiene bases militares para intervenir en países del Tercer Mundo.

Estados Unidos y Europa secuestran conceptos progresistas como el populismo, invirtiendo su significado y asimilándolo a movimientos, partidos y personalidades reaccionarias.

Se colocan etiquetas de racismo y colonialismo a muchos «nacionalistas», que han demostrado ser defensores de la soberanía nacional y oponerse a la hegemonía imperial. El lenguaje político al servicio del imperio no está libre de pecado.

* N.d.T.: «The White Man’s Burden» (La carga del hombre blanco) es el título de un poema de Rudyard Kipling publicado en 1899. Aunque tenía connotaciones más profundas, se popularizó su lectura directa desde los puntos de vista vigentes en la época (racista, imperialista y eurocéntrico) que justifican la intervención altruista del hombre blanco para ayudar al progreso de las «razas inferiores».

El presente artículo puede reproducirse libremente siempre que se respete su integridad y se nombre a su autor, a su traductor y a Rebelión como fuente del mismo.