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Incendios capitalistas

Fuentes: Rebelión

Cuando se plantean las diferencias entre los tipos de agricultura que se practican, para definir la agricultura que actualmente llena nuestros supermercados de comida artificial, con pesticidas y muchos kilómetros de petróleo en su mochila, me gusta sustituir el oxímoron de agricultura industrial por otro adjetivo, desde mi punto de vista, más certero:agricultura capitalista. En […]

Cuando se plantean las diferencias entre los tipos de agricultura que se practican, para definir la agricultura que actualmente llena nuestros supermercados de comida artificial, con pesticidas y muchos kilómetros de petróleo en su mochila, me gusta sustituir el oxímoron de agricultura industrial por otro adjetivo, desde mi punto de vista, más certero:agricultura capitalista. En el caso de los incendios creo que este término vuelve a ser el más apropiado porque si bien hoy es difícil desgajar entre incendios naturales o incendios provocados, cuando muchos elementos se superponen, prácticamente todos se podrían incluir en este nuevo género de incendios capitalistas.

De hecho, no se extrañen si en las próximas semanas -lamentablemente- los fuegos que explicarán los medios de comunicación superarán en mucho los que estos días están describiendo en Castellón, Galicia o más lejos, California. Como en los últimos años, las pantallas mostrarán vía satélite en las selvas de Borneo y Sumatra, miles de chimeneas excretando toneladas de humo que como un gran paraguas cubrirán el cielo de toda Indonesia y partes de otros países colindantes. Y estos incendios, los más grandes y más graves del Planeta, son cien por cien fuegos capitalistas pues detrás de ellos encontramos a las grandes industrias de la alimentación preparadas con retoños de palma africana para hacer de esas zonas inmensas plantaciones que permitirán con la extracción de su aceite elaborar todo tipo de comida preparada: bollería, masas de pizza, supuesto queso rallado, margarinas, pastas de cacao, etc. Un negocio descomunal que, decía, junto a los incendios por intereses madereros, especulativos de la construcción, para el embolso de ayudas agrícolas o incluso por el negocio de la extinción de los mismos incendios, lideraría este colectivo de quemas provocadas por íntimas ansias del capital.

Pero también, y eso es preocupante, los incendios sin cerilla crecen en la medida que se expande este capitalismo que salta todas las vallas que tantas personas no tienen permiso para traspasar. Como explica Ramón P. Yelo en el número 24 de la revista Soberanía Alimentaria en un artículo que analiza los fuegos del invierno pasado en Cantabria, «l a configuración actual del paisaje hunde sus raíces en la actividad agroganadera tradicional» y esta panorámica en apenas 50 años ha cambiado de forma drástica en la medida que la agricultura que era cultura y sustento se ha transformado en un negocio sin más.

Las pequeñas parcelas o terrazas de policultivos en el norte peninsular, combinadas con prados y bosques de pino o carballo; los campos de cebada o trigo que son mareas en tierras de secano; o los muros de piedra seca delimitadores de puzzles agrícolas mediterráneos son, efectivamente, las mayores obras de arte colectiva de la humanidad, como escuché y no recuerdo a quien. Pero donde habitaban viejos bosques ahora tenemos monocultivos de eucaliptos de mecha fácil; donde pastaba el ganado que limpia y ramonea el bosque ahora tenemos botellas de refrescos, cartones y otros despojos de barbacoas; donde se cultivaban huertos ahora se levantan rotondas y polígonos; pero, sobretodo, donde teníamos personas campesinas trabajando diariamente, en vidas enraizadas en una comunidad, en pequeños pueblos con las ventanas abiertas y atentas a cualquier humareda, ahora tenemos vacíos.

Vacíos que se pueden contabilizar pues el supuesto avance de la modernización de la agricultura ha hecho que ésta perdiera su peso económico, social y cultural en nuestros territorios, siendo actualmente su contribución al Producto Interior Bruto de un exiguo 2,5 % y la población activa agraria, que hace treinta años suponía el 20 % del total, no llega al 4% sin dejar de descender.

Vacíos que son el oxígeno que alimenta un mal fuego y que si somos capaces de llenarlo volviendo a los pueblos, recuperando una agricultura campesina, cuidadosa y local que sea la base de nuestra alimentación, tendremos en marcha la mejor política de prevención de incendios posible. Leyes de la química.

Blog del autor: http://https//gustavoduch.wordpress.com

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.