El colapso de las llamadas conversaciones de Doha el martes 28 de julio, esta vez en Ginebra, demuestra un vez más el esquivo multilateralismo. Si la ronda de Doha y el nulo acuerdo fuera un indicador, la posibilidad de mejorar las expectativas de convivencia entre los países se hace cada vez más lejana a través […]
El colapso de las llamadas conversaciones de Doha el martes 28 de julio, esta vez en Ginebra, demuestra un vez más el esquivo multilateralismo. Si la ronda de Doha y el nulo acuerdo fuera un indicador, la posibilidad de mejorar las expectativas de convivencia entre los países se hace cada vez más lejana a través de la fórmula de una «sociedad de naciones» impuesta por las potencias tradicionales.
En un momento de crisis alimentaria, persistente inflación y precios sostenidamente altos del crudo, la reunión de la Organización Mundial de Comercio (OMC) en Ginebra, podría haber entregado la señal de un comienzo de acuerdos de carácter global para hacer frente a la crisis económica y política.
Sin embargo se frustró por una razón que no se hace explícita: las economías de Europa Occidental y EEUU no verán afectadas sus tasas de ganancia a costa de una política proteccionista hacia las economías menos desarrolladas. Más allá de los «tag lines» sobre acuerdos de precios, tarifas, aranceles, y subsidios, el tema aquí es el poder real y pesado de la mercancía en una lucha encarnizada donde la OMC no puede, y no debería hacerse cargo de todos los otros problemas que atraviesa la agenda de desarrollo de los países.
La integración a una fábrica y un mercado global, representará el ingreso a un nuevo tipo de colectividad comunal, bajo normas dictadas por el libre mercado. En Doha este principio se contrapone por la necesidad centralizadora de EEUU y Europa Occidental en mantener las tasas de ganancia que hasta el momento los ha hecho poderosos. «No quieren ceder ninguna pulgada», manifiesta un economista indio consultado que trabaja para la OMC, refiriéndose a EEUU y la Comunidad Europea. Ha sido una derrota para la OMC especialmente para su Director, Pascal Lamy, que había pronosticado un acuerdo.
Desde esta perspectiva, multilateralismo y globalización parecerían ser dos conceptos que no fraguan una dimensión combinable para hacerse cargo de la transformación de la naturaleza de un mundo todavía muy pobre, menos polarizado y menos belicoso. Una vez más lo comercial se cruza con lo político y al estar descartada la variable nuclear por el momento, el espacio del poderío internacional se fabrica por la vía de las mercancías.
Más bien ambas realidades se sitúan en un nudo ciego construido por filosofías y objetivos que se contraponen, sino aparecen como .incompatibles. La globalización, especialmente en el rubro liberalización de mercados y comercialización, aún tiene que demostrar sus credenciales en el plano de la justicia social. El multilateralismo, concebido cuando el Estado de bienestar fomentaba las bases para el desarrollo menos desigual, aún no asume una filosofía y una estructura que funcionen en un mundo determinado por las nuevas reglas de convivencia de la globalización.
En este sentido la conclusión de que las negociaciones fallaron por el surgimiento de nuevas potencias mundiales como China e India es simplista. Con esta visión se diluye el tema central de mantener y aumentar la tasa de ganancia en los países mas desarrollados a través de las bases del intercambio comercial. De que China e India puedan afectar esa tasa de ganancia de EEUU y la Comunidad Europea, se comprueba revisando el movimiento de productos de cada país, su incidencia en la balanza comercial, y en la balanza de intercambio entre países industrializados y menos desarrollados. Ni China ni India participan en las 50 multinacionales productivas, de servicios, y financieras más poderosas del planeta. La mayor parte del resto de las naciones, con la excepción de Brasil y quizás Sudáfrica, descontando a los occidentales y asiáticos con economías emergentes, son dependientes.
China e India en medio de un oscilante Brasil, efectivamente al final rechazaron un borrador de acuerdo, que fue objeto de cuatro revisiones en 12 meses según un corresponsal del Economic Political Weekly de India. Este mismo corresponsal informa del «juego de cintura» brasileño de trabajar a dos bandas, salvaguardando siempre los intereses nacionales: por una parte aliándose con el grupo de los seis (EEUU, Comunidad Europea, Canadá, Japón Australia), y por otra haciendo de cabeza del grupo de los 20.
El origen del pecado
A las «Conversaciones de Doha», sobre las modalidades en comercialización agrícola y acceso al mercado de productos de la industria o manufacturados, a partir del 2001 se les tiende llamar demagógicamente la Agenda de Doha para el Desarrollo. El concepto persigue entregar una patina de credibilidad y legitimidad a la liberalización de los mercados frente a las necesidades de países sub desarrollados.
Surge como respuesta a la aplicación de casi dos décadas de continuo ajuste estructural en las economías. Durante este período, para los países en situación más desventajosa significó el pago de una deuda externa generada por la histórica dependencia económica en los países más ricos. Se pensaba que con un sistema de modalidades para el comercio, la brecha entre países ricos y pobres podría disminuir. La llave consistía en liberar mercados bajo ciertas normas especialmente en lo que concierne a la producción agropecuaria.
Este sector es uno de los de menor rentabilidad, y curiosamente, es gravitante por su dimensión política tanto en países industrializados como en países sub-desarrollados. Simbólicamente, todavía representa un espacio de autosuficiencia y autonomía. A su vez, es el que ha demostrado más vulnerabilidad para absorber la inflación y los altos precios de la energía.
Pascal Lamy, el director de la OMC, se había transformado de facto en la cabeza de una institución abocada al desarrollo, con un eje claro e inequívoco que uniformizaba los criterios para el desarrollo basado en la liberalización del comercio. Sería como consolidar el tercer componente del ajuste estructural, ahora en formato de globalización comercial. Las otras consistían en la privatización, y la desregulación.
Si todo hubiera andado bien en Ginebra, un exitoso acuerdo en modalidades habría significado el 80 % de las metas de la agenda para el desarrollo de Doha, declaró Lamy antes de la reunión que concitó a los ministros de los países protagonistas en estas reuniones.
La emergencia de poderes regionales como Brasil, Sudáfrica e India complica a la OMC y a los países con peso en las decisiones centrales, como EEUU y de la Comunidad Europea. Como socios potenciales en enclaves estratégicos importantes, cada uno de ellos aglutina fuerzas opositoras a los poderes centrales por una parte, y al mismo corren con colores propios en una lucha por la supervivencia. Brasil depende de EEUU para consolidar la vieja promesa de potencia regional, ante lo cual Argentina se resiste. India a su vez está en un vaivén de que entra y no entra en una alianza estratégica con EEUU. Sudáfrica debe mantener lealtades con gobiernos impopulares en Occidente como el de Zimbabwe y no apartarse demasiado del nacionalismo intrínseco en Africa -por ejemplo Sudan, Kenya- frente a la avalancha transatlántica por reconquistar territorio frente a la expansión China. Todo eso se cruza en las negociaciones clave en la OMC que estarán congeladas por dos años.
Como que el mundo concebido en base a supremacías desde la perspectiva occidental, no se adapta o no se transforma sin la bipolaridad que duró 46 ó 74 años, dependiendo del hito que hace despegar a Occidente en su lucha contra el socialismo bolchevique.
El espacio de poder formado en torno a la Organización Mundial de Comercio, ha estado en su mayor parte a favor de Occidente, excepto el elusivo control territorial. A pesar de la globalización todavía existen las naciones y el sueño del mercado planetario único y diverso a la vez, se esfuma con las realidades del mundo pos colonial que Europa Occidental y EEUU han sostenido. Tal vez la unidad transatlántica se refortalezca más en torno a la tasa de ganancia que en una aventura imprevisible como bombardear Irán. La brújula perdida en lo político siempre tiene el respaldo de la consideración financiera.
El espacio de poder formado en torno a la OMC, está en su mayor parte a favor de las potencias tradicionales de la Alianza Transatlántica excepto en el elusivo control territorial. Las modalidades y normas de Doha para hacer funcional la liberalización comercial, cumplen precisamente ese rol de control en territorios que ya no se controlan con la figura colonial. Tal vez la unidad transatlántica se refortalezca más en torno a la tasa de ganancia, que en una aventura imprevisible como bombardear Irán, por ejemplo.