El año pasado, en septiembre de 2022, Fortune Magazine informaba que la segunda persona más rica del mundo es natural de India. La persona en cuestión era Gautam Adani, un magnate del Estado indio occidental de Gujarat, que en aquel momento contaba con una fortuna de 155.500 millones de dólares estadounidenses. Bloomberg, que entonces cifraba la riqueza de Adani en 146.800 millones, señaló que el empresario indio, cuyas operaciones incluyen puertos, aeropuertos, energía verde, centros de datos, producción de cemento, medios de comunicación, entre otras, había incrementado su fortuna en 2022 más que cualquiera de los demás plutócratas del capitalismo del siglo XXI.
El hecho de que Adani desbancara al presidente ejecutivo de Amazon, Jeff Bezos, quien pasó a ocupar el tercer puesto de la lista de milmillonarios de Bloomberg es, sin duda, significativo. De hecho, este logro supuso que Adani fuera la primera persona asiática que figura entre los tres primeros puestos de esta clasificación internacional de grandes ladrones de nuestro tiempo. En su país, India, Adani, conocido por su estrecha relación con el primer ministro Narendra Modi y el partido gobernante, el BJP (Bharatiya Janata Party [Partido Popular Indio]), nacionalista y de derechas, era el primus inter pares del club de milmillonarios: una elite selecta que abarca a unas 166 personas, que han visto cómo se ha disparado su riqueza desde que Modi llegara al poder en 2014. De hecho, según Forbes, en 2022 la fortuna conjunta de los milmillonarios indios se cifraba en unos 750.000 millones de dólares, un 26 % más que en 2021.
Sin embargo, a mediados de 2023 el valor neto de Adani cayó en picado en las bolsas de valores, a apenas 47.000 millones de dólares, tras conocerse un informe devastador de finales de enero de este año del grupo inversor activista Hindenburg Research que afirma que la sociedad es culpable de una descarada manipulación de valores y fraude contable por importe de 218.000 millones de dólares durante varias décadas. La reacción de los mercados mundiales de valores fue debidamente despiadada: una desbandada masiva de inversores, lo que ha costado efectivamente a India su puesto entre los cinco mercados de valores de categoría mundial y ha reducido a la mitad el valor neto de Adani.
A comienzos de abril, Forbes señaló que a pesar de que hay un número récord de indios en su lista de milmillonarios en el mundo de 2023 –169 en total, frente a 166 el año pasado–, su valor conjunto había descendido un 10 %, a la cota de 675.000 millones de dólares, mientras que en la lista de 2022 ascendía a 750.000 millones. La parte del león de esta caída se atribuye al hundimiento del Grupo Adani. El propio Adani ha de contentarse ahora con ser tan solo la 24ª persona más rica del planeta. No obstante, a pesar de este descenso menos que elegante de Adani en la escala de la riqueza mundial, e independientemente del ligero declive de la riqueza conjunta de la elite súper rica del país, India sigue siendo el tercer país con más milmillonarios en dólares del mundo. Solo EE UU, con 735, y China, con 495, pueden alardear de contar con más individuos de alto valor neto.
El hecho de que India haya conocido semejante proliferación de milmillonarios en los últimos años es extraordinario en muchos sentidos. Es decir, es un buen indicador de la trayectoria de la economía política del país y también es un destacado portador de significado en el vocabulario político que goza de un estatus hegemónico duradero en la sociedad india actual. Quienquiera que esté al tanto de las comunicaciones de Narendra Modi sabrá que no deja pasar ninguna oportunidad para declarar que India, bajo su gobierno, ha dejado de ser una nación apalancada en la sala de espera de la historia para convertirse en una potencia económica y política con la que hay que contar en el escenario mundial.
Por ejemplo, en septiembre del año pasado, justo después de que el Fondo Monetario Internacional (FMI) anunciara que India había adelantado al Reino Unido para ocupar el quinto puesto en la escala de potencias económicas del mundo, Modi declaró en un discurso: “El placer de adelantar al Reino Unido, que gobernó sobre India durante unos 250 años, supera al que nos depara la simple estadística que nos lleva del sexto al quinto puesto. Es algo especial…”. Y el hecho de que India haya engendrado una clase milmillonaria capaz de competir con los magnates estadounidenses del sector tecnológico por un espacio en las prestigiosas clasificaciones mundiales de riqueza se presta evidentemente a interpretarse como prueba del éxito de Modi con su política de desarrollo y de transformación de India en una potencia de primera dentro de la comunidad internacional.
Este mensaje, sin embargo, es un espejismo. Está el hecho, por ejemplo, de que unos ocho meses antes de que Forbes elevara a Gautam Adani al segundo puesto entre las personas más ricas del mundo, numerosos grupos de hombres jóvenes enojados –muchos de ellos licenciados universitarios– interrumpieron el tráfico ferroviario e incendiaron trenes en una ola de protestas violentas a lo largo y ancho de los Estados de Uttar Pradesh y Bihar, en el norte de India. Protestaban por su situación de desempleo y por lo que según ellos era un proceso de reclutamiento injusto para trabajar en el sector ferroviario indio. En estos dos Estados, unos 12,5 millones de personas se habían presentado para cubrir los 35.000 puestos de trabajo ofrecidos por la empresa ferroviaria. Se trata de puestos de trabajo codiciados en el contexto indio, ya que aportan seguridad en el empleo y unos salarios relativamente dignos.
Las protestas en Bihar y Uttar Pradesh fueron en lo esencial la punta del iceberg del descontento popular por los persistentes altos niveles de desempleo en India. Contrariamente a las promesas de desarrollo que hace Modi tan a menudo en sus discursos, el paro en el país se halla en su nivel más alto en tres décadas y supera el de otras economías emergentes en el Sur global. Es más, las protestas revelan hasta qué punto el ascenso de India y de su élite milmillonaria, más que ser un síntoma del desarrollo efectivo del país, de hecho, lo que refleja es que el régimen de Modi favorece una distribución perversamente desigual de la riqueza y las rentas. El 10 % más rico de la población se embolsa el 50 % de la renta nacional y posee el 65 % de la riqueza nacional. En el otro extremo del espectro, el 50 % más pobre de la población india gana el 13 % de toda la renta nacional y posee el 6 % de la riqueza nacional.
Un factor clave que subyace a esta perversa desigualdad es el hecho de que los salarios reales de la mano de obra agrícola, de la construcción y de la clase trabajadora no agraria han aumentado menos de un 1 % anual entre 2014 y 2022. Al igual que en otros países de renta media, la desigualdad en India está estrechamente ligada a la pobreza. En efecto, en 2019, justo antes de la pandemia covid-19, las cifras del Banco Mundial indicaban que el 44,78 % de la población india vivía con menos de 3,65 dólares al día. Desde 2011 el gobierno no publica datos sobre la pobreza en el país, aunque sabemos que alrededor del 80 % de las personas que cayeron en la pobreza durante la pandemia fueron indias.
Sin embargo, a pesar de esta chirriante coexistencia de opulencia y pobreza, y por mucho que el descontento sea evidente entre la juventud india condenada a la precariedad, Modi y el partido BJP parecen mantener con firmeza las palancas del poder político. En efecto, mientras la juventud desempleada protestaba, en Uttar Pradesh estaba en marcha la campaña electoral. Dado su tamaño, Uttar Pradesh es uno de los Estados políticamente más importantes de la Unión, y desde 2017 está siendo gobernado por el BJP y el halcón nacionalista hindú Yogi Adityanath.
Durante la campaña, el partido se centró en difundir un mensaje antimusulmán. Cuando se anunciaron los resultados electorales en marzo de 2022, se puso de manifiesto que esto había dado sus frutos. A pesar de que el desempleo en el Estado había aumentado alrededor del 29 % durante el primer mandato de Adityanath, el BJP conservó el poder con tan solo una ligera merma de su mayoría en la asamblea legislativa. Esto refleja un escenario más general en que el régimen de Modi sigue ganando apoyos con el consentimiento de amplios sectores de la población india, e incluso de grupos de casta baja y de gente que es pobre a pesar de tener trabajo, pese a que la precariedad se ha profundizado desde que gobierna.
Para entender esta paradoja es necesario examinar cómo la coyuntura actual es fruto de dos procesos que se han desarrollado simultáneamente para transformar tanto la economía del país como su orden político desde comienzos de la década de 1990 –el avance de la neoliberalización y el auge del nacionalismo hindú– y que han convergido de manera significativa. En esta confluencia, el nacionalismo hindú desvía el descontento popular y alimenta tanto la hegemonía del partido gobernante como la riqueza de los magnates de los negocios.
Neoliberalización y nacionalismo hindú desde la década de 1990 hasta hoy
De manera parecida a lo que sucedió en otras partes del Sur global, el giro de India a la neoliberalización se produjo a raíz de una devastadora crisis de la balanza de pagos en 1991. Sin embargo, el país no quedó ubicado en el extremo receptor del tipo de terapia de choque que sufrió América Latina en la década de 1980. Durante algún tiempo, la reforma avanzó con lentitud y de manera parcial a fin de evitar la oposición y la confrontación. En efecto, la coalición gubernamental encabezada por el Partido del Congreso, que estuvo en el poder durante diez años a partir de 2004, intentó incluso combinar una política económica favorable al mercado con una legislación encaminada a mitigar la marginación de la población pobre y de los grupos vulnerables.
Sin embargo, cuando el BJP de Modi llegó al poder en 2014, lo hizo como campeón de un esfuerzo más decidido por neoliberalizar la economía. En la campaña electoral de ese año, el BJP obtuvo una financiación masiva del mundo empresarial. Narendra Modi, el flamante líder del partido, declaró que el gobierno no tenía nada que hacer en el mundo de los negocios y que dejaría que el mercado hiciera su magia por el pueblo indio. El resultado es bien conocido: Modi y el BJP obtuvieron la mayoría absoluta en el Parlamento indio. En 2019, tras otra campaña financiada por las mayores empresas del país, el partido repitió este logro y mantuvo el poder con una mayoría aún mayor.
Es sumamente importante observar la dinámica electoral que permitió que el BJP de Modi no solo mantuviera el poder, sino que también inaugurara lo que viene a ser una era nueva y muy peligrosa en la historia de la política india. La clave de este logro es el hecho de que el partido ha ampliado su base de votantes más allá de las castas superiores y las clases medias urbanas, que han sido su caladero de votos tradicional, atrayendo a grupos de castas inferiores y de gente pobre al ámbito de su apoyo electoral.
Está claro que el BJP tiene su base electoral sustancial donde siempre la ha tenido, a saber, las castas superiores, la gente rica y las clases medias: en las elecciones de 2019, el partido obtuvo el 61 % de los votos de la casta superior y el 44 % de los votos de la gente rica y las clases medias. Pero el hecho de que entre 2004 y 2019 el BJP haya incrementado su parte de los votos de la casta inferior del 23 % al 44 % y de los votos de los dalits del 13 % al 34 %, además de su parte de los votos de la gente pobre del 16 % al 36 % entre 2009 y 2019, ha sido un factor crucial de la consolidación de un voto panhindú en India. En 2019, Modi y el BJP lograron el apoyo del 44 % de todos los votantes hindúes por encima de las divisorias de casta y de clase que suelen fragmentar al electorado indio (Jaffrelot 2021).
Este logro también es significativo porque representa la culminación del avance del nacionalismo hindú en la política india. Lo digo porque el BJP forma parte de un movimiento nacionalista hindú más amplio, y este movimiento se ha enfrentado a los movimientos dalit y bahujan con sus críticas radicales de la opresión basada en las castas desde sus comienzos en la década de 1920. Contrariamente a las visiones progresistas centradas en la eliminación del sistema de castas, el movimiento nacionalista hindú pone el acento en las virtudes de la defensa de una hinduidad común.
El BJP extendió este proyecto al terreno de la política de partidos. Aquí, se hizo notar por primera vez en la década de 1990 como fuerza de oposición a partidos que representan a los grupos de casta baja y dalits y que movilizaban con consignas de discriminación positiva para determinadas castas. El BJP se opuso con llamamientos a favor de la unidad hindú por encima de las divisiones de casta y de clase, y en contra del Otro Musulmán. Y con el régimen de Modi, apoyado en la emergencia de un voto panhindú, este proyecto ha alcanzado un poder hegemónico sin parangón en la sociedad india.
Vías de acumulación bajo el Gobierno de Modi
En la campaña electoral de 2014, Narendra Modi proyectó la imagen de un vikas purush, un hombre del desarrollo. A la luz de la afirmación de que Modi había logrado milagrosamente el desarrollo del Estado de Gujarat, en el oeste de India, durante su mandato (2001-2014) como ministro jefe de ese Estado, su imagen pública era la de un tecnócrata favorable al mercado que traería el bienestar al conjunto de la ciudadanía india. Sin embargo, Modi no cumplió estas promesas. Al contrario, en los tres años anteriores al estallido de la pandemia covid-19, la economía india sufrió una desaceleración prolongada. La causa más inmediata de esta dinámica sesgada radica en una política económica que favorece muy explícitamente los intereses del mundo empresarial. Desde 2014 se han liberalizado los regímenes de inversión, se han abolido las normativas medioambientales y –muy significativamente– se ha cercenado el impuesto de sociedades.
Sin embargo, para entender realmente la relación entre la desigualdad económica y el poder político en la India actual, es necesario mirar más allá del horizonte político y preguntar qué fuerzas sociales y políticas animan la fase actual de neoliberalización. La pauta que aparece es muy clara, y en ella el poder del capital y el poder del Estado indio bajo Modi y el BJP se hallan estrechamente entrelazados. Por un lado, la neoliberalización bajo Modi está claramente condicionada por el hecho de que el capital indio –tanto indirecto (la importancia creciente de la inversión privada) como directo (las conexiones entre agentes empresariales y agentes políticos)– ha crecido continuamente desde la década de 1990.
Bajo Modi, el poder del capital ha alcanzado su cénit, y esto se pone de manifiesto en el grado extraordinario de centralización económica y consolidación empresarial. En efecto, entre el 65 % y el 70 % de todos los beneficios empresariales van a parar a manos de las 20 empresas más grandes del país. Y esta centralización y concentración han impulsado, a su vez, un modelo de reparto de rentas en que el gobierno permite que determinadas empresas seleccionadas generen superbeneficios, en tanto que esas empresas comparten esos beneficios con el partido gobernante en un constante flujo de pagos que permiten el tipo de campañas electorales que llevó a cabo el BJP en 2014 y 2019.
Esto no significa que el capital indio sea el que lleva la batuta. Por el contrario, la centralización económica y la consolidación empresarial han venido acompañadas de una centralización y consolidación políticas en la India de Modi. Desde 2014, el poder de decisión política se ha concentrado en la Oficina del primer ministro. Es más, el gobierno del BJP ha centralizado efectivamente el poder en el sistema federal indio socavando la colaboración entre el centro y las autoridades estatales en el terreno de la política económica. Así que, en resumen, la base de la relación entre Estado y capital que ha cristalizado bajo Modi es una convergencia significativa entre un pequeño número de agentes empresariales muy rentables y un gobierno central fuerte y unitario.
La otra cara de este abrazo mutuamente beneficioso entre Estado y capital es, por supuesto, el mundo profundamente precario de los trabajadores y trabajadoras pobres. Esta relación extremadamente desigual refleja el hecho de que, desde el comienzo de la neoliberalización, la trayectoria de crecimiento de India no ha supuesto una transformación estructural de la economía. No ha habido ningún desplazamiento sustancial del trabajo agrario al trabajo no agrario de la economía, que a su vez se caracterizaba por un crecimiento sin empleo y, lo que es todavía más significativo, no ha habido un declive de la parte del sector informal en la fuerza de trabajo, de la que del 80 al 90 % trabajan en microempresas o establecimientos informales.
En efecto, las relaciones laborales informales son parte integrante del proceso de crecimiento de la economía india, en el sentido de que los bajos salarios de la economía sumergida ayudan a sostener los beneficios del sector formal. No obstante, mientras que el trabajo precario en el sector informal nutre la rentabilidad de las empresas, no contribuye a asegurar la subsistencia y la reproducción social de la clase trabajadora del país. Esta dinámica precede al advenimiento del régimen de Modi, pero apenas cabe duda de que se ha enquistado y profundizado aún más desde 2014, al igual que su efecto corrosivo en la subsistencia y reproducción social entre la gente trabajadora pobre.
Todo esto lleva a plantear una pregunta evidente: ¿cómo consigue el BJP conciliar una política económica que concentra la riqueza y las rentas en manos de las elites con la legitimación entre las y los votantes pobres y de casta baja?
El nacionalismo hindú y la política de legitimación
Para responder a esta pregunta hemos de analizar cómo el nacionalismo hindú ha asumido tropos ideológicos neoliberales en el populismo autoritario de Modi. Este proyecto político tiene sus raíces en la construcción de una división fundamental entre un auténtico pueblo indio y sus enemigos antinacionales del interior. Al ser un elemento constitutivo del movimiento nacionalista hindú, el BJP construye esta división equiparando el Estado-nación al pueblo-nación hindú, y propagando la idea de que el pueblo-nación hindú, que es India, se enfrenta a un ominoso Otro formado por élites corruptas, disidentes y, sobre todo, la minoría musulmana india.
Durante el mandato de Modi, la identificación del Estado-nación con el pueblo-nación hindú se basó ante todo en una política cultural mayoritaria que gravitaba alrededor de cuestiones como la protección de las vacas, la promoción de la conversión de los musulmanes y cristianos indios al hinduismo y la vigilancia moral sobre las relaciones amorosas interreligiosas y la sexualidad de las mujeres. Proliferaron los discursos de odio vinculados directamente con la violencia ejercida contra los musulmanes y otros grupos marginales, como los dalits. La violencia convergió con la coerción autoritaria contra los disidentes a fin de construir una concepción unitaria y mayoritaria de la nación, que serviría de punto de apoyo a la legitimación en el proyecto hegemónico del BJP de Modi.
El segundo mandato de Modi al frente del gobierno siguió a una campaña electoral en que su imagen de hombre del desarrollo había sido sustituida por la de un cruzado incansable de la causa hindú a escala pan-india. Desde 2019, su gobierno ha avanzado significativamente en el proceso de consolidación de un Estado-nación autoritario en el que se da por supuesto que la comunidad mayoritaria es idéntica a la nación. Esta consolidación se ha basado en la legislación como método principal. Desde la abolición de la estatalidad de Cachemira hasta la introducción de leyes de ciudadanía antimusulmanas y más allá, los dictados nacionalistas hindúes han sido codificados en leyes. Este proceso de implantación de una legislación nacionalista hindú ha venido acompañado de la continuación de los ataques a la disidencia y de una violencia cada vez más agresiva, tanto por parte de bandas de matones como de las autoridades públicas, contra la minoría musulmana india.
¿Qué pasa con esta idea de India como nación hindú que le permite ganar legitimidad a pesar de la desigualdad galopante y la precariedad cada vez más profunda? Una parte de la respuesta a esta pregunta tiene que ver sin duda con el hecho de que el BJP ha profundizado el proyecto de ingeniería social en que se embarcó en la década de 1990, cuando el partido amplió su base de apoyo entre grupos de casta baja y dalits a cambio de representación y recursos. Sin embargo, tras el surgimiento de una base electoral panhindú hay más que una mera ingeniería estratégica. Si queremos entender plenamente por qué el BJP ha logrado aumentar sus niveles de apoyo entre los y las votantes plebeyas, hemos de analizar cómo la fusión del nacionalismo hindú y la ideología neoliberal aprovecha complejas estructuras de sentimiento –o sea, pautas de emoción emergentes en la sociedad– impulsadas con la trayectoria desigual de desarrollo de India.
En el proyecto político de Modi, el neoliberalismo y el nacionalismo hindú convergen en la idea de India como nación que ha dejado de estar anclada en la sala de espera de la historia. Al contrario, India culmina finalmente su ascenso, pendiente desde hace tiempo, al nivel de potencia global y a la prosperidad. Significativamente, como ha señalado Ravinder Kaur, la nueva nación ascendente es en parte un sueño capitalista en que los inversores-ciudadanos pueden beneficiarse de la movilidad social y prosperidad material. No obstante, al mismo tiempo, es parte de una antigua cultura civilizatoria hindú que asume nuevas formas, pero nunca pierde su esencia original.
Y puede decirse que lo que ofrece la fusión de estas dos imágenes a las clases populares en India es lo que el sociólogo afroamericano W. E. B. Du Bois calificó en su momento de salario psicológico. Du Bois trataba de explicar por qué la gente trabajadora blanca pobre del sur de EE UU se alineaba con las elites blancas en vez de unirse en la lucha contra la explotación con los trabajadores y trabajadoras negras pobres. Su respuesta fue que la blanquitud ofrecía la experiencia de una condición social más elevada que la de la gente negra. Esto, según Du Bois, servía de compensación de la pobreza material.
Pensando en la dinámica socioeconómica y política actual en India con esta idea, creo que el nacionalismo neoliberal hindú opera de manera similar, mediante la gratificación ofrecida por los salarios psicológicos. El nacionalismo hindú promete dos cosas a los trabajadores y trabajadoras pobres, que también forman parte, en su mayoría, de la ciudadanía subalterna del país. Por un lado, el nacionalismo neoliberal hindú de Modi promete un desarrollo que alienta aspiraciones de movilidad social y mitiga la ansiedad ante el declive social entre la gente que vive justo en el umbral de la pobreza abismal. Por otro lado, este proyecto político contiene una promesa de dignidad, basada en una hinduidad común, que a menudo se deniega a las personas de los rangos más bajos del sistema de castas.
En última instancia, el efecto de estos salarios psicológicos desempeña una función que resulta crucial para el populismo autoritario. A finales de la década de 1970, el teórico cultural Stuart Hall, que acuñó el concepto para comprender el proyecto de Margaret Thatcher de reestructurar la economía política del capitalismo británico, tenía muy claro que el éxito del populismo autoritario radicaba “en la forma en que aborda problemas reales, experiencias reales y vividas, contradicciones reales, pero es capaz de representarlas dentro de una lógica discursiva que las alinea sistemáticamente con las políticas y estrategias de clase de la derecha”.
Mi sugerencia, entonces, es que el éxito del nacionalismo neoliberal hindú de Modi lleva a cabo una operación muy similar, basada en salarios psicológicos, y que esto ha permitido al BJP evitar que la crisis social muy palpable de India se transforme en una crisis política, y mantener lo que parece ser una hegemonía muy duradera en la sociedad india.
Elecciones en el Estado de Karnataka
Sería una negligencia concluir sin comentar un acontecimiento reciente en la política india: las elecciones en el Estado sureño de Karnataka, celebradas a mediados de mayo de este año. El Partido del Congreso ganó al BJP y aumentó de 80 a 135 el número de escaños conseguido en la asamblea estatal. De este modo, el partido cuenta con una cómoda mayoría en la asamblea del Estado de Karnataka. El Partido del Congreso se presentó a las elecciones con una plataforma que prometía la introducción de varios planes de bienestar social, combinada con un esfuerzo por agrupar a las castas inferiores, los dalits y las minorías en torno a un programa que hacía hincapié en el laicismo y el pluralismo. Por este motivo, no parece descabellado pensar que su victoria represente un rechazo al nacionalismo neoliberal hindú del BJP, que se quedó con 66 escaños en las elecciones estatales, frente a los 104 de las elecciones de 2018.
También parece muy razonable argumentar que esto es significativo porque Karnataka aparece como la frontera sur en el avance del BJP y del movimiento nacionalista hindú en todo el país. El partido de Modi se hizo con el poder político en el Estado tras las elecciones de 2018 pergeñando una serie de deserciones del Partido del Congreso y del Janata Dal ‒partido que representa a los grupos de castas inferiores en el Estado‒ y, desde entonces, ha llevado a cabo una agresiva política mayoritaria, prohibiendo, por ejemplo, a las estudiantes universitarias llevar el hiyab. El BJP también arrasó en el Estado en las elecciones generales de 2019, y el movimiento nacionalista hindú más amplio ha trabajado intensamente para fomentar la polarización religiosa, un esfuerzo que se ha manifestado, entre otras cosas, en varios casos de ataques contra musulmanes. Sin embargo, como las elecciones de 2023 dejan al BJP sin poder político a nivel estatal en todo el sur de la India, se podría argumentar fácilmente que su avance en el sur se ha detenido.
Sin embargo, un análisis atento de los resultados electorales por parte del activista y periodista Shivasundar sugiere que esta podría ser una lectura demasiado optimista. En un comentario detallado y perspicaz, señala que, si bien el sistema de mayoría simple hizo que el partido perdiera 40 escaños en la asamblea estatal, su porcentaje de votos (36 %) se mantuvo igual que en las elecciones de 2018. Es más, el partido atrajo a 800.000 votantes más en estas elecciones que en las de 2018. Puede que estas cifras no sean relevantes en términos de distribución de escaños, pero, como argumenta Shivasundar, sí atestiguan que el BJP ha consolidado una base social en el Estado. Señala varios datos adicionales con respecto a los resultados electorales que apuntan en la misma dirección.
En primer lugar, el BJP no parece haber perdido el apoyo de los lingayats, una importante comunidad de casta políticamente dominante en el Estado. De hecho, ha mantenido su porcentaje de votos en esta comunidad y otros grupos de castas superiores y dominantes. En segundo lugar, el partido no ha perdido apoyos en ninguna de las zonas de Karnataka en que se han centrado los esfuerzos del partido y del movimiento nacionalista hindú por profundizar la polarización religiosa; de hecho, ha aumentado sus niveles de apoyo en todas estas zonas. Esto incluye la región metropolitana de Bangalore, donde el BJP obtuvo un porcentaje de votos superior a la del Partido del Congreso. Además, según Shivasundar, es importante tener en cuenta la tendencia a largo plazo, que es la de un aumento lineal constante del apoyo de los votantes (medido por el porcentaje de votos) que goza el BJP en el Estado, del 4,4 % en 1989 al 36 % en 2018 y 2023.
Lo que esto refleja es la fuerza fundamental del BJP y del movimiento nacionalista hindú, a saber, su capacidad para construir una base social sólida a largo plazo. Un proceso similar se ha desarrollado en el Estado de Bengala Occidental, en el este de India, donde el partido pasó de tener tres escaños tras las elecciones estatales de 2016 a contar con 77 escaños en la asamblea estatal en 2021, estableciéndose así como el principal partido de oposición en ese Estado. Por supuesto, esta estrategia resiliente de organización y movilización también ha sido esencial para llevar al partido a su actual posición hegemónica en la política nacional.
Todo esto no quiere decir que no exista un potencial contrahegemónico en una política de bienestar y en una política asertiva a favor de los sectores dalits-bahujans. Sin duda lo hay. No obstante, conviene no sacar conclusiones precipitadas y demasiado optimistas del resultado de las elecciones de Karnataka con vistas las elecciones generales previstas para 2024. De hecho, a raíz de las elecciones de Karnataka, es aleccionador recordar que en 2018 el BJP perdió varias elecciones estatales en el oeste y el norte de India ‒su feudo tradicional‒ y también tuvo que enfrentarse a importantes protestas agrarias. No obstante, el partido obtuvo una mayoría parlamentaria aún mayor en las elecciones generales de 2019 en comparación con las de 2014.
Dicho de otro modo, los salarios psicológicos del nacionalismo neoliberal hindú todavía pueden aportar un grado sustancial de cohesión a la hegemonía de Modi cuando la nación se acerca a las próximas elecciones generales.
Alf Gunvald Nilsen es profesor del Departamento de Sociología y director del Centro de Estudios Asiáticos en África de la Universidad de Pretoria, Sudáfrica
Texto original: https://ssalanka.org/feast-famine-and-hegemony-on-neoliberalisation-and-hindu-nationalism-in-india-alf-gunvald-nilsen/
Traducción: viento sur
Fuente: https://vientosur.info/india-neoliberalismo-y-nacionalismo-hindu/+
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.