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Indolencia

Fuentes: LQSomos.org

Los animales viven en «presente conti-nuo». Desconocen las relaciones entre causa y efecto. Pero el presente continuo es pasivo: en él se es objeto del devenir. En cambio, el presente humano es activo. Ser humano es, por lo tanto, ser sujeto del acontecer. Y, por lo tanto, ser responsable. En el largo proceso de la […]

Los animales viven en «presente conti-nuo». Desconocen las relaciones entre causa y efecto. Pero el presente continuo es pasivo: en él se es objeto del devenir. En cambio, el presente humano es activo. Ser humano es, por lo tanto, ser sujeto del acontecer. Y, por lo tanto, ser responsable. En el largo proceso de la infancia a la madurez, el niño es literalmente irresponsable: delega su vida en las decisiones de otros. No hay nada más doloroso que sentir sobre uno el avance de las responsabilidades del adulto. Por eso es infantil culpar de todo lo que pasa a otros. A los políticos, por ejemplo.

Aquí nadie se responsabiliza de lo que vota. Ni de lo que calla. Ni siquiera de las tragaderas con que se aguantan los mayores abusos y las peores injusticias. Padecemos un virus terrible que nos mantiene adocenados, el QLVH. Ya saben: el «Qué Le Vamos a Hacer».

En vez de responsabilidad cívica, indolencia. En vez de sobriedad, consumo y exhibicionismo. En vez de autocultivación y superación, abandono personal. En vez de ciudadanos, súbditos. Qué le vamos a hacer. Cerca de doscientos mil parados en una crisis económica que dispara los precios de los productos de primera necesidad. Y qué le vamos a hacer. Una sanidad pésima, con listas de espera verdaderamente criminales, pero qué le vamos a hacer. La jornada laboral más larga y los peores sueldos de la Unión Europea. En fin, qué le vamos a hacer. Pagando con nuestros impuestos la carnicería de Irak, y ya me dirá usted qué le vamos a hacer. Una educación malísima, con un fracaso escolar de escándalo, y qué quieren qué les haga.

Como animalitos, trabajar durante la semana y descargar el fin de semana, y a vivir que son tres días.»¿Qué destruye más a un hombre que trabajar, pensar y sentir sin necesidad interior, sin ningún deseo personal profundo, sin placer, como un mero autómata del deber?» -preguntaba Nietszche-. «Ésa es la receta de la decadencia, y no menos de la idiotez». Dirán que mejor lo dejo. Pero no: el asunto no es «qué le vamos a hacer», sino qué es necesario hacer. A la calle que ya es hora. O sea.