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Cuaderno de crisis

Inflexibilidad global

Fuentes: Mientras tanto electrónico

I Cuando en 2007 estalló la crisis financiera se abrieron expectativas de reformas importantes en la Economía mundial. Los partidarios del modelo neoliberal estaban desconcertados, pues era patente que su modelo de regulación (basado en reducir derechos sociales, ampliar derechos de propiedad e imponer instituciones semipúblicas controladas por los mismos grupos de poder que debían […]

I

Cuando en 2007 estalló la crisis financiera se abrieron expectativas de reformas importantes en la Economía mundial. Los partidarios del modelo neoliberal estaban desconcertados, pues era patente que su modelo de regulación (basado en reducir derechos sociales, ampliar derechos de propiedad e imponer instituciones semipúblicas controladas por los mismos grupos de poder que debían ser regulados) había fracasado. Aunque el punto culminante se produjo en septiembre de este año, cuando quebró Lehman Brothers y todo el sistema financiero estuvo a punto de hacer lo mismo, el debate venía de lejos. Aún tengo en el recuerdo la intervención del eterno optimista Bob Sutcliffe en las Jornadas de Economía Crítica de Bilbao, en marzo de 2007, anunciando el fin de la era neoliberal. 2007 fue el año no sólo de la crisis económica internacional, también de una nueva crisis alimentaria y de una fase de precios petrolíferos que recordaron al mundo que quizás habíamos entrado en el fin de la era del petróleo barato.

Dos años más tarde las buenas intenciones parecen haberse desvanecido. Las reformas siguen bloqueadas y, al menos de momento, los poderes económicos de siempre y sus principales ideólogos vuelven a sacar pecho. Han bastado una leve recuperación del crecimiento económico (aumento en algunas décimas del PIB), la salvación de los principales grupos bancarios y la recuperación de la bolsa para que vuelvan a sacar pecho y renueven la exigencia de las mismas reformas de siempre: recortes en derechos laborales y sociales como casi única vía de salida a los intereses de siempre.

II

Basta con ampliar el conjunto de variables para ponerle muchos interrogantes al optimismo. El desempleo ha crecido en casi todas partes y amenaza con enquistar nuevas capas de pobreza y exclusión social. El endeudamiento de los estados, que ha sido el único elemento que ha permitido aminorar la catástrofe (aunque por el camino se ha producido un enorme programa social en beneficio de los ricos, redistribución al revés), amenaza con nuevos recortes de gastos sociales en cuanto cese la situación de choque. El rebrote de las bolsas, aparte de una obscenidad, puede convertirse en un nuevo factor de desestabilización con sólo que cambie alguna variable, como el tipo de interés.

El número de hambrientos mundiales no ha dejado de crecer y nadie se acuerda de ellos. La crisis ecológica especialmente, pero no sólo, en forma de cambio climático, sigue presente como espada de Damocles. La recesión ha conseguido frenar los precios del petróleo y las materias primas, pero estos pueden rebrotar debido a que no se han producido cambios significativos en la estructura del mercado. Las reformas prometidas se han estancando y las soluciones adoptadas simplemente se han orientado a preservar el mismo modelo que generó la crisis.

III

En dos años no hemos avanzado en soluciones efectivas en ninguna de las cuestiones importantes que afectan a la vida de la humanidad. La económica con su impacto en las desigualdades, la pobreza y la inseguridad. La ecológica con su impacto en condiciones de vida presentes y futuras de la humanidad. Y la que en los países ricos ya se conoce como «crisis del cuidado», una forma de expresar la incapacidad de los sistemas sociales actuales de afrontar satisfactoriamente tanto las necesidades cotidianas que emanan del ciclo biológico como de resolver las, también obscenas, desigualdades de género (y su secuela de marginaciones. humillaciones y malos tratos hacia la mitad, o más, del género humano). Más bien parece que en alguno de estos aspectos hemos perdido el tiempo y en otros las cosas están yendo a peor.

IV

En mi opinión, la razón de este enquistamiento se basa en lo que llamo «inflexibilidad global». La incapacidad de avanzar en las reformas necesarias. La cual está generada por la resistencia de las viejas estructuras de poder, especialmente económico, para autorreformarse. Su inercia suicida le lleva a reproducirse en sus propios términos, a preservar intactos sus intereses a costa de desplazar enormes costes al conjunto de la sociedad. Una economía con menos incertidumbre y desigualdad exige una reducción drástica del peso del sector financiero. Una economía sostenible exige cambios en las formas de organizar la vida y la producción, en las formas de satisfacer necesidades. Una economía del cuidado exige hondas transformaciones en las formas de articular el trabajo mercantil y no mercantil, reordenar la división del trabajo (no sólo, aunque especialmente, entre géneros). Exige también una reordenación del espacio público a escalas diversas. Pero lejos de plantearse estas transformaciones el peso de los viejos poderes sólo ha permitido llevar a cabo respuestas que van en el mismo sentido de siempre. De ahí que el grueso de las ayudas haya ido orientado a sectores cada vez más irreformables: el financiero, la industria del coche, la de las grandes infraestructuras. Si 2007 simboliza el batacazo financiero, 2009 quedará marcado por el fiasco anunciado de Copenhague.

Esta incapacidad de reforma profunda de las estructuras económicas tiene su correlato en el campo de la producción intelectual. La mayoría de facultades de Economía siguen enseñando los mismos textos, los mismos modelos económicos que la crisis puso en evidencia. Las voces críticas de importancia (si se excluye a los valientes heterodoxos de todos los tiempos, más numerosos de lo que se piensa pero totalmente fuera del gran escenario mediático y de la gran política) se pueden contar con la mano. Hay una fosilización intelectual equivalente a la que manifiestan las estructuras a las que sirven. Por ello uno se indigna cada vez que oye el mantra de la supuesta rigidez del mercado laboral. La idea de flexibilidad se acuñó en la anterior megacrisis, la de la década de 1980, como un arma cultural para legitimar los recortes de derechos sociales y la vuelta al capitalismo pre-keynesiano. Hora es de cambiar las tornas y de subrayar que si algo ha mostrado inflexibilidad es la actual estructura económica para adaptarse a las necesidades de la inmensa mayoría de la población. Queremos una economía que se adapte a las necesidades básicas de la gente, a los imperativos de los ciclos naturales, que garantice niveles básicos de seguridad económica y bienestar. Y ello requiere transformaciones profundas en las formas de organizar la actividad económica y el cese de las políticas de bloqueo. La rigidez más peligrosa proviene de Wall Street (o de Chamartín) y de los estados mayores de las grandes corporaciones mundiales. Y de la pseudociencia que impide reconocer la naturaleza de los problemas y llamarlos por su nombre.

V

La rigidez del capital es tanto más intocada por la inexistencia de un adversario con un mínimo de empaque. Buena parte de la izquierda institucionalizada está tan apegada a la estructura dominante que corre el riesgo de ser engullida por el marasmo. Lo poco de izquierda parlamentaria alternativa ha sido incapaz de articular un discurso propio o de generar una mínima coalición social que empezara a actuar como un referente posible. El resto, la amalgama de activistas críticos que uno encuentra en cualquier lugar siguen más interesados en mantener la pureza de su discurso, marcar distancias con el vecino y honrar a sus propios dioses que en posibilitar una generosa recuperación del espacio alternativo, combinando las dosis adecuadas de crítica, proposición positiva, utopía y posibilismo necesarios para generar algún brote verde (o rojo, o violeta, o mixto) de cierta entidad. Hay incluso algo de incapacidad de denotar la forma del desastre. A la izquierda alternativa le gusta el trazo grueso, la catástrofe social. Y en cambio tiene más dificultades para articular un discurso atractivo cuando el desastre ocurre, como ahora en forma de goteo: cierre de empresas particulares, recortes selectivos de gastos sociales, crisis ecológicas reales. Traducir la gran estrategia en instrumento útil para la lucha concreta, la que ocurre en espacios y trayectorias específicas, es algo tan necesario como elaborar algún plan plausible de alternativa al modelo actual. Romper la rigidez de este modelo capitalista exige también repensar nuestra propia inflexibilidad. Hemos perdido un tiempo valioso. Un tiempo donde nadie ha realizado ni propuestas ni iniciativas orientadas a generar respuestas comunes a las crisis que tenemos planteadas. Por eso también, la inercia dominante ha podido mantener su implacable lógica de irracionalidad e injusticia.