Ocurre ahora. En los mercados internacionales de recursos primarios (petróleo, cobre, hierro, estaño), los términos de intercambio desigual han logrado por mucho tiempo mantener precios que no reflejan los servicios ambientales relacionados con la producción de materias primas y tampoco expresan su natural tendencia al agotamiento del «capital natural» o, mejor dicho, del patrimonio natural. […]
Ocurre ahora. En los mercados internacionales de recursos primarios (petróleo, cobre, hierro, estaño), los términos de intercambio desigual han logrado por mucho tiempo mantener precios que no reflejan los servicios ambientales relacionados con la producción de materias primas y tampoco expresan su natural tendencia al agotamiento del «capital natural» o, mejor dicho, del patrimonio natural.
El deterioro de los términos de intercambio fue estudiado por la escuela estructuralista, en la primera mitad del siglo pasado, con el brillante economista argentino Raúl Prebisch a la cabeza. Para los estructuralistas latinoamericanos, las relaciones políticas y económicas desiguales, en el mundo, provocaban que los países del Sur exporten más recursos naturales o alimentos para obtener la misma cantidad de productos industrializados o bienes de capital importados de los países del Norte. ¡Más cajas de banano para comprar el mismo tractor!
El problema es que los precios de las materias primas experimentan fuertes oscilaciones en los mercados internacionales. A más del deterioro de los términos de intercambio -salvo en determinadas coyunturas de boom de precios como la actual- se añade el «intercambio ecológicamente desigual»: se venden bienes a precios que no incorporan los costos reales de los procesos extractivos y se regalan los servicios ecológicos (ciclo de nutrientes, regulación hídrica, regulación de microclimas, etc.). Así, se contabiliza de modo crematístico la exportación de camarón, pero no la destrucción del manglar, o sea: infravalora el agua requerida en la producción.
La principal consecuencia económica del intercambio ecológicamente desigual es el ritmo demasiado intenso de explotación de los recursos naturales, que se expresa en la necesidad estructural de los países pobres de incrementar, en forma constante, su producción de materias primas, para obtener mayores recursos monetarios o, incluso, mantener los que reciben siempre.
Como esos recursos constituyen un patrimonio natural limitado y agotable, la sobreexplotación presente implica una riqueza menor para las generaciones futuras. Dicho de otra manera, las condiciones de equilibrio a corto plazo de los mercados de bienes y servicios están conduciendo a la humanidad a insospechadas condiciones de «estrés ambiental» y restricción en el mediano y largo plazo. Por otra parte, a los mercados convencionales y al capital financiero no les importan el medio ambiente. Su naturaleza es depredadora per se.
El desafío de los países latinoamericanos es el de modificar la matriz de especialización, o sumar conocimiento y tecnología en las exportaciones. En lo internacional, así como ahora se debate la aplicación de la «tasa Tobin» o el impuesto a las transacciones financieras, para evitar la especulación, habría que acordar un gravamen al agotamiento del «capital natural», como se ha requerido desde la Economía Ecológica.
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