El anfitrión Gordon Brown informó sobre las cinco iniciativas que pretende impulsar en la Cumbre del G-20. Existen diferencias en cuanto a la intensidad de la intervención.
La antesala a la cumbre del G-20 vuelve a poner en descubierto las dificultades para impulsar una acción global coordinada entre los países europeos y el papel secundario que jugarán las economías periféricas en la reunión. Los gobiernos de Estados Unidos e Inglaterra están presionando a las autoridades francesas y alemanas para que impulsen nuevos y mayores planes de estímulo fiscal. En los últimos días, Barack Obama y Gordon Brown afirmaron casi con las mismas palabras la urgencia para realizar «todo lo necesario para estimular el crecimiento». El presidente norteamericano aseguró que acordó con Angela Merkel y Nicolas Sarkozy la necesidad de coordinar nuevos planes fiscales. Los alemanes continúan mostrándose reacios a impulsar más medidas de esta índole.
El primer ministro inglés consideró que entre los principales desafíos del G-20 figuran: el aumento de los recursos prestables de los organismos multilaterales de crédito (Banco Mundial y FMI), la limpieza de los activos tóxicos de los bancos, impulsar medidas para reestablecer el crecimiento económico, resistir al proteccionismo y cuidar el medio ambiente. Brown confía en que tras la cumbre saldrán medidas concretas de acción. Pero de los puntos esbozados por el anfitrión del encuentro, el suministro de más dinero para el Fondo y, posiblemente, algún guiño a favor de China y Brasil, parecen ser las medidas más plausibles. El premier inglés ya hizo algunos anuncios en este sentido cuando visitó a Lula la semana pasada y ayer sostuvo que «los países en desarrollo necesitan tener acceso al apoyo internacional si han de impulsar el futuro crecimiento».
«El mundo se está juntando y los resultados de este trabajo evidenciarán que los problemas globales -porque eso es lo que son- requieren soluciones globales», apuntó el mandatario británico. Pese a sus declaraciones, la coordinación para poner en práctica el resto de las políticas, como una reforma regulatoria para controlar paraísos fiscales y hedge funds, la aparición de una nueva moneda internacional de reserva o la disminución de la emisión de gases para proteger al medio ambiente, se presentan como un camino más arduo y prolongado para los miembros más poderosos del G-20.
Dos borradores del comunicado final de la reunión que se filtraron al Financial Times y la revista alemana Der Spiegel reactivaron la polémica entre Inglaterra-Estados Unidos y la dupla conformada por Alemania y Francia por los estímulos fiscales. La versión germana señala que el documento promueve el desembolso de nuevos paquetes de ayuda fiscal, algo a lo que se oponen públicamente los gobiernos de Angela Merkel y Nicolas Sarkozy. Estos mandatarios consideran que la expansión del gasto realizada, junto con algunas herramientas de estabilización automática que poseen sus Estados, son suficientes. Por su parte, la versión preliminar que difundió el FT posee menos definiciones y enfatiza la necesidad de una «solución global», pero no hace ninguna referencia a más paquetes de estímulo fiscal. Este posible documento final reitera las promesas para evitar medidas proteccionistas.
Por su parte, Estados Unidos presiona a través del FMI. Aunque el organismo que conduce Dominique Strauss-Kahn condiciona sus préstamos a las mismas recetas fallidas de los noventa (suba de tasas y recortes presupuestarios), difunde trabajos donde propone a los países del G-20 el impulso de nuevos y más abultados planes fiscales. «Con respecto a los estímulos, habrá un acuerdo para que los países del G-20 hagan lo que sea necesario para promover el crecimiento y el comercio», sentenció Obama. Para el mandatario, «lo más importante es que enviemos un fuerte mensaje de unidad frente a la crisis».
Los países más poderosos de Europa continental no sólo no quieren lanzar nuevos estímulos que profundicen sus déficit, sino que no se muestran muy proclives a «ayudar» a las economías del este europeo para evitar el colapso del sistema bancario de la región. Países como Rumania, Hungría, Letonia, Lituania se encuentran en una situación con muchas semejanzas a la Argentina de 2001, que podría arrastrar a las economías más poderosas a una recesión más profunda