A los 35 años, Friedrich Nietzsche apenas podía escribir. De frágil salud, le dolía horrores fijar la vista en el papel. En 1882, recibió en su casa una Malling-Hansen, una precursora de las máquinas de escribir con forma de bola. Gracias al artilugio, el filósofo alemán volvió a plasmar sus ideas. De esa máquina saldrían […]
A los 35 años, Friedrich Nietzsche apenas podía escribir. De frágil salud, le dolía horrores fijar la vista en el papel. En 1882, recibió en su casa una Malling-Hansen, una precursora de las máquinas de escribir con forma de bola. Gracias al artilugio, el filósofo alemán volvió a plasmar sus ideas. De esa máquina saldrían sus mejores obras, como Así habló Zaratustra, Más allá del bien y del mal o Ecce homo. Pero su literatura había cambiado. Como el propio autor reconoció a un amigo, su estilo se había hecho más telegráfico y, como si el hierro de las teclas se hubiera colado en la mente del escritor, más contundente y duro. La tecnología estaba modulando su mensaje, al estilo del aforismo de Marshall McLuhan de que el medio es el mensaje. Un siglo después, internet parece estar haciendo lo mismo, esta vez a millones de personas. Pero el resultado no está siendo tan fructífero. Según el estadounidense Nicholas Carr, el sinfín de estímulos que llegan al cerebro desde la red nos está haciendo unos superficiales.
Carr ha publicado esta semana la obra Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? (Taurus Pensamiento). Editada en inglés el verano pasado, está generando una gran polémica tanto en EEUU como en Europa. El autor sostiene en la obra que la red, tan llena de ventajas, está alterando nuestras habilidades cognitivas. Haciendo un repaso por la historia de la tecnología, desde la invención del reloj hasta el libro, pasando por la bola de escribir de Nietzsche, muestra que cada una de ellas ha dejado su huella en la mente. Apoya el repaso con los más recientes experimentos en el campo de la neurología. Su conclusión es clara: internet, la última gran tecnología, está debilitando algunas de las funciones cerebrales más elevadas, como el pensamiento profundo, la capacidad de abstracción o la memoria.
El riesgo al delegar la memoria es «empezar a perder la humanidad»
El autor parte de una idea que ya planteó en un célebre artículo en la revista The Atlantic en 2008. Con el provocador título ¿Nos está haciendo estúpidos Google?, relataba su incapacidad personal para concentrarse. El libro, de hecho, es una extensión de aquella idea. «Solía ser muy fácil que me sumergiera en un libro o un artículo largo. Mi mente quedaba atrapada en los recursos de la narrativa o los giros del argumento, y estaría horas surcando vastas extensiones de prosa. Eso ocurre pocas veces hoy. Ahora mi concentración empieza a disiparse después de una página o dos. Pierdo el sosiego y el hilo, empiezo a pensar qué otra cosa hacer», escribe en el primer capítulo de la obra. Él culpa a internet de su despiste. Ya no se concentra. Cuando está delante del ordenador leyendo un artículo, cada poco tiene que dejarlo para revisar el correo o para enviar un mensaje. Peor aún, cuando vuelve al texto, lo ojea por encima y se pierde en una marea de enlaces. Y no es el único al que le pasa.
Modelo más abierto
Un experimento realizado por el diseñador web Jakob Nielsen muestra que se surfea por el contenido de un sitio antes que leerlo en profundidad. Colocó a 232 voluntarios una minicámara para registrar sus movimientos oculares y los puso ante un texto online. Casi ninguno leyó línea tras línea. En realidad, leían el primer párrafo, después escaneaban la parte derecha de la página, se detenían en las líneas centrales y volvían a surfear por la página. Es todo lo contrario a lo que se hace con un libro.
«Es el eterno miedo a lo nuevo», replica un investigador
Carr sostiene que la red incentiva un tipo de lectura superficial. La consecuencia es que entrena la inteligencia visual-espacial pero, a cambio, debilita el procesamiento profundo. Hay, sostiene, una relación directa entre el número de enlaces y la comprensión por culpa de la sobrecarga cognitiva.
Sin embargo, el consultor y especialista en nuevos medios Juan Varela asegura que «ninguna tecnología nos hace más estúpidos, pero los problemas abundan al utilizarlas ahora y antes. Las tecnologías digitales ponen a disposición de los ciudadanos un modelo más abierto, participativo, social y eficiente de gestión de la información, pero a menudo faltan criterios claros para aprovecharlo. Ahí está el principal problema. La clave no es la tecnología, sino tener la destreza y la voluntad adecuadas para aprovecharla». Sería entonces cuestión de una falta de entrenamiento.
Carr apoya su tesis en la neuroplasticidad. La moderna neurología considera probado que el cerebro se ve modificado por el proceso de adquisición de una nueva destreza y por su propio ejercicio. Además, sigue generando nuevas neuronas y conexiones entre ellas, sinapsis, a lo largo de toda la vida. Según la neuróloga Maryanne Wolf, fueron los sumerios, inventores de la escritura, los primeros en establecer intensas interconexiones entre las áreas del cerebro relacionadas con la visión, la conceptualización, el análisis espacial y la toma de decisiones. Su obra la completarían los griegos al perfeccionar el alfabeto creado por los fenicios. Esto supuso el paso de la tradición oral a la escrita.
La tecnología que ha modelado al ser humano es el libro, según el autor
Para el autor, la gran tecnología que ha modelado al ser humano moderno ha sido el libro. A comienzos del primer milenio, aparecieron en Europa las primeras gramáticas. La abigarrada escritura continua dejaba paso a frases y palabras separadas y acentuadas. Por primera vez, se hacía para los ojos y no para los oídos. Aunque supuso el fin de los escribas y lectores oficiales, este cambio hizo posible la escritura en privado, liberando la inventiva, el pensamiento alternativo y hasta el herético. Pero también permitió la lectura en profundidad, la desconexión del mundo que nos rodea. La invención de Gutenberg generalizó el cambio. Ahora, 550 años después, «la imprenta y sus productos están siendo desplazados del centro de nuestra vida cultural hasta los márgenes», escribe Carr, por los medios electrónicos.
El neurofisiólogo del Neurocom de la Universidad de A Coruña y experto en neurociencia computacional Xurxo Mariño reconoce que la tecnología y la cultura modelan el cerebro. El problema es saber cuánto, cómo y si tendrá continuidad. «Es poco probable que internet produzca una modificación evolutiva», explica.
A corto plazo se deberían dar dos factores conjuntamente. Por un lado, un uso cultural que modifique el sistema nervioso. Es lo que podría estar ocurriendo con internet. «Lenguas diferentes, por ejemplo, crean mentes distintas». Pero falta descubrir la existencia de genes con una susceptibilidad previa que puedan aprovechar esta nueva tecnología y que se prolonguen en sucesivas generaciones.
Un experto en la red señala que la clave es tener destreza con la tecnología
Cambios culturales
Entre las capacidades que deterioran internet estaría la memoria. Delegamos cada vez más en calculadoras, móviles y otras máquinas datos e informaciones que recordar. Muchos han recurrido a la metáfora de ver la mente como un ordenador y a internet como una gran memoria colectiva. El problema aquí, según Carr, es que la memoria biológica no es como la artificial. Cada vez que se recupera un recuerdo, este se recrea en una especie de fitness cerebral. Sin el ejercicio, las sinapsis neuronales se encogerían. El riesgo que corremos al delegar lo más humano, como el pensamiento y el intelecto en los ordenadores, dice Carr, «es el de poder empezar a perder nuestra humanidad».
«Son argumentos tan viejos como el tebeo», alega el profesor de filosofía de la ciencia en la Universidad Autónoma de Barcelona, David Casacuberta. Este investigador del impacto social y cognitivo de la tecnología recupera un pasaje del Fedro de Platón para desmontar los miedos de Carr. Precisamente, el mismo pasaje que recoge el autor en su libro. En él, el rey Thamus reprocha al dios Thot que haya concedido la escritura a los humanos. «Implantará el olvido en sus almas», dice Thamus. Pero la escritura nos dio nuevas habilidades. «Es el eterno miedo a lo nuevo», añade Casacuberta.
El profesor coincide con Carr en que internet está desplazando a otros medios culturales, como el libro. Pero niega que tenga que ser perjudicial. «Nuestro cerebro no funciona secuencialmente, página a página, sino enlazando conceptos, como los hiperenlaces en internet».
«Habrá una rebelión contra la red»
Nicholas Carr. Autor de ‘Superficiales’
La tecnología del libro provocó cambios positivos en el cerebro. ¿Por qué no internet?
Los provoca. Hay evidencia de que a medida que se pasa más tiempo en línea se fortalecen habilidades visuales. Pero, al mismo tiempo, parece debilitar la capacidad para la contemplación y la atención, que son importantes para el pensamiento conceptual, crítico y creativo.
El malabarista mejora con el entrenamiento. ¿No podría ocurrir lo mismo con la multitarea?
La habilidad en la multitarea afecta a varios procesos cognitivos más profundos. En el libro cito al neurocientífico Jordan Grafman: «Cuanta más multitarea, seremos menos deliberativos, menos capaces de pensar y razonar».
¿Qué ocurrirá cuando los niños de hoy sean adultos?
Los efectos sobre jóvenes y viejos son los mismos. Creo que la distinción entre nativos e inmigrantes digitales es una ilusión.
¿Darán marcha atrás como usted pide en el libro?
Asistiremos a una rebelión contra la hegemonía cultural de internet.
http://www.publico.es/358846/internet-esta-cambiando-las-mentes