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¿Internet para todos?

Fuentes: AIN

Las campañas llueven. Se acusa a Cuba de no permitir el acceso de sus ciudadanos a internet, la sin dudas famosa, pródiga y utilísima Redde redes. Como siempre, el filo se desliza hacia el pretendido «temor de la dictadura comunista» de que los isleños conozcan la verdad del planeta, pretendidamente ocultada por sus «retorcidos» órganos […]

Las campañas llueven. Se acusa a Cuba de no permitir el acceso de sus ciudadanos a internet, la sin dudas famosa, pródiga y utilísima Red
de redes. Como siempre, el filo se desliza hacia el pretendido «temor de la dictadura comunista» de que los isleños conozcan la verdad del planeta, pretendidamente ocultada por sus «retorcidos» órganos de información. Quienes así hablan ocultan que internet llega en la isla, de manera socializada, a centros de estudios de diferentes niveles, a instituciones científicas y a entidades oficiales, y que la población puede acceder a su consulta en los 60 clubes de computación creados a nivel de municipio en todos los rincones de la nación. Además, se ha hecho el esfuerzo para que lo reciban de forma particular miles de científicos, intelectuales, periodistas, profesores y otros profesionales de las más diversas ramas; para los cuales la actualización informativa es esencial en su trabajo y en el aporte que hacen a la vida del país.

Los críticos de Cuba no dicen que internet es un servicio caro, muy caro, y que, por ejemplo, es otro de los objetivos del bloqueo yanqui a la Isla, de manera que hasta hoy La Habana, debido a la oposición de la Casa Blanca, no ha podido acceder a los cables submarinos por donde circula la red, lo que haría, menos costoso el servicio y mejoraría su conectividad. Pero además, resulta algo burlesco que se hable de no acceso, cuando hasta hoy internet es un producto virtualmente monopolizado por y para los poderosos del orbe. Solo el 10 por ciento de los pobladores del mundo tienen acceso a la Red de redes. Las cifras son reveladoras en este sentido. Mientras casi 60 por ciento de los norteamericanos y 40 por ciento de los japoneses reciben ese servicio, en Brasil la cifra no pasa de siete u ocho por ciento, y en la India, la segunda nación más poblada del mundo, escasamente sobrepasa el uno %. Otras estadísticas confirman esta abismal desigualdad en el uso de internet. Mientras 200 millones de estadounidenses y canadienses, y 154 millones de europeos se conectan a la red, los africanos con esa posibilidad son apenas cuatro millones.

Por su parte suman escasamente 25 millones los latinoamericanos con esa posibilidad, de los más de 450 millones de personas que viven en la región. ¿Dónde está entonces esa libertad de acceso de la que se habla con tanta jactancia? ¿Acaso no son las asimetrías creadas por el capitalismo a nivel global las que otra vez excluyen a las mayorías? Y cuidado, porque como herramienta al fin, Internet puede revertir sus mensajes y efectos si detrás hay una voluntad revolucionaria, y ya Washington, molesto ante algunos signos en ese sentido, se plantea descoyuntar el sistema, incluso con dispositivos militares, si sus rumbos no coinciden con las apetencias imperiales. Otra muestra de «libertad».