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Invasión estadounidense de Irak: guerra de pega y resistencia popular

Fuentes: Rebelión

Traducido para Rebelión por Marina Trillo

Introducción

Las explicaciones de la invasión estadounidense de Irak están cubiertas de mentiras y distorsiones, que magnifican los éxitos del mando militar de EEUU. La historia de una victoria rápida, con un número mínimo de bajas, es aducida como ilustrativa del superior poder militar estadounidense, del genio de los estrategas del Pentágono y del derrumbe de la moral militar entre las fuerzas iraquíes al enfrentarse a una fuerza militar superior y a la inevitabilidad de una victoria militar estadounidense. A pesar de la amplia circulación de estas explicaciones en todos los medios de comunicación y su virtual aceptación por parte de los escritores de todas las tendencias políticas, hay varias preguntas importantes sin contestar: ¿Por qué no fueron utilizados aviones iraquíes para atacar los puestos de mando estadounidenses en Kuwait y los navíos estadounidenses (que estaban) a pocos minutos de distancia? ¿Por qué dejaron prácticamente abandonada militarmente a Bagdad? ¿Por qué ha habido más bajas militares estadounidenses «después de la guerra» que antes? ¿Por qué la resistencia y la moral de lucha de los iraquíes no han disminuido bajo la ocupación militar por tropas estadounidenses?

Estas y otras preguntas llevan a una cuestión más profunda – ¿Fue el ‘contrato’ militar entre las fuerzas invasoras estadounidenses y el gobierno iraquí realmente una ‘guerra’? Más de 30.000 soldados iraquíes y ocho mil civiles fueron matados y muchos miles más heridos. Esto significa que hubo un ataque estadounidense muy violento contra ciudades iraquíes e instalaciones militares. Una invasión militar e incluso una ocupación no necesariamente significan que se libró una guerra. No quiero decir que no hubiera focos de resistencia, algunos de ellos bastante decididos, pero lo que está claro es que ciudades estratégicas, ciudades petroleras del Norte, Bagdad la capital, en el centro y las ciudades petroleras de las zonas fronterizas del sur, fueron conquistadas sin encontrar ninguna resistencia de importancia, a pesar de los enormes escondrijos de armas, un gran ejército permanente y guerrilleros irregulares armados.

La idea de ‘guerra’ implica conflicto entre dos ejércitos, lo que en gran parte no ocurrió. Es verdad que EEUU actuó como si hubiera una guerra – bombardearon, mutilaron, masacraron y sus fuerzas de tierra y armamentos móviles conquistaron Irak… pero nunca entraron en combate. Una guerra peculiar con una parte bombardeando y conquistando y la otra parte… implicándose al mínimo. A medida que las horas se convirtieron en días y fuerzas de EEUU fueron arrollando sin esfuerzo, militares estadounidenses sacaron a la luz dos explicaciones, ambas a beneficio suyo y ambas extensamente diseminadas por los medios de comunicación. La primera fue que los ataques aéreos habían «devastado» al ejército iraquí tanto física como psicológicamente y por eso «se retiraron», abandonando sus puestos o rindiéndose. Esta «explicación» suscita aún más preguntas: Si «se retiraron» ¿a dónde fueron, si en ningún momento hubo una «última posición» – una posición concentrada de resistencia de masas? Si abandonaran el ejército, ¿cómo fue que sus comandantes y oficiales militares permitieron que sucediera tal cosa? La responsabilidad de la disciplina, orden y reagrupamiento de un ejército recae en el mando militar – ¿cual fue su papel? En tercer lugar, menos del 5% del ejército Iraquí resultó incapacitado, al menos físicamente, ¿por qué no siguió combatiendo el restante 95% de las fuerzas armadas?

Cuando los racistas, neo-conservadores y lumbreras sionistas y académicos hacen sus frecuentes e ignorantes incursiones en la «Mente Árabe», expresan abierto desprecio por la carencia de disciplina de los «Árabes», su capacidad para luchar y su capacidad para hacer frente a un adversario democrático decidido como Israel y EEUU. Usan estos clichés imperialistas genéricos para «explicar» cada éxito militar, y justificar futuras invasiones militares. Esta «explicación» omite hablar de los ataques ejecutados a diario por la resistencia iraquí contra el ejército de ocupación estadounidense «después» de terminada la guerra. Además esta opinión racista sobre los «Árabes» especialmente por parte de los sionistas del Pentágono es la responsable de los mayores «errores de cálculo» estadounidenses respecto a la guerra: la equivocada noción de que los iraquíes se doblegarían ante la ocupación estadounidense, que habría poca resistencia, y que la «calle árabe» podría ser intimidada mediante las ‘grandes bombas’ (según Kagan)

La mayoría de las tropas iraquíes no se rindieron – muchos de los iraquíes hechos prisioneros lo fueron después de la guerra. El mando estadounidense y británico informó acerca de sólo unos miles de prisioneros militares. La mayor parte de las armas militares iraquíes no se rindieron porque los portadores de las mismas no las entregaron. EEUU no desarmó al ejército Iraquí porque nunca lo capturaron para desarmarlo – como normalmente ocurre cuando un ejército victorioso captura tropas enemigas.

La Tesis de una Guerra de Pega

La invasión militar estadounidense de Irak resultó ser una guerra de pega, donde EEUU fingió enfrentarse en combate contra un enemigo, cuando de hecho ocupó violentamente el país con un mínimo de resistencia. EEUU no ganó una guerra, como declaran sus líderes políticos y militares, los generales Iraquíes y algunos de sus políticos clave les entregaron el país.

EEUU ocupó Irak rápidamente debido al comportamiento traidor de sus comandantes militares. El comportamiento de sus líderes políticos promoviendo la guerra – en particular en relación con Naciones Unidas también minó severamente las defensas iraquíes. Sin mando, estrategia o dirección, las fuerzas armadas Iraquíes apenas combatieron el avance militar estadounidense. Además los tratos secretos entre generales Iraquíes y EEUU, les proporcionaron una huida segura a cambio de desmovilizar las fuerzas Iraquíes en particular en Bagdad y otras ciudades y preservar los yacimientos petrolíferos para su explotación por EEUU. Las fuerzas armadas Iraquíes no fueron derrotadas en combate, pero su capacidad de resistir la primera fase de la invasión fue minada.

Posteriormente sin el mando general traidor y habiendo sido desahuciados por el segundo virrey estadounidense (Bremer), muchos de los ex-soldados se transformaron en resistencia anticolonial, que a diario ejecuta docenas de operaciones de combate contra las fuerzas armadas estadounidenses.

Contrariamente a lo que dijo Bush, la guerra estadounidense-iraquí comenzó, no terminó, el 1 de mayo de 2003. Por primera vez el pueblo iraquí no estaba dirigido por líderes conciliatorios que permitieron a Naciones Unidas inspeccionar, desarmar e informar sobre las defensas iraquíes, proporcionando así inteligencia estratégica vital y apoyo a los preparativos de guerra estadounidenses y británicos. La resistencia anticolonial iraquí representa una nueva y más eficaz configuración de adversarios militares contra el imperio estadounidense, y es capaz de una guerra popular prolongada, lo que resultaba inconcebible bajo Saddam Hussein y sus mandos militares.

Para entender el brote de la verdadera guerra estadounidense-iraquí es útil revisar el proceso que condujo a ella.

Preparativos de antes de la guerra: Conciliación estadounidense e iraquí

A lo largo de los años 1990 el régimen iraquí adoptó una política conciliatoria hacia EEUU. A pesar la propaganda del gobierno estadounidense y los medios de comunicación sobre la «no-cooperación», la «intransigencia» de Saddam Hussein y sus armas secretas de destrucción masiva, el régimen de hecho se sometió a las misiones de Naciones Unidas de busca y destrucción en todas las principales instalaciones militares, fábricas de armas e instalaciones científicas. Bajo la dirección del Secretario General designado por EEUU, Kofi Annan, los inspectores de Naciones Unidas que incluyeron a Richard Butler y otros que estaban trabajando con y para la CIA, entregaron a la inteligencia estadounidense datos estratégicos sobre la posición de objetivos militares y capacidad iraquí. Además, proporcionaron información obtenida en entrevistas con científicos, generales y funcionarios políticos, sobre su grado de compromiso con el régimen y las probables reacciones ante un futuro ataque estadounidense. En el transcurso de la década, los equipos de inspección de Naciones Unidas y sus colegas de la Agencia Internacional de Energía Atómica dirigida por otro cliente designado por EEUU, El Baradei, destruyeron totalmente todo sistema de armas concebible que pudiera haber defendido a Irak e infligido bajas a un ejército invasor estadounidense. El bombardeo constante e impune de Irak por parte de la fuerza aérea y mísiles estadounidenses y británicos durante la década da fe del éxito del programa de desarme unilateral de los inspectores de Naciones Unidas. Las Naciones Unidas hicieron cumplir las sanciones económicas dictadas por EEUU que mataron a más de un millón de iraquíes, incluidos más de 500.000 niños, debilitando aún más la capacidad defensiva de Irak. En la parte norte de Irak, EEUU creó un protectorado colonial, armando y protegiendo a sus señores de la guerra Kurdos. Aunque el régimen iraquí protestó enérgicamente por las constantes violaciones de su soberanía, la división del país, los bombardeos de terror de los EEUU y el desarme, por parte de EEUU/ONU, en última instancia se sometió en cada punto.

El régimen iraquí creyó que su franqueza política aminoraría su vulnerabilidad militar, esperando que cada concesión lograría el levantamiento de las sanciones económicas. De hecho, sucedió lo contrario, cada concesión aumentó la presión estadounidense, porque Washington las interpretó como signos de debilidad y como una brecha para conseguir el control total del estado Iraquí y sus yacimientos petrolíferos por medio de un régimen cliente. El régimen dictatorial debilitó todavía más la capacidad defensiva de Irak al proscribir la emergencia de las bases de movimientos populares antiimperialistas, excluyendo las iniciativas independientes locales, controlando todas las decisiones a través de un círculo muy reducido de leales a Saddam y generales de cuestionables compromisos y capacidad. La emergencia de los movimientos antiimperialistas de masas y la resistencia militar tendrían que esperar a la caída de la dictadura de Saddam y el desmantelamiento del mando militar subsiguiente a la invasión estadounidense.

El Pacto Secreto que Ganó la Guerra: La Traición y la Guerra de Pega

Las cámaras de televisión de los reporteros empotrados destacaron las explosiones de bombas y mísiles, la quema de tanques iraquíes, y el avance de las tropas británicas y estadounidenses. Casi todos los reporteros asesinados eran periodistas y fotógrafos independientes no-estadounidenses, que fueron matados por militares estadounidenses, no por fuego Iraquí. Los medios de comunicación recogieron la dispersa resistencia, la captura de docenas de prisioneros y sobre todo las ruedas de prensa de los generales de salón que dirigían la invasión desde el cuartel general de Florida. A medida que avanzaron las fuerzas angloamericanas, la resistencia principal fue ofrecida por pequeñas unidades en los pueblos y en la ciudad de Basora, y estaba en gran parte formada por destacamentos iraquíes bajo mando local y fedayines Baazistas. Para apuntalar la imaginería de una guerra a gran escala y por supuesto hinchar los logros militares de los generales, cada escaramuza fue magnificada y se dió una importancia exagerada a cada cruce de fuego. A medida que la máquina de guerra estadounidense avanzaba con poca oposición militar, los medios de comunicación y los oficiales militares le atribuyeron un poder formidable, el consumado esplendor de la estrategia militar de Rumsfeld, la perspicacia de los planes de guerra de Wolfowitz y el absoluto espectáculo del poder de la pandilla de militaristas-sionistas (Kagan, Perle, Kristol, Cohen, Adelman, Feith, y Pipes). En algún momento, un periodista no empotrado advertía inoportunamente que tal vez el rápido avance militar estadounidense tuviera algo que ver con el hecho de que el «otro lado» no estaba luchando con mucha fuerza, que los EEUU no habían encontrado el grueso del ejército iraquí, que no fue lanzado ningún misil iraquí de corto alcance y que no había atacado ningún avión suicida.

«Pasará en la próxima oportunidad,» decían los generales y los medios de comunicación lo adornaban. Después «sus militares no estaban preparados,» dijo otro estratega de Washington (¡cómo si la acumulación de tropas estadounidenses y el anunciado ataque militar, con seis meses de adelanto, fuera el ataque más secreto de la historia militar moderna!). Luego un genio militar sumamente bien situado declaró solemnemente, «aprendieron en la última guerra del Golfo que serían masacrados con una guerra en el desierto. Se han retirado a las ciudades. Están concentrando sus tropas y armamento en Bagdad para la resistencia última.»

Otra vez más los medios de comunicación tomaron nota y lo titularon «la Batalla de Bagdad» y repicaron tambores sobre la próxima gran batalla. Todos los días y a todas horas, los periodistas empotrados contaban los kilómetros para la Batalla Final, especulaban sobre cuantos miles de soldados entrarían en combate, víctimas potenciales, cómo libraría EEUU los combates «casa por casa» y la «lucha en las calles». En las afueras de Bagdad, había fuego de francotiradores, algún fuego ligero de ametralladora y por supuesto el bombardeo estadounidense de la ciudad, barrios pobres, mercados y hospitales. Miles de civiles resultaron mutilados o muertos, pero de esto no se informó. Se produjo algún tiroteo disperso en el aeropuerto que fue pregonado por los medios de comunicación como una importante batalla aún cuando los transportes acorazados estadounidenses ocuparon en unas horas las instalaciones (donde varios soldados estadounidenses se produjeron lesiones al irrumpir en los departamentos de licores de las tiendas libres de impuestos). En un corto intervalo de tiempo, las tropas estadounidenses, vehículos acorazados y helicópteros entraron en Bagdad y no hubo prácticamente ninguna resistencia en una ciudad de 6 millones de habitantes. La resonancia de cada tiro fue amplificada por los medios de comunicación para dar la impresión de un importante y exitoso combate. Los principales edificios militares, de inteligencia, y del petróleo fueron tomados intactos. Las tropas estadounidenses tomaron los Ministerios de Defensa y del Petróleo, pero se negaron a enfrentarse con la muchedumbre de vándalos que estaban saqueando las principales instituciones civiles. Tendremos que esperar por un veredicto final que aclare si las tropas estadounidenses se negaron a intervenir por miedo o por complicidad con los vándalos. Impidieron la intervención de la policía armada iraquí y hasta dispararon contra los ciudadanos que trataban de luchar contra los saqueadores.

No hubo ninguna hazaña, ninguna derrota de Estalingrado, ninguna gran batalla, por lo tanto ninguna gran victoria. Ésta tuvo que inventarse.

El emblema de esta guerra de pega fue el «rescate» de la soldado Jessica Lynch, una soldado estadounidense con heridas serias a consecuencia de un accidente de automóvil, que fue capturada y tratada en un hospital iraquí. Durante su hospitalización, le dieron tratamiento médico de prioridad. Incluso las enfermeras donaron sangre para sus transfusiones. Sin embargo en la búsqueda de hazañas, EEUU inventó la historia de una valiente soldado Jessica, la guerrera adolescente, que luchó y mató a un escuadrón de iraquíes, fue llevada bajo guardia a un hospital por abusivos soldados y liberada de sus sádicos captores por un grupo de comandos estadounidenses que lucharon abriéndose paso hasta el hospital, redujeron a las enfermeras y sacaron a la soldado Jessie hacia un lugar seguro. Dispararon contra el hospital y lo destrozaron, los médicos, las enfermeras e incluso los enfermos fueron aterrorizados, esposados, algunos encapuchados y llevados lejos. No había ningún soldado iraquí en el hospital, ninguna resistencia armada, sólo pacientes y personal médico que había salvado la vida de un prisionero enemigo seriamente herido. Lynch, que nunca había pegado un tiro, presentaba fracturas y heridas consecuencia de un accidente con su vehículo y no las heridas de bala y apuñalamiento relatadas por la atolondrada prensa. El fraude se desenredó silenciosamente mientras los editoriales borboteaban sobre las habilidades combativas de las mujeres soldado estadounidenses. Lynch, por su parte, declaró sufrir amnesia, fue honorablemente rebajada de servicio y ahora va tras un contrato de 1 millón de dólares por un libro con un escritor «negro» (no está mal para una amnesia). La guerra iraquí fue solamente la escritura ampliada de la historia de Jessie Lynch.

La explicación de la desaparición de los 250.000 de la consistente Guardia Republicana de élite, el impedido vuelo de 500 aviones militares iraquíes, el almacenaje de depósitos de mísiles antitanque, morteros y toneladas de armas pesadas y ligeras y transportes acorazados, es que se consumó un pacto secreto entre el Pentágono y los generales iraquíes. No puede darse ninguna otra explicación sobre el hecho de que los tanques estadounidenses pasaron prácticamente sin impedimentos a lo largo de carreteras modernas, por qué los tanques y tropas pudieron cruzar los puentes de Bagdad que estaban minados pero no fueron volados y por qué miles de soldados estadounidenses estaban cabizbajos en el centro de Bagdad con tan solo fuego de francotiradores ocasional. Mucha mayor resistencia se produjo en Basora, An Nassariya, Kerbala, An Najaf que no estaban bajo el mando central de los generales iraquíes o los altos escalones de la Guardia Republicana. Entrevistas con soldados iraquíes de la tropa que estaba en el aeropuerto informaron de que se produjo un breve intercambio de fuego seguido por órdenes de retirada total.

El pacto sereto aprobado por el Pentágono ofreció transporte y salvoconducto a los altos mandos de la Guardia Republicana y sus familias a Estados Unidos u otras zonas seguras además de importantes sumas de dinero. A los que eligieron ir a EEUU les garantizaron permiso de residencia y posible ciudadanía. A los oficiales de grado inferior les prometieron altos cargos en el reestructurado ejército iraquí que iba a ser organizado por la ocupación estadounidense. A cambio, los generales desertores y comandantes principales desmontaron las defensas, desmovilizaron las tropas y silenciosamente rindieron Bagdad. Proporcionaron información militar detallada sobre la ubicación de los focos de resistencia militar y la localización de Saddam Hussein, miembros de su familia y ‘leales’ que no estaban en el ‘ajo’.

Dada la estructura de mando centralizada, las órdenes de virtual rendición fueron cumplidas en línea descendente – excepto en los destacamentos locales que ofrecieron resistencia. Los soldados abandonados con armas, en algunos casos, se unieron a los saqueadores o alborotadores, ya fuera por lucro personal o para expresar su ultraje ante la traición.

El abandono de las estructuras de mando al principio creó desmoralización y flujo a los focos locales de resistencia que luego se reagruparon en redes de resistencia guerrillera. El primer virrey estadounidense Garner, conocedor del «trato» y procurando crear la transferencia ordenada del poder a sus manos, propuso reorganizar las Fuerzas Armadas reincorporando una parte sustancial del viejo ejército a la tutela militar estadounidense. Este programa se encontró con el fuego pesado de los intransigentes sionistas del Pentágono que buscaban destruir por completo el ejército iraquí y convertir el país en feudos etno-religiosos controlados por militares estadounidenses para conseguir que Israel tuviera supremacía absoluta en el Oriente Medio y un régimen iraquí dispuesto a establecer relaciones con el estado judío (una versión iraquí de la dictadura Hashemita Jordana). Cuando Bremer sustituyó a Garner procedió a implementar la línea Wolfowitz-Feith – abolió entero el fuerte ejército iraquí de 500.000, incrementando con ello el número de parados armados, haciéndoles accesibles al mensaje de los núcleos originales de resistentes militares que habían surgido después de la deserción de los generales. La incorporación de especialistas militares en minas, explosivos y guerra táctica aumentó enormemente la capacidad de la recién formada resistencia clandestina para combatir a las tropas estadounidenses en múltiples ataques diarios. La concentración de los EEUU sobre el control militar, la extracción de petróleo, y la subcontratación política de la reconstrucción de la infraestructura iraquí condujo a prolongadas demoras y en última instancia al fracaso en restablecer los servicios básicos para 25 millones de iraquíes, creando un mar de hostilidad hacia la ocupación estadounidense y una nueva oleada de reclutas y simpatizantes de la floreciente resistencia guerrillera. Conforme la resistencia demostró su eficacia nuevos luchadores internacionalistas se unieron desde países vecinos musulmanes y árabes.

El asombroso éxito de la guerrilla puede medirse de varios modos: la capacidad para realizar docenas de acciones militares diarias, de manera sostenida, y en una gran variedad de regiones del país; su éxito en la lucha relámpago que maximiza las bajas estadounidenses y reduce al mínimo las pérdidas; su eficacia en el minado de los proyectos del oleoducto colonial cambiando así la culpa popular sobre los ocupantes; su eficacia en la expulsión de los auxiliares coloniales en Naciones Unidas, Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional y muchas ONG – que podrían haber hecho incursiones para cooptar colaboradores locales, en particular entre los profesionales de élite en paro y los subcontratistas locales. Lo más importante de su lucha es la noción de que no puede emprenderse ninguna reconstrucción antes de que se acabe el dominio colonial; la «reconstrucción bajo dominio colonial» sólo perpetuará los nuevos gobernantes y enriquecerá a las multinacionales que tomarán el control de las empresas públicas iraquíes, petróleo, electricidad, agua y otras infraestructuras básicas, establecerá enormes bases militares permanentes estadounidenses y minará la unidad del país.

La Nueva Ola: El Futuro de la Resistencia

La tentativa estadounidense de «dar marcha atrás al reloj» a un período anterior de invasiones coloniales y gobierno directo fue una noción extraña impuesta a los imperialistas de la Administración Bush por los extremistas funcionarios sionistas y militaristas. Su objetivo no era seguir tácticas flexibles para crear un nuevo estado cliente, sinó destruir Irak, ahora y para el futuro, como potencial alternativa al poder israelí en Oriente Medio. Obligaron a la destrucción total del estado para convertir a Irak en una economía de subsistencia, forzando a la emigración del Oriente Medio a millones de trabajadores y profesionales cualificados. Demandaban un régimen presidido por militares estadounidenses y una colección de clientes del exilio obligados hacia sus patrocinadores sionistas del Pentágono. Ahmed Chalabi es el ejemplo principal.

Por consiguiente, la política de gobernar y arruinar ha tenido el efecto de aumentar las fuerzas de resistencia armada, provocando la oposición anticolonial de la aplastante mayoría y minando los esfuerzos del régimen de Bush por desenredarse de Irak «internacionalizando» su gobierno colonial con soldados mercenarios de Paquistán, India, Bangla Desh y Europa Oriental.

La pandilla S (sionista) dirigida por Wolfowitz ahora admite haber «subestimado» el problema de la post-invasión de Irak. De hecho su obsesión principal de defender Israel a toda costa – incluso con aumento de bajas estadounidenses – estaba tras el plan de destruir el ejército iraquí y creer que el poder militar haría agacharse a «los árabes» en eterna sumisión. Los «errores» fueron construidos sobre el anacrónico modelo original israelí de colonización y puño de hierro – que la pandilla de S tiene en gran estima y que elaboraron algunos de ellos (Perle y Feith) en su informe para Netanyahu en 1996.


Ahora los EEUU están embebidos en una guerra colonial que, la historia nos enseña no pueden ganar. En EEUU entre algunos Demócratas «liberales» (Kerry) y Republicanos (McCain) hay peticiones para que se aumente el número de tropas de ocupación colonial. Otros liberales y conservadores proponen «internacionalizar» la guerra, compartiendo alguna autoridad con unas Naciones Unidas flexibles, para traer a 40-50.000 tropas hindúes y Musulmanas del Sur Asia. La camarilla de Bush teme que un mayor despliegue de tropas le cueste la elección; Rumsfeld quiere más tropas extranjeras pero sin ceder ningunos poderes o un monopolio digamos sobre la asignación de contratos, la estrategia militar y la extracción de petróleo. El régimen de Bush y sus amplificadores en los medios de comunicación siguen reciclando la noción de que la resistencia la forman simplemente «extranjeros», «agentes de Al Qaeda», «remanentes de los seguidores de Saddam Hussein» (o el Partido Baaz) – en otras palabras, fuerzas marginales e insignificantes que serán eliminadas en breve a medida que las fuerzas estadounidenses peinen las ciudades, pueblos, barrios, ayudados por una red de informadores y policía colonial iraquí.»

Estas son ilusiones coloniales, necesarias para conservar el apoyo público en vista del rápido deterioro de la situación. EEUU aún no ha aceptado que lo que precedió al 1 de mayo fue una guerra de pega, una guerra mediática que fue ganada por un pacto secreto de la élite, un trato que permitió a EEUU conquistar Irak y dejó fuera a 25 millones de personas.

La nueva guerra lleva ahora cinco meses – y EEUU no ha hecho progresos en cuanto a la disminución de los ataques, ni ha capturado posiciones estratégicas, porque no hay ninguna – la resistencia está por todas partes. Para la gran mayoría de iraquíes el objetivo político estratégico es la retirada estadounidense de Irak y la disolución del «régimen interino» cliente iraquí. La nueva guerra la libra una fuerza guerrillera sumamente motivada, que no está dirigida desde arriba y desde lejos por corruptos generales de salón ni está amenazada por un gobernante déspota. La forman miles de antiguos soldados, incluidos muchos especialistas militares. La forman cientos de miles de paisanos hartos de humillaciones diarias, incursiones de medianoche reventando puertas y del abuso de sus mujeres e hijas, que han tomado el fusil o proporcionan inteligencia o apoyo logístico a los luchadores. La forman millones de trabajadores en paro y empobrecidos, agricultores y profesionales que no tienen ningún futuro bajo el dominio colonial estadounidense.

Como informa un periodista del Financial Times, «puede que pronto los mandos estadounidenses tengan que afrontar el hecho de que se enfrentan a la rebelión de una región entera de Irak, el Centro Sunni». Prosigue para citar a un miembro iraquí de la milicia apoyada por EEUU (Fuerza de Protección de Falluja o FPF), «la ciudad entera rechaza la ocupación americana… los muyahidin son habitantes de la ciudad …» Concluyó que, «parece (sic) haber un modelo de venganza contra las tácticas agresivas usadas por la coalición (sic) en Fallujah y en otras partes.» Cita a un capitán de las FPF que declaró que la resistencia comenzó a principios de mayo después que las fuerzas estadounidenses masacraron a 15 manifestantes pacíficos, mataron a una niña pequeña y a varios otros civiles.» (Financial Times, el 25 septiembre 2003 p.6)

Unos cuantos mullahs cooptados, un par de cientos de exiliados colonizados importados y unos miles de policías no tienen ninguna posibilidad contra la rebelión que bulle en las masas de iraquíes que ven cada acto violento directamente relacionado con la presencia del mando militar estadounidense. Toda la propaganda de los medios de comunicación estadounidenses destinada a los iraquíes no cambia la miseria absoluta de su vida diaria, la humillación de los constantes insultos y amenazas que les lanzan en las calles, en los mercados y la arrogante sumisión forzada de los sospechosos capturados encapuchados y empujados al suelo, con una bota sobre sus cuellos, un arma apuntando a su cabeza, bajo las luces de búsqueda de los vehículos acorazados y helicópteros. Estas «ayudas visuales», rutinas de gobierno colonial, han liberado un odio razonado que sólo ahora se ha unido a la guerra contra el imperialismo.

Todavía se harán tratos pero beneficiarán sólo a unos cuantos – ya no existe un mando central para ejecutar órdenes o ejecutar a los sujetos desobedientes. Hay traidores e informadores, pero sus vecinos y colegas los conocen y son tratados en el contexto de la resistencia anticolonial. No hay frentes de batalla – está por todas partes, hay minas en las carreteras porque las plantaron y detonaron comandos locales; no hay ninguna ‘Batalla de Bagdad ‘ – habrá mil y una batallas en Bagdad – en cada camino, callejón, bloque de apartamentos y plaza del mercado. No hay ninguna familia de la élite que sea el objetivo, ningún líder que matar al terminar la guerra; hay millones de familias y miles de líderes. Esta es una nueva guerra. Rumsfeld y Wolfowitz mejor que se preparen para una guerra prolongada, invencible, con bajas diarias que con el tiempo les llevarán a retirarse de la política. Recuerden a LBJ, recuerden Vietnam. Numerosas bajas significan que el gigante durmiente al fin se despertará.