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Irak: islamistas conversos

Fuentes: La Voz de Galicia

Por mucho que el primer ministro iraquí, Iyad Alaui, ex colaborador de la CIA, haya alardeado ante el Congreso de Estados Unidos de «estar triunfando» en el caos sangriento de Irak, cada día la insurgencia da la impresión de ser más metódica. Utiliza a la vez tres tipos de combatientes y otros tantos modos de […]

Por mucho que el primer ministro iraquí, Iyad Alaui, ex colaborador de la CIA, haya alardeado ante el Congreso de Estados Unidos de «estar triunfando» en el caos sangriento de Irak, cada día la insurgencia da la impresión de ser más metódica. Utiliza a la vez tres tipos de combatientes y otros tantos modos de acción.

Primero: guerrilleros audaces y organizados, capaces de defender durante horas una calle del centro mismo de Bagdad, obligando a las fuerzas estadounidenses a replegarse o a enviar la aviación a bombardear barrios civiles y a causar víctimas inocentes, lo cual multiplica el odio contra la ocupación, e incita a muchos a alistarse en las filas de la rebelión.

Segundo: comandos suicidas que, después de haber hecho huir de Irak, a base de atentados devastadores, a todas las instituciones internacionales que habían acudido para estabilizar el país, golpean duro a sus rivales chiítas y kurdos, y atacan ahora sin piedad a la policía colaboradora que el Gobierno títere de Iyad Alaui está tratando de consolidar.

Tercero: raptores que siembran el pánico, con sus espantosos degüellos filmados, entre los extranjeros, los empleados civiles de las tropas ocupantes, los humanitarios de las ONG y los iraquíes (a menudo cristianos) que trabajan para todos ellos; y además, con el chantaje de la liberación de rehenes, meten cizaña entre los miembros de la coalición e intentan destrozarla.

El abominable decapitador-jefe es el jordano Abu Musab Al Zarqawi. Los servicios secretos occidentales estiman que, en el interior de Irak, el grupo salafista Monoteísmo y Guerra Santa, que lidera este lugarteniente de Osama Bin Laden, dispone de unos 2.000 combatientes desplegados en las grandes ciudades. Sus principales bases se encuentran en Faluya, con unos 500 efectivos; en Mosul, donde dispone de unos 400, y en la propia capital, Bagdad.

Estos salafistas quieren hacer de Irak un infierno para cualquier extranjero, sea o no militar; desean impedir la estabilización del país y la instauración de un poder apadrinado por Washington. La cúpula de Monoteísmo y Guerra Santa esta constituida a semejanza de la red Al Qaida: en torno al jefe supremo, militar y espiritual -en este caso Zarqawi-, un primer círculo de emires internacionalistas , curtidos en otros frentes (Afganistán, Bosnia, Kosovo, Argelia, Cachemira, Chechenia) y venidos a Irak para enfrentarse en directo contra las fuerzas del Imperio.

Al Zarqawi está protegido por una guardia de hierro difícil de franquear y constituida por camaradas de viejas luchas que conoce desde hace tiempo. Algunos de estos guardaespaldas son europeos conversos.

Un reciente informe de los servicios franceses de inteligencia confirma que las conversiones al Islam están en aumento, no todas por razones políticas. Pero en muchas periferias urbanas, abandonadas a la marginación, los jóvenes se convierten al Islam radical por solidaridad con sus amigos de origen musulmán con los que comparten la miseria y el sentimiento de injusticia. A veces, su conversión se produce en la cárcel, adonde han ido a parar por causas veniales (pequeña delincuencia, droga) y en donde hallan la solidaridad efectiva de los islamistas.

Algunos hacen el viaje a Afganistán, meca del salafismo más combativo, y después de una estancia en un convento-cuartel de Al Qaida, regresan trasformados en modelos espirituales y combatientes implacables. Van allí, como en tiempos pasados otros fueron a Moscú, a Pekín o a Tirana. Porque tienen sed de justicia más que de religión. Porque la extrema izquierda se ha retirado de los barrios más pobres. Y porque, por extraño que parezca, el último reducto del antiimperialismo más radical, se haya ahora en el islamismo radical.