A través de controlados y mediatizados medios electrónicos y de comunicación que operan en escala internacional todos los días uno se entera, parcialmente, de lo que ocurre en Irak, particularmente, luego de la brutal embestida del ejército norteamericano contra la ciudad de Faluya y contra sus habitantes, los cuales no tuvieron más remedio que abandonarla. […]
A través de controlados y mediatizados medios electrónicos y de comunicación que operan en escala internacional todos los días uno se entera, parcialmente, de lo que ocurre en Irak, particularmente, luego de la brutal embestida del ejército norteamericano contra la ciudad de Faluya y contra sus habitantes, los cuales no tuvieron más remedio que abandonarla.
En efecto, el 8 de noviembre de 2004 se conoce en Occidente la noticia del ataque estadounidense sobre Faluya que deja un sinnúmero de muertos y heridos por el bombardeo indiscriminado y provoca el éxodo de cientos de miles de personas (unas 200 mil según la prensa) hacia las afueras de la ciudad.
Posteriormente el 21 de diciembre de 2004 la resistencia ataca una base de Estados Unidos en Mosul con un saldo de decenas de muertos y heridos entre las tropas invasoras (unos 18 entre los soldados norteamericanos) y de los colaboracionistas; acontecimiento que impactará duramente a la opinión pública internacional, incluyendo a algunos sectores «sensibles» en Estados Unidos, particularmente a los familiares de los soldados presuntamente afectados.
En el lapso que transcurre entre ambos acontecimientos, el presidente norteamericano declaró «acabada» la insurgencia mientras que, envalentonado, ratificó la realización de presuntas «elecciones» para el 30 de enero de 2005 con el objeto de imponer por la fuerza la «democracia» ―y su concepto― imperialista en Irak. Flamante «democracia» en un país ocupado en donde irónicamente la «Comisión Nacional Electoral» operará desde Ammán, la capital de Jordania.
Sin embargo ante esto, a pesar de los informes oficiales que emite el pentágono y el gobierno de Estados Unidos (y que repiten fielmente con todos los puntos e íes las cadenas informativas en el mundo), en ciudades como Kerbala, Najaf, Mossul, Faluya, Bagdad y otras (se habla de 30 ciudades liberadas), la resistencia organizada y el pueblo iraquí se manifiestan contra la ocupación a través de múltiples formas como el sabotaje, la toma de rehenes, ataques a embajadas y a objetivos concretos del ejército colaboracionista; ataques directos a las tropas ocupantes, corte de carreteras, voladuras de oleoductos petroleros y ataques con carros-bomba, entre otras acciones de envergadura.
De acuerdo con informes sobre el conflicto de Irak de medios independientes como el diario de la resistencia que aparece frecuentemente en las páginas de Internet o de medios progresistas como rebelión.org/, estas acciones han tenido efectos directos de gran repercusión e impacto sicológicos entre las tropas de ocupación y sus jefaturas que van desde la deserción de soldados, la denuncia de las atrocidades que comete la tropa contra la población civil, fuga de empresas extranjeras contratistas, hasta el miedo y la depresión a causa de no tener más objetivos en Irak que la ocupación en sí misma, la destrucción y la muerte de los habitantes.
En el plano internacional, entre otras repercusiones importantes, figura el hecho de que la lucha de la resistencia, en el propio país, ha provocado cierto aislamiento de Gran Bretaña y Estados Unidos al imposibilitarlos, aunque de manera temporal, para que dirijan sus ataques contra Cuba, Irán, Corea del Norte, Siria y Colombia.
Sólo la bélica clase dominante norteamericana y los altos mandos de su ejército interventor tienen clara conciencia de que lo que en realidad persiguen es apoderarse del país, de sus enormes yacimientos de petróleo para, a partir de allí, continuar en su avance imperialista para apoderarse de otros países, territorios y regiones con el fin de anexarlos al imperio estadounidense.
Pero hasta ahora, a pesar de los 150 mil soldados de ocupación que mantiene Estados Unidos en suelo Iraquí, del adiestramiento de esbirros y mercenarios nacionales y extranjeros para incorporarlos al ejército títere «iraquí»; del enorme arsenal bélico y el despliegue y uso de sofisticadas tecnologías de la muerte, Estados Unidos ―como le ocurrió en Vietnam― no ha podido doblegar y destruir a una resistencia cada vez más articulada, inteligente y organizada a pesar de la represión, el espionaje y el constante acecho de las tropas de ocupación. Por el contrario, aquella crece y cada vez más se expresa en acciones contundentes que lesionan fuertemente al enemigo en los campos de batalla y en los de la «comunidad internacional».
Con la evidente complicidad de la ONU y de potencias «amigas» como Francia o España, a Estados Unidos le urge realizar a toda costa las «elecciones» del cañón y de las balas el 30 de enero de 2005 custodiadas, por cierto, celosamente por el bombardeo y los ataques estratégicos contra la resistencia y la población civil. Además, pretende erigir y «legitimar» un gobierno títere como lo hizo sistemáticamente en América Latina en las décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado ―y recientemente en Afganistán― a la par que instrumentar un «ejército» de corte pretoriano amoldado a sus intereses contrainsurgentes y estratégicos.
Si bien esto marca toda una estrategia global encaminada, en el futuro, a aislar a países como Rusia ―como por cierto acaba de reconocer y denunciar el presiente Putín en la prensa occidental el 23 diciembre de 2004 a propósito de las elecciones presidenciales en Ucrania, al mismo tiempo que calificar de ser una farsa las pretendidas elecciones en Irak―, y cercar de múltiples formas a una verdadera potencia militar del siglo XXI como China (que en los últimos tiempos se ha convertido en locomotora del modo de producción capitalista en escala global), también revela el relativo desgaste de Estados Unidos que apostaba a que la ocupación y la derrota total de la resistencia se iban a producir en unos cuantos meses, y que todo indicaba que iba a conseguir la instauración de una «democracia» al tamaño del imperio. Pero esto no ha sido así, ni lo será en función del desarrollo de los acontecimientos.
Por el contrario, la férrea oposición que el pueblo iraquí ha desplegado contra la ocupación y su decidida apuesta por realizar los cambios necesarios y requeridos (incluso por la vía electoral) por un pueblo explotado y humillado desde la histórica época de Hussein, apuntan en el sentido de que todo eso se llevará a cabo después del proceso de liberación nacional, de autodeterminación y de soberanía del país en el que está empeñado, lo que le ha puesto enormes grietas y pesadas piedras en el camino a la ocupación imperialista y neocolonial.
Irremediablemente ello hace y hará más costosa la guerra conforme se profundice y extienda la ocupación, lo mismo en términos financieros como en pérdida de vidas humanas de soldados norteamericanos y de otras naciones ocupantes, tanto antes como después de las «elecciones» programadas por Bush hijo para el 30 de enero de 2005.