EEUU proclamó, una semana ha, la toma de Faluya. Siguen muriendo sus soldados. Había proclamado su control sobre Mosul. Es hoy y no la reconquistan. Son victorias de papel. El costo para Iraq es descomunal. Los tanques avanzan sobre ruinas. Se toman las ciudades a fuerza de destruirlas. EEUU gobierna sobre despojos, cadáveres, mutilados, huérfanos… […]
EEUU proclamó, una semana ha, la toma de Faluya. Siguen muriendo sus soldados. Había proclamado su control sobre Mosul. Es hoy y no la reconquistan. Son victorias de papel.
El costo para Iraq es descomunal. Los tanques avanzan sobre ruinas. Se toman las ciudades a fuerza de destruirlas. EEUU gobierna sobre despojos, cadáveres, mutilados, huérfanos…
Las ciudades iraquíes recuerdan las de Palestina. Las operaciones militares norteamericanas llevan la marca del Mossad. Como sus falaces acciones «quirúrgicas» contra la resistencia.
Que terminan asesinando a familias enteras. Arrasando pueblos, barrios, edificios inermes.
La prestigiosa revista británica The Lancet cifra en 100.000 los iraquíes muertos a causa de la invasión de EEUU. Ni Sadam, en sus peores arrebatos, provocó tan atroz mortandad.
En el diario El País de Madrid un joven iraquí de 18 años explota. «Odio a los yanquis. Nos tratan como a perros. Que se vayan de Iraq». Y un soldado gringo: «Aquí nos odian todos».
Por eso la estrategia de tierra quemada. Cada civil puede ser un guerrillero. Cada joven, un luchador por la libertad. Así las órdenes. Disparar a ciegas contra todo. Matar sin preguntar.
Paisaje palestino en crímenes y odio. Pero Iraq es Iraq. EEUU erró. Estratégico, fatal error.