El crédito está de moda. Desde el martes pasado los premios editoriales demostraron que ya no sólo confían en las garantías comerciales de un autor reventón. Que la credibilidad también tiene recorrido en el mercado. Es más, que la literatura sin complicaciones no es dueña y señora de estas murgas. Que hay vida más allá […]
El crédito está de moda. Desde el martes pasado los premios editoriales demostraron que ya no sólo confían en las garantías comerciales de un autor reventón. Que la credibilidad también tiene recorrido en el mercado. Es más, que la literatura sin complicaciones no es dueña y señora de estas murgas. Que hay vida más allá de la evasión. Vamos, que a estas alturas, con la desconfianza en la punta de la lengua, no es habitual que las apuestas se rompan con una decisión como la de premiar a Isaac Rosa, con el galardón que la Fundación José Manuel Lara ofrece a la mejor novela de 2008, según las 12 editoriales incluidas en el premio. Porque se lo merece, porque todavía está por ver una mala cara contra la novela.
Eran cuatro contra una, los nuevos y la consagrada. Lolita Bosch, Manuel García Rubio, Patricio Pron e Isaac Rosa frente a Ana María Matute. El jurado decidió que El país del miedo (Seix Barral) era la que se merecía el galardón y los pocos que no lo sabían antes del anuncio debieron sorprenderse tanto como el resto minutos antes.
«Antes de ponerme a escribir, tengo muy claro qué libro quiero hacer»
Isaac tiene una pistola que hace sonar en medio del concierto para decir que algo no marcha tan bien como creemos. La literatura supone un ejercicio de responsabilidad para el que escribe y también para el que lee, por eso es un deporte arriesgado, por eso cuestiona toda la verdad oficial, por eso Isaac Rosa (Sevilla, 1974) escribe para que leer sea derribar. Su obra se forja contra las palabras mayores que trata de erigir la propaganda del capitalismo especulativo, que consigue esconder a quien está al mando. De ahí que El país del miedo defraude todas las expectativas para hacer entender al lector cómo aplica los esquemas narrativos que nos han enseñado sobre el miedo, y cómo estos logran de nosotros los seres más inseguros de todos los que hayan pasado por la historia de la humanidad.
Voces para el contrapunto
La novela premiada es un libro de ida y vuelta; no es un ensayo, pero tampoco una ficción al uso. Es el triunfo del contrapunto de dos voces que recorren un almanaque teórico y práctico del miedo. Una cuenta el peor lugar en el que solemos ponernos, otra que la realidad nunca suele colocarnos en ese lugar. Que todo es producto de la amenaza que hemos asumido como propia. «Los miedos se heredan», dice Isaac. También que «la protección completa lo único que genera es más ansiedad».
«La protección completa lo único que genera es más ansiedad»
El tono de articulista es una de las grandes bazas de la novela, que gusta y bombardea. Entiende que, además de la búsqueda de la evasión, hay una «búsqueda de libros que ayudan a encontrar ciertas pistas para una reflexión». Por muchas otras razones como estas, Isaac no encuentra sitio entre la Nocilla, el Afterpop o los Mutantes, porque «hay una gran distancia en ellos entre sus propuestas teóricas y los planteamientos narrativos». «Me siento muy próximo a algunas teorías contaba a este periódico los días próximos al lanzamiento de la novela, pero no tanto a los resultados. No veo que haya una generación literaria, más allá de la coincidencia de edad».
Sin repuestas
El libro cuestiona que el miedo que nos venden sea real, insinúa los beneficios políticos de la inseguridad y revela que el Estado ha fracasado en la protección de lo que nos había prometido protegernos. Es un libro tópico: no da respuestas, sólo plantea preguntas. Por eso llega a desgarrar al lector, porque le habla de lo que le amenaza. «Antes de ponerme a escribir, tengo muy claro qué libro quiero hacer y sé dónde quiero llegar, y cuáles son los límites de la ficción y a dónde van los personajes» a ninguna parte sin su permiso.
A Isaac Rosa se acude a diario para preguntarle qué tal la corrupción política, el desempleo, el panorama social desolador y la revolución… «¿Revolución? ¿Y quién la va a hacer? ¿Los sindicatos, que están por la paz social? ¿Los partidos de izquierda, que creen que gobernar y tener el poder son la misma cosa? ¿Los movimientos sociales, dispersos en inabarcables luchas globales o limitadas luchas locales? Además, ¿de qué hablamos cuando decimos revolución? ¿Revoluciones de claveles, de colores, floridas? Me parece que la revolución era otra cosa, y no sé si estamos dispuestos a ello».
http://www.publico.es/culturas/210941/isaac/miedo
La mano valiente menea lo siniestro
Marta Sanz
En El país del miedo se dibuja una cartografía del horror. Del de dentro y del de fuera, de ambos, que son, en definitiva, el mismo. Sobre el plano de una ciudad, su protagonista se mueve por un bosque en el que acechan los lobos. El miedo se oculta en su corazón hecho de vísceras familiares y de esos recuentos con los que cada ser humano calibra su intrepidez repasando torturas: el pinchazo o el pellizco, la muerte por fuego o agua. Un hombre que por miedo a ser malo es todavía peor, al asumir los códigos de lo que en nuestro mundo se asocia a menudo con la bondad: la duda, la laxitud, la inacción, el olvido. Formas de la no violencia que esconden violencia en estado puro.
Al leer esta novela recorremos nuestras fibras más frágiles, que acaban siendo las más sanguinarias. Nos preguntamos en qué medida nuestro íntimo corazón nos pertenece o su carne se va gestando en el útero de una comunidad donde se opone lo seguro a lo libre. Con pulso narrativo implacable, Rosa nos cuenta que los verdugos tienen a veces el mismo rostro que las víctimas; que esa oposición es la falacia de un humanismo que está en la base de nuestra moral pública y privada. Isaac Rosa dibuja un tiempo y un espacio donde los menhinos da rua no están en otro continente, sino aquí, a la vuelta de la esquina.
Quizá esta novela sea triste. O quizá se puedan romper algunas lunas de los bancos sin arrojar cascotes. El proyecto de Isaac Rosa no es una canción desesperada. Su vocación de intervenir, de preguntar pero también de responder, involucra al lector, que experimenta la urgencia de la corrección y vuelve a colocar la literatura en un lugar que no es el de los papeles de seda, los cuidados paliativos o los detectives enamorados, sino en el de su utilidad como discurso público.
El país del miedo, como diagnóstico, proporciona claves para entender que lo real se ha vuelto siniestro a causa de la mezquindad, el individualismo o la desconfianza del capitalismo. Pero nos da una oportunidad y, como acción, es optimista y muy, pero que muy valiente.