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Iván Martín – Libera tu lámpara

Fuentes: Ladinamo

Iván Martín es un diseñador industrial sin industria que lo respalde, por eso trabaja con objetos cotidianos que están al alcance de cualquiera. Y, dado que todo el mundo tiene acceso a los componentes, ¿por qué no seguir avanzando por este camino? Iván ha decidido aplicar las ideas del software libre a sus diseños, de […]

Iván Martín es un diseñador industrial sin industria que lo respalde, por eso trabaja con objetos cotidianos que están al alcance de cualquiera. Y, dado que todo el mundo tiene acceso a los componentes, ¿por qué no seguir avanzando por este camino? Iván ha decidido aplicar las ideas del software libre a sus diseños, de manera que con cada «objeto libre» difunde las instrucciones para su fabricación y permite que cualquiera lo adapte a sus necesidades.
 
¿Cómo empezaste en el mundo del diseño y, en particular, con este tipo de diseños? 
Estudié Bellas Artes y luego me fui a Finlandia a hacer el doctorado y a aprender más de diseño industrial. A mi vuelta, en 2001, encontré un mundo en crisis en el que era prácticamente imposible encontrar un buen trabajo de diseñador así que empecé a montármelo por mi cuenta. Sentía la necesidad de desarrollar objetos, de dar rienda suelta a mi creatividad, pero me enfrentaba a los problemas que conlleva la producción por cuenta propia. Podría decirse que fue la necesidad la que me impulsó a arreglármelas con objetos de uso cotidiano y herramientas que están al alcance de cualquiera. Así fue surgiendo una serie de diseños, principalmente lámparas, que daban un uso diferente del preestablecido a diversos objetos encontrados o ya producidos.
 
¿Cómo surgió la idea de aplicar a tus creaciones una licencia copyleft? 
No lo recuerdo bien, aunque sí sé que fue más o menos de repente. Para presentarme a la exposición del Instituto de la Juventud en la que participé esta primavera necesitaba dotar de un concepto más redondo a mi colección de objetos, así que empecé a darle vueltas, a buscarle más posibilidades y de repente se me ocurrió la idea. Inmediatamente empecé a bucear en busca de más información y todo lo que encontraba acerca del software libre y el copyleft parecía amoldarse a la perfección a mi trabajo. Así que, por mi cuenta y sin saber demasiado del asunto, decidí adaptar como mejor me pareció las licencias que usa el software libre a mis diseños y crear la licencia Freeware-Freebuild, que conserva en la medida de lo posible las cuatro libertades básicas (uso, adaptación, distribución de copias y posibilidad de distribuir el objeto ya modificado), con la obligación de que el resultado de las posibles transformaciones respete también estas libertades. La única restricción que impongo es que la distribución de estos objetos no sea lucrativa. 
 
¿Qué tal se ha recibido tanto tus lámparas y demás objetos como la idea del copyleft aplicada al mundo del diseño?
La recepción ha sido estupenda. A la gente le han gustado mucho mis objetos y enseguida han empezado a planear mejoras o formas de adaptarlos a sus necesidades. En cuanto a la idea del copyleft, también ha sido bien recibida aunque tengo cierta sensación de que no a todos los diseñadores les gusta. Supongo que es algo relacionado con la reticencia del profesional a las injerencias en lo que considera su campo. El diseñador, al igual que el arquitecto, ha tendido demasiado a menudo a ejercer un control total sobre su obra, cuando no está muy claro en qué sentido es suya. Con la difusión de las instrucciones de fabricación de un objeto y la libertad de transformación y mejora se está reivindicando de algún modo no sólo la libertad de uso, sino también la libertad del objeto. Las cosas tienen su vida propia, no están acabadas por el hecho de haber tocado a su fin el proceso de fabricación. 
 
Con este «asalto» a la figura del autor como dueño y señor de sus creaciones y la reivindicación de un papel activo por parte del usuario, ¿pretendías de algún modo contribuir a desmitificar el papel del autor?
Bueno, yo más que de desmitificación del concepto de autor, hablaría de una constatación de que todo el mundo es creativo. En la exposición del Instituto de la Juventud me encontré con otros diseñadores jóvenes que se dedican a producir diseños a partir de objetos cotidianos, con abundante uso de la idea de reciclaje y demás. Y lo cierto es que hacíamos cosas muy parecidas. Pero eso es lo bueno. No se trata tanto de ser original cuanto de darse cuenta de que esas ideas que tú tienes surgen de un suelo común, de un bagaje compartido. Y de hacérselo ver a los demás. Se trata de avanzar en una socialización participativa del diseño que despertará un mayor interés entre la gente y, a la larga, redundará en un beneficio colectivo, social. En mi caso no se trata tanto de difundir una creación que es «mía» cuanto de constatar que ese diseño que yo he realizado está en la cabeza de todos.  
 
¿Conoces algún precedente de tus ideas en el mundo del diseño?
Una parte de mi trabajo está basada en el reciclaje de materiales, en la posibilidad de crear algo a partir de un objeto encontrado, una idea que viene de una tradición muy larga, desde el objet trouvé de Duchamp en adelante. Se trata de un reciclaje no sólo material, sino también conceptual o poético que permite ver las cosas desde una perspectiva más amplia de lo habitual y darse cuenta de que no son sólo lo que son, sino que pueden ser otras muchas cosas más. En cambio, la idea de difundir las instrucciones de fabricación de un objeto y dar a quien quiera tomársela la libertad de modificarlo es, que yo sepa, algo nuevo en el diseño. 
 
Ya sabemos cómo has sorteado las dificultades de la producción por cuenta propia, ¿cómo te enfrentas al problema de la distribución?
Desde luego es un problema y muy serio. Pero creo que de alguna manera el copyleft incide también en este ámbito. Claro que no soy yo el que consigo distribuir mis diseños, pero con el copyleft consigo que se distribuyan, y eso ya es mucho. Por supuesto, luego está el problema, que ni siquiera me he empezado a plantear seriamente, de si se podría vivir de esta distribución libre. Supongo que siempre hay formas de obtener una remuneración económica. Por ejemplo, no todo el mundo tiene ganas de hacerse las cosas, por eso yo ofrezco mi trabajo en tres formatos distintos: 1- el más participativo, que consiste en una mera lista de instrucciones, objetos y herramientas necesarias para construir el diseño, 2- el intermedio, en el que el usuario compra un «pack» con los componentes y las instrucciones necesarias para ensamblar el objeto (y que, de alguna manera, pretende ser una especie de parodia de esos kits de coleccionables que proliferan de una manera tan incontrolada en kioscos y demás) y 3- el más «cerrado», que consiste simplemente en ofrecer la posibilidad de comprar el objeto. En cualquier caso, al margen de posibles remuneraciones, me parece importante que se produzca algún tipo de intercambio que constate que las cosas no son gratis, que llevan trabajo y el trabajo tiene un valor que es necesario reconocer, aunque no tenga porqué expresarse en la forma de un precio. Este intercambio fomenta una sensación de «hoy por ti mañana por mí» que a la larga redunda en un beneficio colectivo.
 
Las instrucciones para fabricar tus objetos vienen en unos pliegos de papel «sospechosamente» parecidos a los de IKEA. ¿Cuánto hay de crítica en todo esto? 
IKEA ha supuesto un hito importante en el mundo del diseño. Ha producido un efecto positivo, contribuyendo a socializar un diseño cómodo, moderno y digno, pero también tiene una vertiente negativa: el elitismo se rompe, pero el diseño se banaliza. Por lo demás, si he podido aprovechar el formato de las instrucciones de IKEA es porque ellos también favorecen en cierto modo el do it yourself; ahora bien, creo que resulta evidente que si IKEA deja algo en manos del usuario es única y exclusivamente para abaratar costes laborales, de transporte y de almacenamiento. Por otra parte, como contrapartida a esta especie de «socialización» (poco participativa, consumista y todo lo que quieras) del diseño que ha favorecido IKEA, el diseño de altos vuelos se está refugiando otra vez en las cosas hechas a mano, en la creación de objetos únicos que puedan dar al comprador una sensación de exclusividad e individualidad. Para los diseñadores exclusivos es fundamental que sus creaciones «no parezcan de IKEA». Mi trabajo, de alguna manera, constituye una vía de escape a estos dos polos entre los que se mueve hoy el diseño. Por un lado, mis objetos son un poco «como de IKEA», además de ser muy baratos y estar al alcance de cualquiera, pero con la adición del copyleft fomentan la participación real al tiempo que huyen del consumismo. Por otro lado, son objetos hechos a mano y, por tanto, únicos pero sin que esta unicidad redunde en modo alguno en un rollo exclusivista. De hecho, si la gente se decide a fabricarlos por su cuenta, entonces sí que son únicos: no es en absoluto lo mismo comprar una lámpara que fabricártela tú, tiene otro valor. 
 
Además de copiar el folleto de IKEA, también empleas un logo (ConSumo-Cuidado) que imita descaradamente el de Coca-Cola, ¿a qué se debe esta manipulación?
Si te fijas, mis lámparas y demás objetos forman parte de un proyecto global que incluye, además de los objetos en sí, los folletos con las instrucciones, el logotipo, los mensajes que intento difundir… y es un conjunto en que la unidad está muy cuidada, en el que en todo momento trato de propiciar la coherencia de cada aspecto. En ese sentido, al igual que en el diseño industrial me sirvo de objetos cotidianos, también para el logo o las instrucciones quería servirme de cosas que ya están inventadas y que, además, forman parte del imaginario colectivo. Por lo demás, el doble sentido del lema, «ConSumo Cuidado», remite a esa vertiente poética del doble uso y del reciclaje de la que hablaba antes. Se trata de crear objetos con cuidado, con amor. Y también de consumir con cuidado, de una manera responsable.
 
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