«A medida que pase el tiempo y la perspectiva implicable de la historia se imponga por sobre las pasiones humanas, el 27N y el 4F, así como los hombres que participamos en estos hechos, nos iremos confundiendo en un solo punto vibrante sobre el horizonte, referencia ineludible para no comprender los sucesos que vendrán, a raíz de los cuales el pueblo venezolano recuperará su dignidad y labrará sus propios caminos en la lucha de la verdad«. (Hugo Chávez, Febrero-Marzo, Yare 1993) (i) Mucha tinta ha corrido y seguirá corriendo con relación a la caracterización de la revolución bolivariana, y la significación de eventos como los del 4-F y el 27-N para la comprensión histórica del presente. Sin embargo, cabe destacar en las intervenciones de reconocidos opositores a la revolución bolivariana, a aquellos intelectuales de derecha que han tratado […]
«A medida que pase el tiempo y la perspectiva implicable de la historia se imponga por sobre las pasiones humanas, el 27N y el 4F, así como los hombres que participamos en estos hechos, nos iremos confundiendo en un solo punto vibrante sobre el horizonte, referencia ineludible para no comprender los sucesos que vendrán, a raíz de los cuales el pueblo venezolano recuperará su dignidad y labrará sus propios caminos en la lucha de la verdad«. (Hugo Chávez, Febrero-Marzo, Yare 1993) (i)
Mucha tinta ha corrido y seguirá corriendo con relación a la caracterización de la revolución bolivariana, y la significación de eventos como los del 4-F y el 27-N para la comprensión histórica del presente. Sin embargo, cabe destacar en las intervenciones de reconocidos opositores a la revolución bolivariana, a aquellos intelectuales de derecha que han tratado el análisis de las relaciones entre el llamado «chavismo» y la «izquierda».
Y no por sus aciertos o precisiones en la caracterización del fenómeno, sino por los presupuestos e implicaciones discursivas desde las cuales se construye un determinado punto de vista. Anibal Romero, por ejemplo, escribió un artículo en el año 2004 titulado «Izquierda, Chavismo y Fascismo» (ii) donde señala lo siguiente:
«El chavismo ha ocupado el espacio político e ideológico de la izquierda, sin sus avances democráticos post-comunistas. En otras palabras, el esfuerzo realizado por un sector de la izquierda, la que en los años setenta fundó al MAS luego de asimilar las lecciones del descalabro soviético, el colapso intelectual del marxismo, y el fracaso del despotismo cubano, se ha visto superado por el radicalismo guevarista de la izquierda no-democrática, sobreviviente de la lucha guerrillera, dogmática e irreductible.»
De tal manera, Romero planteaba entonces que resultaba comprensible que lo que resta de la izquierda democrática venezolana, y en particular sus intelectuales, se empeñen en caracterizar al chavismo como «fascista», pues esta es una manera de separarle de la izquierda como tal, y de ubicarle en otro esquema político-ideológico asociado a la derecha. Y en palabras bastante llanas, para Romero la caracterización adecuada era la siguiente:
«El régimen chavista es, hoy, un populismo militarista de izquierda, en vías de transformarse en una dictadura de izquierda radical y militarizada. Pero lo crucial es tener claro esto: el chavismo no es fascista porque el chavismo es de izquierda. Por lo demás, el fascista Ceresole rompió con Chávez, porque Chávez se identifica con Fidel Castro y la Revolución Cubana.»
Llama poderosamente la atención, no el foco del análisis sino la perifería del mismo; es decir, la interrogación sobre la existencia de un sector de izquierda que en Venezuela haya desplazado sus conexiones ideológicas y conceptuales con la apología a la URSS para dirigirse al llamado «avance democrático post-comunista», que haya asimilado el «descalabro soviético», el colapso intelectual del «marxismo» y el fracaso del «despotismo cubano»; es decir, la ruptura del PCV que dio paso al MAS.
Llama también la atención esta postura si se contrasta con un documento singular titulado: «Manifiesto al Pueblo Venezolano», presuntamente firmado en aquellos tiempos de 1992 (iii) por los comandantes Acosta Chirinos, Arias Cárdenas, Chávez, Urdaneta y Ortiz Contreras donde se expresaba lo siguiente:
«Pensamos que esta carcel debe ser, al menos, parte del miedo destruido, enfrentado, el que ha convertido por años a intelectuales en sumisos, a artistas en malabaristas de palacio, a estudiantes en rebaño, al pueblo en victima torpe y a soldados en guardia pretoriana. Todo esto bajo un montaje que combina la policia represiva y sanguinaria, una justicia puesta a doblegar la cerviz ante el ejecutivo todopoderoso y una manipulación de las mentes, sobre todo, a través de medios audio-visuales (con excepciones honrosas). Si creemos que llegó el fín de los totalitarismos, si es verdad la caida del comunismo soviético, si llegó la hora de los pueblos. ¿Cómo entonces, podemos dudar de nuestro pueblo y sus fuerzas? ¿Acaso este teatro cogollista y sectario que domina y envilece nuestro país es más fuerte y estable que lo que era la dominación del PCUS? ¿Acaso estas camarillas de policias políticos, atemorizadores y matones, son más capaces que la KGB? Si aquellos pueblos se restearon por Dignidad, Democracia, Participación y Libertad, ¿Quién podría exigirle pasividad al pueblo de Simón Rodríguez? Por eso nos lanzamos a la acción con una sencillisima plataforma de referencias que obligue a la participación colectiva hacia la construcción de un sueño posible: LA DEMOCRACIA BOLIVARIANA, mucho mas avanzada y progresista que las reformas de gotero ad aeterno por los complices de la COPRE y de quienes le pagan.»
Como es posible constatar, tampoco aquellos comandantes del 4-F parecieran vivir una suerte de nostalgía por el comunismo soviético, por la dominación del PCUS o por el terrorismo de la KGB, reconociendo que sus programas ideológicos y políticos constituían una sencillísima plataforma de lucha para fácil recepción del pueblo explotado y humilde, con referencias que para muchos opositores de derecha estaban completamente desfasadas, marcadas de folklore rural, o fuera del quicio de la racionalidad política de una modernidad ajena a reenviar principios al sistema EBR: Zamora, Bolívar y Simón Rodríguez.
Eran tiempos de Neoliberalismo y de «colapso del marxismo», de apogeo del liberalismo-democrático, de Fin de la historia y de algunas pinceladas que apuntaban a la incredulidad por los grandes relatos. Sin embargo, allí está la raíz identitaria de la revolución bolivariana, la construcción de una amalgama discursiva para algunos disparatada, pero que construyó nuevos sentidos compartidos para rearticular la esperanza de muchos y muchas, que seguían autodenominándose «pueblo de ciudadanos sin ciudadanía».
La «gente decente» no podía metabolizar esta regresión histórica a las «montoneras, turbas y caudillos». La historia era de progreso o no era, pues no era para el intelectual urbano y moderno el relato de los vencedores.
Sin embargo, hay que tomar precaución de cualquier romantización del MBR-200. Allí pulularon luces y sombras, como aún pululan alacranes y toda suerte de bichos, en una suerte de «nomenclatura» que usufructa la renta porque el viento sopla a favor, en su tiempo, ciclo u ola política. Oportunistas y advenedizos han recorrido desde entonces los pasillos y entretelones de la revolución bolivariana, muchos de ellos en nombre de una «izquierda arrimada, lastimera y cargada de farsas heroícas». De allí la importancia hoy del llamado del amigo Rigoberto Lanz:
«Sin una adecuada caracterización de las diferentes izquierdas en Venezuela y el mundo, no veo cómo podríamos salir de los atascos en los que hoy nos encontramos«.
Quién no vea los atascos, debilidades y amenazas que se ciernen, vive preso del aura engañosa de unas elecciones marcadas por victorias apenas suficientes, en contraste con un Chávez que lucha día a día por sostener el aliento que da cauce a la lucha. De allí las miserías del «chavismo», si se trata de un simple culto oportunista al lider de turno, si se trata de una adulacia palaciega para cuadrar negocios en nombre de la palabra «revolución». La debilidad estriba en que no hay un «cuadro de mando» que pueda llamarse con propiedad relevo, que el «chavismo» ha dejado desierto el lugar de la responsabilidad colectiva y del liderazgo compartido. Se que estas palabras levantaran las típicas ronchas de quienes apuestan al «Con Chávez todo, sin Chávez nada», o al chavismo salvaje que intenta auto-organizarse desde las figuras de nuevas máquinas de lucha: movimientos, redes, colectivos y plataformas. Sin embargo, considero pertinente en este contexto, evaluar el cambio de apreciación entre momentos históricos con relación al término Chavismo. En 1993, el mismísimo Chávez decía:
«El «Chavismo» no existe. Venezuela ya está cansada de «ismos» y creo que nuestro pueblo ha madurado suficientemente desde el punto de vista político para que se le siga faltando el respeto. El despertar huracanado que sacude al país el 4 de febrero de 1992 es producto de la toma de conciencia colectiva, que ha permitido a los venezolanos convencerse de la tremenda fuerza soberana que poseen. Soy un convencido, desde hace bastantes años, que la historia tiene sus leyes generales que orientan la evolución de los pueblos y las naciones. Y muyy poco es lo que el individuo de «carne, hueso y espíritu» puede hacer, para conducir tales corrientes arrolladoras. Mucho menos, puede un hombre pretender cambiar el curso de los acontecimientos históricos. Ya lo decía nuestro máximo Líder, el general Simón Bolivar en Angostura, por allá en 1819: En medio de este piélago de angustias no he sido mas que un vil jugete del huracán revolucionario que me arrebata como a una debil paja…Así que llamar «Chavismo» al fenómeno colectivo pos-4F, reflejado en cientos y cientos de manifestaciones de rebeldía, de protestas pacíficas y violentas, que han resquebrajado al viejo régimen a nivel de las estructuras, creo que al menos significa menospreciar las capacidades de percepción de las realidades que ha adquirido nuestro pueblo en su desarrollo histórico.»
Y si acaso no quedara claro en aquel entonces la potencial mitificación del héroe Chávez, mas adelante en su texto señala:
«Ahora como después del 4F se ha hablado del «Mito Chávez«, a pesar de no ser la persona más autorizada para hablar sobre esto, voy a intentar dejar en claro mis apreciaciónes sobre el tema«.
Y entre las apreciaciones Chávez lanza una advertencia que podría tener un gran alcance histórico a la luz de los acontecimientos presentes: «Pienso mas bién que algunos intelectuales del régimen y otros que, sin darse cuenta, le siguen el juego, han estado arrimando su brasa a un proceso para tratar de distorsionar la realidad colectiva en mito, como una forma de apagar la llama de rebeldía, que ahora lleva encendida el alma nacional.»
Pues lo fundamental no era en aquel entonces para Chávez la personificación concreta del mito, sino su comprensión como expresión de la filosofía colectiva: «(…) el único mito que esta tomando forma en la psiquis del pueblo venezolano de fines del siglo XX es la prodigiosa invención de un país imaginario y posible; la creación de la utopía concreta que ya comenzó a motorizar las nuevas páginas d ela historia venezolana. Es el mito del futuro.»
Y allí se encierra un enigma para contrastar con la fabricación mediática del «Mito Chávez», y para aquellos que siguen ruminado en calidad de esperanza necrófila la tesis de que: ¡Muerto el perro, se acabo la rabia! ¿O es que acaso no es este el mensaje que nos transmite la voz imperial encarnada en, por ejemplo, Roger Noriega, quien pareciera contar los días del fin de la escena del «Tirano Chávez» y de toda la «transitología» o «politología» que pone sus ojos sobre el país.
Para que la revolución bolivariana se consolide y pueda sortear los intentos de regresiones a la derecha es preciso entonces recobrar la fuerza no exclusivamente del «mito Chávez», sino de aquel núcleo de verdad que en la sociedad venezolana configuró el renacimiento de la esperanza en la mentalidad colectiva de los sectores populares: «El pueblo venezolano ha vuelto a descubrir que tiene derecho a soñar, y más aún, que tiene la obligación de luchar por un sueño, regresa de esta manera a la mente nacional la idea de la utopía, es decir, de un país que comienza a existir en la imaginación del colectivo».
Allí reside la significación histórica de la revolución bolivariana, que no es exclusivamente una revolución del «Mito Chávez»; y que aún personajes de corto vuelo histórico no comprenden al reducir las luchas anti-neoliberales a un asunto de un hombre y no a la rebeldía de un colectivo: del pueblo venezolano.
Que no se confunda esto, sin embargo, con el manido tema de las direcciones políticas, de las organizaciones y estructuras que encaucen estas luchas, hecho por demás necesario, pues ciertamente no hay revolución posible sin dirección revolucionaria. El problema de fondo es otro, es olvidar cómo las acciones, pasiones y discursos son entretejidos para dar cuenta de las corrientes arrolladoras, del huracán revolucionario, de una filosofía colectiva articulada a una voluntad nacional popular. Sin este aspecto de la ecuación, un centenar de vanguardias esclarecidas estarán condenadas a «arar en el mar».
Hay que colocar en el pedestal revolucionario al «pueblo organizado», y dejar de suponer que los tiempos por venir dependerán de hombres providenciales. Al fín y al cabo, es una lección que recae sobre las nuevas generaciones que reconocerán sin lugar a dudas los logros de quienes derribaron los muros y abrieron nuevas posibilidades históricas, pero dependerá de de un pueblo organizado de ciudadanos, ahora concientes de su ciudadanía política y social, la defensa y profundización de las garantías sociales conquistadas. En eso tal vez consiste internalizar que ahora el Mito Chávez no es un Hombre, sino que la revolución bolivariana es todo un pueblo movilizado y consciente de su utopía concreta, que siente cómo su sueño se ve pisoteado y degradado por los oponentes de siempre y por los que se han encumbrado bajo el «paraguas revolucionario».
De allí la importancia, insisto,de consolidar una arquitectura de intancias de debate orgánico entre tendencias y corrientes teóricas e ideológicas en la revolución, para que el pueblo uniformado y no uniformado, con base al reconocimiento de sus puntos de partida y de llegada, pueda conducir acertadamente la transición desde una sociedad cuya estructura de mando y de metabolismo social está marcada aún por el sello del capitalismo dependiente y rentista, para transitar hacia un nuevo tipo de socialismo profundamente democrático y consustanciado con un giro civilizatorio que pone a prueba a la vida misma sobre el planeta.
Por tanto, es preciso explicitar las concepciones del socialismo en juego cuando se plantea la construcción de la transición, pués hay una necesidad urgente de debatir la «construcción radicalmente democrática de lo que considero pudiera devenir un socialismo democrático-participativo, ecológico, no desarrollista y profundamente arraigado en el reconocimiento de nuestra diversidad étnica y pluricultural».
De allí, la importancia del pensamiento crítico-radical, para salir del letargo y la repetición de viejos dogmas que impiden la voluntad política de cambio entronque con un torrente social y teórico él mismo revolucionado. De manera que no será cosa sencilla confiar en la construcción de una nueva concepción colectiva del mundo, basada en pensamientos crítico-radicales ajeno a anacronismos epistemológicos, dogmatismos estériles y mentalidades decimonónicas que son todas ellas reaccionarias.
La izquierda tradicional, como ha recordado Rigoberto Lanz, sigue instalada mentalmente en la conserjería del capitalismo de Estado, no puede (y no quiere) encarar una ruptura radical con la lógica de la dominación en el propio terreno del pensamiento, las representaciones y de las actitudes vitales que guían las prácticas políticas vigentes.
El desden por la teoría encubre el menosprecio por los cambios de raíz, encubriendo a partir de toda una parafernalia mediática la transformación de una revolución en un espectáculo de enanos y pandillas. Quienes suponen que basta apoderarse de un espacio, de un canal, de un aparato mediático, de un dispositivo de poder, sin alterar su lógica constituyente de reproducción de dominación, son engullidos por un agenciamiento que hace de ellos simples titeres desechables y recambiables. Los «rostros, cuerpos y voces» de un sistema mediático que aspira a ser revolucionario, pueden llegar a ser transformados en bufones de una lógica que los desborda y los sobredetermina. Y esa lógica reproduce de cabo a rabo la deformación sistemática de la conciencia revolucionaria, generando lo que Ludivico Silva llamó mayor «plusvalía ideológica».
De allí la importancia de los debates intelectuales, de verdaderos debates, polémicos, irritantes, con responsabilidad por sus implicaciones. Pués son para eso: «para intentar reconocer colectivamente dónde están los atascos, cuáles podrían ser las vías de abordaje para hacer avanzar la discusión». No se trata de debates administrados por el pacto tácito de «cambiar todo para no cambiar nada».
Hay demasiados «gatopardos» en ciertas cumbre de la revolución bolivariana, demasiados intereses y privilegios en juego. Pero hay que forzar al «régimen de signos» que pretende imponerse bajo la tesis de una «revolución debidamente administrada». Si así fuera una «revolución», «se jodio esta vaina», y habría que retornar a las condiciones, afectos y motivaciones que dieron lugar a los 27 de febrero, a los 4 de febrero y a los 27 de noviembre.
En un plano teórico esto implicaría retornar a un Marx liberado de todos los marxismos administrados, y retornar y a todos los espíritus de subversión que habitan en la filosofía colectiva del pueblo rebelde. ¿Cuántos seminarios críticos y propositivos habrá que promover entre diferentes voces de colectivos, movimientos, partidos y espacios de reflexión para que no sea la burocracia más ignorante y arrogante la que prevalezca? ¿Cómo estimular el pensamiento crítico y subversivo corriendo el riesgo de que surgan los más variados enlatados ideológicos? ¿Cómo ponerse a tono y sintonizarse con movimientos y fuerzas que son planetarias, nuestro americanas, y no sólo parroquiales, para estimular el pensamiento crítico, apara acompañar el dinamismo de los acontecimientos; para habituarse no sólo a las respuestas sino al terreno de las preguntas fundamentales, con auténtico espíritu de búsqueda y de escucha de quienes piensan o no de manera diferente?
Una revolución no se hace «soplando y haciendo botella», no se hace desconociendo que a la derecha le importa poco reconocer la crisis de sus fundamentos porque vive del parque temático de los dispositivos mediáticos y de consumo; y desconociendo que la izquierda cavernaria no quiere saber nada de una de las peores crisis de su historia.
Mientras algunos desempolvan los «códigos morales de los constructores del comunismo científico» de mediados de los años 50, luego de la muerte de Stalin (pero no del estalinismo), es preciso dar cuenta del terreno etico-político-cultural donde se juega la idea misma de emancipación y liberación.
Sin filosofía colectiva de la liberación social no habrá profundización de revolución alguna. Sin superación del estalinismo y de todas las inercias despóticas que recorren a las izquierdas de aparato, sera dificil escuchar las voces de un pueblo rebelde e insumiso. Sin romper con las coordenadas semióticas de la historia de las revoluciones políticamente correctas no habrá espíritu subversivo.
Cuando comprendamos que el pensamiento crítico no es un chanchullo, podremos comprender cómo la revolución bolivariana configuró condiciones de posibilidad para unas izquierdas sin bozal de arepa ni gringolas ideológicas, y como se desperdician las posibilidades bajo la sombra del electoralismo, el botín del rentismo o la sumisión a ciertos apóstoles del «Mito Chávez».
No estamos ante un callejón sin salida, al tener que elegir, por ejemplo, entre unos principios sin oportunidad o un oportunismo sin principios. Hay que recrear la posibilidad de un debate con implicaciones, donde las teorías y reflexiones no se despachen con simples adjetivaciones. Venezuela, se dice, es el epicentro de las luchas contra el capitalismo, pero en el ojo del huracan presenciamos el mayor espectáculo de avestruces ideológicas.
Es hora de recrear una democracia radical, cuya lógica cuestione explícitamente la estructura económica del capitalismo y que coloque de nuevo sobre el tapete una modalidad de encarar lo conflictos sociales, políticos, ambientales y culturales, más allá de repetir como una letanía que todos dependen de «la lucha de clases». Las luchas culturales, políticas y ambientales no deben eludir ciertamente el antagonismo de la economía política, pero no se reducen exclusivamente a ella. Para todo esto hay que re-pensar la izquierda ( y sobremanera la izquierda bolivariana) pero asumiendo sus propios traumas, sombras, debilidades y laberintos.
La izquierda venezolana no puede negar lo peor de su historia, tiene que asumirla, explicarla y aprender de sus errores que son muchos, asumir el trauma de lo insoportable de su propia historia. Tal vez desde allí puede presentarse una oportunidad para discursos y practicas alternativas. Con Marx y más allá de Marx, por cierto, hay que plantear lo que es imposible según los parámetros establecidos por la ideología dominante. Y hay que hacerlo desde lugares de enunciación policéntricos ajenos al dogmatismo y al sectarismo.
Ciertamente, los atascos de la revolución bolivariana son muy graves, y remiten directamente tanto al debate sobre la evaluación del curso del Primer Plan Socialista de la Nación, como lo que viene constituyendo el llamado Segundo Plan Socialista de la Nación (2013-1019), sus objetivos históricos, generales y estratégicos. No es un debate sin implicaciones, aunque los peligros son claros:
a) un estalinismo edulcorado con identificaciones descontextualizadas a la liturgia de la revolución cubana;
b) un reformismo-desarrollismo muy cercano a los populismos históricos bajo conducción militar en América Latina (Cardenas, Perón y Velasco Alvarado, por ejemplo).
Ambas tendencias cuentan con poderosas piezas en la alta dirección estratégica de la revolución, mientras una tercer campo de heterogéneas fuerzas, intentan articular las densas resonancias de términos como revolución, socialismo y democracia radical. Obviamente hay otras tendencias, como una fuerte corriente del gran capital importador y especulativo cercano a los sectores desarrollistas, con sus alas civiles y militares, pero que cuenta con agenda propia. De tal manera, tras la apariencia de las tensiones entre gobierno y oposición, se opacan otros enfrentamientos y maniobras tanto en el campo bolivariano como en el campo opositor, que ponen en juego viejos términos como derecha e izquierda.
Sin embargo, los términos socialismo, izquierda, revolución, democracia e incluso el llamado «marxismo» con sus aparición en el libro rojo del PSUV y en sus bases programáticas son cercados por aquellas referencias a lampedusa y el gatopardismo: «cambiar todo para que nada cambie». Tal como ocurria en la IV República.
Allí se guillotina cualquier referencia sería a un proceso constituyente, y se pasa a la teatrologia de la conservación del poder; es decir a una farsa-simulacro que llevo a convertir un objetivo fundamental como la «democracia protagónica revolucionaria» en una frase vacia para llenar planifllas de Programas Operativos Anuales (POA) de cualquier Ministerio.
Es hora ya de debatir nuestras ensaladas ideológicas. ¿Cómo es eso de reconocer dos referencias al marxismo en el llamado «libro rojo del PSUV que pudieran servir de pretexto para clarificar los usos del discurso marxista en el seno de la revolución bolivariana?:
«El Partido (PSUV) se esforzará por formar a sus militantes en el Árbol de las Tres Raíces –el pensamiento y la acción de Simón Bolívar, Simón Rodríguez y Ezequiel Zamora- y rescatará con sentido crítico las experiencias históricas del socialismo, adoptando como guía el pensamiento y la acción de revolucionarios y socialistas latinoamericanos y del mundo, como José Martí, Ernesto Che Guevara, José Carlos Mariátegui, Rosa Luxemburgo, Carlos Marx, Federico Engels, Lenin, Trotski, Gramsci, Mao Tse-Tung y otros que han aportado a la lucha por la transformación social, por un mundo de equidad y justicia social, en una experiencia humana que tiene antecedentes remotos, como la cosmovisión indio afro americana, el cristianismo, la teología de la liberación. Se apoyará en los aportes del socialismo científico y en los del Marxismo en tanto a la filosofía de la praxis, herramienta para el análisis crítico de la realidad y guía para la acción revolucionaria«.
¿Cómo poner juntos a personajes tan disímiles, no sólo en temperamento y carácter, sino en proposiciones teórico políticas? ¿Cómo conjugar, por ejemplo a Trotsky con Mao? ¿Cómo conjugar a Lenin con Rosa luxemburgo? ¿Cómo poner juntos a Engels y a Mariátegui? Hay que superar una etapa de mezclas sin clarificaciones, de saludos a banderas teóricas con vacios reales de formación y de debate. Es tan pirata hablar hoy de un marxismo-leninismo ortodoxo como defender una amalgama sin profundidad teórica alguna, sin un debate con implicaciones. ¿Cómo salir del lastimoso rescate de las experiencias históricas del socialismo, en vez de analizar en profundidad porque desde la muerte de Lenin y tal vez antes ya la revolución bolchevique estaba fuera de quicio? ¿Por qué insistir hoy en la pedestre enunciación del «socialismo científico», como si universo epistemológico del siglo XIX donde Engels se inspiró existiera hoy día?
Incluso en los estatutos del PSUV se plantea (artículo 9 de los estatudos de la organización): «El partido declara como valor fundamental la formación y autoformación socialista, de tal forma se constituirá un Sistema de Formación política e ideológica, la misma deberá ser una de las coordinaciones nacionales dentro de la estructura funcional y el método organizativo, deberá responder al principio de organización territorial y sectorial del partido. Por lo tanto, se fomentará la formación de todos y todas las militantes del partido en su Doctrina, Estatutos, Principios, Programa y Documentos Oficiales. Priorizando el estudio profundo del Bolivarianismo, nuestra historia, el pensamiento crítico universal y el marxismo como base para el análisis dialéctico de las experiencias humanas, todo esto aunado al trabajo voluntario, garantizando la formación teórica y práctica de cada una y cada uno de las y los militantes.»
¿Cuál es la evaluación concreta de tal sistema de formación política e ideológica?
Tambien existen tres referencias al marxismo en las bases programáticas: «La lucha contra la explotación capitalista implica necesariamente el manejo del instrumental teórico de la crítica de la economía política formulada por Marx, y la construcción de un nuevo sistema de cuentas nacionales, sustentado en este instrumental teórico, que permita establecer nuevos indicadores para la planificación y para la evaluación del desenvolvimiento de la economía en relación con el mejoramiento de las condiciones materiales de existencia de la sociedad y no de la acumulación del capital, para mostrar la superioridad de las nuevas relaciones sociales de producción y de propiedad.»
«Una premisa fundamental para el desarrollo de un nuevo modelo productivo es la ruptura con el conocimiento y la racionalidad burguesa y su metafísica de la economía, particularmente lo atinente a las formas de contabilizar y cuantificar el desarrollo económico reduciéndolo a crecimiento. Esto incluye la propia noción de crecimiento [variación porcentual de transacciones financieras –valor monetario- de la producción de bienes y servicios]; la teoría subjetiva del valor; la teoría marginalista; la preponderancia de la esfera de la circulación [el mercado] frente a la producción; la concepción de la industrialización; la fragmentación que impide ver integralmente la economía y su relación con las dimensiones políticas y sociales, especialmente las relacionadas con el bienestar de la vivencia humana, así como la exclusión de la actividad reguladora del Estado que sacrifica la economía al «libre mercado«, es decir, a los intereses de las corporaciones monopólicas. Se requiere tomar el instrumental teórico de la crítica de la economía política formulado por Marx y enriquecido por autores marxistas para fundamentar una crítica de la economía política de la transición que dé respuesta a los problemas generales pero también a los concretos e inmediatos. En particular es necesario rescatar la ley del valor que propone un esquema de análisis del capitalismo basado en la jerarquización del proceso productivo y en la centralidad de la explotación y que analiza los fenómenos comerciales y financieros refiriéndolos a su determinación productiva. De particular importancia es la interpretación de la crisis a la luz de la dinámica del capital determinada por la acción de sus leyes.»
Por si fuera poco, y ante estos debates hoy colectivamente inexistentes, es preciso tomar nota de las siguientes palabras de un reconocido opinador de la derecha venezolana para reconocer los atascos y los campos minados donde la oposición quisera escoger un terreno ideológico favorable:
«Ojalá que Chávez en esa obnibulación radical que lo aplasta – y que lo lleva no sólo a reivindicar el marxismo-leninismo, absolutamente anacrónico, sino a internar un híbrido monstruoso entre dicha doctrina, el cristianismo, la teología de la liberación y el fundamentalismo iraní; ojalá decíamos el lider supremo se empeñe en buscarle fundamento intelectual a su socialismo en el marxismo.»(iv)
Para E. Gómez, la ecuación es clara: Marx = marxismo = marxismo-leninismo. Bajo esta trampa caen muchos incautos.
El asunto, repetimos es ir más allá de Marx, recreando los espíritus más articulados a la emancipación humana presentes en Marx. El resto es caer en una trampa tendida por la derecha. Una trampa que opera con eficacia si la izquierda bolivariana no sólo se recrea en una suerte de patria boba, sino en una teoría boba o incluso, en un vacio ideológico. Así mismo, las consecuencias de no asumir una reivención de los paradigmas, metodos, discursos y practicas de la izquierda bolivariana llevarán agua al molino de los intereses, aspiraciones y expectativas de la derecha Venezolana:
«En un medio como el venezolano la cultura de izquierda en sus diversas variantes es predominante, y una de las pocas cosas buenas que podrían surgir de la experiencia chavista es que ese izquierdismo que millones parecieran llevar en la sangre, sufriese un severo resquebrajamiento, abriendo las puertas a una cultura política de centro-derecha, única fórmula capaz de sacar al país de su atraso económico y social.» (v)
¿Cómo evitar los atascos, debilidades, sombras y laberintos que acumulados lleven a un severo resquebrajamiento?
Allí se juega también el dilema entre Socialismo o Barbarie…
—
i Garrido Alberto (2002) Documentos de la revolución bolivariana. Ediciones del autor, caracas, Venezuela.
ii http://anibalromero.net/Izquierda.chavsmo.y.fascismo.pdf
iii » Manifiesto al Pueblo de Venezuela»; en: Garrido Alberto (2002) Documentos de la revolución bolivariana. Ediciones del autor, Caracas, Venezuela
iv Gomez; Emeterio: «Democracia social versus Socialismo del siglo XXI». En: Ideologias: Máscaras del Poder. Debatiendo el Socialismo del siglo XXI. (John Magdaleno). Informe del Capitulo Venezolano del Club de Roma. Editorial El Nacional. 2009
v http://anibalromero.net/Izquierda.chavsmo.y.fascismo.pdf
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.