El pasado lunes moría en el hospital Mount Sinay St. Luke de la ciudad de Nueva York la extraordinaria soprano estadounidense Jessye Norman. La causa de su muerte se debió a una serie de complicaciones provocadas por una lesión que sufrió en la médula espinal hace cuatro años. Jessye Norman fue una de las […]
El pasado lunes moría en el hospital Mount Sinay St. Luke de la ciudad de Nueva York la extraordinaria soprano estadounidense Jessye Norman. La causa de su muerte se debió a una serie de complicaciones provocadas por una lesión que sufrió en la médula espinal hace cuatro años. Jessye Norman fue una de las primeras cantantes de ópera de raza negra, superando, con un tesón y una fuerza infinitos, cada uno de los obstáculos y de los estereotipos que la vida le fue poniendo delante y terminó convirtiéndose, por derecho propio, en una pionera y en un ejemplo de lucha, de activismo y de inspiración para decenas de personas, sobre todo, para las chicas jóvenes nacidas y criadas en los guetos negros de las grandes ciudades norteamericanas. Demostró con creces que una mujer negra podía dedicarse a la ópera y que, además, podía hacerlo de maravilla.
Jessie Norman tenía, en el momento de su muerte, setenta y cuatro años recién cumplidos. Había nacido un 16 de septiembre de 1945, en la ciudad de Augusta, en el estado sureño de Georgia, uno de los más racistas y segregacionistas de los Estados Unidos. Sin embargo, la pequeña Jessie tuvo la suerte de nacer en una familia eminentemente musical. Tanto su madre, Janie King-Norman, como su abuela, tocaban el piano, y su padre, Silas Norman, cantaba en los oficios religiosos, cosa que también hizo ella desde que apenas tenía cuatro años. Por esa misma época, la niña quedó fascinada por un instrumento musical que había en su casa. Se trataba de un harmonio, según sus propias palabras, «la cosa más exótica con la que me topé en toda mi vida.»
Gracias a su gran talento y a su capacidad de trabajo, consiguió una beca para estudiar en la Howard University, en Washington DC. Allí realizó sus estudios de canto, y se graduó en 1967. Después, continuó aprendiendo, estudiando, trabajando incansablemente en el Peabody Conservatory, en Baltimore (Maryland) y en la Universidad de Michigan. Todo ello con un único objetivo: convertirse en profesional del canto.
Después de todos estos años de duro trabajo, la joven Jessye ya estaba lista para debutar a lo grande. Y ese momento no tardaría en llegar. En 1969, consigue su primer papel protagonista. Nada más y nada menos que Elisabeth, en Tannhäuser, la ópera de Richard Wargner, que se iba a representar en Berlín. Después vendrían otros muchos personajes de primerísima categoría: Aída, Cassandra, Carmen, Jocasta, Leonor, Dido, Ariadna, la Condesa de Almaviva y muchos otros.
Su buen hacer durante todos esos años, acabó por convertirla en una de las más reconocidas e importantes sopranos del mundo. Su inconfundible voz, y su capacidad para emocionar a los oyentes, han sido, sin duda, su mayor cualidad. Su enorme talento para transmitir la tristeza es la principal marca de la casa. Algo que está al alcance de muy pocas personas.
Uno de los momentos cumbres de la carrera de esta extraordinaria cantante, fue la grabación del disco Four Last Song, de Richard Strauss, en 1983. La obra es de tal intensidad que, para muchísimos aficionados, es uno de esos discos que uno se llevaría a una isla desierta. Y ciertamente, ¡no está nada mal la elección!
En el año 2014, Jessye Norman publicó el libro autobiográfico, Stand Up Straight and Sing! (¡Levántate y canta!), escrito, según sus propias palabras, para contar la verdadera historia de las «familias afroamericanas en el sur segregacionista». Además en sus páginas rindió un profundo homenaje a su admirada Marian Anderson, la primera cantante negra que se subió al escenario del Metropolitan Opera neoyorquino, en 1955, es decir, cuando la pequeña Jessye era tan solo una niñita de diez años.
A lo largo de su fructuosa carrera artística, la soprano actúo en los más reputados escenarios mundiales: desde el ya citado Metropolitan Opera neoyorquino, al Liceu barcelonés, pasando por La Scala de Milán, el Deutsche Oper berlinés, o el Covent Garden londinense. En todos estos templos de la música, fue dejando huellas de sus emocionantes interpretaciones y no sólo de ópera, sino también de góspel, un género que había mamado desde la cuna y al que nunca dio la espalda, o jazz, incorporando temas de Duke Ellington a su repertorio.
Jessye Norman fue una militante activista en pro de los derechos humanos. Durante toda su vida, combatió el racismo de la sociedad estadounidense, racismo que había sufrido en sus propias carnes durante toda su vida. A comienzo del siglo XIX, fundó en su ciudad natal, Augusta, el centro Jessye Norman School for the Arts, donde podían realizar estudios musicales niñas y niños sin recursos económicos. Desde entonces, en sus aulas se han formado cientos de jóvenes negros que, de otra manera, no podrían haber estudiado música.
La cantante norteamericana ha sido reconocida con numerosos premios de todo tipo a lo largo de su carrera artística. A los cuatro premios Grammy que consiguió por sus diferentes trabajos discográficos (estuvo nominada hasta en quince ocasiones por diferentes obras), hay que sumar la Medalla de Honor con la que la condecoró el presidente Barack Obama, un declarado fan de la soprano, en el año 2009. Además, en el año 2009, recibió la National Medal of Art, la más alta distinción que concede el Congreso estadounidense para premiar a los más destacados artistas del país. También era poseedora de varios Doctorados Honoris Causa, entre ellos, uno por la Universidad de Harvard y otro por la de Yale.
El público español tuvo ocasión de verla en directo varias veces, tanto en el Teatro Real, de Madrid, como en el Liceu, de Barcelona, y en cada una de ella, consiguió un éxito abrumador.
La muerte de la soprano americana ha conmovido al mundo de la cultura, tanto en su país como en el resto del planeta. Me gustaría terminar este pequeño homenaje con las palabras que la periodista Emily Lunger, del diario norteamericano Washington Post, ha escrito sobre ella después de su muerte: » Cuando la soprano Jessy Norman se subía al escenario, hasta los críticos más experimentados se quedaban sin palabras para describir la fuerza de su voz.»
Descanse en paz esta extraordinaria cantante y genial mujer.
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